Fausto
6.4
1,323
Drama. Fantástico
Ambientada en el siglo XIX. Se basa en la leyenda alemana de Fausto, un sabio que hace un pacto con el diablo, y en las adaptaciones literarias del mito por parte de Goethe y Thomas Mann. (FILMAFFINITY)
25 de noviembre de 2011
25 de noviembre de 2011
7 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Innecesaria, aunque plásticamente muy brillante, visión de Fausto por un realizador que se dedica a plantear su obra bajo el signo de lo visuamente conmovedor, sin hacer caso de que la paciencia puede acabar con todo de lo que abrumadoramente se habla y habla en la película. Quiere contar muchas cosas pero como a lo que se atiende es a colgar discursos existenciales, se deja el hilo narrativo donde le viene en gana. Y así, definitivamente, deja a los que la ven con un palmo de narices. Y como todos los jurados de los festivales del mundo verán en sus imágenes y sus diálogos la fuente de inspiración de un cine brillante e inaudito la llenarán de premios. Para armarse de paciencia y dejarse llevar por su pretencioso torrente de festival de ocres, verdes y blancos que colorean las imágenes. No más.
3 de marzo de 2012
3 de marzo de 2012
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
En la penúltima jornada de la 68ª edición del Festival de Cine de Venecia, todo el mundo parecía tenerlo claro. Un título se repetía una y otra vez: 'Shame', el prodigioso drama neoyorquino de Steve McQueen, había encandilado a propios y extraños y todas las voces se alzaron en un clamor para reclamar que el León de Oro fuera a parar a esta película protagonizada por Michael Fassbender y Carey Mulligan. Todo parecía visto para sentencia en el Lido, de modo que los pocos que no habían emigrado a Toronto, ya hacían las maletas pensando en lo previsible del palmarés de ese año. Pues no, al final solamente hubo premio a la Mejor Interpretación Masculina, porque el Jurado presidido por Darren Aronofsky hizo saltar la banca, mandando al garete la mayoría de quinielas y apuestas.
Ni McQueen, ni Polanski, ni Alfredson, ni Clooney, ni Cronenberg. La gloria se fue para Rusia; para uno de sus cineastas actualmente más remarcables: Alexandr Sokurov. Abanderado del cine de autor sin tapujos, y tras aproximadamente un cuarto de siglo de carrera a sus espaldas, ya no debe sorprender que Sokurov trate de sorprender, si se permite la cacofonía. Si se le da una copa de vino para brindar, sería de ilusos esperar que probara el contenido que hay en ella; si se le diera un balón de baloncesto, no sería lógico confiar en que tirara a canasta. Del mismo modo, cuando el director y guionista de Irkutsk se presenta con una versión del clásico de Goethe 'Fausto', lo último que cabe esperar es una adaptación en el sentido tradicional de la palabra. Y así es.
Que no se suban por las paredes los más puristas, pues el esqueleto argumental se nos presenta intacto. Sigue estando el ambicioso Fausto, y sigue estando el Diablo. Entre ellos, la relación que ya conocemos: un contrato con trampa; un intercambio tan apetitoso como peligroso. El conocimiento supremo a cambio de algo tan insignificante como el alma. Nuestro héroe ni se lo piensa, y a partir de aquí empieza la última odisea de Sokurov, un experto en este tipo de travesías titánicas. Solo así puede definirse la que a día de hoy sigue siendo su obra cumbre... quizás una de las obras más ambiciosas de la historia del séptimo arte: 'El arca rusa', en la que dos millares de actores y un solo plano secuencia ubicado en el incomparable marco del museo del Hermitage, repasaban trescientos años de historia de la madre Rusia.
Ni McQueen, ni Polanski, ni Alfredson, ni Clooney, ni Cronenberg. La gloria se fue para Rusia; para uno de sus cineastas actualmente más remarcables: Alexandr Sokurov. Abanderado del cine de autor sin tapujos, y tras aproximadamente un cuarto de siglo de carrera a sus espaldas, ya no debe sorprender que Sokurov trate de sorprender, si se permite la cacofonía. Si se le da una copa de vino para brindar, sería de ilusos esperar que probara el contenido que hay en ella; si se le diera un balón de baloncesto, no sería lógico confiar en que tirara a canasta. Del mismo modo, cuando el director y guionista de Irkutsk se presenta con una versión del clásico de Goethe 'Fausto', lo último que cabe esperar es una adaptación en el sentido tradicional de la palabra. Y así es.
Que no se suban por las paredes los más puristas, pues el esqueleto argumental se nos presenta intacto. Sigue estando el ambicioso Fausto, y sigue estando el Diablo. Entre ellos, la relación que ya conocemos: un contrato con trampa; un intercambio tan apetitoso como peligroso. El conocimiento supremo a cambio de algo tan insignificante como el alma. Nuestro héroe ni se lo piensa, y a partir de aquí empieza la última odisea de Sokurov, un experto en este tipo de travesías titánicas. Solo así puede definirse la que a día de hoy sigue siendo su obra cumbre... quizás una de las obras más ambiciosas de la historia del séptimo arte: 'El arca rusa', en la que dos millares de actores y un solo plano secuencia ubicado en el incomparable marco del museo del Hermitage, repasaban trescientos años de historia de la madre Rusia.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
¿Quién dijo miedo? Alexandr desde luego no, un autor cuyo legado demuestra que no tiene ningún reparo en enfrascarse en proezas de la técnica... y del arte más intangible; más sesudo. Aquel que requiere de un gran esfuerzo por parte del espectador para su comprensión y entendimiento, aquel que debe verse en plenas facultades (sobre todo de paciencia) para no perder la fe en él a las primeras de cambio. Si se va a la sala de cine con esta actitud, el disfrute de la obra está casi garantizado. Por su singularidad, por su atipicidad (a sabiendas que éstos dos calificativos cada vez pueden emplearse menos en el mundo del cine), y cómo no, por su magia casi subliminal, que indudablemente está allí, pero no en el escaparate. Hay que ir a buscarla.
Como ya hizo en sus anteriores trabajos de la tetralogía del poder, 'Moloch', 'Taurus' y 'Solntse', dedicados respectivamente a Hitler, Lenin y al emperador Hirohito, el acercamiento que ofrece Sokurov explica a la perfección qué fueron todas estas figuras... aunque parezca todo lo contrario. Centrándose en su extraña cotidianidad, iba surgiendo poco a poco un retrato acuradísimo de una época, de unas circunstancias históricas inconfundibles, y a la postre, de una figura. 'Fausto', como buen colofón a esta saga, no es la excepción. La atipicidad planteada por Sokurov va mucho más allá de una pantalla cuadrada en la que las imágenes quedan eventual y deliberadamente mal escaladas.
El auténtico diamante en bruto está en la manera de planificar unos diálogos cuya altísima densidad puede pasarse por alto. En un montaje que permite la introducción discreta de composiciones visuales poderosísimas. En una planificación de la narración marca de la casa, en la que los sucesos no desfilan, sino que fluyen, como en los sueños, aunque éste adquiera en ocasiones tintes de pesadilla grotesca. Puede que el León de Oro lo mereciera más Steve McQueen (si hubiera dependido de un servidor, así habría sido), pero también hay que reconocer a Aronofsky y compañía su valentía por creer en una apuesta tan arriesgada. Una película que, casi sin darnos cuenta, ha hecho con nosotros algo cercano a un pacto diabólico: nos ha dado las herramientas para sumarnos a un viaje imposible. Un viaje al conocimiento, al alma, al infinito... y más allá.
Como ya hizo en sus anteriores trabajos de la tetralogía del poder, 'Moloch', 'Taurus' y 'Solntse', dedicados respectivamente a Hitler, Lenin y al emperador Hirohito, el acercamiento que ofrece Sokurov explica a la perfección qué fueron todas estas figuras... aunque parezca todo lo contrario. Centrándose en su extraña cotidianidad, iba surgiendo poco a poco un retrato acuradísimo de una época, de unas circunstancias históricas inconfundibles, y a la postre, de una figura. 'Fausto', como buen colofón a esta saga, no es la excepción. La atipicidad planteada por Sokurov va mucho más allá de una pantalla cuadrada en la que las imágenes quedan eventual y deliberadamente mal escaladas.
El auténtico diamante en bruto está en la manera de planificar unos diálogos cuya altísima densidad puede pasarse por alto. En un montaje que permite la introducción discreta de composiciones visuales poderosísimas. En una planificación de la narración marca de la casa, en la que los sucesos no desfilan, sino que fluyen, como en los sueños, aunque éste adquiera en ocasiones tintes de pesadilla grotesca. Puede que el León de Oro lo mereciera más Steve McQueen (si hubiera dependido de un servidor, así habría sido), pero también hay que reconocer a Aronofsky y compañía su valentía por creer en una apuesta tan arriesgada. Una película que, casi sin darnos cuenta, ha hecho con nosotros algo cercano a un pacto diabólico: nos ha dado las herramientas para sumarnos a un viaje imposible. Un viaje al conocimiento, al alma, al infinito... y más allá.
19 de junio de 2015
19 de junio de 2015
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Película que retoma la leyenda del personaje histórico que le da nombre al filme, interpretado por Johannes Zeiler, ambientando la acción en el siglo XIX, un hombre sabio que le vende su alma a Satanás (Anton Adasinsky) para, entre otras cosas, poseer a la hermosa y joven Margarete (Isolda Dychauk). Es así como la leyenda que se ha transmitido, las múltiples películas que se han filmado y la literatura que se ha escrito, va mostrando la perversión de Fausto frente al imaginario de poder que va adquiriendo con el maligno al lado.
El film es dirigido por Alexandr Sokurov, cierra la tetralogía del poder que comprende también sus imperdibles trabajos: Moloch (1999, sobre Hitler), Taurus (2001, sobre Lenin) y Solnste (2005, sobre Hirohito). Una adaptación libre con un guion propio escrito en conjunto con Marina Koreneva, que bebe de varias de las fuentes ya mencionadas previamente, pero donde sin duda el realizador ruso deja su marca.
Faust se presenta como un film sobrecargado de diálogos, con mucho movimiento, con secuencias largas, a pesar de que hay cortes estos muchas veces no se perciben, no en el sentido de que la obra se plantea como un único plano secuencia, sino por la continuidad del relato y lo que vemos, pasa prácticamente desapercibido. Cuenta con una ambientación espléndida, la época está representada en gran forma, las imágenes se distorsionan en algunos instantes, cuestión propia del momento que vive el protagonista y la distorsión que su moral está sufriendo, además se juega con el color y los tonos, un espléndido trabajo de fotografía de Bruno Delbonnel y Bernhard Nicolics-Jahn.
Sokurov se aleja de lo que fue una parte de su filmografía, del largo listado de documentales (elegías) y de sus películas donde se decía mucho pero con poco, aquí se dice de igual forma mucho, pero con mucho. Faust es una obra que al finalizar da mucho para interiorizar e ir detallando en lo que expone, invita a la reflexión, con un humor muy negro y con dudas existenciales que se presentan una y otra vez.
El film es dirigido por Alexandr Sokurov, cierra la tetralogía del poder que comprende también sus imperdibles trabajos: Moloch (1999, sobre Hitler), Taurus (2001, sobre Lenin) y Solnste (2005, sobre Hirohito). Una adaptación libre con un guion propio escrito en conjunto con Marina Koreneva, que bebe de varias de las fuentes ya mencionadas previamente, pero donde sin duda el realizador ruso deja su marca.
Faust se presenta como un film sobrecargado de diálogos, con mucho movimiento, con secuencias largas, a pesar de que hay cortes estos muchas veces no se perciben, no en el sentido de que la obra se plantea como un único plano secuencia, sino por la continuidad del relato y lo que vemos, pasa prácticamente desapercibido. Cuenta con una ambientación espléndida, la época está representada en gran forma, las imágenes se distorsionan en algunos instantes, cuestión propia del momento que vive el protagonista y la distorsión que su moral está sufriendo, además se juega con el color y los tonos, un espléndido trabajo de fotografía de Bruno Delbonnel y Bernhard Nicolics-Jahn.
Sokurov se aleja de lo que fue una parte de su filmografía, del largo listado de documentales (elegías) y de sus películas donde se decía mucho pero con poco, aquí se dice de igual forma mucho, pero con mucho. Faust es una obra que al finalizar da mucho para interiorizar e ir detallando en lo que expone, invita a la reflexión, con un humor muy negro y con dudas existenciales que se presentan una y otra vez.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
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El dato: Faust fue la segunda película rusa en ganar el Leone d’Oro en el Festival de Venecia, luego de Vozvrashchenie (El regreso, 2003) de Andrei Zvyagintsev. Sin embargo, si lo extendemos a lo que fue la URSS, sería el cuarto film, tras los triunfos de Urga (1991) de Nikita Mikhalkov y por supuesto, el infaltable, Andrei Tarkovsky con su primer largometraje Ivanovo detstvo (La infancia de Iván, 1962).
29 de noviembre de 2011
29 de noviembre de 2011
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
De la misma forma que el doctor Fausto indaga en las entrañas humanas para buscar el habitáculo del alma, Alexandr Sokurov mueve su cámara por las entrañas de un siglo XIX cargado de miserias envueltas en una fina tela de lirismo. Es ahí donde, a mi modo de ver, radica la aportación de Sokurov a esta historia mercantil en la que el protagonista vende su alma: la carga alegórica del discuros que nos acerca a la época en la que vivió Fausto, que nos ayuda a comprender mejor las razones de sus acciones y que nos deja esos espacios abiertos para que el espectador se implique en los hechos narrados y llegue a sus propias conclusiones.
Lo mejor: la belleza de la fotografía, de los encuadres, de las perspectivas que adopta la cámara,... a la hora de dibujar las diversas connotaciones de los espacios por los que se mueve Fausto con su particular guía.
Lo peor: la duración del film. Creo que 134 minutos resultan excesivos para contar la historia de Fausto con el discurso que Sokufov emplea ya que hay momentos en los que el espectador puede caer en el hastío. Yo vi Fausto en el cine y pude comprobar como sobre 10 personas que estaban cerca de mi se fueron en mitad de la proyección.
Lo mejor: la belleza de la fotografía, de los encuadres, de las perspectivas que adopta la cámara,... a la hora de dibujar las diversas connotaciones de los espacios por los que se mueve Fausto con su particular guía.
Lo peor: la duración del film. Creo que 134 minutos resultan excesivos para contar la historia de Fausto con el discurso que Sokufov emplea ya que hay momentos en los que el espectador puede caer en el hastío. Yo vi Fausto en el cine y pude comprobar como sobre 10 personas que estaban cerca de mi se fueron en mitad de la proyección.
9 de abril de 2013
9 de abril de 2013
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Fausto (Rusia, 2011), de Alexander Sokurov, es una libre adaptación de la obra trágica de Johann W. Goethe sobre la leyenda luterana de un hombre que dio su alma al Diablo a cambio de conocimiento ilimitado. La leyenda clásica tiene lugar a finales de la Edad Media en Alemania, pero aquí la historia sucede a principios del siglo XIX, cuando fue publicada por primera vez 'Fausto: Primera parte de la tragedia', en la que se basa, con muchas licencias poéticas, esta versión cinematográfica.
Aunque no existe relación en apariencia, se dice que la cinta —ganadora del León de Oro en el Festival de Venecia— es la cuarta entrega de una tetralogía sobre el poder, cuyos títulos anteriores son: Moloch (1999), Taurus (2001) y El sol (2005), dedicados a Hitler, Lenin e Hirohito, respectivamente.
Con guión del propio Sokurov, Marina Koreneva y Yuri Arabov, se trata de una rara avis que tiende al relato minimalista, menos tragedia que meditación. Cine ruso, heredero de Tarkovsky, pero hablado en alemán, con influencia de Herzog en cada cuadro, inspirado a su vez en la pintura barroca, sobre todo española y holandesa.
La fotografía del francés Bruno Delbonnel tiene un tono entre amarillento y verdoso. Imágenes distorsionadas nos hacen confundir la difusa realidad con un delirio por efecto narcótico, visión enferma de un mundo que de por sí parece manicomio de puertas abiertas, en donde todos se comportan como dementes, entre ratas de la inmundicia que algunos dicen oler.
Aunque no existe relación en apariencia, se dice que la cinta —ganadora del León de Oro en el Festival de Venecia— es la cuarta entrega de una tetralogía sobre el poder, cuyos títulos anteriores son: Moloch (1999), Taurus (2001) y El sol (2005), dedicados a Hitler, Lenin e Hirohito, respectivamente.
Con guión del propio Sokurov, Marina Koreneva y Yuri Arabov, se trata de una rara avis que tiende al relato minimalista, menos tragedia que meditación. Cine ruso, heredero de Tarkovsky, pero hablado en alemán, con influencia de Herzog en cada cuadro, inspirado a su vez en la pintura barroca, sobre todo española y holandesa.
La fotografía del francés Bruno Delbonnel tiene un tono entre amarillento y verdoso. Imágenes distorsionadas nos hacen confundir la difusa realidad con un delirio por efecto narcótico, visión enferma de un mundo que de por sí parece manicomio de puertas abiertas, en donde todos se comportan como dementes, entre ratas de la inmundicia que algunos dicen oler.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
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Las primeras escenas bajan desde las nubes, donde aparece un enigmático espejo, hasta el caserío nebuloso junto al mar. Una ruptura del acercamiento nos muestra en primer plano los órganos genitales de un cadáver que el doctor Fausto (Johannes Zeiler) destripa en compañía de su discípulo Wagner (Georg Friedrich). Autopsia gráfica, descuartizamiento explícito. El aprendiz quiere saber en dónde reside el alma —que no existe, según su maestro— y más tarde concluye atormentado que tampoco existe el bien, entonces, sólo el mal.
Sin dinero, con hambre, de nada le vale a Fausto su gran sabiduría, pensamiento ilustrado en un ambiente pletórico de reminiscencias medievales, así que intenta dejar en prenda un anillo a la casa de empeño que regentea Mauricius Müller (Antón Adasinski), un usurero decrépito que resulta ser Mefistófeles. Ante mujeres que lavan su ropa y se bañan en público, el anciano exhibe desnudo un cuerpo deforme que oculta las alas atrofiadas del ángel caído bajo la piel arrugada y lampiña, con diminutos órganos genitales en lugar de cola; ellas se alejan de él para evitar que las toque, pero tampoco muestran pudor. Margarete (Isolda Dychauk), una muchacha de rubia lozanía, exalta el libido de Fausto, que se obsesiona con ella y, después de asesinar a su hermano por diabólica fatalidad en un pleito de taberna, contraerá una deuda con el prestamista para redimirse, dando dinero a la madre, y terminará comprometiendo su alma (al cabo no existe) a cambio de que el mismo demonio, súbdito de Satanás, le conceda una noche a solas con la doncella; el pacto es firmado con sangre.
En excepcional contraste con la oscuridad característica de esta cinta, la secuencia de los lavaderos opone una visión luminosa de la imagen femenina, especialmente de Margarete, a la de Mefistófeles (enemigo de la luz, según su acepción griega) y destila humedad como fuente del deseo masculino entre los apetitos primarios: Fausto pasa del hambre a la sed por ella, codiciada también por el discípulo, quien asocia las propiedades curativas de algunas plantas con el homúnculo y ha creado un monstruoso bebé de probeta, con el que trata de interesar a la muchacha, pero no hace más que horrorizarla.
Para entregar su alma, Fausto debe morir. Finalmente, si la vida es población de locura y miseria, la muerte no es más que desolación, un descanso al principio, después de tanta aberración humana…
Anton Adasinsky en el papel de Müller es magistral; tiene algo de Klaus Kinski en su interpretación de Nosferatu. El actor ruso, mimo, bailarín y coreógrafo, ha sido también escritor, director y editor de, al menos, una película: Süd. Grenze (2001). Zeiler y Friedrich como Fausto y su aprendiz son intérpretes austriacos de teatro vienés, y Dychauk (Margarete) es alemana de ascendencia rusa.
La historia de Fausto ha inspirado múltiples obras literarias, musicales y pictóricas. Entre las adaptaciones al cine, destaca el clásico mudo 'Faust – Eine deutsche Volkssaga' (1926), de F.W. Murnau.
Sin dinero, con hambre, de nada le vale a Fausto su gran sabiduría, pensamiento ilustrado en un ambiente pletórico de reminiscencias medievales, así que intenta dejar en prenda un anillo a la casa de empeño que regentea Mauricius Müller (Antón Adasinski), un usurero decrépito que resulta ser Mefistófeles. Ante mujeres que lavan su ropa y se bañan en público, el anciano exhibe desnudo un cuerpo deforme que oculta las alas atrofiadas del ángel caído bajo la piel arrugada y lampiña, con diminutos órganos genitales en lugar de cola; ellas se alejan de él para evitar que las toque, pero tampoco muestran pudor. Margarete (Isolda Dychauk), una muchacha de rubia lozanía, exalta el libido de Fausto, que se obsesiona con ella y, después de asesinar a su hermano por diabólica fatalidad en un pleito de taberna, contraerá una deuda con el prestamista para redimirse, dando dinero a la madre, y terminará comprometiendo su alma (al cabo no existe) a cambio de que el mismo demonio, súbdito de Satanás, le conceda una noche a solas con la doncella; el pacto es firmado con sangre.
En excepcional contraste con la oscuridad característica de esta cinta, la secuencia de los lavaderos opone una visión luminosa de la imagen femenina, especialmente de Margarete, a la de Mefistófeles (enemigo de la luz, según su acepción griega) y destila humedad como fuente del deseo masculino entre los apetitos primarios: Fausto pasa del hambre a la sed por ella, codiciada también por el discípulo, quien asocia las propiedades curativas de algunas plantas con el homúnculo y ha creado un monstruoso bebé de probeta, con el que trata de interesar a la muchacha, pero no hace más que horrorizarla.
Para entregar su alma, Fausto debe morir. Finalmente, si la vida es población de locura y miseria, la muerte no es más que desolación, un descanso al principio, después de tanta aberración humana…
Anton Adasinsky en el papel de Müller es magistral; tiene algo de Klaus Kinski en su interpretación de Nosferatu. El actor ruso, mimo, bailarín y coreógrafo, ha sido también escritor, director y editor de, al menos, una película: Süd. Grenze (2001). Zeiler y Friedrich como Fausto y su aprendiz son intérpretes austriacos de teatro vienés, y Dychauk (Margarete) es alemana de ascendencia rusa.
La historia de Fausto ha inspirado múltiples obras literarias, musicales y pictóricas. Entre las adaptaciones al cine, destaca el clásico mudo 'Faust – Eine deutsche Volkssaga' (1926), de F.W. Murnau.
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