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Contraté a un asesino a sueldo

Drama. Comedia. Thriller Un hombre gris y sin ganas de vivir contrata a un asesino a sueldo para que acabe con su vida, pues él carece de valor para hacerlo. Pero, inesperadamente, conoce a una mujer y cambia de idea: quiere seguir viviendo. El problema consiste en que debe encontrar al asesino que ha contratado antes de que éste ejecute su macabro encargo. (FILMAFFINTITY)
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Críticas 33
Críticas ordenadas por utilidad
25 de abril de 2008
88 de 96 usuarios han encontrado esta crítica útil
Kaurismäki se relaciona con Bresson por la desnudez formal, el hieratismo de los personajes, los abundantes silencios, los escuetos intercambios de frases cortas. Y con Ozu, por la sencillez de sus historias mínimas...
Y con Buñuel, habría que añadir, por el genial desparpajo con que desarrolla sus concretas narraciones, sin la menor vacilación. El relato nunca se detiene, aunque los personajes estén callados e inmóviles (ocurre a menudo): lo que se cuenta es la espera, el estupor o el acecho.
No hay paja en el estilo: parece todo acero.
También se emparenta con Buñuel por el humor seco, directo a la mandíbula, a menudo negro, como el género que actualiza y refresca en esta película, usando zumbonas parodias; véase la entrada del protagonista en el garito de los matones, o el encallecido recepcionista del hotelucho.

A un oficinista escrupuloso, para quien vivir es trabajar, le pone en la calle un reajuste de plantilla. Sus intentos de suicidio fracasan ridículamente, así que en los bajos fondos encarga a una organización de hampones un asesinato: el suyo propio.
Si se arrepiente será tarde. No podrá volver a localizar a los gángsteres; un desconocido pistolero le estará buscando para intentar matarle sin contemplaciones.
Gran idea y provechoso tratamiento.

Rodada en un Londres que no puede aparecer más sórdido, lumpen y cochambroso.

Cosecha Kaurismäki de ingredientes visuales:
Ornamentación todo-a-cien (flores de plástico, ceniceros con publicidad, asientos de eskai...).
Paisajes de fábricas humeantes.
Ventana abierta a una pared de ladrillo.
Moquetas con lamparones.
Un bar solitario en un barracón dentro del cementerio.
Un tipo fumando en la cama vestido y con zapatos.
Paredes con manchas de humedad y desconchones.
Latas de alubias, vacías junto al fregadero.
Cascotes, escombros.

(Un comentario al trabajo de JP Léaud: el actor se muestra a veces más perdido de lo que requiere el personaje; tal vez estuviera aún transtornado por la muerte de Truffaut.)

Kaurismäki declara su básico programa: contar una historia con imágenes sencillas, fáciles de asimilar. Lo consigue de sobra, mediante férreo control. Los resultados son con frecuencia regocijantes, por lo excesivo de la intencionada estética cutrista.
Y mientras hace reír, da que pensar sobre la pobreza y la precariedad de la condición humana.
Archilupo
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5 de julio de 2008
73 de 94 usuarios han encontrado esta crítica útil
Trazó con el compás un círculo perfecto. Suprimió con el cincel las transiciones narrativas. No quería músicas enfáticas ni grandes peripecias.

Cada secuencia era vital para la geometría de la historia.

- Y yo, ¿qué hago?- preguntó un espectador.

Tú pones la sonrisa.

Se alzó de la butaca, abrió la puerta del aseo y vio su rostro en la pantalla. No tuvo más remedio que llorar.
Servadac
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15 de abril de 2009
49 de 55 usuarios han encontrado esta crítica útil
Planos: Es común, en el cine del finlandés encontrarnos con ciertas tomas alegóricas, sinécdoques o planos maestros donde la información es “simplemente” visual.

Encuadre: la cámara de Kaurismäki pocas veces se encuentra a la altura de los ojos. Solemos apreciarla a una altura que nos suena familiar: 80 centímetros (altura de los ojos de una persona sentada en un tatami).

Montaje: Las elipses precisas, de cirujano experto, consiguen dotar a los trabajos del director de un movimiento estremecedor. El ritmo, a diferencia de un cine más convencional, adquiere más vigorosidad con la cámara quietecita.

Fotografía: Kaurismäki retrata y pinta sus propios Nighthawks. Nunca el minimalismo daba tanta información.

Música: siempre participante activo de la escena. Su información nos ayuda a entender siempre unos personajes desdichados con alma optimista. Tangos (C. Gardel) y Jazz (B. Holiday) son los culpables de que veamos humo en los bares y tabernas sin que su director se gaste un duro en poner el humo. A eso, en mi pueblo, es a lo que se le llama economía de recursos.

Formas de usar el lenguaje cinematográfico hay tantos como personas con una cámara en sus manos. La conjunción del lenguaje de grandes directores de la historia ha dado como resultado Aki Kaurismäki: uno de los directores más extraordinarios del cine mundial.
Chagolate con churros
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26 de mayo de 2010
41 de 48 usuarios han encontrado esta crítica útil
Asombrosa y cochambrosa, cómica y deprimente, acertada en cada minuto de su metraje, de escasos y rotundos diálogos e interpretaciones ligeramente esperpénticas, esta versión personal de "qué fue de Antoine Doinel" se presenta homogénea y divertida, desparramada y triste, en una sucesión de escenas perfectamente delimitadas y mejor hiladas, para crear un colorido londres gris de plástico y ladrillo, más gris que nunca, más plástico que nunca, y construir una sencilla historia, más compleja que nunca, donde conviven en armonía los escombros y los humanos, dibujados todos sus personajes, todos, en 3 miserables pinceladas, sólo tres, pero del mayor alcance: el que logra una trayectoria transparente hasta las entrañas, haciendo cosquillas en el mismo hígado, hasta levantar la sonrisa, las lágrimas y finalmente, la tortura.
Sines Crúpulos
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27 de mayo de 2010
24 de 29 usuarios han encontrado esta crítica útil
Kaurismäki se las arregla para trocar las postales de toda ciudad y darles vuelta para observar el reverso más desfavorecido. Un Londres desvencijado, sin ningún arrogante Big Ben oteando el horizonte, respira con achacosas bocanadas, resignado a su propia decadencia.
Aparece como un fetiche en las comedias dramáticas del finlandés el identificable y habitual decorado de apartamentos y emplazamientos carentes de todo rastro de elegancia, con la pintura deslucida, las puertas desconchadas, muebles viejos, electrodomésticos muy baratos, la reducción al mínimo en el mobiliario.
Un paseo irónico por las zonas más vulgares y menos recomendables, tachonadas de escombros, de antros de dudosa reputación, cafeterías y bares teñidos de dejadez y parsimonia, como si la fatalidad ambiente pusiera un velo de desidia sobre los propietarios y los parroquianos, que podrían formar parte de las mesas con manteles que nunca conocieron mejores tiempos, bebiendo sus matarratas de garrafón y fumando cigarrillos interminables, aguardando el fin mediocre y gris de todas las cosas, tan mediocre y gris como sus existencias. Ahí es donde se mueven los derrotados, los perdedores como Henri. Recién incorporado a la cola de los desempleados, un ex–oficinista aburrido, un fantasma opaco y mate como otros tantos que se desplazan por los estertores de ese Londres que no es de postal. El humor negro de Kaurismäki juega con no poca mala idea, y con mucho sarcasmo, a atacar el sistema, y a subir en el pedestal de los calamitosos don nadie a un antihéroe, un freak que se acerca sospechosamente a la realidad de los marginales. Caricatura mordiente de los que nunca podrán ir más allá del arroyo al que fueron a parar desde su nacimiento, provocando la sonrisa biliosa, la comedia de los patanes a función completa.
Una risa traviesa y amarga, la risa adulterada del observador, que brota ante ese aura de desmañado esperpento, ameniza los descalabros de un pobre diablo cansado de vivir para vegetar, que ni siquiera tiene valor para suicidarse (y es tan torpe que ni los intentos de suicidio le salen bien, o quizás sus fracasos son avisos caprichosos de la juguetona suerte, que en clave de retorcido humor advierten al perdedor que la vida sigue valiendo la pena, por miserable que pueda ser). Tan poco espíritu tiene, que contrata a un asesino para que lo liquide, ya que a él se le da mal eso de quitarse de la circulación. Lo genuinamente patético, el culmen del desastre, y por tanto lo más risible de la película, se le viene encima cuando tras conocer a una mujer se arrepiente de su decisión sin retorno.
Una sucesión de parias, de casi fantoches anónimos en un Londres que no se reconoce.
Porque el director finés tiene un gran talento para lograr que cualquier sitio, por célebre que sea, luzca como del montón, y menos aún.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Vivoleyendo
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