Zabriskie Point
6.6
2,114
Drama
Tras un enfrentamiento en un campus universitario entre estudiantes y policías, un joven de familia acomodada, Mark, cree haber matado a un agente y huye, en compañía de otro joven y tras robar una avioneta, al desierto de Arizona. Allí se encuentra de un modo fortuito con Daria, una muchacha que trabaja para un abogado, director de un importante proyecto inmobiliario, y que está cruzando el desierto en automóvil para asistir a una ... [+]
26 de abril de 2010
26 de abril de 2010
14 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Antonioni, en 1970, haría efectiva la noción del desierto al realizar su film norteamericano Zabriskie Point. Aquí, como en todos estos primeros ejemplos secos, el desierto funciona como metáfora de un estado de cosas. De tal manera, todavía encontramos un aparato ideológico que, como atestado, quiere describir el mundo. La imagen tiene entonces un carácter metafórico allende su propia fisicidad: vehicula ideas. Es el lugar común del cine moderno tras el estallido realista: un cine de ideas, transformador del mundo y de las conciencias. Más aún, el neorrealismo sin bicicleta, como diría Deleuze, ha perdido el fundamento social que lo dotaba de sentido, y por tanto se ve obligado a mirarse a sí mismo y ponerse en cuestión. Esto ocurre con Fellini o el propio Antonioni. En ZabriskiePoint el desierto del mismo nombre es la metáfora de una sociedad (la joven Norteamérica del hippismo, la paz y el amor, y su anverso: Nixon) que se halla desnuda: moral y físicamente. El desierto Pop de Zabriskie, con la forma de un cerebro fuera de su cráneo, expuesto al aire, ilustra una sociedad transparente y pornográfica, que hace de la exhibición el sentido, aniquilando la posibilidad del misterio.
Ese espectáculo, la sociedad de consumo y el capitalismo de ficción, se ve reducido a la mera repetición paranoide de su propia violencia. El sexo sucio y patológico, incontrolable y maquinizado: hacer el amor es como pilotar un avión y viceversa, esa es la regla del juego. Antonioni, ilustrando las tesis de Debord, finiquita el film con la repetición espectacular de una casa volando por los aires, filmada desde diferentes puntos de vista.
(continúa en La cicatriz interior)
Ese espectáculo, la sociedad de consumo y el capitalismo de ficción, se ve reducido a la mera repetición paranoide de su propia violencia. El sexo sucio y patológico, incontrolable y maquinizado: hacer el amor es como pilotar un avión y viceversa, esa es la regla del juego. Antonioni, ilustrando las tesis de Debord, finiquita el film con la repetición espectacular de una casa volando por los aires, filmada desde diferentes puntos de vista.
(continúa en La cicatriz interior)
4 de febrero de 2011
4 de febrero de 2011
14 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
Manifiesto en años de vesania estudiantil. Y debe entenderse como tal, como inequívocamente ligada a un tiempo sin que por ello haya perdido validez, pues no se podría entender el cine actual sin películas como está o Blow-up (1970). Urdimbre de violencia, rock y contaminación televisiva que parecen acabar con el “american way of life” y que Antonioni percibe como una bomba ya detonada (últimos planos).
El realizador transporta la incomunicación de la pareja (en su célebre tetralogía) a una incomunicación global, donde Estado y pueblo ni se entienden, ni buscan comprenderse. Los personajes ligados a aquellos años (pero indiscutiblemente actuales) reflejan el hastío de seguir tragando aire, y quedan reflejados en continua guerra con ellos mismos (adolescentes de hoy en día: no sois únicos, ni vuestra indolencia singular).
Atrás quedan las guerras con la MGM (írónico reflejo de la incomunicación que Antonioni estaba condenando) que pretendían hacer un nuevo “Easy Rider” más intelectualizado, y que acabaron mermando la producción y la taquilla.
Queda un conjunto de metáforas excesivamente abiertas (y repetitivas), y un “Zabriskie Point” tan vacío como el desierto de Mohave, o como los valores de una sociedad que Antonioni condenó duramente en su filmografía. De fuerza arrebatadora en determinados momentos (un plano de un cowboy moderno apresado por el tedio mientras bebe su cerveza matutina en el bar más incomunicado del Planeta), de filigranas polvorosas donde retoza el amor (polvo eres y...), y estallidos de violencia contra el sistema capitalista (¡es tan, tan, tan iuesei!: por esos años “Perros de paja” o “Harry el sucio” fueron estrenadas en plena campaña navideña).
El realizador transporta la incomunicación de la pareja (en su célebre tetralogía) a una incomunicación global, donde Estado y pueblo ni se entienden, ni buscan comprenderse. Los personajes ligados a aquellos años (pero indiscutiblemente actuales) reflejan el hastío de seguir tragando aire, y quedan reflejados en continua guerra con ellos mismos (adolescentes de hoy en día: no sois únicos, ni vuestra indolencia singular).
Atrás quedan las guerras con la MGM (írónico reflejo de la incomunicación que Antonioni estaba condenando) que pretendían hacer un nuevo “Easy Rider” más intelectualizado, y que acabaron mermando la producción y la taquilla.
Queda un conjunto de metáforas excesivamente abiertas (y repetitivas), y un “Zabriskie Point” tan vacío como el desierto de Mohave, o como los valores de una sociedad que Antonioni condenó duramente en su filmografía. De fuerza arrebatadora en determinados momentos (un plano de un cowboy moderno apresado por el tedio mientras bebe su cerveza matutina en el bar más incomunicado del Planeta), de filigranas polvorosas donde retoza el amor (polvo eres y...), y estallidos de violencia contra el sistema capitalista (¡es tan, tan, tan iuesei!: por esos años “Perros de paja” o “Harry el sucio” fueron estrenadas en plena campaña navideña).
23 de abril de 2010
23 de abril de 2010
9 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Michelangelo Antonioni, en su única, creo, inmersión (hablando de cine) en los Estados Unidos, nos brindaba una película idealista, soñadora, que retrata ese espíritu juvenil que se contagió de joven en joven (y los no tan jóvenes) en medio mundo occidental. Un espíritu que buscaba y luchaba, nada más y nada menos, que por cambiar el mundo. Parece que el cineasta la realizará desde la nostalgia, desde el dolor de la oportunidad perdida. Deja un poso de amargura. Dentro de la temática, es de lo mejor que he visto. Ah, la banda sonora corre a cargo de Pink Floyd.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Son tiempos de revolución estudiantil en los Estados Unidos. Son los años finales de la década de los 60. Mark, un joven inconformista, harto de tanta asamblea revolucionaria cargada de palabrería y ausente de hechos, decide, pistola en mano, hacer su revolución asesinando a un policía. No le quedará otra que huir, huir en una avioneta robada, la Lily7, por el desierto californiano que se encamina hacia Arizona.
Daria, por su parte, es una joven secretaria, hastiada de su autómata empleo. Busca reflexionar, encaminar de otro modo su vida. Se tomará un tiempo de descanso, de meditación al volante, huyendo por esa línea de asfalto impuesta sobre el desierto, desafiando a su jefe, ese que la halaga, él que la cita en Phoenix para una reunión de negocios.
En medio de ambas encrucijadas, Mark y Daria, acabarán por encontrarse, por conocerse. Será en Zabriskie Point, un paraje, en apariencia, muerto, levantado en medio del desierto de California. Ambos le darán rienda suelta al amor y la pasión, algo con lo que evadirse de tan materialista existencia, acogiéndose al “haz el amor y no la guerra”, encontrando cobijo así frente a tanto consumismo, frente a tanta avaricia, refugiándose en ese punto arenoso que les aparte de ese mundo emergente de electrodomésticos, violencia y desigualdades. Poco durará la excitación, pues, como todos sabemos, todo ello tendrá un final trágico. Un final en el que morir dentro de una sudorosa avioneta, o en el que llorar amargamente en un chalet lujoso lleno de magnates mangantes. Daria deseará hacerlo explosionar todo.
Daria, por su parte, es una joven secretaria, hastiada de su autómata empleo. Busca reflexionar, encaminar de otro modo su vida. Se tomará un tiempo de descanso, de meditación al volante, huyendo por esa línea de asfalto impuesta sobre el desierto, desafiando a su jefe, ese que la halaga, él que la cita en Phoenix para una reunión de negocios.
En medio de ambas encrucijadas, Mark y Daria, acabarán por encontrarse, por conocerse. Será en Zabriskie Point, un paraje, en apariencia, muerto, levantado en medio del desierto de California. Ambos le darán rienda suelta al amor y la pasión, algo con lo que evadirse de tan materialista existencia, acogiéndose al “haz el amor y no la guerra”, encontrando cobijo así frente a tanto consumismo, frente a tanta avaricia, refugiándose en ese punto arenoso que les aparte de ese mundo emergente de electrodomésticos, violencia y desigualdades. Poco durará la excitación, pues, como todos sabemos, todo ello tendrá un final trágico. Un final en el que morir dentro de una sudorosa avioneta, o en el que llorar amargamente en un chalet lujoso lleno de magnates mangantes. Daria deseará hacerlo explosionar todo.
21 de noviembre de 2012
21 de noviembre de 2012
12 de 16 usuarios han encontrado esta crítica útil
Antonioni anuncia en los primeros minutos una película de corte netamente político e ideológico: vemos un acalorado debate universitario sobre la revolución; primeros planos a marcas y una publicidad inmobiliaria conservadora, naif y WASP hasta decir basta. Pero no, lo que sigue es una road movie "jipona" con una excesiva carga alegórica, (algo que en 2001: Odisea del Espacio no resulta una carga porque la trama del filme de Kubrick lo exige). En la soledad del desierto la película gana plásticamente y pierde narrativamente, es ahí donde a Antonioni la película se le va de las manos y nos revela su falta de estructura, como si todo fuese una excusa para ver planos hermosos de montañas y cuerpos jóvenes copulando. Es una pena que el creador de imágenes tan pulidas no se haya decidido por hacer una película de género, una road movie hecha y derecha (por cierto, cuando alguien compra un arma al comienzo de una película, espero que sea disparada por lo menos cinco veces).
En Gatica, el Mono, Leonardo Favio exhibía sin pudor y con mucha honestidad su visión del peronismo, poniendo énfasis en el costado emocional y apartando total y explícitamente el intelectual. Antonioni pretende operar del modo opuesto y falla: con la purificación ígnea de los bienes materiales en el final el largometraje recupera el "espíritu combativo" del comienzo y se autoproclama "una severa crítica al consumismo", casi un chiste si tenemos en cuenta que está musicalizada (y muy bien) por Pink Floyd, (con toda la maquinaria comercial que ese nombre implica) y protagonizada por un actor que se parece más a un modelo de jeans y una actriz que daba más para pin-up que para agitar la bandera de la disconformidad.
En Gatica, el Mono, Leonardo Favio exhibía sin pudor y con mucha honestidad su visión del peronismo, poniendo énfasis en el costado emocional y apartando total y explícitamente el intelectual. Antonioni pretende operar del modo opuesto y falla: con la purificación ígnea de los bienes materiales en el final el largometraje recupera el "espíritu combativo" del comienzo y se autoproclama "una severa crítica al consumismo", casi un chiste si tenemos en cuenta que está musicalizada (y muy bien) por Pink Floyd, (con toda la maquinaria comercial que ese nombre implica) y protagonizada por un actor que se parece más a un modelo de jeans y una actriz que daba más para pin-up que para agitar la bandera de la disconformidad.
12 de septiembre de 2010
12 de septiembre de 2010
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
"Zabriskie Point" no es una obra maestra. Bergman, su providencial compañero de ruta al embarcarse aquel fatídico 30 de julio con Caronte, decía que Antonioni tan sólo realizó dos obras maestras y que no valía la pena molestarse con sus demás películas. El sueco se refería a "La notte" y "Blow-Up". Me permito disentir, y colocar a la «trilogía de la incomunicación» en su integralidad como el aporte mayúsculo y definitivo que el director italiano legó a la historia del cine. Sin embargo, cuando aparentemente la nada ocurre, "Zabriskie Point" nos regala un cúmulo de instantáneas que radiografían, con la inaudita belleza formal a la que arriban únicamente los verdaderos autores, el estado de situación que vivía Estados Unidos, y por añadidura el sistema capitalista, en los tardíos años sesenta.
Estrenado en 1970, el largometraje comienza con una serie de planos cortos internándose en las vaguedades de una asamblea estudiantil. Mark es un joven involucrado en el activismo político de tintes un tanto radicales. Jaqueado por confusos episodios con muertes de por medio, pues el compromiso estudiantil y las protestas degeneran en violentos enfrentamientos con la autoridad policial, emprende una desconcertada fuga, no tanto del “orden policíaco” como del caos urbano (que Antonioni presenta como una metáfora de la sociedad de consumo ante la cual se rebelan los jóvenes nihilistas). El protagonista entonces hurta una avioneta, y se encarrila hacia el desierto californiano, donde el azar lo topará con Daria, una secretaria veinteañera que va conduciendo para encontrarse con su jefe. Allí "Zabriskie Point" se transforma, por momentos, en una road-movie al mejor estilo de la prácticamente simultánea "Easy Rider". El desierto, y más precisamente el punto que confiere el título al film, donde Mark y Daria coinciden, aparece como un remanso de libertad y paz; en su continuo silencio y en su vasta extensión se produce la comunión de la contracultura, se respira la eternidad, contraponiéndose a los cientos de carteles publicitarios y a las maquetas de la vida idílica ultramoderna y prediseñada que atestan las calles de la ciudad.
Es cierto que el desarrollo de la historia, lejos de ser consistente y uniforme, sufre algunas inconexiones ostensibles, y ello no debe ser motivo de sorpresa teniendo en cuenta que el guión pasó por una media decena de libretistas, incluidos el propio Antonioni y Sam Shepard. No obstante, estimo que "Zabriskie Point" tiene un valor más significativo y perdurable como ejercicio documental que como ficción propiamente dicha.
Estrenado en 1970, el largometraje comienza con una serie de planos cortos internándose en las vaguedades de una asamblea estudiantil. Mark es un joven involucrado en el activismo político de tintes un tanto radicales. Jaqueado por confusos episodios con muertes de por medio, pues el compromiso estudiantil y las protestas degeneran en violentos enfrentamientos con la autoridad policial, emprende una desconcertada fuga, no tanto del “orden policíaco” como del caos urbano (que Antonioni presenta como una metáfora de la sociedad de consumo ante la cual se rebelan los jóvenes nihilistas). El protagonista entonces hurta una avioneta, y se encarrila hacia el desierto californiano, donde el azar lo topará con Daria, una secretaria veinteañera que va conduciendo para encontrarse con su jefe. Allí "Zabriskie Point" se transforma, por momentos, en una road-movie al mejor estilo de la prácticamente simultánea "Easy Rider". El desierto, y más precisamente el punto que confiere el título al film, donde Mark y Daria coinciden, aparece como un remanso de libertad y paz; en su continuo silencio y en su vasta extensión se produce la comunión de la contracultura, se respira la eternidad, contraponiéndose a los cientos de carteles publicitarios y a las maquetas de la vida idílica ultramoderna y prediseñada que atestan las calles de la ciudad.
Es cierto que el desarrollo de la historia, lejos de ser consistente y uniforme, sufre algunas inconexiones ostensibles, y ello no debe ser motivo de sorpresa teniendo en cuenta que el guión pasó por una media decena de libretistas, incluidos el propio Antonioni y Sam Shepard. No obstante, estimo que "Zabriskie Point" tiene un valor más significativo y perdurable como ejercicio documental que como ficción propiamente dicha.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Con el pleno dominio de la técnica del séptimo arte que siempre lo caracterizó, esto es, del movimiento, del color, del plano, pero infundido por esa tenacidad que lo conducía a ser actual y subversivo, alejado de los procedimientos clásicos, en su primera y única experiencia estadounidense, el cineasta italiano consiguió algunas secuencias admirables. Destaco muy especialmente la del onírico acto sexual en la aridez del Valle de la Muerte, que desemboca en una idealización colectiva del amor libre y universal por medio de un montaje que constituye en sí mismo una pieza de arquitectura sensorial. Claro que toda esta continuación de imágenes que configuran una experiencia visual inenarrable, vienen a ser complementadas por una banda sonora que, en sintonía con la excusa argumental, también trasluce las tensiones socio-políticas y los manifiestos culturales de una época signada por Vietnam y la explosión psicodélica. Se suceden, en consecuencia, composiciones de Pink Floyd, Kaleidoscope, Jerry Garcia y su banda Grateful Dead, quizá el prototipo mismo del sonido psicodélico.
Se afirma habitualmente que las cintas de Michelangelo Antonioni, rigurosas y modernas como eran (o son), diseccionaron en algún punto la alienación, la angustia y el desconcierto del hombre contemporáneo. Si bien "Zabriskie Point" podría resumirse como la mirada desencantada de un europeo sobre una Norteamérica en crisis más axiológica que bélica, en el fondo el tema sigue siendo el mismo: la condición humana como territorio inabarcable, descripta con menos respuestas que preguntas. Hasta que todo explota al son de “Careful with That Axe, Eugene” y la opresión del individuo sumido en la dimensión económica como única esencia de su ser (Marcuse dixit), aunque sea por un instante, y en medio de un collage de imágenes surrealistas, parece desaparecer.
Se afirma habitualmente que las cintas de Michelangelo Antonioni, rigurosas y modernas como eran (o son), diseccionaron en algún punto la alienación, la angustia y el desconcierto del hombre contemporáneo. Si bien "Zabriskie Point" podría resumirse como la mirada desencantada de un europeo sobre una Norteamérica en crisis más axiológica que bélica, en el fondo el tema sigue siendo el mismo: la condición humana como territorio inabarcable, descripta con menos respuestas que preguntas. Hasta que todo explota al son de “Careful with That Axe, Eugene” y la opresión del individuo sumido en la dimensión económica como única esencia de su ser (Marcuse dixit), aunque sea por un instante, y en medio de un collage de imágenes surrealistas, parece desaparecer.
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