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El fantasma de la ópera

Terror. Drama En los sótanos de la Ópera de París vive oculto el misterioso Eric, el hombre de voz de ángel y rostro desfigurado de demonio, que acecha entre pared y pared a la hermosa soprano Christine Daeé, a la que desea catapultar hasta la cima de la fama; pero cuando se entera de que la cantante está prometida al apuesto vizconde Raoul, se vuelve loco de celos. (FILMAFFINITY)
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8
31 de diciembre de 2017 5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es un hecho que, más que asustarnos de lo que sabemos que está, nos aterra la posibilidad de reconocer aquello que no imaginábamos que estuviera.
Un fantasma puede gemir y ponernos la piel de gallina pero, en el momento en que sus motivaciones se tornan monstruosamente humanas... nos asustamos del reflejo que arroja sobre nuestra propia persona.

'El Fantasma de la Ópera' de 1925 es un canto, un poema, consagrado a la oscuridad que mora bajo cualquier edificación mundana.
En los sótanos de la Ópera Garnier de París sobreviven los últimos símbolos de una época barbárica, que de algún modo todos han convenido en enterrar, tal vez para siempre, bajo coloridos decorados y bellas coreografías.
Pero también hay algo más: una sombra nacida de esas entrañas, que ronda los palcos y los puentes de focos, sobrecogiendo si acaso se atreve a expresar su voluntad en cartas dirigidas a todos, y a nadie en particular.

Su existencia se da por confirmada, se susurra entre las bailarinas y se avisa en los pudientes despachos, pero nadie se aventura a sacarle de su escondrijo: requiere mucho más valor enfrentarse a algo que tolerarlo, y de esa cualidad todo París no va muy sobrada.
Pero el Fantasma se atreve a reclamar su corporeidad e identidad, buscando romance con la soprano Christine Daae, y entonces empiezan los problemas.
Porque una cosa es arrastrarse entre túneles y navegar canales viejos, perturbando la paz de los de arriba, y otra cosa muy distinta es querer abandonar la fealdad de lo que está muerto, queriendo equipararte al mundo de los vivos.

Lo que más llama la atención es la apariencia del Fantasma: su máscara, nada romántica, le asemeja al autómata de algún espectáculo, algo imposible de amar y, sin embargo, atrayente en la forma que evoca un misterio por desvelar.
No extraña la inicial curiosidad de Christine y su posterior repulsión, porque ella ha pensado, como todos, que el Fantasma era una fuerza de la naturaleza, cuando en verdad es sólo otro hombre que se ha refugiado en sombras que le fortalecen.
Del amor al odio sólo hay un paso, y de la fascinación al horror también: el que revela que, detrás del monstruo, habita un alma humana en pena, sedienta de venganza por todo lo que le han quitado.

Tras ese desenmascaramiento (el más famoso de la Historia del Cine), la historia no es la de una presencia poderosa, sino la de un marginado social al que se le niega el amor, la única redención que podría encontrar, la misma que todos encontramos al final.
Su icónica aparición como Muerte Roja en el baile teatral deja de ser una demostración de ego y pasa a ser una asunción de identidad: quebrada su paz, será el mensajero que les recuerde ese submundo que todos quisieron olvidar, la presencia chocante en la superficie de esas estancias melancólicas que le abrazaron en su soledad.

Tenemos facilidad para enterrar los muertos, e ignorar los espectros.
Pero reconocer que lo que creemos sobrenatural surge de nuestra torcida humanidad... eso es más de lo que podemos soportar.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
El Fantasma se permite una última amenaza, próxima su hora final... y no es nada, un truco, una distracción, que le humaniza cuando menos lo creímos, dejándonos claro quiénes son los monstruos.

Gigantesco, maestro, inabarcable Lon Chaney.
9
11 de mayo de 2023 4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Voy a empezar dando un consejo valioso para los devoradores del séptimo arte que se adentran en el mundo del cine mudo. Antes de ver una película investigad qué versión es la que tenéis entre manos si no lo sabéis a ciencia cierta. La experiencia puede cambiar radicalmente. Una buena pista es comprobar si es a color, lo que suele ser una buena señal (contrario a la creencia popular, el cine mudo era a color, no en blanco y negro). En los primeros pasos del cine no había mucha preocupación por conservar las películas y ello deriva en que pululen muchas copias de baja calidad, sin restaurar, sin los colores originales y sin la música adecuada.

¿A qué viene esta recomendación aquí y no en cualquier otra ficha? Dos motivos. Primero porque yo la primera vez que vi esta película fue en una de esas versiones cutres, y dejaba la sensación de haber visto algo probablemente bueno, pero oculto por una capa de suciedad. Segundo, porque el color en esta película es elemento indispensable de su arte. Casi un personaje más. La versión original (ahora restaurada) muestra escenas tintadas según el escenario, el personaje o incluso la sensación térmica. Hay dos escenas de un gran impacto visual, abrumadoras: el baile de máscaras, rodada en un tempranero tecnicolor; y la escena inmediatamente posterior en la azotea, bañada en un tenue azul simbolizando la seguridad de la noche, rota de forma abrupta con la presencia del Fantasma, cuya capa roja (coloreada a mano) irrumpe en el ambiente con violencia.

El siguiente elemento sobresaliente, y seguramente el más conocido, es Lon Chaney. ‘El hombre de las mil caras’ se hacía su propio maquillaje y el del Fantasma es fascinante. Un clásico de los monstruos del terror. Es un rostro que infunde miedo y repulsión, que transmite vileza y locura. La interpretación de Chaney es magnífica, arrasa con todo cada vez que hace acto de presencia, con y sin máscara. El Fantasma en esta película es un villano maquiavélico, su rostro deformado es una proyección de la oscuridad de su alma. Es malvado, obsesivo, paranoico, extravagante. Su don para la música solo es igualado por sus virtudes criminales. Y aún con todo levanta lástima en nosotros, pues se aprecia cierto dolor en su interior. El personaje es un claro referente para los futuros villanos del cine, tanto en el terror como en otros géneros.

La película consta de un ritmo frenético. Entre los juegos de sombras, los paseos del Fantasma, la locura popular, los majestuosos escenarios de la Ópera dando paso a las húmedas e infernales catacumbas plagadas de trampas mortales, los asesinatos, la tensión constante, el misterio y el ambiente opresivo, y un final que marcaría la pauta de los posteriores monstruos del terror, se consigue una obra excelente, muy entretenida, inigualable y única.

Clásico imprescindible del cine.
5
15 de diciembre de 2023 4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es que amo con toda mi alma a «El fantasma de la Ópera», creo que ya lo he dicho antes pero no me importa repetirlo, así que impulsada por ese amor y en parte también por el estreno de su musical en Madrid, he vuelto a leer la novela, porque sí. Me he enterado entonces de que el propio Leroux participó en esta adaptación al cine, lo cual posiblemente explique lo bien adaptada que está.

La tarea de trasladar con la fidelidad requerida el libro a la gran pantalla en 1925 resulta titánica y hasta queda descartada, claro. Sin embargo, se nota que hay amor y respeto hacia el original, y que se sabía muy bien lo que se hacía. Las líneas básicas de la historia están presentes, la caricaturización de Erik («¡pobre desventurado de Erik!») me parece muy lograda, aunque yo siempre optaría por un actor de más presencia física; y todos los decorados, escenarios y ambientación, por ejemplo de la Ópera, son buenísimos. Ese aire gótico y romántico del lago, quizá sea lo mejor.

Eso sí, les ha faltado completar la cinta con la fabulosa historia del Fantasma, su historia personal y toda su grandeza. Este libro es Erik, una de las figuras más atrayentes y maravillosas de la literatura. La novela de Gaston Leroux tiene intriga y terror; es una crónica periodística, una historia de amor, una aventura que te lleva desde los sótanos de París, a Persia, a Rusia, a la India… y al mismísimo corazón de Erik, que se desvela precioso.

La película no llega a esa magia insondable ni a esa tragedia eterna del Fantasma de la Ópera, pero es una película bastante digna.
6
18 de octubre de 2009
5 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Considero un reto para la época hacer una película como está. La dirección artística es buena y los actores están muy bien, sobre todo Lon chaney.
Está adaptación de 1925 tiene la virtud de ser la primera y quizás la mejor de todas la realizadas hasta ahora, aunque creo que en manos de otro director habría sido genial.
Mi problema con el cine mudo es que, comparado con el de Chaplin, no tienen la fuerza y el sentimiento del gran maestro.
De todas formas recomiendo ver esta obra a los amantes del cine de terror y del cine en general teniendo en cuenta que estamos al principio de la historia del cine.
6
17 de mayo de 2013 3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Película que recrea el famoso relato de Gastón Leroux. La ambientación, en general, es uno de los puntos altos del film. Un teatro grandilocuente, con grandes arañas, una monumental representación de un ángel, catacumbas con ojivas góticas en proximidades del río Sena, presumo yo. El desarrollo narrativo, en cambio, me pareció poco convincente, hay una presentación esquemática de los personajes -considérese la época y el carácter silente de la película- algo de poca brillantez. Ciertamente, la composición de Chaney encarnando al protagonista mentalmente extraviado, Erik, víctima de la afición a las artes negras, es encomiable y aterradora, magnífica la caracterización fisonómica del fantasma oculto tras bambalinas. Tengo que adelantar entonces que el film no me pareció a la altura de algunas loas que oí -o leí- aunque puedo decir que la película para mí puede fragmentarse en dos partes, una primera más bien monótona y hasta algo pesada y un impensado progreso una vez que la cantante protagonista cae secuestrada por el fantasma. La película fue estrenada y reestrenada varias veces, en el mismo año 1925, con sucesivos cambios, a los que se agregan los de 1929, versión a la que se ciñe esta crítica. 6,75.
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