Creed: Corazón de campeón
6.6
25,152
Drama
Adonis Johnson no llegó a conocer a su padre, el campeón del mundo de los pesos pesados Apollo Creed, que falleció antes de que él naciera. Sin embargo, nadie puede negar que lleva el boxeo en la sangre, por lo que pone rumbo a Philadelphia, el lugar en el que se celebró el legendario combate entre su padre y Rocky Balboa. Una vez allí, Adonis busca a Rocky y le pide que sea su entrenador. A pesar de que este insiste en que ya ha dejado ... [+]
18 de febrero de 2016
18 de febrero de 2016
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
El plano secuencia está de moda. Analizando la producción audiovisual de los últimos años, se observa un creciente uso de este recurso formal, y buena parte de la culpa de esta situación la tiene las facilidades asociadas al cine digital. Los avances tecnológicos permiten una mayor versatilidad en el rodaje y cada vez es más sencillo rodar uno de estos planos, o, lo que cada vez es más habitual, falsear un conjunto de largas tomas para empalmarlas en un continuum más o menos disimulado. Una pequeña trampa que en muchas ocasiones cuenta con la aprobación de un público deseoso de deleitarse con estas golosinas visuales. Y es que las mejoras técnicas afectan en todos los aspectos de la filmación, pero el plano secuencia se lleva la palma en lo que a relevancia se refiere. No sólo por llamativos sino por complacientes, estos planos destacan sobre otros recursos, pero esta notoriedad no está exenta de controversia.
El plano secuencia posee la fuerza de un canto de sirena. La percepción visual complacida desencadena un chorro de dopamina, esa molécula responsable de la sensación de recompensa a nivel neuronal. A ello se suma ese momento en el que somos conscientes de que esa toma que se se prolonga en el tiempo en realidad corresponde a un plano secuencia, situación que se sobredimensiona al sentir que entendemos a qué está jugando la persona que ha creado este momento. Dopamina a cucharadas. Sin embargo, es precisamente este último punto, el del supuesto entendimiento de las reglas del juego, el que desenmascara buena parte de estas propuestas, en caso de que se decida abandonar por un momento el placer de la hazaña técnica y se efectúe un ejercicio de análisis en profundidad. Y es que, si nos ponemos estrictos, todo elemento usado en el desarrollo de un artefacto audiovisual debería atender a motivos narrativos, pero da la impresión de que, en el caso del plano secuencia, las motivaciones están más cercanas al chute de ego –lo que no deja de ser otra descarga dopaminérgica más–.
El final del cuarto capítulo de la primera temporada de "True Detective" (Cary Joji Fukunaga, 2014); la primera escena de "Spectre" (Sam Mendes, 2015); toda "Birdman" (2014) y buena parte de "El renacido" (2015), ambas dirigidas por Alejandro González Iñárritu; son todos ejemplos de un sentido de la narración basado en la espectacularidad, en la hazaña técnica a alcanzar, pero que no atienden a un concienzudo estudio de las posibilidades de las respectivas secuencias y de las múltiples formas en que pueden ser rodadas. Es por ello que resulta tan gratificante encontrar, entre el mar de despliegue de producción, una serie de propuestas consecuentes con sus planteamientos. "Victoria" (Sebastian Schipper, 2015), rodada en un único y real plano secuencia, no se sostenía en sus desorbitadas 2 horas y 20 minutos de duración, pero partía de una lógica interna, cuanto menos, estimable. "Paulina" (Santiago Mitre, 2015) incluía un par de secuencias rodadas en una única toma, explicadas por su director con una sencillez desarmante, quizás decepcionante pero absolutamente consecuente, que las justificaba como “secuencias que se sostenían con una única toma”. "Creed: la leyenda de Rocky" (Ryan Coogler, 2015) va un paso más allá al presentar dos planos secuencia que, más que sostenerse, exprimen su potencial para expandir el poderío de lo narrado.
La nueva película de Ryan Coogler continúa la ya mítica saga de Rocky, el boxeador barriobajero de Filadelfia, y en ella sobresalen, como no podía ser de otra manera, sus dos planos secuencia. El primero aborda el primer combate serio del protagonista, un Adonis Johnson interpretado por Michael B. Jordan. La cámara se sumerge en el ring y nos hace partícipes de la adrenalina que supura el cuadrilátero cuando dos bestias inician el ritual de caballeros con guantes acolchados. Un plano que en ningún momento se hace largo, y que, precisamente, al no presentar cortes de montaje, explicita la corta duración del combate y ensalza la figura de su protagonista. La realización es pirotécnica y se gusta a sí misma, pero queda al servicio de la historia y atiende a los requisitos que este momento requiere.
La prueba de que todo esto no es fruto de una casualidad llega en el gran combate final. A pesar del tentador desafío técnico que supondría, las características del mismo imposibilitarían repetir estos planteamientos, en caso de que se quisiera mantener una coherencia narrativa, y Ryan Coogler demuestra ser consciente de ello. Debutante en el largometraje con "Fruitvale Station" (2013) y actualmente inmerso en el desarrollo de "Pantera Negra" (Black Panther, 2018), nueva adaptación de Marvel Studios, el realizador planta su segundo plano secuencia en los instantes inmediatamente previos al clímax de su obra, en la mentalización previa al salto al ring. Otra toma que vuelve a mostrarse virtuosa en su capacidad para magnificar el momento, pero que termina cuando debe hacerlo: justo antes de que suene el gong. Es precisamente esta decisión, la de asumir que un combate que supera el cuarto de hora de metraje no se sostiene en un plano secuencia, la que confirma la buena mano de un creador ambicioso pero coherente, que no sólo no se deja llevar por el virtuosismo ególatra sino que entiende qué necesita su película en cada momento.
[Continúa debajo, sin hacer spoilers]
El plano secuencia posee la fuerza de un canto de sirena. La percepción visual complacida desencadena un chorro de dopamina, esa molécula responsable de la sensación de recompensa a nivel neuronal. A ello se suma ese momento en el que somos conscientes de que esa toma que se se prolonga en el tiempo en realidad corresponde a un plano secuencia, situación que se sobredimensiona al sentir que entendemos a qué está jugando la persona que ha creado este momento. Dopamina a cucharadas. Sin embargo, es precisamente este último punto, el del supuesto entendimiento de las reglas del juego, el que desenmascara buena parte de estas propuestas, en caso de que se decida abandonar por un momento el placer de la hazaña técnica y se efectúe un ejercicio de análisis en profundidad. Y es que, si nos ponemos estrictos, todo elemento usado en el desarrollo de un artefacto audiovisual debería atender a motivos narrativos, pero da la impresión de que, en el caso del plano secuencia, las motivaciones están más cercanas al chute de ego –lo que no deja de ser otra descarga dopaminérgica más–.
El final del cuarto capítulo de la primera temporada de "True Detective" (Cary Joji Fukunaga, 2014); la primera escena de "Spectre" (Sam Mendes, 2015); toda "Birdman" (2014) y buena parte de "El renacido" (2015), ambas dirigidas por Alejandro González Iñárritu; son todos ejemplos de un sentido de la narración basado en la espectacularidad, en la hazaña técnica a alcanzar, pero que no atienden a un concienzudo estudio de las posibilidades de las respectivas secuencias y de las múltiples formas en que pueden ser rodadas. Es por ello que resulta tan gratificante encontrar, entre el mar de despliegue de producción, una serie de propuestas consecuentes con sus planteamientos. "Victoria" (Sebastian Schipper, 2015), rodada en un único y real plano secuencia, no se sostenía en sus desorbitadas 2 horas y 20 minutos de duración, pero partía de una lógica interna, cuanto menos, estimable. "Paulina" (Santiago Mitre, 2015) incluía un par de secuencias rodadas en una única toma, explicadas por su director con una sencillez desarmante, quizás decepcionante pero absolutamente consecuente, que las justificaba como “secuencias que se sostenían con una única toma”. "Creed: la leyenda de Rocky" (Ryan Coogler, 2015) va un paso más allá al presentar dos planos secuencia que, más que sostenerse, exprimen su potencial para expandir el poderío de lo narrado.
La nueva película de Ryan Coogler continúa la ya mítica saga de Rocky, el boxeador barriobajero de Filadelfia, y en ella sobresalen, como no podía ser de otra manera, sus dos planos secuencia. El primero aborda el primer combate serio del protagonista, un Adonis Johnson interpretado por Michael B. Jordan. La cámara se sumerge en el ring y nos hace partícipes de la adrenalina que supura el cuadrilátero cuando dos bestias inician el ritual de caballeros con guantes acolchados. Un plano que en ningún momento se hace largo, y que, precisamente, al no presentar cortes de montaje, explicita la corta duración del combate y ensalza la figura de su protagonista. La realización es pirotécnica y se gusta a sí misma, pero queda al servicio de la historia y atiende a los requisitos que este momento requiere.
La prueba de que todo esto no es fruto de una casualidad llega en el gran combate final. A pesar del tentador desafío técnico que supondría, las características del mismo imposibilitarían repetir estos planteamientos, en caso de que se quisiera mantener una coherencia narrativa, y Ryan Coogler demuestra ser consciente de ello. Debutante en el largometraje con "Fruitvale Station" (2013) y actualmente inmerso en el desarrollo de "Pantera Negra" (Black Panther, 2018), nueva adaptación de Marvel Studios, el realizador planta su segundo plano secuencia en los instantes inmediatamente previos al clímax de su obra, en la mentalización previa al salto al ring. Otra toma que vuelve a mostrarse virtuosa en su capacidad para magnificar el momento, pero que termina cuando debe hacerlo: justo antes de que suene el gong. Es precisamente esta decisión, la de asumir que un combate que supera el cuarto de hora de metraje no se sostiene en un plano secuencia, la que confirma la buena mano de un creador ambicioso pero coherente, que no sólo no se deja llevar por el virtuosismo ególatra sino que entiende qué necesita su película en cada momento.
[Continúa debajo, sin hacer spoilers]
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
A su vez, estos dos destellos de poderío visual no sólo hablan de buen gusto a la hora de escoger recursos narrativos; son igualmente el máximo exponente de todo lo que esta obra contiene. Y es que, siendo la séptima entrega de una saga que, como sus personajes, desde siempre ha tenido que luchar por ganarse el reconocimiento, pocas personas apostaban por ella. La historia se centra en el hijo de otro mito del boxeo en esta realidad paralela, Apollo Creed, un joven perteneciente a la clase alta que no boxea para sobrevivir, sino para sentirse libre. Con Sylvester Stallone retomando su Rocky Balboa, convertido en maestro Miyagui de las artes pugilísticas, la película camina entre la reinvención y la mirada nostálgica, esa que tan buena acogida entre el público ha tenido durante este pasado 2015 ("Star Wars episodio VII"; "Jurassic World"; "Terminator Génesis"). Sin embargo, Coogler se desmarca de "revival" complaciente y, sembrando guiños de diferente grado de explicitud a lo largo del metraje, consigue que esta séptima parte sea, ante todo, su visión personal de la saga.
Escrito a cuatro manos entre el propio director y Aaron Covington, este eficaz guion hace de la sencillez su mayor baza. Adonis se mueve entre sus aspiraciones y la gente que lo rodea, dos mundos que confluyen y se complementan. Su relación con Rocky saca los mejores momentos de la obra, y sorprende una relación romántica que, si bien en un principio parece la cota de amor necesaria en toda obra para el gran público, sin embargo funciona como atípica conjunción de personalidades y hasta podría decirse que está desaprovechada. Algo desdibujado queda el tono en ciertos tramos del relato. Si bien excelente en sus gotas de humor que restan hierro al asunto y arrancan carcajadas con una soltura endiablada que pilla desprevenido, los escarceos con el drama salen mal parados, especialmente en los conflictos que Adonis tiene con su entrenador y su pareja –Tessa Thompson–, que esta vez sí parecen impuestos por las inquebrantables leyes no escritas del guion clásico de cine. Pequeños tropiezos que poco importan cuando se comparan con todo lo bueno que deja esta poderosa entrega de una saga a la que en su séptima entrega todavía no se le ha dado el punto final.
Escrito a cuatro manos entre el propio director y Aaron Covington, este eficaz guion hace de la sencillez su mayor baza. Adonis se mueve entre sus aspiraciones y la gente que lo rodea, dos mundos que confluyen y se complementan. Su relación con Rocky saca los mejores momentos de la obra, y sorprende una relación romántica que, si bien en un principio parece la cota de amor necesaria en toda obra para el gran público, sin embargo funciona como atípica conjunción de personalidades y hasta podría decirse que está desaprovechada. Algo desdibujado queda el tono en ciertos tramos del relato. Si bien excelente en sus gotas de humor que restan hierro al asunto y arrancan carcajadas con una soltura endiablada que pilla desprevenido, los escarceos con el drama salen mal parados, especialmente en los conflictos que Adonis tiene con su entrenador y su pareja –Tessa Thompson–, que esta vez sí parecen impuestos por las inquebrantables leyes no escritas del guion clásico de cine. Pequeños tropiezos que poco importan cuando se comparan con todo lo bueno que deja esta poderosa entrega de una saga a la que en su séptima entrega todavía no se le ha dado el punto final.
18 de febrero de 2016
18 de febrero de 2016
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Para ser una séptima entrega tiene de todo y no deja nada que desear. Película entretenida con momentos de acción, humor, drama y romance, contiene todo aquello que se le puede pedir a una película y a pesar de ser la más larga de todas las de Rocky no se hace pesada.
Para aquellos fans de Rocky hemos recopilado una serie de curiosidades: Pasen, vean y disfruten
https://youtu.be/1Xlfuwd8yEo
Para aquellos fans de Rocky hemos recopilado una serie de curiosidades: Pasen, vean y disfruten
https://youtu.be/1Xlfuwd8yEo
20 de febrero de 2016
20 de febrero de 2016
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un hijo adoptivo de acicate poco creativo.
Estoy decepcionada, fría, abatida y ¡no sabes la ilusión con la que acudí a visionar la presente cinta!, la esperanza de ver renacer el espíritu de Rocky Balboa en toda su magnitud y potencia, o al menos en válida semejanza que hiciera volver a los dorados años 80, a la devoción por tan magnífico hallazgo.
Y ¿qué tenemos aquí?, ¿ofertado a todo bombo y platillo?, una bomba maquillada que no explota, ni arde ni inflama pues apenas coge fuerza, calor o auge, carisma o envergadura sólida.
Rocky conquistó el mundo, su leyenda sigue aún con vigor y estima en las almas de aquellos que tuvimos el placer de descubrirle, por primera vez, en su portentoso estreno, no ha bajado ningún escalafón su recuerdo, su subida por las escaleras del museo de arte contemporáneo de Filadelfia, para alzar los brazos en lo alto, con la música de Bill Conti “Gonna fly now” de fondo, es uno de los indiscutibles mejores momentos escénicos del cine de todos los tiempos, dan ganas de correr, aventurarse y atrapar su ánimo y coraje para que te abrace y no te suelte durante todo lo que se pueda, te hace creer en lo imposible, en poder volar y llegar a lo más alto...
..., a cambio, hoy se oferta una común historia, medianamente estimulante y apetitosa, que no eleva ni acelera corazones; su visión es templada, común, ordinaria excepto por esa querida presencia de esa mito que enturbia a un joven aspirante que no seduce ni deslumbra todo lo que debería, únicamente transita por los esperados espacios y pasos para conformar una minúscula pieza al lado de ese soberbio relato que represente su llamado, cordialmente, tío, no familiar pero si amado, pues “estás atrapado en su sombra”, y no logras desprenderte de ella.
“Así que si yo peleo, tú peleas”; él peleó, la cuestión es, Creed ¿tú por quién peleas?, ¿por quién luchas?, ¿cuál es tu martirio?, “¿cuál fue su nombre?”, nunca olvidado tan espectacular combate campeón-aspirante, ¿acaso se rememora en la memoria tan lustroso acontecimiento?, o ¿se nombra y desfilan sus combativas imágenes sin más motivación que colocar su apellido más allá del cartel publicitario?
Se asemejan instantes, recorrido y propósito, Silvester Stallone está indiscutible en su maduro, conformado y sereno envejecer, los golpes, puños y peleas dignas de la categoría que representa, Michael B. Jordan se entrega a tope, el guión luce como cualquier otro dentro de su categoría, la historia es lícita, todos los ingredientes son correctos y han sido patrocinados con esmero y amplitud de ámbito, entonces ¿por qué me siento defraudada?, ¿porque esperaba al Rocky anhelado y no una película más sobre boxeo?, buena, sin duda, pero que no traslada ni difunde ¡la esencia del nombre que lleva en portada!
Ahora ya está, misterio resuelto pero, su descubrimiento me deja desencantada, carente, abstraída, lejos del deseado encuentro soñado, la convergencia deja la ingrata sensación de no estar a la altura ni ser lo ansiado.
Todos parecen contentos, satisfechos con lo presentado; para la titular escribiente, se presentan y separan dos antagónicas cuestiones: como cinta de boxeo..., oportuna y meritoria, al añadir la gloria del célebre Rocky como base de partida..., insatisfactoria.
“¿Probar qué?” “Que no soy un error”, aunque tampoco el gran acierto anhelado.
Creed, una película de boxeo... sí; Creed, la leyenda de Rocky..., ¡qué más quisieran!
Lo mejor; Silvestre Stallone y su entrañable e inolvidable Rocky Balboa
Lo peor; el interior sustancioso de la misma no está a la altura de tan magnífico nombre.
lulupalomitasrojas.blogspot.com.es
Estoy decepcionada, fría, abatida y ¡no sabes la ilusión con la que acudí a visionar la presente cinta!, la esperanza de ver renacer el espíritu de Rocky Balboa en toda su magnitud y potencia, o al menos en válida semejanza que hiciera volver a los dorados años 80, a la devoción por tan magnífico hallazgo.
Y ¿qué tenemos aquí?, ¿ofertado a todo bombo y platillo?, una bomba maquillada que no explota, ni arde ni inflama pues apenas coge fuerza, calor o auge, carisma o envergadura sólida.
Rocky conquistó el mundo, su leyenda sigue aún con vigor y estima en las almas de aquellos que tuvimos el placer de descubrirle, por primera vez, en su portentoso estreno, no ha bajado ningún escalafón su recuerdo, su subida por las escaleras del museo de arte contemporáneo de Filadelfia, para alzar los brazos en lo alto, con la música de Bill Conti “Gonna fly now” de fondo, es uno de los indiscutibles mejores momentos escénicos del cine de todos los tiempos, dan ganas de correr, aventurarse y atrapar su ánimo y coraje para que te abrace y no te suelte durante todo lo que se pueda, te hace creer en lo imposible, en poder volar y llegar a lo más alto...
..., a cambio, hoy se oferta una común historia, medianamente estimulante y apetitosa, que no eleva ni acelera corazones; su visión es templada, común, ordinaria excepto por esa querida presencia de esa mito que enturbia a un joven aspirante que no seduce ni deslumbra todo lo que debería, únicamente transita por los esperados espacios y pasos para conformar una minúscula pieza al lado de ese soberbio relato que represente su llamado, cordialmente, tío, no familiar pero si amado, pues “estás atrapado en su sombra”, y no logras desprenderte de ella.
“Así que si yo peleo, tú peleas”; él peleó, la cuestión es, Creed ¿tú por quién peleas?, ¿por quién luchas?, ¿cuál es tu martirio?, “¿cuál fue su nombre?”, nunca olvidado tan espectacular combate campeón-aspirante, ¿acaso se rememora en la memoria tan lustroso acontecimiento?, o ¿se nombra y desfilan sus combativas imágenes sin más motivación que colocar su apellido más allá del cartel publicitario?
Se asemejan instantes, recorrido y propósito, Silvester Stallone está indiscutible en su maduro, conformado y sereno envejecer, los golpes, puños y peleas dignas de la categoría que representa, Michael B. Jordan se entrega a tope, el guión luce como cualquier otro dentro de su categoría, la historia es lícita, todos los ingredientes son correctos y han sido patrocinados con esmero y amplitud de ámbito, entonces ¿por qué me siento defraudada?, ¿porque esperaba al Rocky anhelado y no una película más sobre boxeo?, buena, sin duda, pero que no traslada ni difunde ¡la esencia del nombre que lleva en portada!
Ahora ya está, misterio resuelto pero, su descubrimiento me deja desencantada, carente, abstraída, lejos del deseado encuentro soñado, la convergencia deja la ingrata sensación de no estar a la altura ni ser lo ansiado.
Todos parecen contentos, satisfechos con lo presentado; para la titular escribiente, se presentan y separan dos antagónicas cuestiones: como cinta de boxeo..., oportuna y meritoria, al añadir la gloria del célebre Rocky como base de partida..., insatisfactoria.
“¿Probar qué?” “Que no soy un error”, aunque tampoco el gran acierto anhelado.
Creed, una película de boxeo... sí; Creed, la leyenda de Rocky..., ¡qué más quisieran!
Lo mejor; Silvestre Stallone y su entrañable e inolvidable Rocky Balboa
Lo peor; el interior sustancioso de la misma no está a la altura de tan magnífico nombre.
lulupalomitasrojas.blogspot.com.es
26 de febrero de 2016
26 de febrero de 2016
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Recuperar la saga de Rocky, rodar una película de boxeo, que tenga un montón de tópicos y que funcione es todo un logro y Coogler lo consigue gracias en gran medida a un buen Michael B. Jordan, a un inmenso Sylvester Stallone que dignifica la memoria de ese Rocky del inicio de la saga y muy bien secundados por Tessa Thompson y el resto del reparto.
Me he puesto a verla sin grandes expectativas, empujado por la curiosidad de todo lo que se esta comentando sobre las posibilidades de Stallone de obtener el Oscar y la verdad es que me ha sorprendido muy gratamente.
Lo mejor es la relación entre las dos generaciones, el joven Creed y el viejo Balboa, como los dos se apoyan en el otro para superar sus miedos, para ser capaces de enfrentarse a ellos mismos y la verdad que lo consigue. Los combates están muy bien rodados y me han dejado con ganas de mas. La relación amorosa esta bien, apareciendo en los momentos justos sin desviar el tema.
"Luchas contra ti mismo, eres el contrincante más duro al que te vas a enfrentar"
Me he puesto a verla sin grandes expectativas, empujado por la curiosidad de todo lo que se esta comentando sobre las posibilidades de Stallone de obtener el Oscar y la verdad es que me ha sorprendido muy gratamente.
Lo mejor es la relación entre las dos generaciones, el joven Creed y el viejo Balboa, como los dos se apoyan en el otro para superar sus miedos, para ser capaces de enfrentarse a ellos mismos y la verdad que lo consigue. Los combates están muy bien rodados y me han dejado con ganas de mas. La relación amorosa esta bien, apareciendo en los momentos justos sin desviar el tema.
"Luchas contra ti mismo, eres el contrincante más duro al que te vas a enfrentar"
1 de marzo de 2016
1 de marzo de 2016
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si somos realistas, esta especie de spin-off de la saga “Rocky”, no resulta del todo original con respecto a la base de la que parte. No en vano, el protagonista y su empeño, a pesar de moverse con un motor interior diferente, es muy similar al que se veía en el famoso personaje de Sylvester Stallone en el primer capítulo.
Podríamos decir que, esta película, actúa de la misma manera que lo hicieron otros títulos seriados como “Star Trek” o la más reciente “Star Wars”. Las nuevas propuestas se presentan como un reseteo de todo lo anterior, pero sin abandonar la estirpe de donde proceden.
De aquí radica principalmente su éxito, con una propuesta que por razones más que evidentes, se confiere en una continuación mucho más digna, que la vista hace poco menos de una década. Stallone dotaba a su “Rocky Balboa” de una interesante nostalgia sin demasiados esfuerzos. Su planteamiento esquemático la convertía en un título complemente prescindible y anecdótico, cuyo disfrute solo estaba destinado a los más fans de la saga.
En esta ocasión, el prácticamente desconocido Ryan Coogler coge el testigo y las riendas, infiriendo nueva sangre y expandiendo unos recursos que ya estaban agotados desde el siglo pasado.
Parte del éxito también es mérito del carismático Michael B. Jordan, actor de procedencia televisiva, que poco a poco se va abriendo paso en la gran pantalla. Su transformación progresiva en la figura del padre, se hace más que evidente en una pelea final, donde muchos creerán estar viendo a la mítica figura de Apollo Creed.
Por lo demás nada nuevo bajo el sol, la historia sigue el mismo esquema, aportando nuevos aires actuales, pero sin salirse de la mecánica habitual: chico diferente busca su motivación, la encuentra en un viejo boxeador, el entrenamiento y el consabido combate final.
Pero eso sí, los nostálgicos volveremos a vibrar con la sutil entrada del tema de Bill Conti, y de la recurrente escalera de Philadelphia, que más de uno hemos subido intentando emular a nuestros héroes de la infancia.
Podríamos decir que, esta película, actúa de la misma manera que lo hicieron otros títulos seriados como “Star Trek” o la más reciente “Star Wars”. Las nuevas propuestas se presentan como un reseteo de todo lo anterior, pero sin abandonar la estirpe de donde proceden.
De aquí radica principalmente su éxito, con una propuesta que por razones más que evidentes, se confiere en una continuación mucho más digna, que la vista hace poco menos de una década. Stallone dotaba a su “Rocky Balboa” de una interesante nostalgia sin demasiados esfuerzos. Su planteamiento esquemático la convertía en un título complemente prescindible y anecdótico, cuyo disfrute solo estaba destinado a los más fans de la saga.
En esta ocasión, el prácticamente desconocido Ryan Coogler coge el testigo y las riendas, infiriendo nueva sangre y expandiendo unos recursos que ya estaban agotados desde el siglo pasado.
Parte del éxito también es mérito del carismático Michael B. Jordan, actor de procedencia televisiva, que poco a poco se va abriendo paso en la gran pantalla. Su transformación progresiva en la figura del padre, se hace más que evidente en una pelea final, donde muchos creerán estar viendo a la mítica figura de Apollo Creed.
Por lo demás nada nuevo bajo el sol, la historia sigue el mismo esquema, aportando nuevos aires actuales, pero sin salirse de la mecánica habitual: chico diferente busca su motivación, la encuentra en un viejo boxeador, el entrenamiento y el consabido combate final.
Pero eso sí, los nostálgicos volveremos a vibrar con la sutil entrada del tema de Bill Conti, y de la recurrente escalera de Philadelphia, que más de uno hemos subido intentando emular a nuestros héroes de la infancia.
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