La historia de una rica aburrida que se dedica a provocar una vuelta de tuerca para entretenerse con un asesor fiscal al que confunde, en principio, con el psiquiatra al que iba a visitar.

Cuando me di cuenta como se desarrollaba, perdí el interés, me pareció una trama ridícula. Siempre me han molestado los juegos, y aquí todo se compone con bastante similitud a un entretenimiento que el personaje interpretado por Sandrine Bonnaire ejecuta con el único interés de la diversión más burda. Incluso aceptando que se trata de ficción, continúa incordiándome.

Segundo Patrice Leconte que pruebo y quedé con esa sensación de poder decir "un Patrice Leconte auténtico", como si de una pintura se tratara. El otro fue El Hombre del Tren. Director de pulso exquisito, sin duda, su cine tiene la cualidad de atrapar, de captar el interés de inmediato, no puedo definir bien merced a qué clase de magia. En estos dos films las historias son más bien minimales, intimistas; el ritmo combina serenidad con una tensión llevada de la mano de notables bandas sonoras compuestas por Pascal Esteve, que les confieren impronta de thriller. Y en ambos casos nos encontramos con un director que explora regiones desconocidas, pasando con osada altivez de la ancha avenida de los adocenados eventos normales. ¿Tal vez es ése el secreto? Quién sabe. En Íntimos Desconocidos la protagonista Anne (Sandrine Bonnaire cautivante, sugerente, misteriosa) también pasa de largo la puerta normal del consultorio psicológico para dar con la oficina del contable William (Fabrice Lucchini que cumple sobradamente con su parte), iniciando de manera inopinada y equívoca lo que devendría en esa suerte de milagro que va más allá de las palabras muertas intercambiadas con un terapeuta: una conversación, ni más ni menos. Un hablar y un escuchar, en una dimensión que "normalmente" difícilmente existe. Eso es todo. Porque no hace falta ningún gran despliegue de eventos ni de recursos allá cuando alguien consigue atravesar y dejar atrás la avenida del habitual tedio cotidiano de la vida. Y éste es el gran secreto -ahora lo veo claro- de la singular magia de este Señor de la Dirección, Patrice Leconte.

Para los que conocen al director no hace falta recomendarla. Para los que suelen transitar por la avenida ancha de la normalidad, decir simplemente que podrían fijarse en un pequeño cartel a la vera del camino, con la inscripción "Patrice Leconte" y una flecha señalando un estrecho vericueto atravesado al que pocos prestan atención pero que puede deparar grandes sorpresas.