Zoolander: Un descerebrado de moda

Esta peli refleja a la perfección la vida bajo presión que llevamos los guapos. No es fácil hacer crecer a una sociedad, siendo referencia, y siempre bajo las miradas de los demás y sus envidias. Lo sé perfectamente, porque como bien diría el gran Zoolander, no es fácil ser rematadamente guapo, jeje.

P.D. Me parto la caja de la risa con Stiller, Owen Wilson, Will Ferrell (siempre será en nuestros corazones "Frank the tank"), Vince Vaught... Estos tíos son unos genios de la comedia intelectual, sí señor, ¿qué pasa? ¿algún problema amigo? (mientras, hago la mirada del ojo de acero).

La vi hace ya algún tiempo, pero acordándome de algunos de sus gags, me ha dado por puntuarla en Filmaffinity.

Su crítica mordaz a base de humor absurdo y tontadas desternillantes son buenísimas. El argumento de la película es una gran parida, pero es que es totalmente irrelevante y una mera excusa.

Si eres un tanto pedante y con prejuicios, la despreciarás enseguida; pero si tienes las miras abiertas, te puede hacer pasar un una rato agradable e hilarante.

Parodia freak, absurda, excesiva y genial del mundo de la moda. Supongo que este sería el resumen de las sensaciones que me ha dejado esta película que, antes que cualquier otra cosa, pretende hacer reír al espectador a base de gags facilones, pero que además ofrece una crítica, que a pesar de su trazo casi tan grueso como su humor, resulta bastante incisiva sobre el mundo de la moda.

Resultado, una película con la que reírte, sencilla, que busca el gag fácil y que a pesar de buscar la situación absurda no resulta estúpida. Cosa que sucede con tantas otras parodias que proliferan como hongos últimamente y con las que poco más puedes hacer que reírte de ellas.

No voy a decir que es un peliculón, simplemente una película que juega bien sus cartas, divertida, entretenida y que trata con respeto al espectador ofreciendo un guión tan absurdo en su historia como rico en sus gags y detalles.

En definitiva, película fácil, bien hecha, que cumple y divierte, poco más puede pedírsele. Ideal para echarse unas buenas risas.

Hay películas que permiten catalogar cinematográficamente a una persona y ésta es una de ellas.

Zoolander no tiene un argumento complicado ni lo pretende. No hay subtramas enlazadas dentro de las subtramas de la trama principal ni falta que lo hace. No hay interpretaciones cargadas de matices porque no lo necesita. No juega con luces y sombras para simbolizar la dualidad reir/llorar, ¿para qué?. No deja con la duda de si al final la espiga de trigo que crece solitaria en la azotea de un rascacielos representaba al niño que fuimos o todo lo contrario: no, la película se entiende perfectamente de principio a fin.

Zoolander es lo que es, una película honesta sin más pretensiones que hacer pasar un rato divertido al espectador. Y lo consigue gracias a que todo en la película está al servicio de un novedoso sentido del humor en el que en lugar de batallas de tartas, pedos o tíos travestidos dando gritos, hay una sutil ironía para parodiar el mundo de la moda.

¿Por qué digo lo del antes y el después? Pues porque antes de Zoolander había dos tipos de comedia: a) las poco pensadas, que se limitaban a meter todos los sketches posibles en el tiempo disponible sin ningún criterio y b) las demasiado pensadas, magistralmente interpretadas y dirigidas con tanto criterio, que al final la gracia se limitaba a una situación cómica al final de la película que te dejaba (como mucho) con una sonrisa a medias. Zoolander es algo más que una sucesión de gags: es una sucesión de gags cohesionados. Además, Ben Stiller (seguramente el mejor actor de comedia del momento) borda el personaje con una interpretación que da continuidad y ritmo a la película para evitar los típicos bajones entre golpes de humor. Incluso consigue que los habitualmente estomagantes Will Ferrell y Owen Wilson tengan gracia.

Zoolander es un referente en el mundo de la comedia. Gustará a todo espectador que la vea con la mente abierta para entrar en el mundo de ironía que propone. No gustará a los siguientes especímenes:
1.- A los seguidores de los Morancos (dicho de otra forma, a los que les hace gracia ver a travestidos dando voces y resbalando con los tacones) y a los que le gusten las comedias francesas, especialmente las que incluyen batallas de tartas y persecuciones en "dos caballos" atropellando a vendedores de fruta.
2.- A los profesionales de la crítica que no tienen que pagar para entrar en el cine y que consideran que la gracia de una comedia está en la complicidad del actor con la cámara, los juegos de miradas y perder el 90% de la película para construir una situación final que provoque una sonrisa (reirse a carcajadas es vulgar).
3.- A los que busquen una comedia para adolescentes en celo con un humor de tetas y culos.

Repasando las pelis dirigidas por Ben Stiller, con títulos tan poco apetecibles como la caramelizada y empalagosa Reality Bites o esa comedia siniestramente mala llamada Un loco a domicilio, comprendo que el cineasta se halla ganado unos cuantos enemigos con el paso de los años. Tanto es así, que mucha gente le niega el mérito de haber creado una de las comedias más atinadas de la última década. Pero lo fácil es tacharla de hortera, gruesa y estúpida. Porque lo que está de moda es alabar las últimas comedias de los hermanos Cohen o de Woody Allen, presuntamente ácidas, negras o inteligentes. Sin embargo, las mejores películas de estos excelentes directores, hilarantes o no, se concentran en décadas ya pasadas, al menos en mi opinión.
Dereck Zoolander y Hansel son chabacanos, toscos, y más que estúpidos, rozan la subnormalidad, como esa sociedad que ilumina sus figuras, convirtiéndolas en superestrellas de la TV: por eso nuestro querido Dereck tiene que hacer de sireno para vender un producto en la tele, o acudir a ceremonias ostentosas y grandilocuentes para ver quien es el más guapo, o el más fashion. En el fondo, no se aleja mucho de nuestra cotidiana realidad. Como esas indigestas galas que nos propina la televisión pública: ver a Bisbal meneando sus rizos para ganar miles de euros por segundo es algo frustrante. O peor aún, antes que ver a Belén Esteban bramando todas las tardes, prefiero encender un cigarro, bailar al son de la estupidez humana y rociarme de gasolina.