El hijo de Saúl
6.6
12,755
Drama
En el año 1944, durante el horror del campo de concentración de Auschwitz, un prisionero judío húngaro llamado Saul, miembro de los 'Sonderkommando' -encargados de quemar los cadáveres de los prisioneros gaseados nada más llegar al campo y limpiar las cámaras de gas-, encuentra cierta supervivencia moral tratando de salvar de los hornos crematorios el cuerpo de un niño que toma como su hijo. (FILMAFFINITY)
16 de mayo de 2016
16 de mayo de 2016
39 de 48 usuarios han encontrado esta crítica útil
107 minutos, el 70% protagonizados por la NUCA, esto se traduce en 65'4 minutos de nuestro actor principal en primerísimo plano, la NUCA.
Dicha nuca sufre visicitudes propias de un campo de exterminio en segundo plano. Se mueve por doquier como Pedro por su casa como si tal cosa fuera pasear por el parque más anodino del pueblo más entrañable.
Pero no es así, asistimos a un maldito infierno.
107 minutos de sopor y sufrimiento ajeno. No quiero estar en la piel de esa Nuca, no quiero que vuelvan los tiempos de esa NUCA.
Qué gran peli sobre el INFIERNO. Un infierno que existió de verdad.
Protagonizado por una nuca.
Dicha nuca sufre visicitudes propias de un campo de exterminio en segundo plano. Se mueve por doquier como Pedro por su casa como si tal cosa fuera pasear por el parque más anodino del pueblo más entrañable.
Pero no es así, asistimos a un maldito infierno.
107 minutos de sopor y sufrimiento ajeno. No quiero estar en la piel de esa Nuca, no quiero que vuelvan los tiempos de esa NUCA.
Qué gran peli sobre el INFIERNO. Un infierno que existió de verdad.
Protagonizado por una nuca.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Al final ve la "lus".
27 de enero de 2016
27 de enero de 2016
64 de 99 usuarios han encontrado esta crítica útil
Aún reconociendo la intención transgresora del director de mostrar el horror desde el punto de vista del personaje de Saúl (y que los espectadores sientan y experimenten lo mismo que él), con un distanciamiento total de lo que ocurre dentro del campo de concentración (a Saúl ya no le afectan las miles de muertes diarias por su total adaptación a esa situación y solo le importa la búsqueda de un rabino, evadiendose de todo lo demás, para que rece por el cadáver de quien cree ser su hijo asesinado en la cámara de gas), la película me ha aburrido y agobiado soberanamente. Pero no me ha agobiado la historia, que por otro lado tampoco me ha impactado al ser una historia vista mil veces, me ha agobiado su forma de ser rodada y su montaje: esa puesta en escena siempre con primeros planos y desenfoques para crear esa claustrofobia del personaje solo ha conseguido mi bostezo a partir del minuto quince. No se puede rodar una película siguiendo constantemente a un personaje con plano de su cabeza (de espaldas y de frente), y desenfocando constantemente todo lo que ocurre a su alrededor por muchos sonidos, ruidos y sombras que nos sugieran lo que el personaje está viendo y experimentando. Además con esos planos camuflas la falta de medios y decorado (parece hecha en un garaje con cuatro extras). La puesta en escena es pésima y no entiendo que sea la favorita de los oscars a mejor película de habla no inglesa. Lo mejor cuando acabó. La transgresión del director en la forma de rodar mostrando solo lo que ve el personaje y ese distanciamiento del horror con continuos primeros planos y desenfoques que no permiten ver nada solo ha conseguido el mejor de mis bostezos.
29 de enero de 2016
29 de enero de 2016
29 de 37 usuarios han encontrado esta crítica útil
Saber utilizar el fuera de campo en cine es signo de maestría: que el espectador vea lo que no se muestra, intuya lo que está pasando aunque la acción ocurra en segundo plano, perciba y palpe lo que queda oculto o velado, atisbe que la realidad es mucho más compleja, perversa y caleidoscópica de lo que jamás pudimos imaginar… Todo ello – y mucho más – queda reflejado en este retablo de los horrores, de las vesanias y de las atrocidades de que son capaces nuestros semejantes. Pero también entrevemos un mínimo rayo de esperanza, que casi bordea la locura o la porfía estéril, pero que nos permite salir adelante, que nos hace comprender que la compasión nos devuelve nuestra humanidad y nos redime en nuestro momentos más lúgubres y mezquinos. Queda así la mínima ilusión de no haber perdido del todo nuestra misericordia.
La representación del horror. Pareciera que todo estaba ya dicho sobre el holocausto, sobre los campos de concentración y de exterminio, sobre las brutalidades y salvajadas de la segunda guerra mundial. Y, sin embargo, esta cinta sorprende por su férreo planteamiento sin sentimentalismos, sin ñoñerías ni trivialidades, sin ofrecer ninguna facilidad al acongojado espectador que asiste exasperado a las crueldades más repugnantes de que es capaz el hombre con aquellos que no considera sus iguales, a los que etiqueta de inferiores o esclavos, a los que marca como seres prescindibles o aniquilables, a los que abusa y diezma con una frialdad y contumacia que produce escalofríos. El horror no es sólo algo del pasado, sino que forma parte de nosotros, del presente y, por ello, conviene recordar que nuestra indiferencia o tibieza permite situaciones abominables.
Es admirable la propuesta que nos ofrece László Nemes. Pocas veces asistimos a un planteamiento artístico y estético tan soberbio como éste, donde forma y fondo se complementan a la perfección. Los encuadres claustrofóbicos y sin profundidad de campo, los planos secuencia que siguen y persiguen al protagonista en su angustioso peregrinaje en busca de una utopía, la tonalidad opaca de la fotografía, ayuna de color, dominada por las sombras, la suciedad y el barro, el tono de derrota constante y peligro implacable y al acecho, las imágenes sin brillo, sin énfasis ni subrayados que muestran las mayores bajezas que el ser humano causa a sus prójimos cuando tiene algo de poder y de dominio sobre ellos.
Estamos ante una gran película. Nada complaciente ni fácil de visionar pero imprescindible, necesaria y sobrecogedora, ajena al concepto de entretenimiento confortable o pasatiempo banal. Cine perdurable.
La representación del horror. Pareciera que todo estaba ya dicho sobre el holocausto, sobre los campos de concentración y de exterminio, sobre las brutalidades y salvajadas de la segunda guerra mundial. Y, sin embargo, esta cinta sorprende por su férreo planteamiento sin sentimentalismos, sin ñoñerías ni trivialidades, sin ofrecer ninguna facilidad al acongojado espectador que asiste exasperado a las crueldades más repugnantes de que es capaz el hombre con aquellos que no considera sus iguales, a los que etiqueta de inferiores o esclavos, a los que marca como seres prescindibles o aniquilables, a los que abusa y diezma con una frialdad y contumacia que produce escalofríos. El horror no es sólo algo del pasado, sino que forma parte de nosotros, del presente y, por ello, conviene recordar que nuestra indiferencia o tibieza permite situaciones abominables.
Es admirable la propuesta que nos ofrece László Nemes. Pocas veces asistimos a un planteamiento artístico y estético tan soberbio como éste, donde forma y fondo se complementan a la perfección. Los encuadres claustrofóbicos y sin profundidad de campo, los planos secuencia que siguen y persiguen al protagonista en su angustioso peregrinaje en busca de una utopía, la tonalidad opaca de la fotografía, ayuna de color, dominada por las sombras, la suciedad y el barro, el tono de derrota constante y peligro implacable y al acecho, las imágenes sin brillo, sin énfasis ni subrayados que muestran las mayores bajezas que el ser humano causa a sus prójimos cuando tiene algo de poder y de dominio sobre ellos.
Estamos ante una gran película. Nada complaciente ni fácil de visionar pero imprescindible, necesaria y sobrecogedora, ajena al concepto de entretenimiento confortable o pasatiempo banal. Cine perdurable.
16 de enero de 2016
16 de enero de 2016
22 de 27 usuarios han encontrado esta crítica útil
Con un argumento similar al de "La zona gris", apreciable película, pero en este caso centrado exclusivamente en las andanzas del iluminado protagonista, su mayor novedad y mérito radica, sin duda, en la opción formal elegida, esa cámara en la cara, y en la espalda, de Saúl, todo el rato, más de cien minutos siguiéndole como si de un documental en tiempo real se tratara.
El efecto que se consigue es poderoso; que lo que sucede, el infierno mismo, no salga en primer plano, que solo sea el marco o contexto, todo lo que rodea a Saúl. Así el espanto es más impactante e impresionante, por creíble, por la sensación de realidad y de cercanía que produce, de posible identificación; al huir del sensacionalismo obvio se gana más en verdad/autenticidad.
El asunto sería sencillo: hombre acogotado por el horror pierde la razón y busca un sentido, una señal, un clavo ardiendo, algo a lo que agarrarse desesperadamente para así trata de transformar la crudeza claustrofóbica, agónica, en esperanza y evasión, un modo de sublimar y trascender una situación inasumible, insoportable.
En el niño que no muere, como debería/sería lo normal, cree ver un símbolo religioso, algo que le obliga, que le llama, un mandato moral, una misión redentora y luminosa que le salva y aísla de la miseria abominable que le ahoga.
En un lugar en el que la posible existencia de Dios, o cualquier tipo de finalidad, quedó salvaje, constantemente humillada y negada, tratar de imponer, restituir esa usurpación evidente y terrorífica a la fuerza, mediante una aventura visionaria y enferma, provoca que la odisea de Saúl sume, si eso fuera posible, delirio y disparate a unos hechos ya de por sí aberrantes en todos los aspectos. Una locura que sirve de espejo deformante, lúcido en su distorsión, exacto por acumulación estrepitosa de unos sucesos inaceptables desde cualquier punto de vista, ya sea una premisa humanista, juiciosa o solidaria.
Su actitud pone de manifiesto el absurdo esencial, lo eleva a la máxima potencia, sería el empeño enloquecido por ordenar el caos y el horror, por ritualizar a través de la religión y la sepultura sagrada un lugar en el que lo humano y sus afanes fueron destruidos y no quedó ni rastro, un reflejo monstruoso y grotesco de la eterna lucha del hombre por racionalizar, iluminar y buscar absolutos donde solo halla falta de asideros, crueldad y banalidad; el choque inextinguible entre el ansia de unidad y claridad con(tra) el puro azar frío, tan grosero y gratuito; Sísifo subiendo y bajando la montaña una y otra vez con la roca a cuestas, hasta el fin de los tiempos.
O, desde un punto de vista más materialista, supondría el reconocimiento de su hijo, o un trasunto, o alguien parecido, o un recuerdo o un anhelo, simplemente.*
El efecto que se consigue es poderoso; que lo que sucede, el infierno mismo, no salga en primer plano, que solo sea el marco o contexto, todo lo que rodea a Saúl. Así el espanto es más impactante e impresionante, por creíble, por la sensación de realidad y de cercanía que produce, de posible identificación; al huir del sensacionalismo obvio se gana más en verdad/autenticidad.
El asunto sería sencillo: hombre acogotado por el horror pierde la razón y busca un sentido, una señal, un clavo ardiendo, algo a lo que agarrarse desesperadamente para así trata de transformar la crudeza claustrofóbica, agónica, en esperanza y evasión, un modo de sublimar y trascender una situación inasumible, insoportable.
En el niño que no muere, como debería/sería lo normal, cree ver un símbolo religioso, algo que le obliga, que le llama, un mandato moral, una misión redentora y luminosa que le salva y aísla de la miseria abominable que le ahoga.
En un lugar en el que la posible existencia de Dios, o cualquier tipo de finalidad, quedó salvaje, constantemente humillada y negada, tratar de imponer, restituir esa usurpación evidente y terrorífica a la fuerza, mediante una aventura visionaria y enferma, provoca que la odisea de Saúl sume, si eso fuera posible, delirio y disparate a unos hechos ya de por sí aberrantes en todos los aspectos. Una locura que sirve de espejo deformante, lúcido en su distorsión, exacto por acumulación estrepitosa de unos sucesos inaceptables desde cualquier punto de vista, ya sea una premisa humanista, juiciosa o solidaria.
Su actitud pone de manifiesto el absurdo esencial, lo eleva a la máxima potencia, sería el empeño enloquecido por ordenar el caos y el horror, por ritualizar a través de la religión y la sepultura sagrada un lugar en el que lo humano y sus afanes fueron destruidos y no quedó ni rastro, un reflejo monstruoso y grotesco de la eterna lucha del hombre por racionalizar, iluminar y buscar absolutos donde solo halla falta de asideros, crueldad y banalidad; el choque inextinguible entre el ansia de unidad y claridad con(tra) el puro azar frío, tan grosero y gratuito; Sísifo subiendo y bajando la montaña una y otra vez con la roca a cuestas, hasta el fin de los tiempos.
O, desde un punto de vista más materialista, supondría el reconocimiento de su hijo, o un trasunto, o alguien parecido, o un recuerdo o un anhelo, simplemente.*
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
La película es interesante y vigorosa. Sin duda. Pero yo le encuentro algún problema, quizás dos más esenciales. La insistencia machacona en lo planteado al principio, se repite el modelo incansablemente: Saúl busca enterrar a su muerto, se mete en líos, se busca la ruina, le abroncan, se salva, Saúl busca clérigo para su niño, se... Y cierta confusión que se adhiere inevitablemente a la arriesgada propuesta como una segunda piel; la información que llega al espectador es siempre tan parca, lateral, ambigua, magullada por una mirada tan focalizada y limitada, conscientemente, que se dan varios/muchos/algunos momentos que no son más que la suma disparatada de ruido y furia; el objetivo del director, parquedad desnuda y sin afeites, como posible boomerang envenenado e inconexo.
* Estas posibilidades quedan durante el transcurso de la narración (algún diálogo es muy clarificador al respecto) muy cuestionadas, cuando no negadas casi totalmente; de ahí que haya que buscar explicaciones mejores en los aspectos más psicológicos y religiosos.
En el final, en lugar de optar por un cierre seco y coherente, desolador, sin alharacas, mueren todos y sanseacabó, se prefiere hacer una pequeña trampa (para algunos será genialidad incuestionable), sacar a un niño que vete a saber tú de dónde sale el pobre y que incide en la confusión y ambigüedad "peligrosas" más arriba señaladas, es decir, se juega malamente, al no poderse recordar claramente la figura del primer niño (salía poco y de lejos, pero parecía otro), el que originó el relato, con la información del espectador, que puede llegar a dudar de si se quiere plantear un posible milagro ("Ordet", "Rompiendo las olas"), resucitado de entre los muertos por la fuerza de la fe y el sacrificio, si es en cambio un salto metafórico que va desde lo real hasta la idea misma de la esperanza, una simple alucinación visual de Saúl producto de su inercia suicida o, con mucho la posibilidad más probable, la más evidente aunque difícil también, si es solo pura casualidad (bastante increíble por cierto), un niño pasaba por allí y ya está, ya escampará. En cualquier caso, todas las alternativas (hasta puede haber una mezcla de todas, o de alguna de ellas) me aparecen un lazo innecesario y forzado para una historia que, en mi opinión, no lo requería; lo visto hablaba por sí solo, sobraban añadidos chungos a última hora o guindas demasiado confusas y preparadas.
* Estas posibilidades quedan durante el transcurso de la narración (algún diálogo es muy clarificador al respecto) muy cuestionadas, cuando no negadas casi totalmente; de ahí que haya que buscar explicaciones mejores en los aspectos más psicológicos y religiosos.
En el final, en lugar de optar por un cierre seco y coherente, desolador, sin alharacas, mueren todos y sanseacabó, se prefiere hacer una pequeña trampa (para algunos será genialidad incuestionable), sacar a un niño que vete a saber tú de dónde sale el pobre y que incide en la confusión y ambigüedad "peligrosas" más arriba señaladas, es decir, se juega malamente, al no poderse recordar claramente la figura del primer niño (salía poco y de lejos, pero parecía otro), el que originó el relato, con la información del espectador, que puede llegar a dudar de si se quiere plantear un posible milagro ("Ordet", "Rompiendo las olas"), resucitado de entre los muertos por la fuerza de la fe y el sacrificio, si es en cambio un salto metafórico que va desde lo real hasta la idea misma de la esperanza, una simple alucinación visual de Saúl producto de su inercia suicida o, con mucho la posibilidad más probable, la más evidente aunque difícil también, si es solo pura casualidad (bastante increíble por cierto), un niño pasaba por allí y ya está, ya escampará. En cualquier caso, todas las alternativas (hasta puede haber una mezcla de todas, o de alguna de ellas) me aparecen un lazo innecesario y forzado para una historia que, en mi opinión, no lo requería; lo visto hablaba por sí solo, sobraban añadidos chungos a última hora o guindas demasiado confusas y preparadas.
9 de abril de 2016
9 de abril de 2016
34 de 54 usuarios han encontrado esta crítica útil
Magnífica, maravillosa, grandiosa... todo lo que quieran, todos los premios que sean ¿pero merece la pena marearse? ¿ o vomitar en el cine?
Realizada a la manera "cámara en mano" "falso documental" "dogma" o vete a saber que otra estupidez, el hartazgo de ver la espalda del protagonista en primer plano con el resto de imágenes borrosas y el hartazgo de los mareos constantes, me lleva a puntuarla con un 3.
Sé que la temática es impresionante, que el director la lleva a cabo bajo un punto de vista especial; se que los cinéfilos pseudointelectuales llegarán al orgasmo con ella pero, para mi, el cine es además evasión, distracción y no necesito para nada tener que tomar alguna que otra pastilla para el mareo después de ver una película.
Realizada a la manera "cámara en mano" "falso documental" "dogma" o vete a saber que otra estupidez, el hartazgo de ver la espalda del protagonista en primer plano con el resto de imágenes borrosas y el hartazgo de los mareos constantes, me lleva a puntuarla con un 3.
Sé que la temática es impresionante, que el director la lleva a cabo bajo un punto de vista especial; se que los cinéfilos pseudointelectuales llegarán al orgasmo con ella pero, para mi, el cine es además evasión, distracción y no necesito para nada tener que tomar alguna que otra pastilla para el mareo después de ver una película.
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