Belinda
7.2
1,409
1 de agosto de 2013
1 de agosto de 2013
7 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Durante años, en mi casa, donde acostumbramos a utilizar algunas coletillas que a menudo ni recordamos de dónde proceden, mi madre nos decía esa frase a mí o a mis hermanos cada vez que nos hablaba y no le contestabamos por estar ensimismados viendo la tele, leyendo tebeos o en algún otro pensamiento. Mi padre en cambio cambiaba el ‘como Belinda’ por un ‘agilipollao’ mucho más directo.
Naturalmente yo crecí sin tener ni idea del origen de la expresión hasta que hace poco descubrí esta película que hoy por fin me he dispuesto a ver y que me ha parecido bastante buena.
Es un emotivo drama, bien ambientado y con buenos personajes típicamente rurales. El guión funciona muy bien, es sobrio, tiene sus momentos de clímax muy bien engarzados. Los diálogos son muy realistas, no son especialmente ingeniosos en ningún momento, y casi se agradece para darle credibilidad al ambiente costumbrista en que se desarrolla el drama y desde luego no se echan en falta para transmitir la angustia de la protagonista, una Jane Wyman que se llevó el Oscar con su interpretación llena de ingenuidad y ternura de una sordomuda que sufre la incomprensión de la gente de su pueblo de Nueva Escocia. Y es que la gente de pueblo puede llegar a ser muy cabrona como el cine ya se ha encargado de narrarnos en más de una ocasión, aunque siempre puede llegar un doctor de buen corazón que te eche una mano.
De pequeño nunca me hubiera imaginado que mi madre se refería con ese dicho a Angela Channing, ¡pues anda que ésa no era espabilada ni ná!
Naturalmente yo crecí sin tener ni idea del origen de la expresión hasta que hace poco descubrí esta película que hoy por fin me he dispuesto a ver y que me ha parecido bastante buena.
Es un emotivo drama, bien ambientado y con buenos personajes típicamente rurales. El guión funciona muy bien, es sobrio, tiene sus momentos de clímax muy bien engarzados. Los diálogos son muy realistas, no son especialmente ingeniosos en ningún momento, y casi se agradece para darle credibilidad al ambiente costumbrista en que se desarrolla el drama y desde luego no se echan en falta para transmitir la angustia de la protagonista, una Jane Wyman que se llevó el Oscar con su interpretación llena de ingenuidad y ternura de una sordomuda que sufre la incomprensión de la gente de su pueblo de Nueva Escocia. Y es que la gente de pueblo puede llegar a ser muy cabrona como el cine ya se ha encargado de narrarnos en más de una ocasión, aunque siempre puede llegar un doctor de buen corazón que te eche una mano.
De pequeño nunca me hubiera imaginado que mi madre se refería con ese dicho a Angela Channing, ¡pues anda que ésa no era espabilada ni ná!
6 de septiembre de 2015
6 de septiembre de 2015
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Nos ocupamos hoy de una de las grandes películas de Jean Negulesco, aquel elegante director de cine de origen rumano con un gran don de gentes y ganas de buen vivir. Negulesco debutó como director en 1934, dando instrucciones a Cary Grant en “El templo de las hermosas”, y fracasó. Tuvo que esperar diez años para llegar a la estupenda “La máscara de Dimitrios”, tres más para “Humoresque” (una de las grandes creaciones del infortunado John Garfield) y “Deel Valley”, donde Ida Lupino actuaba maravillosamente; y cuatro años para filmar el caramelo agridulce de “Belinda”, que les abrió a Jane Wyman y a él las puertas del Olimpo. Fue, desde entonces y hasta 1962, con “Jessica” (donde hizo estar más bella que nunca a Angie Dickinson), un cineasta de refinamiento casi institucional en Hollywood, con éxitos del lujo de “Creemos en el amor” (1954), “Un grito en el pantano” (1952), “Cuatro páginas de la vida” (1952): las tres con la extraordinaria Jean Peters; y, sobre todo, de “Como casarse con un millonario” (1953), “El mundo es de las mujeres” (1954), “Sombra enamorada” (1958): en todas poniendo en la picota a Lauren Bacall y, en la primera, contribuyendo decisivamente al lanzamiento de Marilyn Monroe a la leyenda.
“Belinda” es un film muy especial tanto por la maestría del director, como por su temática, o por la propia Jane Wyman. La interpretación de la actriz está llena de melancolía y amor, su personaje vive completamente aislada de los demás por su propio silencio, y la incomprensión de los demás, pero, muy al margen de esto, no es el arquetipo de una persona minusválida, solitaria o triste, sino la imagen imponente de la inteligencia emocional, ese concepto que sirve para describir a las personas fuertes, inteligentes, de personalidad definida, que no permiten que las circunstancias adversas les amarguen la vida. Extraordinaria la actuación de una mujer distinta, casi única frente a una cámara de rodaje, que nos entrega el alma dentro de un mensaje que jamás podremos olvidar, por su excepcional trabajo interpretativo en este film, Jane Wyman fue galardonada con el Óscar a la mejor actriz en 1948, premio conseguido, claro, sin pronunciar una sola palabra... ¡Pura interpretación!
En el film también conocemos al abnegado Dr. Robert Richardson, brillantemente interpretado por Lew Ayres. La elección de Lew Ayres fue un acierto de Jean Negulesco, ya que, todo sea dicho, el agraciado actor tiene pinta de médico. Una pequeña reseña en su estupenda carrera como actor sería recordar el film “Young Dr. Kildare” de Harold S. Bucquet, de 1938, donde Ayres junto a Lionel Barrymore, interpretó a este popular galeno, un personaje de ficción inventado por el escritor Max Brand, y que desde aquellos años ha continuado generando películas, comics, historias radiofónicas y seriales televisivos. Otro buen dato, en la exitosa carrera médico-cinematográfica de Lew Ayres, es que ya había destacado en otro memorable papel, el del Dr. Scott Elliot, encargado de tratar a la inquieta pareja formada por las gemelas Collins (Olivia de Havilland, en doble papel) en la grandiosa “A través del espejo” de Robert Siodmak, de 1946.
Una gran película, un emocionante drama, un desgarrador clásico totalmente atemporal.
“Belinda” es un film muy especial tanto por la maestría del director, como por su temática, o por la propia Jane Wyman. La interpretación de la actriz está llena de melancolía y amor, su personaje vive completamente aislada de los demás por su propio silencio, y la incomprensión de los demás, pero, muy al margen de esto, no es el arquetipo de una persona minusválida, solitaria o triste, sino la imagen imponente de la inteligencia emocional, ese concepto que sirve para describir a las personas fuertes, inteligentes, de personalidad definida, que no permiten que las circunstancias adversas les amarguen la vida. Extraordinaria la actuación de una mujer distinta, casi única frente a una cámara de rodaje, que nos entrega el alma dentro de un mensaje que jamás podremos olvidar, por su excepcional trabajo interpretativo en este film, Jane Wyman fue galardonada con el Óscar a la mejor actriz en 1948, premio conseguido, claro, sin pronunciar una sola palabra... ¡Pura interpretación!
En el film también conocemos al abnegado Dr. Robert Richardson, brillantemente interpretado por Lew Ayres. La elección de Lew Ayres fue un acierto de Jean Negulesco, ya que, todo sea dicho, el agraciado actor tiene pinta de médico. Una pequeña reseña en su estupenda carrera como actor sería recordar el film “Young Dr. Kildare” de Harold S. Bucquet, de 1938, donde Ayres junto a Lionel Barrymore, interpretó a este popular galeno, un personaje de ficción inventado por el escritor Max Brand, y que desde aquellos años ha continuado generando películas, comics, historias radiofónicas y seriales televisivos. Otro buen dato, en la exitosa carrera médico-cinematográfica de Lew Ayres, es que ya había destacado en otro memorable papel, el del Dr. Scott Elliot, encargado de tratar a la inquieta pareja formada por las gemelas Collins (Olivia de Havilland, en doble papel) en la grandiosa “A través del espejo” de Robert Siodmak, de 1946.
Una gran película, un emocionante drama, un desgarrador clásico totalmente atemporal.
7 de enero de 2019
7 de enero de 2019
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Jean Negulesco es un director hoy algo olvidado que, sin embargo, tiene unas cuantas películas interesantes en su haber.
Gran director de actrices, trabajó con todas las grandes. Desde Lauren Bacall, Bette Davis, Deborah Kerr, Marilyn Monroe ( el cual yo creo que fue el artífice que terminaría de afianzar el inmortal personaje por el que luego sería conocida. El de la rubia inocente y explosiva que luego repetiría en todos sus films).
Aquí dirige soberbiamente a Jane Wyman, que conseguiría un Oscar por este papel, interpretando a una sordomuda, criada en una granja de un pequeño pueblo de Nueva Escocia, en el que el nuevo médico rural, interesándose por su caso, conseguirá sacar del ostracismo en el que, los prejuicios y la ignorancia del pueblo, le tienen sometida.
Negulesco sortea hábilmente los peligros de este melodrama, que en ocasiones roza el folletín, dosificando muy bien los momentos trágicos y escabrosos, con un buen retrato de costumbres e incluso unas gotas de humor, mientras hace una crítica terrible acerca de los males que la ignorancia, los prejuicios y la doble moral de los pueblos rurales y toscos, llevan aparejados la crueldad y la humillación de los seres más débiles.
Negulesco demuestra ser un buen director de actrices consiguiendo aquí que Jane Wyman, sin decir una sola línea en toda la cinta, transmita toda clase de emociones de una manera sobria y emotiva sin caer en la sobreactuación como sería de esperar en este tipo de papeles.
También los secundarios están magníficos, al igual que la música y la fotografía. Tiene escenas muy hermosas y creo que merece la pena reivindicar esta película, con pocas votaciones, como un ejemplo de sólido melodrama de los años 40 que no merece el olvido.
Gran director de actrices, trabajó con todas las grandes. Desde Lauren Bacall, Bette Davis, Deborah Kerr, Marilyn Monroe ( el cual yo creo que fue el artífice que terminaría de afianzar el inmortal personaje por el que luego sería conocida. El de la rubia inocente y explosiva que luego repetiría en todos sus films).
Aquí dirige soberbiamente a Jane Wyman, que conseguiría un Oscar por este papel, interpretando a una sordomuda, criada en una granja de un pequeño pueblo de Nueva Escocia, en el que el nuevo médico rural, interesándose por su caso, conseguirá sacar del ostracismo en el que, los prejuicios y la ignorancia del pueblo, le tienen sometida.
Negulesco sortea hábilmente los peligros de este melodrama, que en ocasiones roza el folletín, dosificando muy bien los momentos trágicos y escabrosos, con un buen retrato de costumbres e incluso unas gotas de humor, mientras hace una crítica terrible acerca de los males que la ignorancia, los prejuicios y la doble moral de los pueblos rurales y toscos, llevan aparejados la crueldad y la humillación de los seres más débiles.
Negulesco demuestra ser un buen director de actrices consiguiendo aquí que Jane Wyman, sin decir una sola línea en toda la cinta, transmita toda clase de emociones de una manera sobria y emotiva sin caer en la sobreactuación como sería de esperar en este tipo de papeles.
También los secundarios están magníficos, al igual que la música y la fotografía. Tiene escenas muy hermosas y creo que merece la pena reivindicar esta película, con pocas votaciones, como un ejemplo de sólido melodrama de los años 40 que no merece el olvido.
24 de mayo de 2015
24 de mayo de 2015
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta película gozó de tal popularidad en su momento que en España se acuñó la frase: "Se llora más que en Belinda". Más que un drama, es uno de esos melodramas en los que el destino cruel se ceba con una criatura indefensa. Es un género tan lleno de convencionalismos que sólo puede elevarse sobre sí mismo por la sublimación estética. Buenos ejemplos de ello son los melodramas que interpretó la propia Jane Wyman a las órdenes de Douglas Sirk.
Aquí, Negulesco no cuenta con los recursos al lujo y al color, de los que haría gran despliege en las exitosas comedias románticas que dirigió en la década de los cincuenta y que le emparentaban con el elegante estilo visual de Minnelli. Hay que reconocer que hay directores con un buen gusto innato para componer el plano. En esta película en blanco y negro, la belleza estética está ligada al dramático uso de luces y sombras.
Tambien elegancia narrativa. Tal vez era lo que imponía la censura, pero la elipsis con la que se nos sugiere y a la vez se nos escamotea el acontecimiento más traumático de la historia de Belinda es un auténtico hallazgo. Es lástima que el último tramo de la película, el que transcurre en los tribunales, no esté a la altura de lo que llevabamos visto hasta entonces. Jane Wyman, que era una chica más bien corrientita, se embellece con la inteligencia de su mirada y nos entrega una interpretación memorable.
Aunque tenía muchas ganas, no he llorado a moco tendido. Eso sí, si no se te saltan las lágrimas en la secuencia de la plegaria muda de Belinda es que eres un marmolillo.
Aquí, Negulesco no cuenta con los recursos al lujo y al color, de los que haría gran despliege en las exitosas comedias románticas que dirigió en la década de los cincuenta y que le emparentaban con el elegante estilo visual de Minnelli. Hay que reconocer que hay directores con un buen gusto innato para componer el plano. En esta película en blanco y negro, la belleza estética está ligada al dramático uso de luces y sombras.
Tambien elegancia narrativa. Tal vez era lo que imponía la censura, pero la elipsis con la que se nos sugiere y a la vez se nos escamotea el acontecimiento más traumático de la historia de Belinda es un auténtico hallazgo. Es lástima que el último tramo de la película, el que transcurre en los tribunales, no esté a la altura de lo que llevabamos visto hasta entonces. Jane Wyman, que era una chica más bien corrientita, se embellece con la inteligencia de su mirada y nos entrega una interpretación memorable.
Aunque tenía muchas ganas, no he llorado a moco tendido. Eso sí, si no se te saltan las lágrimas en la secuencia de la plegaria muda de Belinda es que eres un marmolillo.
22 de enero de 2017
22 de enero de 2017
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Belinda es una película de Jean Negulesco, un director de exquisita sensibilidad, que le valió a Jane Wyman un Oscar y el más corto discurso de agradecimiento que jamás se haya oído en esas ceremonias: I won this award by keeping my mouth shut and I think I'll do it again. Pero supongo que lo pronunciaría con la prodigiosa expresividad ocular y gestual con que conquista al espectador en su papel de sordomuda que recibe el “don” de la palabra a través del médico que se instala en el remoto pueblo de pescadores de Nueva Esocia, en Canadá (aunque la película se rodó, by the way…en California) donde la protagonista vive tratando de explotar un miserable rancho a cuya tierra apenas puede arráncarsele una cosecha que permita cierto desahogo a quienes han de dedicarse a menesteres como moler la harina de los demás y hacer pan. La pobreza general es uno de los rasgos distintivos de la localidad, y las consiguientes dificultades para salir adelante. La película transcurre casi bucólicamente, en unos paisajes a medio camino entre el campo y el mar, y el doctor, cuya asistenta no consigue que se fije en ella, se vuelca en la enseñanza de la lengua de signos a la sordomuda, quien, a través de esas lecciones, y dada su inteligencia natural, no tarda en lograr comunicarse con fluidez. Es huérfana de madre y su padre la tiene empleada en el rancho en duros trabajos que contribuyan al mantenimiento de los tres, el padre, su hija y la hermana del padre, una Agnes Moorehead magnífica en su papel de persona huraña que, cuando llega el conflicto dramático, se reconvierte en la más dulce de las criaturas. Los clientes del padre de la sordomuda llegan en alegre comitiva a recoger sus sacos de harina e improvisan un pequeño baile. Como “la tonta”, que es como todos llaman, padre y tía incluidos, a la sordomuda, se ha arreglado y ya no parece la cenicienta que siempre les ha parecido a todos que era, despierta, de repente la lascivia del novio de la asistenta del doctor, quien, cuando advierte que el padre y la tía están en el pueblo, no duda en ir a la granja y violar a la protagonista. Por una exploración que decide el doctor que le hagan en la ciudad, descubre este que Belinda está embarazada, aunque no dice nada, excepto a su tía. El padre, no tarda en enterarse y su primera reacción es revolverse contra el doctor a quien culpa del abuso. Sin que ni Belinda ni el doctor digan quién ha sido, la reacción del doctor es conseguir que el padre acepte lo que para Belinda va a significar tener un hijo, al que, a pesar de haber sido engendrado en una violación, no rechaza, porque Belinda, no obstante su adversa condición, es un ser en estrecha comunicación con la vida, alegre y lleno de esperanza. La película, que lego no pocas cosas a La hija de Ryan y a El milagro de Ann Sullivan y que hereda otras tantas de La ruta del tabaco, es una película valiente e inusual para la época, porque la aceptación con aparente normalidad de una violación cuyo fruto no es rechazado, sino que colma de alegría el hogar donde nace y que, en un giro de guion espectacular, una vez casado ya el violador con la asistenta del doctor, cuando este ha tenido que dejar el pueblo porque ha perdido toda la clientela al haber sido declarado culpable de la violación, dado el tiempo que solía pasar con la protagonista, el padre siente, de repente, la “llamada” de la paternidad y lo organiza todo para arrebatarle su hijo a la sordomuda. Antes de ello, el padre, a través de la reacción de su hija ante el violador, descubre quién es y se propone revelarlo ante el resto de la comunidad. El violador se revuelve contra el padre y en una lucha al borde del acantilado que marca prácticamente uno de los límites de la granja, acaba empujándolo al vacío, despeñándolo y matándolo. Quede claro que cuando el doctor se marcha Belinda ya le ha declarado su amor, que él acepta, así como a la criatura. El intento de arrebatarle el hijo a Belinda acaba en tragedia, con la poéticamente justa muerte del violador, lo que implica la celebración de un juicio en el que Belinda es acusada de asesinato. Y ahí dejo la sinopsis porque tampoco es cuestión de extralimitarse con aquellos espectadores a los que el resumen que hasta aquí llega les despierta la necesidad de ver esta película. Hablo de necesidad, porque el lirismo, el realismo y la dureza social de la película, con ese personaje fuerte del padre que lucha por salir adelante sin pedir ayuda ninguna, fiándose únicamente de lo que pueda hacer con su fuerza de trabajo, la de su hermana e incluso la de su hija, y a quien, en un momento dado, ni siquiera fían ya en el colmado donde más funciona la economía de trueque que la dineraria, adquieren una dimensión casi épica en esta película, por otro lado tan intimista.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
La escena en la que el padre se percata de que su hija, mediante el aprendido lenguaje de signos, acaba de decirle “padre”, tiene una emoción que ninguna música necesita subrayar, del mismo modo que el padre tampoco necesita corresponder más allá de con una caricia liviana.
Lew Ayres, que encarna simbólicamente el empuje del progreso, cumple a la perfección con su papel, pero Jane Wyman, a quien Douglas Sirk sacó un partido máximo en Solo el cielo lo sabe, donde coincide, por cierto, con Agnes Moorehead, consigue en esta película una interpretación tan espléndida que continuamente, si la acción se deriva hacia el doctor, el hermano o el violador, estamos deseando que reaparezca para verla evolucionar en pantalla con una propiedad y una verdad que consigue que el espectador se emocione lo indecible con los vaivenes de una historia tan dramática como llena de vida y esperanza. La realización de Jean Negulesco, que aprovecha el plano panorámico para marcar la determinación del medio natural en los comportamiento de los personajes, compone una crónica de la mezquindad social de las comunidades pequeñas y un historia íntima, la del lento pero firme enamoramiento del profesor y la alumna, con un pulso narrativo que no decae en ningún momento. Recordemos que Negulesco es autor de una obra poco vista, me parece, Un grito en el pantano, en el que la presencia de la naturaleza, los pantanos de Florida, acaban teniendo incluso categoría de personaje en la trama, como en Muerte en los pantanos, de Nicholas Ray, otra joya poco frecuentada. El equipo del que se rodeó Negulesco, con un director de fotografía que venía de hacer El tesoro de Sierra Madre, de Huston, y más tarde haría Flamingo Road, de Michael Curtiz y Al este del Edén, de Elia Kazan, y un músico como Max Steiner es ya una prueba evidente de que Belinda no iba a ser una película más, sino lo que es, una película emocionante que el espectador vive con una intensidad tan extraordinaria como solo Jane Wyman ha sido capaz de transmitirle. No se la pierdan, aquellos que, como yo, puedan haber pasado tanto tiempo sin caer bajo su hechizo. Quede para la anécdota que cuando se hizo una versión teatral de la historia, quien interpreta al violador, Stephen McNally, tan propio y maravilloso en su odioso papel, se ganó el premio de hacer el papel de doctor, para demostrar que era capaz de representar justo lo contrario de lo que representó en la película.
Lew Ayres, que encarna simbólicamente el empuje del progreso, cumple a la perfección con su papel, pero Jane Wyman, a quien Douglas Sirk sacó un partido máximo en Solo el cielo lo sabe, donde coincide, por cierto, con Agnes Moorehead, consigue en esta película una interpretación tan espléndida que continuamente, si la acción se deriva hacia el doctor, el hermano o el violador, estamos deseando que reaparezca para verla evolucionar en pantalla con una propiedad y una verdad que consigue que el espectador se emocione lo indecible con los vaivenes de una historia tan dramática como llena de vida y esperanza. La realización de Jean Negulesco, que aprovecha el plano panorámico para marcar la determinación del medio natural en los comportamiento de los personajes, compone una crónica de la mezquindad social de las comunidades pequeñas y un historia íntima, la del lento pero firme enamoramiento del profesor y la alumna, con un pulso narrativo que no decae en ningún momento. Recordemos que Negulesco es autor de una obra poco vista, me parece, Un grito en el pantano, en el que la presencia de la naturaleza, los pantanos de Florida, acaban teniendo incluso categoría de personaje en la trama, como en Muerte en los pantanos, de Nicholas Ray, otra joya poco frecuentada. El equipo del que se rodeó Negulesco, con un director de fotografía que venía de hacer El tesoro de Sierra Madre, de Huston, y más tarde haría Flamingo Road, de Michael Curtiz y Al este del Edén, de Elia Kazan, y un músico como Max Steiner es ya una prueba evidente de que Belinda no iba a ser una película más, sino lo que es, una película emocionante que el espectador vive con una intensidad tan extraordinaria como solo Jane Wyman ha sido capaz de transmitirle. No se la pierdan, aquellos que, como yo, puedan haber pasado tanto tiempo sin caer bajo su hechizo. Quede para la anécdota que cuando se hizo una versión teatral de la historia, quien interpreta al violador, Stephen McNally, tan propio y maravilloso en su odioso papel, se ganó el premio de hacer el papel de doctor, para demostrar que era capaz de representar justo lo contrario de lo que representó en la película.
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