El amigo americano
1977 

7.2
9,560
Thriller. Drama
El marchante americano Tom Ripley (Hopper) intenta poner a prueba la integridad de Jonatham Zimmermann, un humilde fabricante de marcos (Bruno Ganz) que padece una enfermedad terminal. Ripley le presenta a un gánster que le ofrece mucho dinero a cambio de que trabaje para él como asesino a sueldo. En un principio rechaza la oferta, pero, al pensar en el precario futuro que espera a su mujer y a su hijo después de su muerte, acaba aceptando el trato. (FILMAFFINITY) [+]
4 de septiembre de 2007
4 de septiembre de 2007
90 de 114 usuarios han encontrado esta crítica útil
Me cuentan que la novela "El juego de Ripley" de Patricia Highsmith es excelente, en la cual se basa la película que nos ocupa. Wenders se sirve del libro y de ciertas constantes del cine negro, a los que añade ese estilo frío y sobrio de sus primeros trabajos, para hacer una particular versión que en apariencia se trata de un thriller, con cierta coherencia al principio pero que se acaba disipando a lo largo del metraje.
Se trata de una especie de juego, un rompecabezas de piezas extrañas y atrayentes pero que por más que lo intente no van a encajar. No tiene solución, pero para mí el juego es lícito y entretenido. Así pues, el argumento, digamos que se trata de una mera formalidad para adentrarte en este ilógico pasatiempo, sobre un hombre con una enfermedad terminal que recibe una carta de un amigo en la que dice que se ha enterado de que su enfermedad ha empeorado, lo cual le desconcierta, ya que su médico le asegura que está estable. Tras eso, recibe una extraña oferta de un desconocido que consiste en un chequeo con otro médico para comprobar que se está muriendo, y un trabajito que le proporcionará dinero para su esposa e hijo tras su muerte: asesinar a un hombre. Comienza el juego.
Bruno Ganz hace un gran papel en la piel de este hombre, y Dennis Hopper hace de Tom Ripley, en una buena interpretación pero que, sin embargo, no me termina de convencer, quizás por el contraste con Ganz. Aparecen en colaboraciones especiales Nicholas Ray y Samuel Fuller. Tras esa premisa comprensible, poco a poco la coherencia del film se va perdiendo hasta un final en el que intento desenmarañar qué es lo que ocurre, pero en vano. Los títulos de crédito parecen una palmadita en la espalda de Wenders diciendo: "Muy bien, te has esforzado, pero no busques más, fin del juego".
Aunque en apariencia esto pueda resultar una tomadura de pelo, a mí me resulta entretenido e interesante, con una primera hora fascinante, lo que hace que el film adquiera una paradójica categoría de pasatiempo trascendente por momentos. Pero la verdad, yo preferiría que tuviese un desarrollo convencional, ya que la película para mí iba siendo una obra maestra con el suspense de un Hitchcock, pero Wenders toma otra vía que, aunque para mí tenga su gracia, no deja de ser limitada. Con todo, una buena película.
Se trata de una especie de juego, un rompecabezas de piezas extrañas y atrayentes pero que por más que lo intente no van a encajar. No tiene solución, pero para mí el juego es lícito y entretenido. Así pues, el argumento, digamos que se trata de una mera formalidad para adentrarte en este ilógico pasatiempo, sobre un hombre con una enfermedad terminal que recibe una carta de un amigo en la que dice que se ha enterado de que su enfermedad ha empeorado, lo cual le desconcierta, ya que su médico le asegura que está estable. Tras eso, recibe una extraña oferta de un desconocido que consiste en un chequeo con otro médico para comprobar que se está muriendo, y un trabajito que le proporcionará dinero para su esposa e hijo tras su muerte: asesinar a un hombre. Comienza el juego.
Bruno Ganz hace un gran papel en la piel de este hombre, y Dennis Hopper hace de Tom Ripley, en una buena interpretación pero que, sin embargo, no me termina de convencer, quizás por el contraste con Ganz. Aparecen en colaboraciones especiales Nicholas Ray y Samuel Fuller. Tras esa premisa comprensible, poco a poco la coherencia del film se va perdiendo hasta un final en el que intento desenmarañar qué es lo que ocurre, pero en vano. Los títulos de crédito parecen una palmadita en la espalda de Wenders diciendo: "Muy bien, te has esforzado, pero no busques más, fin del juego".
Aunque en apariencia esto pueda resultar una tomadura de pelo, a mí me resulta entretenido e interesante, con una primera hora fascinante, lo que hace que el film adquiera una paradójica categoría de pasatiempo trascendente por momentos. Pero la verdad, yo preferiría que tuviese un desarrollo convencional, ya que la película para mí iba siendo una obra maestra con el suspense de un Hitchcock, pero Wenders toma otra vía que, aunque para mí tenga su gracia, no deja de ser limitada. Con todo, una buena película.
21 de agosto de 2009
21 de agosto de 2009
69 de 85 usuarios han encontrado esta crítica útil
Plano detalle: unos tickets de metro pasan por la máquina. Dos personas suben unas escaleras y esperan al metro. Se miran. Jonathan Zimmermann (Bruno Ganz) observa al blanco. Entran en el vagón y comienza una persecución hasta que en unas escaleras mecánicas Jonathan cumple con su palabra. Su huida, queda filmada por las cámaras de seguridad de la red de metro parisino. Y nosotros observamos esas cámaras. Esa filmación de la filmación. Estos minutos (¿8? ¿9?), son maestros. Es puro Bresson: no existe diálogo ni música. Es pura fuerza cinematográfica.
Cuando Jonathan sale a la calle respira aliviado. Nosotros respiramos con él.
Por si no había quedado claro anteriormente Wenders ahora nos lo da en bandeja. El asesinato, es sólo una excusa, porque de lo que habla el alemán es de las personas. Personajes construidos con los cimientos del cine clásico. “El amigo americano” es un homenaje al cine negro de personajes. La cámara despoja cualquier misterio sobre los actos de cada personaje. Sus miedos, esperanzas y sufrimientos se muestran con eficacia. Que mejor homenaje que incluir en el reparto a directores como Nicholas Ray (Derwatt) o Samuel Fuller (gánster) que produjeron ese tipo de cine.
Y luego quedan los espacios. Y el uso que les da Wenders. Excepto en sus secuencias finales (donde se despoja de la opresión urbanita), en el resto existe la amenaza de la ciudad. Sus túneles, metros, trenes, habitaciones de hotel o consultas médicas son espacios cerrados despojados de alegría. Incluso la casa de Jonathan, es aséptica, casi minimalista (en cuanto al sentimiento que desprende), a pesar de todos los juguetes que se muestran. La cámara recoge unas ciudades solitarias, tristes, angustiosas y dichos sentimientos se apoderan del receptor.
El segundo encargo tiene su porqué (1) pero a estas alturas de metraje, yo lo hubiera eliminado para conseguir una mayor entereza no dispersando de esta manera la trama. A mi juicio incluir este segundo encargo es el mayor error de la cinta. La escena del asesinato en el tren es la más pura en cuanto a cine negro se refiere de toda la película. Y aquí vengo yo a decir aquello de no dispersar la trama. Que en cuanto a ejercicio cinematográfico la escena es buenísima (puro Hitchcock, pero de nuevo sin música), y aún así me quedo con esa fría radiografía que Wenders estaba haciendo del interior de Jonathan y Tom Ripley (Dennis Hopper).
Fíjense que no he hablado de los actores. Es que en películas como esta, el actor, es la cámara y es ésta, como dije más arriba, la que desnuda al personaje dándonos a conocer su comportamiento.
(1) Lazo definitivo para unir al amigo americano con Jonathan.
Cuando Jonathan sale a la calle respira aliviado. Nosotros respiramos con él.
Por si no había quedado claro anteriormente Wenders ahora nos lo da en bandeja. El asesinato, es sólo una excusa, porque de lo que habla el alemán es de las personas. Personajes construidos con los cimientos del cine clásico. “El amigo americano” es un homenaje al cine negro de personajes. La cámara despoja cualquier misterio sobre los actos de cada personaje. Sus miedos, esperanzas y sufrimientos se muestran con eficacia. Que mejor homenaje que incluir en el reparto a directores como Nicholas Ray (Derwatt) o Samuel Fuller (gánster) que produjeron ese tipo de cine.
Y luego quedan los espacios. Y el uso que les da Wenders. Excepto en sus secuencias finales (donde se despoja de la opresión urbanita), en el resto existe la amenaza de la ciudad. Sus túneles, metros, trenes, habitaciones de hotel o consultas médicas son espacios cerrados despojados de alegría. Incluso la casa de Jonathan, es aséptica, casi minimalista (en cuanto al sentimiento que desprende), a pesar de todos los juguetes que se muestran. La cámara recoge unas ciudades solitarias, tristes, angustiosas y dichos sentimientos se apoderan del receptor.
El segundo encargo tiene su porqué (1) pero a estas alturas de metraje, yo lo hubiera eliminado para conseguir una mayor entereza no dispersando de esta manera la trama. A mi juicio incluir este segundo encargo es el mayor error de la cinta. La escena del asesinato en el tren es la más pura en cuanto a cine negro se refiere de toda la película. Y aquí vengo yo a decir aquello de no dispersar la trama. Que en cuanto a ejercicio cinematográfico la escena es buenísima (puro Hitchcock, pero de nuevo sin música), y aún así me quedo con esa fría radiografía que Wenders estaba haciendo del interior de Jonathan y Tom Ripley (Dennis Hopper).
Fíjense que no he hablado de los actores. Es que en películas como esta, el actor, es la cámara y es ésta, como dije más arriba, la que desnuda al personaje dándonos a conocer su comportamiento.
(1) Lazo definitivo para unir al amigo americano con Jonathan.
8 de octubre de 2005
8 de octubre de 2005
28 de 40 usuarios han encontrado esta crítica útil
Wenders vuelve a desafiar a los que se empeñan en clasificar las películas en géneros cerrados realizando un film distinto y lleno de fuerza. Sin renunciar a sus bellas pero crudas imágenes y a su poética habituales se atreve a contar una historia que en manos de cualquier advenedizo de hollywood hubiese significado un resultado muy distinto. Nos cuenta lo que es capaz de hacer una persona cualquiera por la gente que ama cuando no tiene nada que perder. Hopper muy bien, Ganz soberbio.
23 de marzo de 2009
23 de marzo de 2009
30 de 47 usuarios han encontrado esta crítica útil
El amigo Wenders es un tipo peculiar. Su pertinaz obsesión por entremezclar esa profunda admiración por la iconografía yankee con elementos gafapastiles de genuina raigambre europea arranca en un ya lejano 1974 con “Alicia en las ciudades”. En 1977 esa irreprimible zozobra vuelve por sus fueros a través de esta peli, “El amigo americano”. Una peli que, pese a su consensuada condición de ‘film de culto’, ni me seduce, ni me fascina –y, lo que es peor- ni tan solo me convence.
Y no me convence porque “El amigo americano” no consigue despojarse en ningún momento de esa incómoda y perniciosa condición de híbrido. Como thriller no es un despropósito, pero casi. El suspense hitchcockiano brilla por su ausencia y la incipiente intriga inicial acaba diluyéndose como un azucarillo en un océano de situaciones insípidas y patéticas que rozan –vaya si no- la tomadura de pelo.
Como obra de autor el trabajo de Wenders gana algunos enteros. Porque si bien es cierto que como adaptación de la obra de Highsmith prefiero sustancialmente “A pleno sol” de Clément, reconozco que el alemán exhibe buenas maneras y demuestra que conoce su oficio en esta singular propuesta personal. Es más, salvando las distancias, algunas secuencias al más puro estilo ‘film noir’ y la inquietante musiquilla de Jurgen Knieper me remiten con cierta insistencia al “Chinatown” de Polanski. Pero solo a ratos. Por desgracia.
Un film interesante, sí. Pero sólo eso, interesante. Un seis.
Y no me convence porque “El amigo americano” no consigue despojarse en ningún momento de esa incómoda y perniciosa condición de híbrido. Como thriller no es un despropósito, pero casi. El suspense hitchcockiano brilla por su ausencia y la incipiente intriga inicial acaba diluyéndose como un azucarillo en un océano de situaciones insípidas y patéticas que rozan –vaya si no- la tomadura de pelo.
Como obra de autor el trabajo de Wenders gana algunos enteros. Porque si bien es cierto que como adaptación de la obra de Highsmith prefiero sustancialmente “A pleno sol” de Clément, reconozco que el alemán exhibe buenas maneras y demuestra que conoce su oficio en esta singular propuesta personal. Es más, salvando las distancias, algunas secuencias al más puro estilo ‘film noir’ y la inquietante musiquilla de Jurgen Knieper me remiten con cierta insistencia al “Chinatown” de Polanski. Pero solo a ratos. Por desgracia.
Un film interesante, sí. Pero sólo eso, interesante. Un seis.
4 de junio de 2010
4 de junio de 2010
20 de 27 usuarios han encontrado esta crítica útil
Wim Wenders se siente fascinado por las carreteras, los viajes, por la sensación de identidad que proporciona el contar con un hogar al que poder volver. Aunque el viaje constituye uno de los ingredientes esenciales de sus primeras obras, también es parte esencial de El amigo americano, en la que todos los personajes carecen de raíces (Jonathan es suizo y Ripley americano, pero ambos viven en Hamburgo). Y, aunque alemán, Wenders ha sentido siempre una enorme admiración por el cine y la cultura americana, que han influido decisivamente en sus películas.
Desde el primer plano, Dennis Hopper con sombrero de cowboy saliendo de un taxi neoyorquino frente al estudio del pintor Derwatt hasta el final de la película, el espectador es zarandeado sin piedad de un lugar a otro: los muelles de Hamburgo, Paris, Munich, otra vez Nueva York... sin que los paisajes urbanos que aparecen en la película cambien de manera perceptible. El mundo parece haberse reducido a una aterradora ciudad universal, llena de estaciones de metro, aeropuertos, ascensores, circuitos cerrados de televisión, impersonales hoteles, túneles, rascacielos, es decir, todas las trampas de la moderna civilización urbana.
El hecho de que Wenders utilize a dos directores de Hollywood como Sam Fuller y Nicholas Ray, constituye un homenaje directo al cine americano, y resulta también significativo que Wenders basase su película en un thriller de la americana Patricia Highsmith, "Ripley`s Game". La aparición de otros cuatro directores europeos, Daniel Schmid, Jean Eustache, Peter Lilienthal y Sandy Whitelaw haciendo de gángsters puede parecer un exceso de cinefilia y autoindulgencia, pero se trata de parte del juego que propone la película. A pesar de lo complejo de su trama, que puede resultar confusa en algún momento, El amigo americano es de lo mejor del cine europeo de los 70.
Desde el primer plano, Dennis Hopper con sombrero de cowboy saliendo de un taxi neoyorquino frente al estudio del pintor Derwatt hasta el final de la película, el espectador es zarandeado sin piedad de un lugar a otro: los muelles de Hamburgo, Paris, Munich, otra vez Nueva York... sin que los paisajes urbanos que aparecen en la película cambien de manera perceptible. El mundo parece haberse reducido a una aterradora ciudad universal, llena de estaciones de metro, aeropuertos, ascensores, circuitos cerrados de televisión, impersonales hoteles, túneles, rascacielos, es decir, todas las trampas de la moderna civilización urbana.
El hecho de que Wenders utilize a dos directores de Hollywood como Sam Fuller y Nicholas Ray, constituye un homenaje directo al cine americano, y resulta también significativo que Wenders basase su película en un thriller de la americana Patricia Highsmith, "Ripley`s Game". La aparición de otros cuatro directores europeos, Daniel Schmid, Jean Eustache, Peter Lilienthal y Sandy Whitelaw haciendo de gángsters puede parecer un exceso de cinefilia y autoindulgencia, pero se trata de parte del juego que propone la película. A pesar de lo complejo de su trama, que puede resultar confusa en algún momento, El amigo americano es de lo mejor del cine europeo de los 70.
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