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La gran belleza

Comedia. Drama En Roma, durante el verano, nobles decadentes, arribistas, políticos, criminales de altos vuelos, periodistas, actores, prelados, artistas e intelectuales tejen una trama de relaciones inconsistentes que se desarrollan en fastuosos palacios y villas. El centro de todas las reuniones es Jep Gambardella (Toni Servillo), un escritor de 65 años que escribió un solo libro y practica el periodismo. Dominado por la indolencia y el hastío, ... [+]
Críticas 302
Críticas ordenadas por utilidad
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6
25 de enero de 2014
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si a la mayoría de los críticos Sorrentino ha hipnotizado con su Gran belleza. A mí durante la totalidad de la proyección, lo que me ha producido ha sido un sentimiento de falsedad y falta de autenticidad. El indiscutible vigor visual y la "fellinización" flotando en todo el conjunto no pueden esconder cierto olor a rancio y a pseudointelectual. En realidad la obra de Sorrentino es un envoltorio al que se ha añadido un poco de existencialismo y surrealismo para cubrir el expediente y hacerla pasar por profunda y llena de recobecos cultistas. Si bien tiene buen ritmo narrativo, las dudas sobre el protagonista, y el desconocimiento de su trayectoria vital....además de su imagen burguesa, casposa, repeinada y cuasi franquista (puro pureta) me hacen echar de menos continuamente al gran Mastroianni. Y si aquel me parece, como la obra de Fellini, moderno y vanguardista, Servillo y sus amigos me parecen caducos y dignos de otros tiempos llenos de polvo. No se trata de comparar estilos o direcciones, pero durante la proyección, al mismo tiempo que disfrutaba de algunos momentos brillantes de la historia, tenía la sensación de que Sorrentino me estaba vendiendo, como los artistas plásticos que critica, una gran jirafa donde solo ha habido una pequeña o mediana liebre! De que en el fondo estaba o estábamos siendo víctimas de un delirante, colorista y espectacular truco!
7
26 de enero de 2014
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Toda la vida es un truco. A lo largo de nuestra existencia no dejamos de afanarnos en construir edificios vitales con los que poder sostener la incertidumbre, la pesadez y la intriga sobre la aventura que vivimos. La vida en sí no tiene en absoluto sentido, deja a nuestra merced la decisión acerca de qué queremos buscar y de qué queremos vivir. Porque en sí, nuestra existencia no existe, debemos crearla cada uno de nosotros a partir de una esencia que dibujamos con nuestro corazón, con nuestras ganas de encontrar motivos por los que vivir en este mundo que tan inhóspito puede llegar a resultarnos.

La vida es de todo menos inamovible. Hasta el pasado se remueve en nuestra memoria en forma de melancolía y de nostalgia, recordándonos que estamos en una atracción que no cesa en ningún instante, que, cuando menos se lo espera uno, puede dejarle abandonado en la impotencia del pasado, de aquello que no puede volver a brillar ni a vivir, pero que, paradójicamente, podemos mantener con luz en nuestra existencia en forma de recuerdo. Recuerdos positivos, que nos ayudan a desatarnos de la sordidez existencial y que nos impulsan hacia el futuro gracias a que nos conservan en el presente. Todo son trucos, pues la vida, sin que nada mediara entre ella y nosotros, carecería de alicientes. Carecería de atractivo.

Por eso, somos, como perfectamente se plasma en este sugerente filme, aves que migramos constantemente hacia nuevas vivencias y hacia nuevas experiencias que exigen una adaptación veloz y convincente para que podamos seguir suspendidos en el aire y la luz de la vida. Somos aves que nos agarramos a nuestro vuelo, a nuestro continuo movimiento. Aves que avanzan gracias a unas alas que no dejan de funcionar, actuando como trucos que nos hacen creer en que el futuro es siempre el lugar al que debemos aterrizar.
8
22 de mayo de 2020 4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ganadora con todo merecimiento del Óscar a mejor película extranjera entre otros premios, esta impresionante y original cinta tuvo un gran éxito de crítica y público.

De una belleza formal apabullante, la música y la fotografía son sus elementos más destacados, pero también un gran montaje y un muy rico guion, coescrito por el propio Sorrentino, que cuenta mucho más de lo que parece, si se está atento.

Poética, simbólica, magnética, impactante y lúcida, llena de imágenes poderosas no sólo de la propia preciosa ciudad de Roma, sino de las personas y de las situaciones, es una auténtica experiencia que llega muy hondo al espectador.

El gran Toni Servillo borda al protagonista, dentro de un reparto muy ajustado que llena de contenido a los personajes. Muy buena.
9
8 de febrero de 2021 4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
La existencia de un viejo dandy, escritor refugiado en el periodismo tras una novela de juventud, cronista ocioso, vividor, bohemio, hombre sin ilusiones de sesenta y cinco años, es la excusa de Sorrentino para desarrollar una película evocadora, barroca, lírica, donde la forma siempre amenaza con tapar el fondo, que indaga en las almas de una serie de personajes decadentes, rodeados de lujo y vacuidad, quienes pasean por una Roma de pasado heroico, gloria del arte, ciudad de aliento nocturno, de fiestas interminables, poblada de frívolos y arribistas, de estrellas efímeras de la tele, de tipos pintorescos, de criminales, metrópoli invadida por turistas al borde de la insolación en busca de la fotografía perfecta, lugar por el que transitan curas e intelectuales, prostitutas y santas, ancianos obsesionados con la belleza y jóvenes suicidas, magos y poetas.

La película es un festín visual, una delicia para los sentidos, excesiva de principio a fin. Seguimos los pasos de ese observador hedonista, Jep Gambardella, atormentado por la proximidad de la muerte, criatura hastiada aferrada a su ingenio, cuya mirada irónica ilumina un paisaje depresivo, en el que se encuentran, sin embargo, destellos embriagadores. Las imágenes tienen el poder de fascinar, y dan ganas de perderse en ellas. El director apuesta por otra manera de narrar historias, influenciada por Fellini, mediante la cual ofrece un espléndido fresco de la capital italiana. Es un truco, sí, pero funciona. Vaya que sí.
10
18 de agosto de 2022 4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es tal el barullo técnico, sensorial y estético al que nos somete Sorrentino en las dos horas de metraje que en ocasiones resulta difícil llegar al centro de lo que cuenta la película. Leo chispazos de genialidad en muchas críticas; hay quien se centra en la imagen, otros en la música, también en los escenarios; pero ninguna (o casi ninguna) acaba explicando claramente de qué va la película. Por lo que trataré de darle, aquí, un centro a esa cascada de magia que es La Gran Belleza y completar el puzzle que entre todos aquí hemos construido. Ruego me disculpen sino destaco cuestión técnica alguna (la mayoría sabe más que yo), ni música o referencias a Fellini.

Jep Gambardella es un escritor que vive de rentas -solo ha escrito una novela- desde hace unos cuarenta años. La película comienza en su 65 cumpleaños. Su vida es un limitado mundo de fiestas, amigos con cierta influencia y un ligero trabajo como entrevistador de un periódico. Toda su vida alberga la esperanza de volver a estar de nuevo con Helena De Sanctis, su amor de juventud. Cuando esta muere, también una parte de sí mismo desaparece. Adviene pues un periodo de crisis donde entenderá el centro de su naturaleza, entre las ruinas de Roma, la búsqueda de nuevos límites y un dolor que le hace especialmente sensible a todo lo que a su alrededor acontece. El resto en spoiler.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
La última escena de la película explica muy bien el proceso de entendimiento que vive Jep tras recibir de la Santa una pista fundamental: "Solo como raíces porque son importantes". La Santa, claro, habla de alimento espiritual, que para eso es santa. Justo después de esta afirmación el enigmático personaje despide a una cohorte de flamencos rosados (¿Hay que explicarlo? Busquen ena web) que dice conocer a uno por uno. Segundos después, el despertar de Jep: monjas corretean en un jardín romano al tañer de las campanas, las luces de las farolas se apagan y de un puente sobre el río Tíber salta un nadador en su ejercicio matinal. Jep, vestido de blanco impoluto, está en la proa de un barco que navega hacia una isla. El mar... El barco... La isla... Conforme Jep va llegando, atisba en la costa un faro (¡Un faro!) que ya conocemos de recuerdos que hemos visto de Jep con su amor de juventud.

Ahora es de noche, y de nuevo estamos con Jep y Helena en la juventud, justo a los pies de aquel faro. Ella sube unos escalones, él se mantiene. Y a la luz de la luna podemos atisbar que ella le enseña el torso desnudo. Sin mediar palabra se aparta, se sienta y sonríe; deja libre una escalera que lleva directa al faro que tiene luz. Y es aquí donde quería llegar: de esta escalera Sorrentino nos lleva a la Sancta Scala, donde la Santa que come raíces está subiendo de rodillas con sufrimiento supino. La Santa, toda una vida de privaciones, mortificada, durmiendo en tableros del suelo, sube de rodillas por la escalera hasta que llega arriba y vive lo que parece un éxtasis místico.

Jep, en un monólogo que acompaña a la Santa, acepta su dimensión mundana y trasciende el amor que creía perdido de Helena de Sanctis, pues el camino que ella abrió siempre perteneció al propio Jep; aunque ella fuese la guardiana de la escalera (y del faro). Sólo tras este descubrimiento Jep entiende que La Gran Belleza nunca estuvo fuera de él, aunque necesitase de vehículos externos, como Helena, para manifestarse. Por eso el fin físico de Helena es el comienzo de la transmutación de Jep, que, por supuesto y tras más de cuarenta años, inicia una nueva novela cuyas primeras palabras son ese monólogo duro, seco, que cierra la película.

¿Y qué tiene que ver la Santa con todo esto? Jep circunda durante toda la película una culpa que él mismo relativiza en multitud de ocasiones. ¿Podría haber vivido con ella? ¿Puedo leer los diarios de Helena? Amén de ser consciente de llevar una vida vanal, entregada a los placeres mundanos que a él, ser superior, simplemente le hace sentir un poco más vivo. La Santa entrega su vida a lo contrario. Y al final los dos suben por la misma escalera simbólica: para la una el faro es Cristo, para el uno Cristo es el faro. El éxtasis de la una es secreto; el del uno puede decirse con palabras. A lo sagrado se llega por el placer y el dolor, y en ambos casos el guardián más temible y difícil de superar es la aceptación de nosotros mismos. Aunque se confunda con elementos externos.

El resto de detalles que no he entrado a analizar de la película son como los querubines que acompañan a una Virgen: anuncian su llegada, dimensionan el nivel de su presencia, matizan las texturas del encuentro con lo divino. Pero el centro sigue siendo la Virgen. Y no tengo tanto espacio.
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