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La tortuga rojaAnimación

La tortuga roja
7.1
9,499
Animación. Aventuras. Drama. Fantástico Historia muda sobre un náufrago en una isla tropical desierta, poblada de tortugas, cangrejos y aves. La película cuenta las grandes etapas de la vida de un ser humano. Debut en el largometraje del animador Michael Dudok de Wit (ganador del Oscar por su cortometraje "Father and Daughter"). Una coproducción de varias productoras francesas y el Studio Ghibli. (FILMAFFINITY)
Críticas 72
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10
5 de diciembre de 2016
157 de 191 usuarios han encontrado esta crítica útil
Quizá sea por su música. O quizá por tener uno de los guiones más sencillos y fascinantes que ha dado el cine moderno. Pero, sin duda alguna y a pesar de que no lo sé con certeza si los tendré, estoy convencido de que La tortuga roja será el regalo que los amantes del cine hagamos a nuestros hijos el día de mañana aún si el futuro de Blade Runner se cumple por mucho que nos pese.

Nunca antes, a mis humildes 25 años de edad, me había sentido tan emocionalmente invadido por una película que, simplemente, te pide que te dejes llevar por ella. Es un secuestro involuntario, en el que nuestros captores nos hablan con imágenes del paso del tiempo, de la sencillez de las cosas pequeñas y del valor que tiene aquella vida que desperdiciamos en cada segundo que no miramos más allá de las orillas de nuestra propia existencia. La tortuga roja es una fábula fascinante en la que los sueños, la naturaleza y los protagonistas se unen en un baile onírico orquestado por todo aquello que un día decidió escaparse del tiempo y que nosotros apenas vemos de vez en cuando.

Con una de las animaciones más sencillas que recuerdo consigue que el corazón se desborde, emborrachado de una deliciosa melancolía que hará que más de uno en Pixar deba replantearse seriamente qué cine hacer a partir de ahora. Nadie, nunca, había realizado antes algo tan hermoso con algo tan sencillo. Y quizá he ahí una de las grandezas de la que será, con el paso del tiempo, un clásico inolvidable: una sencillez tan deliciosa que nos invita a vomitar sobre la rutina que llevamos en el día a día, pidiendo a gritos que nos dejemos atrapar por lo que nos rodea y rompamos con la cobardía de no querer ver el bosque por tener delante árboles ante nosotros.

La tortuga roja no es solo un regalo para los sentidos, es una botella lanzada al océano que no solo espera llegar a un puerto, si no que se deja abrazar por el mar que la mueve en el precioso camino que le queda por delante, besando las olas de la vida y acariciando las estrellas que la arropan por la noche. Es un náufrago que descubre en una remota isla que, quizá, la mayor de las felicidades, es conformarse con lo que uno tiene. Es un alma condenada a la soledad que encuentra quien le acompañe. Son músicos, en la arena de una playa que ya nadie recuerda, tocando música de tiempos mejores.

No es una película en sí, son 80 minutos que pueden cambiar tu vida. Y quizá tú el mundo tras haberlos visto. Y habrá quién me tache de romántico, quién crea que soy un loco. Créeme, bendita locura si es sinónimo de haber sentido esta película en lo más profundo de mi persona. Y, si en 2019 un grupo de replicantes causa el caos en la tierra, al menos podré darle a mi futuro hijo, hija o a ambos dos, algo en lo que refugiarse mientras el mundo se derrumba antes nosotros. Porque las tortugas saben volver al lugar en el que nacieron sin mapa alguno, y quizá debamos aprender mucho de ellas.
7
15 de agosto de 2016
98 de 106 usuarios han encontrado esta crítica útil
Dudok de Wit es un holandés que tiene un Oscar en casa por un cortometraje, Padre e hijo, arte que ha perfeccionado estos últimos veinte años hasta estrenar en 2016 su primer largo. A sus sesenta y pico años, ser un debutante no hace más que dar esperanza a toda una generación de jóvenes humanistas con el miedo de no dejar huella para la posteridad. Incluso en edades de jubilación se podrán firmar óperas primas como esta que nos concierne. La tortue rouge es una película tan delicada como valiente y onírica.

Los trazos de la animación tradicional consiguen con una sencillez pasmosa unos paisajes preciosos, todos ambientados en la isla en la que transcurre exclusivamente la acción. El director no necesita sobrecargar los escenarios para dejarnos sin aliento. El calor que logra transmitirnos con un estilo que apunta hacia el minimalismo es uno de los grandes méritos de la cinta.

Pero sobre todo ha de destacarse el arriesgado experimento que supone realizar justo hoy una película de animación tradicional y además, muda. Sin diálogos. Dejando que sea sólamente la imagen quien narre la historia. He podido comprobar como una sala abarrotada de niños enmudecía en la sala, hipnotizados, siguiendo las desventuras del náufrago protagonista en una isla durante hora y media en absoluto silencio. No puedo evitar emocionarme al imaginar a cada uno de esos espectadores dentro de treinta o cuarenta años, en su lugar de trabajo, intentando acordarse de cómo se llamaba aquella película muda con una tortuga gigante que fueron a ver al cine en pleno verano.

Como colofón, La tortue rouge nos reserva una gran sorpresa al desarrollar su lado más onírico a partir del encuentro con el gran animal. Lo que parecía un film de supervivencia se convierte a mitad del relato en una reflexión sobre el paso del tiempo. También de la imposibilidad de volver al pasado, de la obligación de aceptar el presente y de la destrucción de las relaciones humanas en el futuro, tras la muerte.

Sorprendente, preciosa y efectiva.
6
22 de febrero de 2017
30 de 32 usuarios han encontrado esta crítica útil
-Una película de animación que aún cree en el extraordinario poder de las imágenes. No hay ni un diálogo, ni falta que hace.
-Posee una pureza insólita que debe ser aplaudida tras ser disfrutada; aunque casi a mitad de película me quedo náufrago y desconectado de la película. Una lástima.

Este año todo el mundo está muy contento con las propuestas animadas, menos un servidor. “Zootrópolis” y “Moana” me agradaron bastante sin llegar ni de lejos a la calidad de algunos títulos que han brillado en los últimos años, me decepcionó -y mucho- “La fiesta de las salchichas”, por último “Kubo y las dos cuerdas mágicas” me pareció una película irreprochable técnicamente, pero con una trama esquemática y sin el calado emocional, la madurez o la sencilla complejidad de otras obras de Laika. Me quedaban dos apuestas muy interesantes, “La vida del calabacín” y “La tortuga roja”. De momento vengo a hablar de la segunda, que apenas se ha estrenado en unas pocas salas de nuestro país. Es la primera producción del estudio Ghibli firmada por un director occidental. Este honor recae en Michael Dudok de Wit. Un animador holandés que hasta ahora solo había estado al frente de cortometrajes. No obstante, todo su trabajo ha sido muy bien recibido y de hecho su película, “Father and Daughter”, obtuvo el Oscar a “Mejor cortometraje de animación”. En esta ocasión, y tras diez años de duro trabajo, nos ofrece la historia de un náufrago y su relación con la isla que lo retiene, así como las criaturas que habitan en ella. Gracias a esta historia, vuelve a entrar en la carrera de los Oscar, porque su nueva película está nominada en la categoría de “Mejor película animada”. Ahora bien, ¿merece ganar?
Aunque me duela admitirlo, ésta es otra decepción del género. Lo nuevo del estudio japonés me deja bastante más frío de lo esperado. Dudok de Wit no ha fracasado al dar forma a esa preciosa parábola sobre la comunión entre el hombre y la naturaleza así como sobre el ciclo de la vida. De hecho su decisión de apostarlo todo al poderío de la imagen y eliminar cualquier línea de diálogo me parece valiente y acertada. Su propuesta visual de amplios planos generales y atención a los pequeños detalles, movimientos y gestos íntimos; la hacen hermosa y rica a pesar de la aparente simpleza de su historia, un arma de doble filo. El empleo de la música es fantástico, auxiliando a la imagen en su intento de crear poesía y perfectamente acompasado con el sosegado ritmo de la cinta. Pero tras una primera media hora brillante, el giro fantástico se me atraganta. La introducción de ese elemento no sucede con la livianidad necesaria y a partir de ahí me resulta más difícil conectar, captando la película mi atención de forma intermitente. Me refugio en las mágicas formas y en las admirables ambiciones, pero no vuelvo a sentir la frialdad de la lluvia como en los primeros compases. Este problema no lo tengo en las últimas escenas, de una belleza indescriptible, que se encargan de cerrar perfectamente la película.
No tengo duda de que las virtudes de esta historia van más allá del excelente trazo de la animación. Es un tipo de cine que se hace grande a partir de su silencio y sus intimidades, una fábula infinita como cada grano de arena, también antigua y eterna pues no habla de otra cosa que la vida. Cuando termina noto que se me queda algo dentro, creo que le debo una revisión y no me desagrada en absoluto intentarlo de nuevo en el futuro. Algún día volveré a esa isla. Mientras tanto, les recomiendo pasarse a ustedes por allí.
8
21 de enero de 2017
29 de 32 usuarios han encontrado esta crítica útil
Concisa y precisa, ensoñadora e imaginativa, singular y asombrosa… al tiempo que de una llaneza cautivadora. Sin diálogos pero no muda, parca en digresiones o circunloquios, se concentra en contar una sencilla historia con mínimos personajes y decorado casi único, pero rebosante de delicadeza, primor e ingenio. Adopta un punto de vista sereno ante la adversidad, destapando en su afable recorrido el tarro de las esencias como un bálsamo arrebatado que te va envolviendo y hechizando como una mágica noche de luna llena o como un deleitable atardecer refulgente al borde de un acantilado recóndito y paradisíaco. Y, en este caso, no se debe confundir sencillez con simpleza porque la naturalidad de esta cinta es fruto de un elaborado proceso de síntesis, optando siempre por la belleza de la puesta en escena y descartando cualquier afectación o solemnidad.

El meticuloso y esmerado embrujo de sus imágenes es soberbio. Nada queda al azar en este azaroso periplo por la supervivencia, donde reina el amor como esencia redentora de la vida, que nos hace llevaderas las penalidades o estrecheces y nos devuelve una ilusión radiante que nos reconforta y reconcilia con el mundo y la existencia. Ofrece poesía en movimiento, de una dulzura abrumadora pero para nada empalagosa ni preciosista, sino adentrándose por los senderos de la metáfora, de la sugerencia, de la imaginación y de la sorpresa evanescente con un aplomo y una gracia que no dejan de fascinar en ningún momento. Hacía tiempo que no se utilizaba la animación con semejante derroche de inventiva, inspiración y finura, en donde realidad y sueño se funden en una unidad maravillosa que deja atónito y agradecido al espectador más exigente e intratable.

Fábula llena de encanto, embeleso y hechicería. Nada sobra ni nada falta, es perfecta en su brevedad que, sin embargo, contiene y refleja el ciclo natural que nos configura y determina. Hay que verla para creerlo. Merece un lugar en el corazón de todo amante del buen cine, que no en vano también se denomina – sin saber bien que puede significar hasta que se visiona una joya como ésta – ‘fábrica se sueños’. Es un regalo para los sentidos y un virtuoso torrente de perfección que dejará satisfecho al paladar más severo. No deberían perdérsela, sobre todo si la edad adulta pesa y no se quiere perder toda esperanza. Milagrosa.
5
9 de enero de 2017
45 de 68 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si hubiese hecho un cortometraje con la misma historia yo lo hubiese visto muy logrado, pero creo personalmente que no da para un largometraje.
Es muy bonita y muy zen, pero hay momentos que me aburre.
Gran merito que no necesite diálogos.
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