Delicatessen
1991 

7.2
45,152
Fantástico. Comedia
En un inmenso descampado, se alza un viejo edificio habitado por personas de costumbres más bien extrañas que sólo tiene una preocupación: alimentarse. El propietario es un peculiar carnicero que tiene su establecimiento en los bajos del bloque. Allí llega un nuevo inquilino que trabaja en el circo y que alterará la vida de la excéntrica comunidad que lo habita. (FILMAFFINITY)
31 de julio de 2015
31 de julio de 2015
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Me encanta este tipo de películas. Una película futurística pero con imagen retro. La fotografía y ambientación es lo mejor sin lugar a dudas. El argumento, es muy Sweeney Todd, pero en vez de barbero, es carnicero, mucho más explícito por eso...
Pero.... para la última tercera parte de la película, ves cosas que no, que se nota un montage algo fallido y con un final muy "chim púm", donde se podrían haber explayado un poquito más dando un final más detallado, al menos un poco más.
Pero.... para la última tercera parte de la película, ves cosas que no, que se nota un montage algo fallido y con un final muy "chim púm", donde se podrían haber explayado un poquito más dando un final más detallado, al menos un poco más.
20 de diciembre de 2015
20 de diciembre de 2015
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Antes de Amélie y 'Un largo domingo de noviazgo', Jean-Pierre Jeunet realizó al alimón con Marc Caro en 1991 un fascinante homenaje a Terry Gilliam, sobreviviente de Monty Python y creador de Brazil.
Humor negro y surrealismo que los despistados confunden con ciencia ficción.
Delicatessen reproduce la principal característica de Brazil: el futuro nos alcanza en la primera mitad del siglo pasado. Un edificio en ruinas parece haber huido de la ciudad a la Francia rural para que sus habitantes sobrevivan de la escasez posapocalíptica, ocultos de los vestigios de la civilización urbana. Algo acabó con el último animal comestible antes de que la gente recurriese al canibalismo. Al pie del edificio hay una carnicería cuyo dueño lidera a la comunidad y reparte la comida que le pagan con semillas. El carnicero ofrece trabajo en anuncios que publica el periódico 'Tiempos difíciles'. Así atrae a sus víctimas. Y así llega un payaso desempleado, de quien se enamora la hija del victimario. Para salvar al nuevo inquilino de la voracidad del vecindario, la muchacha pide apoyo a los temidos Trogloditas, un grupo de hombres vegetarianos que vive en las cañerías.
En un departamento, una mujer hace reiterados y rebuscados intentos de suicidio, tan extravagantes como excéntricos, y fracasa en todos. En otro departamento, alguien fabrica emisores-imitadores de becerros. La hija del carnicero ensaya sus artes de anfitriona para ocultar que está casi ciega. Un anciano acumula humedad y cultiva caracoles para abstenerse de comer carne humana. Dos niños fuman marihuana y hacen travesuras intrépidas…
Con los habituales filtros amarillos en las películas de Jeunet, la fotografía logra una atmósfera oscura que tiene tanto de onírica y alucinante como de recuerdo en una memoria nostálgica. También vemos aquí a los actores que acompañarán a la entrañable Audrey Tautou en Amélie y 'Un largo domingo de noviazgo', principalmente Dominique Pinon en el papel de payaso de circo venido a conserje.
Aunque infravalorada, 'Club eutanasia', de Agustín Tapia, es una de las mejores películas del nuevo cine mexicano y tiene gran influencia de Delicatessen, que si no fuera un homenaje a Gilliam habría influido también en Tideland, por lo que podría ser más bien un homenaje premonitorio o déjà vu.
Humor negro y surrealismo que los despistados confunden con ciencia ficción.
Delicatessen reproduce la principal característica de Brazil: el futuro nos alcanza en la primera mitad del siglo pasado. Un edificio en ruinas parece haber huido de la ciudad a la Francia rural para que sus habitantes sobrevivan de la escasez posapocalíptica, ocultos de los vestigios de la civilización urbana. Algo acabó con el último animal comestible antes de que la gente recurriese al canibalismo. Al pie del edificio hay una carnicería cuyo dueño lidera a la comunidad y reparte la comida que le pagan con semillas. El carnicero ofrece trabajo en anuncios que publica el periódico 'Tiempos difíciles'. Así atrae a sus víctimas. Y así llega un payaso desempleado, de quien se enamora la hija del victimario. Para salvar al nuevo inquilino de la voracidad del vecindario, la muchacha pide apoyo a los temidos Trogloditas, un grupo de hombres vegetarianos que vive en las cañerías.
En un departamento, una mujer hace reiterados y rebuscados intentos de suicidio, tan extravagantes como excéntricos, y fracasa en todos. En otro departamento, alguien fabrica emisores-imitadores de becerros. La hija del carnicero ensaya sus artes de anfitriona para ocultar que está casi ciega. Un anciano acumula humedad y cultiva caracoles para abstenerse de comer carne humana. Dos niños fuman marihuana y hacen travesuras intrépidas…
Con los habituales filtros amarillos en las películas de Jeunet, la fotografía logra una atmósfera oscura que tiene tanto de onírica y alucinante como de recuerdo en una memoria nostálgica. También vemos aquí a los actores que acompañarán a la entrañable Audrey Tautou en Amélie y 'Un largo domingo de noviazgo', principalmente Dominique Pinon en el papel de payaso de circo venido a conserje.
Aunque infravalorada, 'Club eutanasia', de Agustín Tapia, es una de las mejores películas del nuevo cine mexicano y tiene gran influencia de Delicatessen, que si no fuera un homenaje a Gilliam habría influido también en Tideland, por lo que podría ser más bien un homenaje premonitorio o déjà vu.
22 de enero de 2016
22 de enero de 2016
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Destacable comedia negra con el sello indiscutible de Jeunet y Caro: ambiente y personajes underground, donde lo grotesco y lo delicado danzan al ritmo de una aceptable banda sonora de Carlos D¨ Alessio.
Está claro que esta peli pertenece al genero del cine-arte, donde se cuidan los detalles y no se piensa tan solo en la recaudación que reportará la taquilla. Desde la surrealista historia, donde una extraña comunidad de vecinos intentan sobrevivir en un oscuro y desolador pasado- futuro, hasta las formas (control de la cámara y atrezzo), pasando por la buena elección de los actores y su dirección, demuestran que estamos ante la confirmación de un estilo própio...un estilo circense, carnavalesco, teatrero, oscuro...y que ¨apoya¨ sin tapujos al débil, en contra de la violencia gratuita que tanto se estila actualmente.
En definitiva, película ¨diferente¨ e interesante, tanto en el argumento como en el apartado técnico, a pesar del normalito presupuesto.
Y los créditos iniciales son muy buenos.
Está claro que esta peli pertenece al genero del cine-arte, donde se cuidan los detalles y no se piensa tan solo en la recaudación que reportará la taquilla. Desde la surrealista historia, donde una extraña comunidad de vecinos intentan sobrevivir en un oscuro y desolador pasado- futuro, hasta las formas (control de la cámara y atrezzo), pasando por la buena elección de los actores y su dirección, demuestran que estamos ante la confirmación de un estilo própio...un estilo circense, carnavalesco, teatrero, oscuro...y que ¨apoya¨ sin tapujos al débil, en contra de la violencia gratuita que tanto se estila actualmente.
En definitiva, película ¨diferente¨ e interesante, tanto en el argumento como en el apartado técnico, a pesar del normalito presupuesto.
Y los créditos iniciales son muy buenos.
17 de junio de 2017
17 de junio de 2017
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Vi “Delicatessen” (Francia, 1991), digirida y escrita por Jean-Pierre Jeunet (1953- , quien luego logrará fama internacional con “Amelie”, 2001) y Marc Caro (1956- , dibujante especializado en animación, quien ha logrado algún reconocimiento como co-director o en el equipo de producción de varias películas). El reparto es de lujo: Dominique Pinon, Howard Vernon, Chick Ortega, Pascal Benezech y Marie-Laure Dougnac, entre otros. La cinta clasifica como comedia negra, de un lado, y cine fantástico del otro. Realmente, clasifica más como cine-distópico que como fantástico. Ahora bien, por sus méritos se ha convertido, con el paso de los años, en una película de culto y, como anécdota personal, fue de las primeras películas que vi cuando empezaba a rastrear el cine europeo en los años noventa del siglo pasado. Se trata de un carnicero-casero, en una ciudad futurística y apocalíptica, que vende a sus inquilinos carne humana, proveniente del conserje de turno o de hombres-de-las-alcantarillas… no había otras fuentes de alimento. Sin embargo, un conserje-payaso logra sobrevivir a la persecución del carnicero. La película, para ser ópera prima de largometraje de sus directores, cosechó muchos premios: 1992: Nominada Premios BAFTA: Mejor película de habla no inglesa. 1991: Sitges: Mejor director, mejor actor (Dominique Pinon), banda sonora. 1991: Premios César: 4 Premios. 12 Nominaciones. 1991: Festival de Chicago: Hugo de Oro - Mejor película. Etc. Sus méritos están en la historia misma, de un lado, y el recurso original a las formas narrativas del comic, del otro. La historia es divertida, desde el lente del humor negro. La ironía salta a la vista con muchas escenas. Un espectador ligero de prejuicios y que no le guste el producto enlatado de las comedias fáciles de la industria cinematográfica, apreciara grandemente esta obra. Además, los fanáticos del comic y de las animaciones (aunque esta cinta no sea, en sentido estricto, de dicho género), también la disfrutarán sobremanera. Para reflexionar, quisiera llamar el poder de la cine-distopía en la actualidad… ¿cuántas películas nos muestran el futuro con esperanza y alegría? Muy pocas. El arte mismo vende la desesperanza, lo que refleja claramente el sentimiento de angustia generalizado, algo que podría llamarse como la “caída” (según Heidegger), por cosas que todos sabemos que van mal pero que los sistemas político y económico no atienden, o si lo hacen no es de forma adecuada: el exceso demográfico, la contaminación, el daño ambiental, etc. Estos asuntos son las cosas que están antes de la trama de la película: ¿por qué se vuelven caníbales? Porque la sociedad tal cual la conocemos, por algo que no explican pero todos suponemos, se vuelve inviable. Aparece así un pseudo-estado de naturaleza hobbesiano, donde la nueva sociedad (representada aquí por los inquilinos en torno al carnicero) funda su existencia civil en la muerte de otros (los conserjes y los hombres de las alcantarillas), una guerra de todos contra unos (una nueva manera de presentarse el estado de naturaleza de Hobbes). ¿Cuál es la salvación? La inocencia (del conserje-payaso) y el amor (del conserje con la hija del carnicero). Con esta base creo que pueden llegar a mejores conclusiones mis lectores. La recomiendo. 27-06-2017.
20 de diciembre de 2017
20 de diciembre de 2017
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
El género post-apocalíptico tiene la rara cualidad, en sus mejores ejemplos, de funcionar como metáfora de dilemas cotidianos, expuestos en situaciones extremas.
Están las invasiones zombies que hablan de comunicación, las infecciones víricas que hablan de nuestra solidaridad, quizás alguna que otra guerra nuclear que cuenta nuestra capacidad de adaptación…
Y luego están Jean-Pierre Jeunet y Marc Caro, hablando de lo más inmediatamente próximo: un bloque de pisos, donde conviven todos los vecinos.
‘Delicatessen’, encuadrando una situación cotidiana en pleno fin del mundo consigue algo muy especial: pasar por encima de los tópicos del género, y utilizar la comedia aberrante para criticar nuestra absurda manera de coexistir en un entorno donde nos esforzamos en sobrevivir (donde "todo vale" y… no vale todo a la hora de seguir viviendo).
La deliberadamente lenta revelación del intríngulis argumental permite que nos alcance la atmósfera antes que cualquier otra cosa: un edificio taciturno, ceniciento, ruinoso, ranciamente iluminado, poblado por habitantes pringosos, sudorosos, pobremente contrahechos y ansiosos, que cuando no se abalanzan sobre las últimas migajas del papeo se sacan constantemente de quicio, porque no les queda otra cosa que hacer.
Como se demuestra en la escena más ingeniosa, en la que el carnicero Clapet corona con un exasperado orgasmo toda la frenética frustración de los inquilinos que gobierna, se trata de una sinfonía descacharrante que ha logrado su propia armonía en el más absoluto caos.
Pero no todo es privación aquí, como nos acaban enseñando Louison y Julie.
El primero, nuevo y motivado inquilino, pronto se acostumbra a la vileza general del inmueble, pero es cuando la conoce a ella que piensa “por fin, alguien a quien saludas y te saluda de vuelta”.
Su sencillo romance guarda el encanto de las cosas pequeñas: algo bonito que busca agradar, que da calor y reconforta en pleno corazón de una jungla donde todos roban antes de preguntar, o te quieren sacar los ojos porque ya has pasado a ser otra boca que alimentar.
Julie se quita las gafas porque quiere causar buena impresión, y en ese acto sencillo de ella tratando de adivinar dónde está cada cosa porque está ciega como un topo late la tierna inocencia de una persona que todavía no se ha dejado contaminar por su vecindario, totalmente complementaria a un Louison siempre dispuesto a escucharla mientras toca el serrucho musical, componiendo el excéntrico pero relajante sonido que enmarca su relación.
Nadie nos dijo que el fin del mundo, con la persona adecuada, se podría olvidar.
Pero para recordarnos que el futuro sigue siendo mierda, el resto de vecinos le siguen guardando al nuevo un macabro destino, que se cuaja en los rellanos cuando nadie escucha, o se maquina en las sombras de una carnicería nunca vista como simple tienda, sino como siniestra espada de Damocles que pende sobre todos los que acuden a ella.
En la subversión del género, Jeunet y Caro llegan a otra cosa: a la identificación de lugares comunes como temibles muestras de crueldad e indiferencia para con los semejantes, y es lo raro, lo extraño, lo directamente antinatural, la nueva “normalidad” que no pide depredar de otros para ser feliz
Vive y deja vivir, un mensaje que se podría trasladar a cualquier comunidad de vecinos, sea del futuro apocalíptico o de esta misma actualidad.
Aunque, como siempre vamos a pasar de ese tema (nos encanta demasiado meternos en la vida de otros, molestarles, aprovechar sus debilidades), ambos directores no pierden la oportunidad de ir más allá y convertir esto en una batalla campal en la que, de verdad, acabas ganando cuando dejas a los demás en paz.
“¿Se me ha clavado algo, no?” queda como la frase cima del absurdo superviviente, tratando de aparentar esa normalidad en la que nadie va a reconocer que se ha pasado de frenada, porque nos puede el llevarnos bien con los vecinos, aunque siempre les esperemos en el pasillo, cuchillo en ristre.
Pero en el fondo da igual, porque se sigue pudiendo armonizar el sonido de una viola con un serrucho musical.
Una armonía preferible a aquella otra que gobernaba la comunidad.
Están las invasiones zombies que hablan de comunicación, las infecciones víricas que hablan de nuestra solidaridad, quizás alguna que otra guerra nuclear que cuenta nuestra capacidad de adaptación…
Y luego están Jean-Pierre Jeunet y Marc Caro, hablando de lo más inmediatamente próximo: un bloque de pisos, donde conviven todos los vecinos.
‘Delicatessen’, encuadrando una situación cotidiana en pleno fin del mundo consigue algo muy especial: pasar por encima de los tópicos del género, y utilizar la comedia aberrante para criticar nuestra absurda manera de coexistir en un entorno donde nos esforzamos en sobrevivir (donde "todo vale" y… no vale todo a la hora de seguir viviendo).
La deliberadamente lenta revelación del intríngulis argumental permite que nos alcance la atmósfera antes que cualquier otra cosa: un edificio taciturno, ceniciento, ruinoso, ranciamente iluminado, poblado por habitantes pringosos, sudorosos, pobremente contrahechos y ansiosos, que cuando no se abalanzan sobre las últimas migajas del papeo se sacan constantemente de quicio, porque no les queda otra cosa que hacer.
Como se demuestra en la escena más ingeniosa, en la que el carnicero Clapet corona con un exasperado orgasmo toda la frenética frustración de los inquilinos que gobierna, se trata de una sinfonía descacharrante que ha logrado su propia armonía en el más absoluto caos.
Pero no todo es privación aquí, como nos acaban enseñando Louison y Julie.
El primero, nuevo y motivado inquilino, pronto se acostumbra a la vileza general del inmueble, pero es cuando la conoce a ella que piensa “por fin, alguien a quien saludas y te saluda de vuelta”.
Su sencillo romance guarda el encanto de las cosas pequeñas: algo bonito que busca agradar, que da calor y reconforta en pleno corazón de una jungla donde todos roban antes de preguntar, o te quieren sacar los ojos porque ya has pasado a ser otra boca que alimentar.
Julie se quita las gafas porque quiere causar buena impresión, y en ese acto sencillo de ella tratando de adivinar dónde está cada cosa porque está ciega como un topo late la tierna inocencia de una persona que todavía no se ha dejado contaminar por su vecindario, totalmente complementaria a un Louison siempre dispuesto a escucharla mientras toca el serrucho musical, componiendo el excéntrico pero relajante sonido que enmarca su relación.
Nadie nos dijo que el fin del mundo, con la persona adecuada, se podría olvidar.
Pero para recordarnos que el futuro sigue siendo mierda, el resto de vecinos le siguen guardando al nuevo un macabro destino, que se cuaja en los rellanos cuando nadie escucha, o se maquina en las sombras de una carnicería nunca vista como simple tienda, sino como siniestra espada de Damocles que pende sobre todos los que acuden a ella.
En la subversión del género, Jeunet y Caro llegan a otra cosa: a la identificación de lugares comunes como temibles muestras de crueldad e indiferencia para con los semejantes, y es lo raro, lo extraño, lo directamente antinatural, la nueva “normalidad” que no pide depredar de otros para ser feliz
Vive y deja vivir, un mensaje que se podría trasladar a cualquier comunidad de vecinos, sea del futuro apocalíptico o de esta misma actualidad.
Aunque, como siempre vamos a pasar de ese tema (nos encanta demasiado meternos en la vida de otros, molestarles, aprovechar sus debilidades), ambos directores no pierden la oportunidad de ir más allá y convertir esto en una batalla campal en la que, de verdad, acabas ganando cuando dejas a los demás en paz.
“¿Se me ha clavado algo, no?” queda como la frase cima del absurdo superviviente, tratando de aparentar esa normalidad en la que nadie va a reconocer que se ha pasado de frenada, porque nos puede el llevarnos bien con los vecinos, aunque siempre les esperemos en el pasillo, cuchillo en ristre.
Pero en el fondo da igual, porque se sigue pudiendo armonizar el sonido de una viola con un serrucho musical.
Una armonía preferible a aquella otra que gobernaba la comunidad.
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