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El sacrificio del ciervo sagrado

Thriller. Drama Steven es un eminente cirujano casado con Anna, una respetada oftalmóloga. Viven felices junto a sus dos hijos, Kim y Bob. Cuando Steven entabla amistad con Martin, un chico de dieciséis años huérfano de padre, a quien decide proteger, los acontecimientos dan un giro siniestro. Steven tendrá que escoger entre cometer un impactante sacrificio o arriesgarse a perderlo todo. (FILMAFFINITY)
Críticas 179
Críticas ordenadas por utilidad
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8
22 de diciembre de 2017
42 de 60 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo bueno

Lo diré así, el nuevo filme de Yorgos tiene una clara base argumental al Mito Griego de Ifigenia y de ahí todo se explora desde la incognita y sentido de sus personajes, así como es despropósito de su realidad, sin caer en spoiler el mito resume que Agamenón tras haber matado a un ciervo sagrado y lucir su cabeza como trofeo de caza fue castigado por Artemis “La Diosa de los animales” a realizar un sacrificio para poder ir a la Guerra de Troya. Desde este discurso todo el filme tiene un sentido unitario y cada persona toma su rol en el filme. Sí hay que conocer de literatura, de mitología para que tome todo un sentido unitario. Es un cine lleno de matices intelectuales y recursos literarios, no esperábamos menos del buen Yorgos.

La fotografía de Thimios Bakatatakis es correcta, y explota como pocos los planos cenitales.

La segunda hora es realmente retadora para la mente del espectador que se deje seducir por lo que propone el filme, las actuaciones mejoran mucho en esa parte, sobre todo la de Farrell.

El homenaje directo a obras legendarias de Kubrick, específicamente The Shinning y Eyes Wide Shut.
La banda sonora funciona bastante bien creando esos ambientes inquietantes.

Yorgos tiene un don, no es solo ser uno de los cineastas más interesantes e inteligentes de la actualidad, si no que es capaz de hacer verosímil lo que en otras manos parecería netamente ridículo.

El final, es inquietante.

La actuación del chico Barry Keoghan a quien habíamos visto tímidamente en Dunkirk, es fácil uno de los mejores trabajos en rol secundario del año.

Lo no tan bueno

La primera parte donde Yorgos arma toda su trama tiene altibajos, no solo de ritmos si no de actuaciones, el mismo Farrell al inicio no parece convencido en su rol. Tiene tendencias a la repetición, una primera parte que por lo menos le sobran quince minutos, hay que aguantarla.

8/10

Opinión Final: Junto a Madre de Aronofsky uno de los filmes más originales y perversos del año. Con Yorgos parecemos ir a la segura, y es básicamente de no saber que esperar. Un cine lleno de referencias culturales, un cine elegante y culto. Un cine diferente que se agradece a granel. Los que saben que esperar con el director griego, creo que no quedarán insatisfechos, aunque este servidor se sigue quedando con Canino y Lobster.
8
13 de enero de 2018
37 de 52 usuarios han encontrado esta crítica útil
Todo el mundo sabe que para ser un buen cinéfilo (de mierda) es importante entender el cine como una disciplina artística, y no únicamente como una industria. Y para entender el cine como un arte, hay que conocer a los artistas y disfrutar de sus obras. Todo esto que digo es clasista y fácilmente rebatible; pero hay algo de cierto en que, para conseguir nuestro ansiado carnet de cinéfilo, debes tragarte algunos tostones. No estoy hablando de verte “El caballo de Turin” una vez por semana ni de conocer toda la filmografía de Bergman, aunque sí que es conveniente que sepas recurrir a autores que no sean Nolan o Fincher.

Si pretendes, por tanto, introducirte un pelín más en este apasionante mundo del séptimo arte y atravesar la férrea barrera de lo comprensible, “El sacrificio de un ciervo sagrado” de Yorgos Lanthimos es tu película.
Esta película es arte, aunque con el término no quiero agregar ningún tipo de connotación. Es arte, simplemente, para bien o para mal: es la mirada de un artista hacia un tema, y la forma que tiene él de comunicarlo. Sobre el tema en cuestión, creo que podemos ponernos relativos, ya que el discurso es lo suficientemente amplio y ambiguo como para encontrar varios hilos conductores; desde una compleja deconstrucción de la familia burguesa tradicional hasta una historia sobre la justicia o sobre, simplemente, la madurez. A Lanthimos, además, parece no importarle dónde coloque el espectador el foco, y otorga a cada una de estas ideas la presencia que merece, sin dejar que ninguna se vea anulada o destacada. Sabe introducir pasajes más figurativos que guían la trama y que se encuentran supeditados a principios de causalidad, así como momentos más abstractos abiertos a la interpretación subjetiva. Esta variedad hace que la obra sea muy disfrutable para cualquier persona, sea cual sea su costumbre hacia ver este tipo de propuestas. Quizá los cinéfilos más “hardcore” echen en falta cierta complejidad en el tratamiento, pero nunca atraviesa el portal de lo sencillo.

Lo que más puede echar hacia atrás a los neófitos es su ritmo, lento pero muy adecuado. Aunque está lejos del estatismo de Haneke, no tiene miedo de mantener el plano el tiempo necesario para transmitir lo que quiere contar. En conjunto, aunque la llegada al clímax no es tan pronunciada como nos tiene acostumbrados Hollywood –y podría serlo-, se observa un crecimiento notable de la tensión y un ejercicio de tempo muy correcto, que no se ata a ninguna corriente predominante y tiene la osadía de crear su propio estilo. Pero en “El sacrificio de un ciervo sagrado”, el ritmo no viene marcado únicamente por la consecución de los planos ni por su morfología: los actores juegan un papel fundamental, pues están dirigidos bajo la premisa de sonar pausados, excesivamente formales e, incluso, hieráticos. Su interpretación es notable, transmitiendo una impostada rectitud que va rompiéndose conforme avanzan los acontecimientos. Sorprende que la pareja protagonista (Colin Farrell y Nicole Kidman) se hayan querido incluir en este tipo de obras, y denota que Farrell se encontró cómodo con Lanthimos tras “Langosta”, su anterior trabajo en conjunto. Destacar al misterioso Barry Keoghan, que sin muchas florituras logra atraernos con su aparente ingenuidad.

Otro de los pilares de la obra es su imagen. Junto a su habitual director de fotografía, Thimios Bakatakis, Lanthimos nos regala un conjunto de estampas magnificas, con un uso muy acertado de la iluminación y de los movimientos de cámara. Si hablamos de “Dunkerque” o de “Blade Runner 2049” como claras candidatas a mejor dirección de fotografía del año, debemos agregar a la lista esta cinta que, con un despliegue infinitamente menor y desde la modestia, también obtiene resultados muy sobresalientes. Incluso se permite algunos alardes técnicos y de estilo que resultan muy de agradecer y que se pueden apreciar desde la misma apertura. Y lo más importante, es que la imagen, al igual que todos los elementos de la película, transmite.

Aconsejo a las personas que se acerquen a esta obra, y que pretendan continuar posteriormente con obras similares, que se dejen llevar por la propuesta y que no se preocupen por buscarle una lógica o un significado. “El sacrificio de un ciervo sagrado” tiene mucho de surrealismo; y como tal, es bonito perderse en la evocación y en las sensaciones más que en la historia o en lo apreciable. Tanto la imagen, como el ritmo, como el sonido o la interpretación de los actores, están en sintonía para transmitirnos un conjunto de emociones que se pueden perder si estamos pendientes de buscarle todos los detalles y todas las reflexiones. Esta cinta, como los cuadros de los grandes autores de vanguardia del siglo XX, hay que entenderla como una obra centrada en evocar y en transmitir. Durante el metraje podremos sentir la extrañeza, la frialdad que domina el tono; y que ésta se vaya transformando poco a poco en agresividad, en temor, en desesperación e impotencia. Cada escena tiene un aura que, cuándo concluye, se mantiene soterrada bajo el personaje que la protagoniza y condiciona el significado de las escenas posteriores. Así, existen ideas de rebeldía adolescente, de pasión, de curiosidad, de misticismo, de manipulación… Se trata de un conjunto de sensaciones que desembocan en un final absurdo, desde el aspecto más amargo del término.

Y es lo bueno de esta propuesta: una vez la hayas vivido y, te haya gustado o no, te permite la opción de volver en un futuro a descubrir nuevas emociones y nuevos sentidos o de dejarla apartada para siempre en tu cabeza, abriéndote la mente a nuevas historias y nuevas propuestas. Sacarle todo el jugo no es posible en un primer visionado, y puede que tampoco en un segundo, ya que esa es una de las ventajas –o de los inconvenientes- del arte; pero no llega al hermetismo onanista casi paródico de ciertos grandes nombres europeos. Lo cual, para ciertas personas, es bueno.
8
7 de diciembre de 2017
32 de 44 usuarios han encontrado esta crítica útil
Algo fascinante de este mundo es como hemos despojado a la vida y la muerte de significado.
Hablamos de que han muerto nosecuantos en un accidente, se le comenta a un paciente los días que le restan y existe el fallecimiento por negligencia.
Como hemos dispuesto una estructura social educada y moderada, a los directos responsables nunca se les castiga, sino que se les disculpa y presta comprensión, porque a fin de cuentas un mal día lo tiene cualquiera.

'El Sacrificio de un Ciervo Sagrado', por eso, se abre con una operación a corazón abierto.
Para que sintamos toda la repugnancia que le quitamos al cuerpo humano, y nos sumerjamos de cabeza en la angustiante tarea de salvarlo. Es imposible salir inmaculado de ese testimonio latiente a nuestra fragilidad, y a la vez aborrecer lo incómodo que te hace sentir un vistazo tan directo al interior que siempre escondemos.
Algo así se marcaría para toda la vida... pero no, porque el cirujano se quita los guantes de látex ensangrentados, y directamente los tira. La huella de la incomodidad carnal es reversible, y ahí se queda, en un contenedor sin que a nadie le importe.

Steven hace eso todos los días.
Opera, transcurren minutos decidiendo la vida de un paciente y después habla de relojes con su anestesista.
Nada pasa, nada se queda.
La asepsia inunda cada paso de su vida, no sabemos si como respuesta contraria a sus guantes ensangrentados: el sexo con su mujer Anna pide fantasías claras y meridianas, no importa que sean enfermizas, y sus muy correctos hijos Kim y Bob son todo lo desobedientes que deja entrever ese barrio rico al que pertenecen.
(Las interpretaciones rígidas y acartonadas no sé si son peaje del director o consecuencia, pero me funcionan como espejo perturbador de una realidad muerta)

Aunque hay algo que no es todo lo recto que debería para Steven: el hijo de un antiguo paciente, Martin, queda con él casi todos los días, con preguntas que tuercen el cuadro perfecto de su vida.
No nos debería incomodar, sólo son un adulto y un chico en busca de guía, pasan las tardes y se agradecen la compañía... pero una inquietud crece oculta, amenazando todo el mustio bienestar de Steven.
Es mérito absoluto de Lanthimos construir una estructura visual progresiva basada en la incomodidad: pasillos que se recorren una y otra vez, ángulos que nos aprisionan en vez de expandirnos, queremos acercarnos a esa persona que está lejos y otras veces no podemos despegarnos de su cara, mientras que el irritante muro de sonido hace extraños los espacios conocidos.
El hospital, una casa residencial... ahora son hábitats peligrosos, convencionalidades que han pasado a hacer daño, donde ahora mismo se está cazando.

Y el papá venado ha caído en la trampa del animal más pequeño.
Él, al contrario que otros, no ha planeado su venganza desde la fuerza o la ferocidad, porque perdería, así que ha decidido adaptar las maneras de esta sociedad singular, y jugar al ojo por ojo desde la tranquilidad.
¿Que me agravias? No te preocupes, te golpearé.
¿Me hieres? El brazo te cortaré.
¿Dañas lo que más me importa, lo único que me hace especial? No te mataré... pero te va a doler.
Martin no es una mala persona, ni Steven un padre de familia despreciable. Pero parece de locos que el segundo pueda tomarse cuestiones de vida o muerte a la ligera, y el primero tenga que aguantarse porque "lo siento, no sabía".

Siempre sabemos.
Yorgos Lanthimos juega con la idea de que somos animales, sentimos las cosas, nos dejamos llevar por los impulsos, intentamos seducir o besar los pies del depredador que nos puede dar el toque de gracia.
Pero, al contrario que los animales, nos frustramos, estamos condenados a mantener la calma, a comportarnos correctamente, y lo peor, dudamos.
No sabemos elegir, queremos tenerlo todo, la asunción de culpa y el perdón de los pecados, pero, si animales somos, ¿no deberíamos regirnos por sus reglas y dejar de esperar un milagro que nos saque de todo?

Por si cabía más incomodidad, esta historia añade otra capa a esa idea: la insensibilidad como una norma de la que sólo nos desprendemos cuando sabemos que se acerca el final.
El lapso de tiempo que dura el perverso juego de Martin a todo el mundo le parecería una pesadilla, en el hogar de los Murphy donde todo son miembros colgantes y agresivos silencios, pero rascando el horror queda una familia unida, con hijos obedientes, esposas dispuestas, y maridos que por primera vez se preocupan del estudio en la escuela.
Pienso que a Lanthimos le obsesiona mostrar este patetismo, lo tristes que somos cuando mentimos en lo que decimos sentir, y por eso hace a sus personajes no emocionarse más de lo necesario: porque así nos reímos, y no nos paramos a pensar qué oculta parte de nuestra horrenda naturaleza se está mostrando.

Ojalá fuera tan fácil como quitarse el guante y tirarlo.
Pero no sólo no es así, sino que además esos guantes conservan manos bonitas, como no paran de decirle a Steven, que para él no importan, pero para Martin son el testimonio insoportable de que... él tampoco importó.
Y no hay nada que pueda agraviar más, en el salvaje hábitat animal, que un culpable con las manos sin ensuciar.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Demasiados momentos se te graban en el cerebro y el oído, pero me quedo con uno: un padre hablando como si nada, con un hijo al que no para de manarle sangre por la cara.
La cima de insensibilidad humana, que impide tomar una decisión porque nos negamos a ser definitivos con algo que se supone nos importa.
Y digo "se supone" porque Steven necesita el juicio de un profesor de escuela para decidirse a quién de sus hijos mataría.

Pero lo peor, lo que pone la carne de gallina, es Martin observando a la familia comer, con mirada distraída.
Quizás parezca menos horrible la estampa, si intentamos entender que para él sólo se ha equilibrado la balanza: un pariente por otro, lo comido por lo servido, la ignorancia momentánea por la culpabilidad eterna (eso siempre).
3
3 de abril de 2018
25 de 32 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ni la presencia de Farrell y Kidman, ni el buen uso de la cámara por parte del director logran camuflar que esta es una de esas historias independientes que fascinan a buena parte de la crítica pero que a mí me resultan absolutamente infumables.
Mientras los minutos avanzan despacio como si fueran horas (Einstein tenía razón), asistimos a la "interesantísima" vida laboral y familiar de este cirujano.
Tiene escenas completamente esperpénticas de las que hacen preguntarme qué porras me están contando o por qué no me pongo a ver o hacer otra cosa, pero ya.
Los adolescentes, por ejemplo, tienen unas conversaciones "trascendentes" que no le importan lo más mínimo a nadie.
Al principio, el único punto de interés es ver el origen real de la relación con el niñato este, pero el ritmo es tan soporíferamente lento que ni siquiera esto me da el más mínimo frío o calor. Al menos el chaval tiene el buen gusto de que su película favorita sea "Atrapado en el tiempo".
Pues bien, mientras a uno empieza a abrírsele la boca cual hipopótamo africano, no queda otra que sufrir con silencios eternos, "ruido sonoro original" muy chirriante y un argumento insulso a la par que muy poco creíble, especialmente en el comportamiento de todos los personajes. Quizás tenga un mensaje oculto o moraleja que no consigo discernir, ni falta que hace, vamos.
Nunca entenderé los elogios a tedios como este, que me ha supuesto un esfuerzo inconmensurable llegar a ver hasta el final.
Y es que no es hasta el lejano minuto 50 (que parece el 500) cuando se desvela de verdad de lo que va, pero a estas alturas ya no hay quien lo arregle, y el resto del desarrollo tampoco es que salve el día, precisamente.
Es imposible que pueda funcionar como thriller (que es su verdadero género, aunque no lo parezca al principio), con un estilo narrativo tan pobre, soso y aburrido.
Es también imposible que una película logre transmitir emociones o una mínima empatía cuando los personajes están tan relativamente impasibles y tienen un comportamiento tan poco normal (ver "spoiler") ante todo lo que les está pasando.
Voy a tener que intentar cribar un poco más. Tengo la mala costumbre de tragarme casi todo lo que tenga una mínima atracción debido a los actores o a la crítica. Debido a ello me he comido ya unos pocos bodrios como este. A ver si aprendo.
Posdata: Ahora compruebo que es del mismo director de "Langosta". Si lo llego a saber antes, la hubiera visto su padre.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Vamos a ver. Esto no se sostiene por ningún lado. Disculpad si fallo en algo, porque se me cerraban los ojos, la verdad.
- Se supone que los niños están siendo envenenados de alguna manera (porque si fuera control mental por parte del "malo", es que serían demasiado estúpidos y tampoco tendría lógica), y en el hospital no consiguen diagnosticarles nada.
- El médico no llega a tener un arranque de ira y matar al niñato, que sería lo más lógico. Tampoco creo normal que en ningún momento (o eso recuerdo, porque me estaba quedando dormido a ratos), se ofrezca él por sus hijos, aunque el niñato no iba a querer eso.
- Dice Kidman que maten a uno y que luego tengan otro, que todavía puede. Ni puede tenerlos (50 años a día de hoy por wikipedia, por muy bien que se conserve la australiana), ni es normal que una buena madre diga eso, ¡por las barbas de Jack Sparrow!
- El médico tiene al niñato a huevo y no le intenta sacar otra solución a base de tortas. A este le soltaba yo a Hulk, a ver si era tan gallito.
- Los niños, en la casa, no usan silla de ruedas y se arrastran cual lombrices por el suelo. Podrían coserles una mopa y por lo menos servirían para algo.
- La ruleta rusa con la escopeta debería ser una secuencia impactante, pero me resulta tan ridícula que me ha causado auténticas carcajadas. ¡Comedia involuntaria total!
En fin, no sigo. Que esta retahíla de incoherencias argumentales no debe superar a la que hice con "Terminator génesis".
9
8 de diciembre de 2017
27 de 37 usuarios han encontrado esta crítica útil
A ver por donde empiezo...

Según reza el mito, Agamenón cometió la osadía de cazar un ciervo en el bosque sagrado de Artemisa. Esta le castigó haciendo que sus naves quedaran inmovilizadas en Aúlide, camino de Troya y de su famosa guerra. El adivino Calcas reveló un oráculo que exigía el sacrificio de uno de sus hijos, según algunas versiones. Según otras el oráculo pedía explícitamente el sacrificio de Ifigenia, una de las hijas de Agamenón.
Ifigenia, según otra versión, fue atraída con engaños. Según otras, se ofreció voluntariamente en sacrificio. Aquí la historia se bifurca de nuevo. Según unos Ifigenia fue perdonada in extremis por Artemisa, que la sustituyó por un ciervo o un corzo, transportándola a Táuride en Crimea, donde la convirtió en sacerdotisa. En Táuride Ifigenia tenía como misión sacrificar extranjeros como ofrendas a la diosa, siguiendo la pintoresca costumbre local.

Según otros, Ifigenia fue efectivamente sacrificada...

En Táuride la encontró su hermano Orestes, quien acompañado de su primo Pílades venía huyendo de las Erinias tras haberse cepillado a su madre Clitemnestra y a su amante. Al parecer, Apolo le había ordenado a Orestes que en la Táuride robara la estatua de Artemisa y la llevara a Atenas.
Orestes fue hecho prisioneros por los tauros y ofrecidos en sacrificio a Artemisa. Ifigenia era la oficiante, pero le propuso perdonarle la vida si llevaba una carta a Grecia. Ni idea de lo que contenía la carta, el mito no dice nada al respecto que yo sepa. Orestes se negó, pero sugirió que Pílades llevar la carta mientras él se quedaba para ser sacrificado. A cada uno lo suyo.
Al final, Ifigenia y Orestes comprenden que son hermanos y, sin pensarlo dos veces, los tres escapan a Grecia llevando la estatua de Artemisa.

¿Qué tiene esto que ver con la película? Todo y nada, seguramente.

Lo primero que me llama la atención en esta cinta es la proliferación de símbolos. Desde el triángulo en el frontispicio de la mansión familiar, hasta el ajedrezado masónico de la cocina, los dos pilares del lecho matrimonial, además de muchos otros detalles que no recuerdo ahora...
Me temo que esta no es una obra inocente en absoluto. Tampoco me veo capacitado para entrar a fondo en su significado. Pretender encontrar una explicación racional a lo que sucede en la pantalla resulta en mi opinión, ridículo.
Si alguien quiere creer que el grupo protagonista son simplemente una gente algo rarilla que se caracteriza por una peculiar frialdad en el trato, está en su derecho. Por mi parte, lo que percibo es una absoluta ausencia de sentimientos propiamente humanos.
Los protagonistas se comportan como robots porque eso es lo que son: productos de la programación mental mediante trauma. Algo que insinúa claramente, aunque de forma encriptada, el personaje del padre cuando refiere haber masturbado a su propio padre mientras dormía, pero también en la extraña forma de hacer el amor de la pareja protagonista.
En estos personajes cualquier emoción humana auténtica se ha evaporado por completo, y solo queda el residuo, lo puramente formal, la cáscara. Y lo que es peor: ellos parecen no darse siquiera cuenta, hasta tal punto llega su deshumanización.
Pienso que este tipo de películas con las que últimamente nos bombardean, dejando a un lado su excelente factura técnica, son cualquier cosa menos inocuas. Cumplen la función de entrenar al espectador a ficcionalizar la realidad. Y también funcionan a modo de advertencia cabalística. El receptor del aviso, que ni siquiera es consciente de ello, al no hacer nada, está dando su consentimiento. La agenda transhumanista puede proseguir.
Por lo demás, encuentro curioso que tantos críticos insistan en lo de la recreación de un mito clásico. Como si con eso se estuviera diciendo algo, y no simplemente moviendo la boca.
Con lo cual no pretendo haber entendido gran cosa de este embolado, ni tampoco haber descifrado nada. Dejo esta tarea a otros mejor preparados. Yo Me he limitado a intentar exponer lo que esta obra NO es.

Y ahí lo dejo. Y tan a gusto que me quedo.
carlos bosch benitez
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