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El hombre y la bestia

Terror Famosa adaptacion del clásico de Robert Louis Stevenson, en esta ocasión con John Barrymore como el amable doctor jekyll que sufre de un terrible trastorno de doble personalidad que le hacer convertirse de vez en cuando en otra terrible persona que se hace llamar Mr. Hyde.
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Críticas 11
Críticas ordenadas por utilidad
31 de enero de 2021
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Siempre es un placer tener la oportunidad de ver un clasicazo absoluto como este, en donde la actuación del protagonista y las transformaciones de este son el atractivo principal de la obra.

Si bien no tiene una fotografía tan magnífica como otras maravillas de su época, ¨Nosferatu¨ es el mejor ejemplo que se me ocurre, la película es correcta y la música que la acompaña lo hace perfectamente.
No tiene una gran calidad de grabación, y la verdad raya un poco eso de que te digan que Hyde ha caído en la depravación absoluta... mientras lo ves bebiendo y fumando en el bar... En fin, cosas de la época.
TANOMUERTO
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23 de junio de 2023
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La mejor y más famosa de las adaptaciones de la novela de Robert Louis Stevenson de la época del cine mudo, y en verdad la primera que es una película como tal, con buen desarrollo de la historia y firme ritmo narrativo. Las anteriores, en verdad, eran más bien breves experimentos.

El argumento, de sobra conocido, nos habla sobre la dualidad moral del ser humano, que confronta una fachada social educada, elegante y caritativa, con un deseo oculto de libertinaje, descontrol ético, atractiva maldad… El doctor Jekyll, mostrado casi como una persona ideal, es tentado por ese mundo de placer lujurioso. Se le ocurre entonces una idea que lo libere de su represión, sin dejar de ser él mismo, separar su ser en dos mitades. Una buena, donde puede seguir existiendo; la otra, malvada, que pueda disfrutar de los más perversos vicios de la vida. Nace, así, el señor Hyde. Mientras por el día Jekyll es un reputado científico, por las noches Hyde deambula por los locales más vulgares de la ciudad, saciando su lujuria, adicciones y perversiones.

Dos grandes aspectos a destacar de la obra. La primera, la ambientación. Esos escenarios del Londres callejero sucio, decadente, depravado. Las luces nocturnas iluminan una ciudad habitada por personas con la mirada perdida y la mente enturbiada, adictos a los placeres del alcohol, las drogas y el sexo. El ambiente al que pertenece Hyde por naturaleza, lo que nos lleva al segundo elemento a destacar. El personaje de Hyde está muy bien representado. Esa mirada pérfida y ese rostro que se va envileciendo con la acumulación de atrocidades. El maquillaje, magnífico, va añadiendo detalles con el paso de los minutos, casi de forma imperceptible. Al principio Hyde parece un Jekyll encorvado y con dedos anormalmente largos; y poco a poco su cara va adquiriendo arrugas, su nariz se afila, su pelo se vuelve ralo y sus dientes podridos. Termina pareciendo casi un cadáver, consumido por sus infamias. El maquillaje se lo aplicaba John Barrymore a sí mismo, como era habitual, el cual además se marca una enorme interpretación en su doble rol.

El film está principalmente bañado en un color amarillento, transmitiendo una sensación de decrepitud y enfermedad. En alguna ocasión se cambia por el frío azul de la noche y por el verde, mezcla de ambos. Es casi como si un virus estuviese corrompiendo a la propia cinta.

Déjate pervertir, que para morir hay que haber vivido.
Biopunk
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9 de julio de 2013
1 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Son Múltiples las versiones que han tratado de adaptar la obra de Robert Louis Stevenson, sobre el enigmático Dr Jekill que a su vez era también el terrible Hide. Una de las primeras es quizá también una de las mejores adaptaciones, la que llevo a cabo por el director John S Robertson, en el año 1920.

Es una obra que hemos de analizar en su contexto, pues aún no se había rodado ni el gabinete del Doctor Cagliari (se realiza en el mismo año), una de las películas más fascinantes y cuya influencia posterior en el mundo del cine y en el ámbito del terror, sería enorme. Aún así, la película de Robertson se defiende en su terreno.

Muchas veces se ha tratado de desprestigiar la novela, que sin embargo se hace eco de una disfunción investigada y demostrada en el mundo contemporáneo, el desdoblamiento, el otro, aquel ser que se refleja en el espejo y nos devuelve una imagen diferente a cada momento. No es casualidad que en el expresionismo alemán se dirigieran una serie de películas que también tuvieran como eje principal este desdoblamiento de personalidad, como podría ser el mismo “El gabinete del doctor Cagliari” , “Las manos de Orlac” o “El Golem”, películas en que la personalidad se alienaba en categorías diferentes. ¿Porqué? El ser humano como individuo único había entrado en crisis. Ya no hay un solo yo, sino que la persona contempla la posibilidad que dentro de nosotros coexistan más de uno. Discusión que podemos observar inicialmente en los románticos y que analizará Nietzsche.

Y eso es lo que sucede exactamente a nuestro protagonista principal. El Dr. Jekill es un joven idealista que se desvive por los demás (cuida fervorosamente a indigentes) y apenas tiene tiempo para involucrarse en sus deseos propios, sino que prefiere vivir por los más necesitados. Sus compañeros de profesión le recriminan estas cosas y que no vive el presente, durante un momento de la película, él reprende contestando-La alma es inmortal!-Nuestro personaje sin duda aún cree en el mundo supraterreno. Pero en determinado momento de la acción, nuestro protagonista cata las delicias del mundo sensible y entonces cree que lo ideal sería combinar de manera científica los dos mundos que siempre han sido pilares en el ser humano.

El problema viene cuando el monstruo Hide, la representación de los placeres sensibles, se convierte en el auténtico dominador del doctor. Entonces se produce un desequilibrio que rompe con lo establecido. Si en el primer momento el polo idealista había dominado de manera exclusiva frustrando los deseos reimprimido del doctor, ahora, en la segunda mitad de la obra, las tornas se giran y todo se desarrolla de manera contraria a la incial. Evidentemente ninguna situación es sostenible y acabará en un final que romperá con todo.

Desgraciadamente la película no es ni mucho menos un sesudo análisis sobre la conducta humana, sino que acaba tirando por unos derroteros mucho más efectistas. Una de las bazas es la innegable interpretación de John Barrymore, estrella de la época (uno de los primeros grandes actores de lo que hoy conocemos como estrellas de Hollywood), pero la película se extiende demasiado en su interpretación. De hecho la recreación abusiva es una de las máximas del film. Sí, seguramente en la época la caracterización de Barrymore como un monstruo horrible habría resultado espeluznante (de hecho hay una secuencia onírica bastante sobrecogedora aún hoy), pero verla hoy en día denota las fisuras del argumento, y es que ver a un tipo como Hide moverse durante largos minutos, no es que digamos lo que uno entendería como placer visual. También la película se recrea en otros aspectos como el dibujar la sociedad de la época en la que se ambienta la obra. Vestidos de época, sombreros de época…incluso cabarets, todo es válido para despertar la licenciosa imaginación del espectador. En referencia a esto último es interesante demostrar que pese a que el Dr.Jekill es mostrado como un científico, en realidad sus dotes de actuación se parecen más a la de un ilusionista u ocultista que otra cosa.

La película está rodada cinco años después de que el “El nacimiento de una nación” deslumbrará al mundo, pero la película no demuestra una puesta en escena tan avanzada como la película de Griffith, sino que en este aspecto se demuestra bastante incapacitada. La cámara no se mueve en ningún momento del metraje, sino que el director, Robertson, se sirve únicamente del montaje para elaborar un dinamismo, que por otra parte es bastante escaso. Así la película denota un apolillamiento demasiado pesado, que la frustra desde el primer minuto, haciendo que más que una versión cinematográfica, parezca que nos encontramos con una versión teatral. Si a eso le añadimos que en cierto momento final, todo se diluye en una persecución inane, las posibilidades iniciales del film quedan desprestigiadas.

Simple pero efectivo es el truco del que se sirve el director para demostrar el contraste entre exterior e interior de escenarios (pese a que en realidad todo está rodado en interiores de estudio). Cuando el director nos quiere enseñar un espacio cerrado, se dedica a utilizar un filtro de color ocre, mientras que para el exterior utiliza uno azul, un truco efectivo que funciona pese a su simpleza.

http://neokunst.wordpress.com/2013/07/09/mundo-mudo-el-hombre-y-la-bestia-dr-jekyll-and-mr-hyde/
Kyrios
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1 de marzo de 2018
0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Nueva versión de esta historia que siempre ha fascinado al cine, porque hay muchísimas versiones. Esta es una de ellas y está bien conseguida. Quizás se deja enredar un poco en argumentos secundarios, quizás, para justificar más el argumento, no lo sé, pero me ha resultado algo perezoso, sobre todo la primera parte.

De esa "pereza" sí que me ha gustado mucho la justificación del porque el doctor hace lo que hace. Pero hay otros momentos como cuando va a ese local que hay chinos... no entendí bien la finalidad. Quizás de una forma muy sutil, la depravación que llegado a ser.
edugrn
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28 de noviembre de 2020
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Primera adaptación a la gran pantalla de la celebérrima novela de Stevenson y debut en el cine de John Barrymore, uno de los mitos fundacionales del séptimo arte y patriarca de una dinastía que se prolonga hasta hoy.
A la hora de analizar “El hombre y la bestia” y los excesos dramatúrgicos que algunos le achacan, conviene tener en cuenta lo antedicho —Barrymore era un actor shakesperiano, importado, como tantos otros, a fin de prestigiar el jovencísimo medio—, así como, precisamente, un lenguaje cinematográfico en pañales y todavía muy en deuda con el teatro.
Así, conviven en la cinta de John S. Robertson, pasajes de indiscutible modernidad formal —la inserción de imágenes vistas al microscopio, un puñado de trucajes bastante logrados y un montaje ciertamente fluido de planos medios y cortos— con otros que ya en 1920 se podían considerar anticuados: esas estampas interiores, frontales y de estatismo desesperante, captadas a distancia excesiva, como queriendo amortizar el gasto en escenografía. La película adolece, asimismo, de una torpeza narrativa general manifestada en el recurso casi constante a los intertítulos, innecesarios cuando se dominan los códigos visuales que hacen del cine un género en el que el texto es un elemento secundario, especialmente en su etapa muda.
Con todo, la insalubre atmósfera de los bajos fondos victorianos, con su smog denso como el puré de guisantes, trémula luz de gas, tabucos misérrimos y sórdidos fumaderos de opio, viene recreada con suma pericia. Tampoco puede negarse el carisma de Barrymore, uno de esos sinvergüenzas geniales de los que resulta imposible no encariñarse. No en vano, se trataba del ídolo —y no únicamente cinematográfico— de otra pieza de museo como Errol Flynn. En su doble papel como Henry Jekyll y Edward Hyde, entrega la que posiblemente sea la primera gran interpretación de la historia del cine ¿Histriónica? Por descontado. Y memorable también.
Carorpar
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