Excalibur
7.3
26,565
Aventuras. Fantástico. Drama
Tras una larga y cruenta guerra, Uther Pendragon le ruega al mago Merlín que le ayude a seducir a la esposa de su nuevo aliado, el Duque de Cornwall. Merlín accede, pero a condición de que el fruto de esa unión le sea entregado. Esa misma noche, es concebido Arturo. Dieciocho años después, los nobles de un reino cuyo trono está vacante intentan apoderarse de Excalibur, la espada mágica que está incrustada en una piedra desde la muerte de Uther. (FILMAFFINITY) [+]
29 de mayo de 2008
29 de mayo de 2008
50 de 69 usuarios han encontrado esta crítica útil
Después de aficionarme irremediablemente al cine de John Boorman con propuestas tan brillantes como “La selva esmeralda” o “Deliverance”, y otros films como El general, no me quedó más remedio que dirigirme hacía uno de mis géneros predilectos, el de la épica y las historias de héroes legendarios con todos los entresijos que ello conlleva.
Y, tras verla, no puedo mostrarme menos fascinado ante la gran cinta que presentó Boorman allá por los 80 que, sin grandes dosis de efectos especiales ni fulgurantes batallas con puñados y puñados de extras, supo otorgarnos una propuesta sólida y compacta que, respaldada por una maravillosa fotografía, una banda sonora impecable, una logradísima ambientación en ocasiones y unos elementos de atrezo perfectamente añadidos, culminó en una excelente propuesta sin prácticamente nada que envidiar a los films que al principio de esta crítica he mentado.
En ella, Boorman nos muestra personajes, ante todo, humanos, y como humanos, con defectos y virtudes, y los tiñe de distintos modos para adentrarnos en sus temores y hablar sobre la traición, el engaño, el valor, la fuerza, el coraje, la codicia o la amistad.
Para todo eso, se sirve de una historia brillante que, tras unos compases iniciales algo desafortunados, donde a más de uno le puede costar agarrar el hilo de la historia, aumenta gradualmente hasta llegar a puntos verdaderamente fabulosos, donde más de uno se sentirá atrapado por el poderío de unas imágenes virtuosas y deslumbrantes y unos personajes magníficamente confabulados a la par que humanos. Sobretodo humanos (recalco).
Todo ello acompañado por un elenco fabuloso, donde los actores que poseen una papeleta de más trascendencia cumplen a la perfección (destacando en especial a una genial Helen Mirren, así como la buena interpretación de Nigel Terry o las nada desdeñables aportaciones de los siempre cumplidores Gabriel Byrne o Liam Nesson, sin olvidar el papel de Cherie Lunghi como Guenevere).
Así, Boorman vuelve a demostrar el gran realizador que es y las grandes dotes que posee para conformar historias crudas y vivaces al mismo tiempo sin restar ni un sólo ápice de importancia a los demás parámetros que la deben conformar.
A más de uno le tocaría revisar esta cinta antes de rodar Señores de los anillos, Eragones o demás tonterías. O como decimos aquí: "Que n'aprenguin"
Y, tras verla, no puedo mostrarme menos fascinado ante la gran cinta que presentó Boorman allá por los 80 que, sin grandes dosis de efectos especiales ni fulgurantes batallas con puñados y puñados de extras, supo otorgarnos una propuesta sólida y compacta que, respaldada por una maravillosa fotografía, una banda sonora impecable, una logradísima ambientación en ocasiones y unos elementos de atrezo perfectamente añadidos, culminó en una excelente propuesta sin prácticamente nada que envidiar a los films que al principio de esta crítica he mentado.
En ella, Boorman nos muestra personajes, ante todo, humanos, y como humanos, con defectos y virtudes, y los tiñe de distintos modos para adentrarnos en sus temores y hablar sobre la traición, el engaño, el valor, la fuerza, el coraje, la codicia o la amistad.
Para todo eso, se sirve de una historia brillante que, tras unos compases iniciales algo desafortunados, donde a más de uno le puede costar agarrar el hilo de la historia, aumenta gradualmente hasta llegar a puntos verdaderamente fabulosos, donde más de uno se sentirá atrapado por el poderío de unas imágenes virtuosas y deslumbrantes y unos personajes magníficamente confabulados a la par que humanos. Sobretodo humanos (recalco).
Todo ello acompañado por un elenco fabuloso, donde los actores que poseen una papeleta de más trascendencia cumplen a la perfección (destacando en especial a una genial Helen Mirren, así como la buena interpretación de Nigel Terry o las nada desdeñables aportaciones de los siempre cumplidores Gabriel Byrne o Liam Nesson, sin olvidar el papel de Cherie Lunghi como Guenevere).
Así, Boorman vuelve a demostrar el gran realizador que es y las grandes dotes que posee para conformar historias crudas y vivaces al mismo tiempo sin restar ni un sólo ápice de importancia a los demás parámetros que la deben conformar.
A más de uno le tocaría revisar esta cinta antes de rodar Señores de los anillos, Eragones o demás tonterías. O como decimos aquí: "Que n'aprenguin"
2 de octubre de 2010
2 de octubre de 2010
37 de 43 usuarios han encontrado esta crítica útil
Uno de los aspectos que más me fascinan del séptimo arte es la música. Yo diría, incluso, que todas –o casi todas- mis pelis preferidas contienen, como mínimo, alguna secuencia en la que la música ocupa un lugar predominante. Alguna secuencia en la que la banda sonora deja de ser un mero acompañamiento para convertirse en un elemento que sublima la imagen y la dota de un poderío inenarrable. Ejemplos de ello los tenemos a espuertas (“Hasta que llegó su hora”, “Lawrence de Arabia”, “Apocalypse Now”, “2001”, “Psicosis”, “Manhattan”, “Tiburón”…) pero la primera peli cuya música me emocionó, me estremeció y me hizo derramar lagrimones como puños fue, sin lugar a dudas, “Excalibur”.
No quisiera, sin embargo, dar a entender que fue únicamente la música lo que me fascinó de la peli de Boorman. Ni mucho menos. Obviamente, “Excalibur” es un peliculón por muchísimas razones. Entre ellas, por su magia, por su atmósfera, por su épica, por su dramatismo o por su propia leyenda. Pero ello no es óbice para recordar que cada vez que interviene la música todos estos valiosísimos ingredientes se magnifican. Se engrandecen. Se elevan a la enésima potencia. Y eso es lo que precisamente ocurre, por ejemplo, cuando Perceval entrega el Santo Grial a Arturo para que éste y los campos de Inglaterra -sumidos en el hechizo sombrío del mal- renazcan de nuevo (“Carmina Burana” de Carl Orff) o cuando, ultimada la batalla final, un agonizante Arturo ruega a Perceval que devuelva la espada Excalibur a la dama del lago ("Siegfried Funeral's March", de Richard Wagner).
Y aunque muchos puedan pensar que con semejante selección musical cualquier tuercebotas sería capaz de componer un peliculón como la copa de un pino, yo diría que -para conseguirlo- es del todo necesario que las imágenes estén a la altura. Y eso no es fácil. Nada fácil. Y menos en unos tiempos en los que la piel de gallina está a precio de oro.
No quisiera, sin embargo, dar a entender que fue únicamente la música lo que me fascinó de la peli de Boorman. Ni mucho menos. Obviamente, “Excalibur” es un peliculón por muchísimas razones. Entre ellas, por su magia, por su atmósfera, por su épica, por su dramatismo o por su propia leyenda. Pero ello no es óbice para recordar que cada vez que interviene la música todos estos valiosísimos ingredientes se magnifican. Se engrandecen. Se elevan a la enésima potencia. Y eso es lo que precisamente ocurre, por ejemplo, cuando Perceval entrega el Santo Grial a Arturo para que éste y los campos de Inglaterra -sumidos en el hechizo sombrío del mal- renazcan de nuevo (“Carmina Burana” de Carl Orff) o cuando, ultimada la batalla final, un agonizante Arturo ruega a Perceval que devuelva la espada Excalibur a la dama del lago ("Siegfried Funeral's March", de Richard Wagner).
Y aunque muchos puedan pensar que con semejante selección musical cualquier tuercebotas sería capaz de componer un peliculón como la copa de un pino, yo diría que -para conseguirlo- es del todo necesario que las imágenes estén a la altura. Y eso no es fácil. Nada fácil. Y menos en unos tiempos en los que la piel de gallina está a precio de oro.
30 de noviembre de 2006
30 de noviembre de 2006
37 de 47 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pues eso, esta pelicula me parece una verdadera obra de arte, que cuenta con una banda sonora que le va como anillo al dedo, que junto con la exquisita fotografía, son los 2 puntos fuertes de este film. Es cautivadora, mágica, y tiene momentos que te ponen la piel de gallina. Transmite perfectamente el espirítu épico de las leyendas Artúricas y la espada Excalibur, siendo la mejor película de las que se han hecho hasta el día de hoy sobre ese tema.
Si acaso, y por poner un punto negativo (aunque seria muy relativo el hacerlo), decir que si comparamos la "calidad técnica" de las batallas y combates, número de extras, y presupuesto, con las perfeccionistas y curradísimas,, técnicamente hablando, producciones de hoy en dia (Gladiator, Troya, etc...), se le nota que en ese aspecto le ha pasado el tiempo a la película. Aunque en su época, daba la talla.
Aun a pesar de lo anterior, sin duda, merece la pena verla. Pues la excepcional y electrizante banda sonora, y su fotografía, con planos memorabilisimos que brillaran en la historia del cine por siempre, y por los que no pasa ni pasará el tiempo, suple con creces el punto negativo que he comentado anteriormente.
Si acaso, y por poner un punto negativo (aunque seria muy relativo el hacerlo), decir que si comparamos la "calidad técnica" de las batallas y combates, número de extras, y presupuesto, con las perfeccionistas y curradísimas,, técnicamente hablando, producciones de hoy en dia (Gladiator, Troya, etc...), se le nota que en ese aspecto le ha pasado el tiempo a la película. Aunque en su época, daba la talla.
Aun a pesar de lo anterior, sin duda, merece la pena verla. Pues la excepcional y electrizante banda sonora, y su fotografía, con planos memorabilisimos que brillaran en la historia del cine por siempre, y por los que no pasa ni pasará el tiempo, suple con creces el punto negativo que he comentado anteriormente.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Los "momentos de mágicos de la película" (y hablo en plural, porque hay varios a destacar), son: (al hablar de momentos mágicos me refiero tanto a planos concretos como a escenas).
-El cautivador plano de la espada clavada en la roca, así como el momento en que es extraída por Arturo.
-La escena de la dama del lago surgiendo de las aguas con la espada en la mano.
-El arbol de los ahorcados.
-La épica marcha de los caballeros bajo la lluvia de los almendros.
-El memorable combate final entre padre e hijo, con un gigantesco e imponente sol de atardecer de fondo.
-Cuando surge la mano de la dama del lago para recoger la espada que vienen volando por los aires.
-El cuerpo de Arturo transportado en una nave hacia la isla de Avalon.
Todos y cada uno de estos momentos, son acompañados de banda sonora perfectamente acorde con la situación.
-El cautivador plano de la espada clavada en la roca, así como el momento en que es extraída por Arturo.
-La escena de la dama del lago surgiendo de las aguas con la espada en la mano.
-El arbol de los ahorcados.
-La épica marcha de los caballeros bajo la lluvia de los almendros.
-El memorable combate final entre padre e hijo, con un gigantesco e imponente sol de atardecer de fondo.
-Cuando surge la mano de la dama del lago para recoger la espada que vienen volando por los aires.
-El cuerpo de Arturo transportado en una nave hacia la isla de Avalon.
Todos y cada uno de estos momentos, son acompañados de banda sonora perfectamente acorde con la situación.
10 de julio de 2011
10 de julio de 2011
33 de 39 usuarios han encontrado esta crítica útil
Mientras sólo se viva una vez y los días sean de veinticuatro horas, los cinéfilos no tenemos más remedio que resignarnos y aceptar que todas las películas que veremos a lo largo de nuestra vida nunca serán tantas como las que nos quedarán por ver.
En virtud de las leyes físicas uno debe priorizar y elegir. En mi caso, "Excalibur" parecía destinada a formar parte de las nunca vistas, porqué las fantasías épicas medievales de espada y brujería no me llaman nada la atención (y, sinceramente, lo que les sucediera o dejara de suceder a Arturo, Lancelot, Perceval y compañía tampoco nunca me ha quitado el sueño).
Pero la providencia se cruzó en mi camino en forma de entusiasta recomendación de mi amigo Winnipeg, así que le hice un hueco y ahora ya me puedo sentir afortunado de haberla visto. Les invito a la lectura de su crítica (por si se le ocurre cambiar de apodo, es la titulada "Hacia las nieblas de Avalon"), ya que se expande hacia una excelente disertación —que comparto plenamente— acerca de la esencia del arte cinematográfico.
Por mi ignorancia al respecto, no estoy en condiciones de valorar el film en cuanto representante fiel de las tradiciones del ciclo artúrico, pero sí puedo opinar que a lo largo de su metraje hay sobradas oportunidades para recitar como un mantra la mítica frase que se escuchaba en los años del arte y ensayo, "¡esto es cine!". Curiosa frase —Godard escribía que nadie necesita gritar "¡esto es novela!"o "¡esto es teatro!"— que, bajo su apariencia de trasnochada, se revele quizás como aún muy necesaria.
Los aspectos en este caso más destacados son, para mí, la dirección artística y la fotografía —es fascinante la forma de jugar con los elementos naturales para dotarlos de una gran carga mítica y mística, el sentido en el uso de las armaduras, ya sea relucientes con múltiples reflejos solares o ya sucias, según la etapa de armonía o de caos en que estemos, o la belleza de todas las escenas dónde interviene la Dama del Lago—, así como el inteligente uso de las elipsis, el montaje (en especial el paralelo) y la música, sobre todo la de Wagner. Pero aunque sobre el papel se puedan identificar y estudiar estos elementos por separado, si en definitiva sostenemos que se trata de cine es porqué durante la proyección se funden en una unidad orgánica.
Así, pues, parafraseando a Gabriel Celaya, una película cargada de cine. A mi entender, lo ideal sería que los términos película y cine se interrelacionaran por defecto en calidad de continente y contenido. Sin embargo, a menudo aparecen disociados, puesto que para hacer cine se necesita un cierto grado de sensibilidad artística mientras que para hacer películas basta con tener dinero. Por eso siempre habrá menos cine que películas (aunque gracias a Dios sí el suficiente para ocupar toda la vida de un espectador exigente y quedarse, como apuntaba al principio, todavía con ganas de más).
En virtud de las leyes físicas uno debe priorizar y elegir. En mi caso, "Excalibur" parecía destinada a formar parte de las nunca vistas, porqué las fantasías épicas medievales de espada y brujería no me llaman nada la atención (y, sinceramente, lo que les sucediera o dejara de suceder a Arturo, Lancelot, Perceval y compañía tampoco nunca me ha quitado el sueño).
Pero la providencia se cruzó en mi camino en forma de entusiasta recomendación de mi amigo Winnipeg, así que le hice un hueco y ahora ya me puedo sentir afortunado de haberla visto. Les invito a la lectura de su crítica (por si se le ocurre cambiar de apodo, es la titulada "Hacia las nieblas de Avalon"), ya que se expande hacia una excelente disertación —que comparto plenamente— acerca de la esencia del arte cinematográfico.
Por mi ignorancia al respecto, no estoy en condiciones de valorar el film en cuanto representante fiel de las tradiciones del ciclo artúrico, pero sí puedo opinar que a lo largo de su metraje hay sobradas oportunidades para recitar como un mantra la mítica frase que se escuchaba en los años del arte y ensayo, "¡esto es cine!". Curiosa frase —Godard escribía que nadie necesita gritar "¡esto es novela!"o "¡esto es teatro!"— que, bajo su apariencia de trasnochada, se revele quizás como aún muy necesaria.
Los aspectos en este caso más destacados son, para mí, la dirección artística y la fotografía —es fascinante la forma de jugar con los elementos naturales para dotarlos de una gran carga mítica y mística, el sentido en el uso de las armaduras, ya sea relucientes con múltiples reflejos solares o ya sucias, según la etapa de armonía o de caos en que estemos, o la belleza de todas las escenas dónde interviene la Dama del Lago—, así como el inteligente uso de las elipsis, el montaje (en especial el paralelo) y la música, sobre todo la de Wagner. Pero aunque sobre el papel se puedan identificar y estudiar estos elementos por separado, si en definitiva sostenemos que se trata de cine es porqué durante la proyección se funden en una unidad orgánica.
Así, pues, parafraseando a Gabriel Celaya, una película cargada de cine. A mi entender, lo ideal sería que los términos película y cine se interrelacionaran por defecto en calidad de continente y contenido. Sin embargo, a menudo aparecen disociados, puesto que para hacer cine se necesita un cierto grado de sensibilidad artística mientras que para hacer películas basta con tener dinero. Por eso siempre habrá menos cine que películas (aunque gracias a Dios sí el suficiente para ocupar toda la vida de un espectador exigente y quedarse, como apuntaba al principio, todavía con ganas de más).
17 de julio de 2020
17 de julio de 2020
26 de 27 usuarios han encontrado esta crítica útil
Con "Excalibur" no soy objetivo. Personalmente significó el descubrimiento del cine como emoción pura. Todavía hoy entiendo el cine como la imagen del Rey Arturo atravesando a caballo una constelación de pétalos blancos. Caballeros de armaduras refulgentes entre almendros en flor y los coros del Carmina Burana con su hermoso clamor de batalla. Supongo que no fui el único que, gracias a esta obra maestra de John Boorman, descubrí las cantatas profanas de Carl Orff, hoy en día muy manoseadas por la cultura pop, pero que siguen siendo una de las cimas de la épica musical.
Sigo cautivado por la puesta en escena de "Excalibur", sus frondosos bosques, las pesadas armaduras que convierten a los personajes en astronautas metálicos y la fotografía de Alex Thomson con esos reflejos verdosos. Nunca antes la solemnidad operística de Richard Wagner había tenido tanto sentido en cine como en "Excalibur". En realidad un anacronismo histórico, pues casi 400 años separan al compositor alemán de las lejanas leyendas artúricas. Bendito anacronismo.
Una película redonda con unos diálogos bellísimos capaces de convertir a la fe católica al más ateo. Nigel Terry, fallecido en 2015, siempre será el atribulado Rey Arturo y Perceval (Paul Geoffrey) con su pureza de espíritu nos convence de que Dios existe para quien aprende a mirar con los ojos del alma.
Incluso con películas de culto como "Deliverance" o "A quemarropa" ninguna película de Boorman alcanzó el fulgor de "Excalibur". Sin ser un director genial se puede afirmar que con "Excalibur" Boorman alcanzó el mismo estado de gracia que Perceval contemplando el Grial. Obra maestra.
Sigo cautivado por la puesta en escena de "Excalibur", sus frondosos bosques, las pesadas armaduras que convierten a los personajes en astronautas metálicos y la fotografía de Alex Thomson con esos reflejos verdosos. Nunca antes la solemnidad operística de Richard Wagner había tenido tanto sentido en cine como en "Excalibur". En realidad un anacronismo histórico, pues casi 400 años separan al compositor alemán de las lejanas leyendas artúricas. Bendito anacronismo.
Una película redonda con unos diálogos bellísimos capaces de convertir a la fe católica al más ateo. Nigel Terry, fallecido en 2015, siempre será el atribulado Rey Arturo y Perceval (Paul Geoffrey) con su pureza de espíritu nos convence de que Dios existe para quien aprende a mirar con los ojos del alma.
Incluso con películas de culto como "Deliverance" o "A quemarropa" ninguna película de Boorman alcanzó el fulgor de "Excalibur". Sin ser un director genial se puede afirmar que con "Excalibur" Boorman alcanzó el mismo estado de gracia que Perceval contemplando el Grial. Obra maestra.
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