The Family Game
1983 

6.8
61
Comedia. Drama
Una parodia de la familia japonesa estereotípica: papá es un idiota asalariado, incapaz de relacionarse con nadie; mamá es una ama de casa desesperada; el hijo mayor tiene un éxito académico moderado; pero el hijo menor es un idiota rebelde para quien un tutor debe ser contratado. El tutor, interpretado por el actor prototípico de chico malo Matsuda Yusaku, procede a destrozar a toda la familia.
12 de febrero de 2025
12 de febrero de 2025
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Incluso antes de convertirse en un fenómeno de crítica y público en pleno verano de 1.983, el joven Yoshimitsu Morita, que venía de hacer películas "pinku", declaró sin medias tintas en algunas entrevistas que era un genio, que "Kazoku Game" sería un gran éxito y que alcanzaría el primer puesto en las encuestas en periódicos y revistas especializadas.
Y a pesar de la falta de humildad, razón no le faltó porque sucedió exactamente eso. En el encargo de Nikkatsu normal de adaptar el recién publicado y aclamado debut literario homónimo de Kunio Karakida, el director se enfrascó en una producción tan difícil y minuciosa como divertida, a través de Art Theatre Guild.
Originalmente ubicada en una ciudad desconocida, la historia pasa a situarse en el distrito de Chuo, en Tokyo, y sus alrededores. En uno de los grandes apartamentos frente a la bahía residen los Numata; ya traída de la novela la descripción de éstos es una burla maliciosa, a la vez retrato realista, de lo que era la típica familia de clase media en esa sociedad nipona a las puertas de un auge económico sin precedentes, excesiva especulación bursátil, aumento del precio inmobiliario y opulencia en gastos e ingresos. Morita enclaustra en un escenario casi sin espacio a una serie de individuos cuya comunicación es prácticamente nula, ejemplificado en las peculiares tomas frontales en el salón durante las comidas.
Papá, mamá, hijo mayor e hijo menor se sientan en fila a la mesa y sus interacciones no cruzan el umbral de los reproches y evasivas en un tono de indiferencia, cansancio e irritación. Un panorama humano desolador al que acompañan los abusos escolares continuos, la ausencia de cariño paterno, la reflexión de la mujer sobre su forzada posición de tradicional esposa y madre, la enorme brecha generacional y la obsesión por la promoción en universidades de prestigio; el estudio es poco menos que un parche para el vacío emocional. Morita crea una atmósfera agobiante sin música y enfatizando los efectos de sonido hasta el punto de volverse repulsivos.
Llega entonces Yoshimoto para encargarse de encauzar la vida del hijo menor, Shigeyuki; bien conocido por su carácter temperamental, Yusaku Matsuda pone mucho de sí mismo en ese extraño visitante que, como el homólogo del de "Teorema" de Pasolini, llega de ninguna parte para ejercer su magia sobre el disfuncional núcleo de los Numata (aunque sin toques sexuales de por medio) y determina el tono de la propia película. Lo impredecible se palpa en cada interacción del tutor con el alumno y los miembros de la familia, aunque su amenazante presencia parece más aceptable, e incluso simpática, por la forma en que el actor juega con la extrañeza del personaje y el director maneja el humor negro.
La combinación de estos recursos resulta misteriosamente atractiva. El ritmo narrativo, pausado y sobrio, es quebrado por instantes de violencia inesperada y situaciones que, a través de la sátira y una puesta en escena innovadora y experimental (típica si hablamos de una producción de la ATG), transforman la realidad cotidiana en asaltos a la lógica. El tono es el adecuado para el estudio tan interesante de las relaciones interpersonales: la del tutor con Shigeyuki, la de la sacrificada madre con sus hijos, la de ese patriarca (el genio Juzo Itami en una impagable actuación), ejemplo de una caduca autoridad, con todos los demás.
Y también las relaciones entre compañeros y entre profesores y alumnos en el ambiente escolar, escenario de violencia, cobardía, ignorancia, amor no correspondido e incomprensión. Lo mejor es la amistad, sustituyendo la figura paterna, que poco a poco se forja entre el profesor y el chico, primero desde un control implacable (hoy imposible, claro), luego desde un aprecio mutuo; la química entre Matsuda y el aún menor de edad Ichirota Miyakawa funciona de maravilla (a pesar de sentirse éste intimidado por el actor al comienzo del rodaje, lo que dio pie a que muchas de las reacciones ante la cámara, fruto de la improvisación, fuesen genuinas).
Pero aunque sorprenda con sus muchas virtudes narrativas, estéticas, interpretativas y técnicas, la película, en su 2.ª mitad, toma caminos no del todo comprensibles. La acumulación de personajes (la chica que le gusta al hijo mayor (Shinichi), la vecina que acosa a la madre, la novia del tutor, la chica que confiesa su amor a Shigeyuki) que pudiesen generar interesantes subtramas nunca se aprovecha del todo y quedan como secundarios que pululan sin una función clara; también son usuales las situaciones sin un propósito, que plantean alguna idea o giro narrativo pero acaban cortándose de repente.
Y esto hace que el ritmo, que ya es de por sí lento, decaiga aún más, siendo inversamente proporcional a la sucesión del sinsentido. Lo peor es la incapacidad del guión para cerrar esas subtramas o hacer algo con sus personajes secundarios y para cerrar la trama central de la película en sí, cuyo clímax (la memorable y caótica secuencia de la cena, que tanto impactó al público en su momento, hoy convertida en un hito del cine japonés de los '80) se siente forzado, estúpido e ininteligible. Pero más lo es el desenlace que propone el director.
Karakida finalizaba su libro con un toque de agria desesperanza al hacer del tutor una presencia inútil, ya que el malestar volvía a instalarse en la familia; nada se aprendió, nada se enseñó y el dinero del patriarca había sido malgastado. Morita prefiere una ambigüedad difícil de interpretar, como si la incertidumbre que espera a los hermanos en su nueva vida académica marcara el tono de la historia y también la reacción del espectador. ¿Qué queda?, ¿qué pasa? Un helicóptero perturba la siesta de la familia...
Tal vez nunca despertaron y todo haya sido un sueño.
Y a pesar de la falta de humildad, razón no le faltó porque sucedió exactamente eso. En el encargo de Nikkatsu normal de adaptar el recién publicado y aclamado debut literario homónimo de Kunio Karakida, el director se enfrascó en una producción tan difícil y minuciosa como divertida, a través de Art Theatre Guild.
Originalmente ubicada en una ciudad desconocida, la historia pasa a situarse en el distrito de Chuo, en Tokyo, y sus alrededores. En uno de los grandes apartamentos frente a la bahía residen los Numata; ya traída de la novela la descripción de éstos es una burla maliciosa, a la vez retrato realista, de lo que era la típica familia de clase media en esa sociedad nipona a las puertas de un auge económico sin precedentes, excesiva especulación bursátil, aumento del precio inmobiliario y opulencia en gastos e ingresos. Morita enclaustra en un escenario casi sin espacio a una serie de individuos cuya comunicación es prácticamente nula, ejemplificado en las peculiares tomas frontales en el salón durante las comidas.
Papá, mamá, hijo mayor e hijo menor se sientan en fila a la mesa y sus interacciones no cruzan el umbral de los reproches y evasivas en un tono de indiferencia, cansancio e irritación. Un panorama humano desolador al que acompañan los abusos escolares continuos, la ausencia de cariño paterno, la reflexión de la mujer sobre su forzada posición de tradicional esposa y madre, la enorme brecha generacional y la obsesión por la promoción en universidades de prestigio; el estudio es poco menos que un parche para el vacío emocional. Morita crea una atmósfera agobiante sin música y enfatizando los efectos de sonido hasta el punto de volverse repulsivos.
Llega entonces Yoshimoto para encargarse de encauzar la vida del hijo menor, Shigeyuki; bien conocido por su carácter temperamental, Yusaku Matsuda pone mucho de sí mismo en ese extraño visitante que, como el homólogo del de "Teorema" de Pasolini, llega de ninguna parte para ejercer su magia sobre el disfuncional núcleo de los Numata (aunque sin toques sexuales de por medio) y determina el tono de la propia película. Lo impredecible se palpa en cada interacción del tutor con el alumno y los miembros de la familia, aunque su amenazante presencia parece más aceptable, e incluso simpática, por la forma en que el actor juega con la extrañeza del personaje y el director maneja el humor negro.
La combinación de estos recursos resulta misteriosamente atractiva. El ritmo narrativo, pausado y sobrio, es quebrado por instantes de violencia inesperada y situaciones que, a través de la sátira y una puesta en escena innovadora y experimental (típica si hablamos de una producción de la ATG), transforman la realidad cotidiana en asaltos a la lógica. El tono es el adecuado para el estudio tan interesante de las relaciones interpersonales: la del tutor con Shigeyuki, la de la sacrificada madre con sus hijos, la de ese patriarca (el genio Juzo Itami en una impagable actuación), ejemplo de una caduca autoridad, con todos los demás.
Y también las relaciones entre compañeros y entre profesores y alumnos en el ambiente escolar, escenario de violencia, cobardía, ignorancia, amor no correspondido e incomprensión. Lo mejor es la amistad, sustituyendo la figura paterna, que poco a poco se forja entre el profesor y el chico, primero desde un control implacable (hoy imposible, claro), luego desde un aprecio mutuo; la química entre Matsuda y el aún menor de edad Ichirota Miyakawa funciona de maravilla (a pesar de sentirse éste intimidado por el actor al comienzo del rodaje, lo que dio pie a que muchas de las reacciones ante la cámara, fruto de la improvisación, fuesen genuinas).
Pero aunque sorprenda con sus muchas virtudes narrativas, estéticas, interpretativas y técnicas, la película, en su 2.ª mitad, toma caminos no del todo comprensibles. La acumulación de personajes (la chica que le gusta al hijo mayor (Shinichi), la vecina que acosa a la madre, la novia del tutor, la chica que confiesa su amor a Shigeyuki) que pudiesen generar interesantes subtramas nunca se aprovecha del todo y quedan como secundarios que pululan sin una función clara; también son usuales las situaciones sin un propósito, que plantean alguna idea o giro narrativo pero acaban cortándose de repente.
Y esto hace que el ritmo, que ya es de por sí lento, decaiga aún más, siendo inversamente proporcional a la sucesión del sinsentido. Lo peor es la incapacidad del guión para cerrar esas subtramas o hacer algo con sus personajes secundarios y para cerrar la trama central de la película en sí, cuyo clímax (la memorable y caótica secuencia de la cena, que tanto impactó al público en su momento, hoy convertida en un hito del cine japonés de los '80) se siente forzado, estúpido e ininteligible. Pero más lo es el desenlace que propone el director.
Karakida finalizaba su libro con un toque de agria desesperanza al hacer del tutor una presencia inútil, ya que el malestar volvía a instalarse en la familia; nada se aprendió, nada se enseñó y el dinero del patriarca había sido malgastado. Morita prefiere una ambigüedad difícil de interpretar, como si la incertidumbre que espera a los hermanos en su nueva vida académica marcara el tono de la historia y también la reacción del espectador. ¿Qué queda?, ¿qué pasa? Un helicóptero perturba la siesta de la familia...
Tal vez nunca despertaron y todo haya sido un sueño.
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