Más allá de Zanzíbar (Los pantanos de Zanzibar)
7.1
387
Drama. Intriga
Phroso es un popular mago que realiza trucos con su esposa. Un día descubre que su mujer se ha dado a la fuga con otro hombre contra quien perderá la función de sus piernas después de una pelea. Los meses pasan y la esposa de Phroso regresa con una niña para morir poco después. El mago jura venganza contra el hombre que le arrebató a su mujer pero no será hasta dieciocho años después, cuando Phroso establecido al oeste de Zanzíbar ... [+]
4 de julio de 2009
4 de julio de 2009
15 de 16 usuarios han encontrado esta crítica útil
He aquí otro estupendo ejercicio de crueldad producto del compadreo de dos genios insobornables: Tod Browning y Lon Chaney. El primero, todo un especialista en deformidades y furibundas apologías de los inadaptados; el segundo, uno de los más grandes actores de la historia del cine (y sin duda el que con más credibilidad supo dar vida a los discapacitados). Ambos aportan alma y corazón a este sudoroso ejemplo de cine primigenio y salvaje, plásticamente muy estimulante (la estética selvática y los figurantes africanos dan mucho juego) y narrativamente todo un caramelo envenenado de esos que tanto gustaban al autor de Freaks.
Quizás argumentalmente no esté tan conseguida como otros títulos del dúo (Garras humanas, por ejemplo), de hecho a veces da la sensación de que le faltan fotogramas o de que las explicaciones se le quedan cortas. Poco importa, pues en el tramo final remonta el vuelo con la maestría y la rabia a las que nos tiene acostumbrado este dúo tan particular. Si ese mismo desenlace no estuviese tan estirado la cinta alcanzaría perfectamente el notable. Se queda en el bien muy alto, y los fans de Chaney tienen otra oportunidad estupenda para sumar uno más de sus tortuosos y complejos personajes (sobre todo teniendo en cuenta la época) a su asombrosa galería de monstruos humanos. Tim Burton seguro que tiene la colección completa.
Lo mejor: la retorcida poética de Browning.
Lo peor: un desenlace algo alargado.
Quizás argumentalmente no esté tan conseguida como otros títulos del dúo (Garras humanas, por ejemplo), de hecho a veces da la sensación de que le faltan fotogramas o de que las explicaciones se le quedan cortas. Poco importa, pues en el tramo final remonta el vuelo con la maestría y la rabia a las que nos tiene acostumbrado este dúo tan particular. Si ese mismo desenlace no estuviese tan estirado la cinta alcanzaría perfectamente el notable. Se queda en el bien muy alto, y los fans de Chaney tienen otra oportunidad estupenda para sumar uno más de sus tortuosos y complejos personajes (sobre todo teniendo en cuenta la época) a su asombrosa galería de monstruos humanos. Tim Burton seguro que tiene la colección completa.
Lo mejor: la retorcida poética de Browning.
Lo peor: un desenlace algo alargado.
3 de septiembre de 2010
3 de septiembre de 2010
9 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Dice el refrán que la venganza es un plato que debe comerse frío y en esta película muda, de uno de los pioneros del cine, la venganza planeada durante muchos años, puede convertirse en un plato indigesto. El gran Lon Chaney protagoniza una película sórdida y oscura, en la que un mago venido a menos, sufre un enorme desengaño amoroso, provocado por un rival sin escrúpulos. El protagonista se enzarza en una pelea, en la que además de perder a la mujer de su vida, queda minusválido. A partir de ese momento en su cabeza sólo existe un plan para vengarse del rival, aunque pasen los años, toda su vida girará en torno a esa venganza. Resulta dramático observar cómo el protagonista pierde todo su atractivo moral y se convierte en un ser despreciable hasta límites insospechados, con tal de poder llevar a cabo su cruenta venganza.
Película de Tod Browning (La parada de los monstruos) que rezuma maldad, es como una herida supurante, que no acaba de cicatrizar, hasta que finalmente un rayo de esperanza parece redimir al ser humano de una condición cercana a la del animal. Destacan, la ambientación sucia, sudorosa, de atmósfera pesada y húmeda, y un actor que sabe sacar la miseria humana a la luz.
Para degustadores de joyas antiguas.
Lo mejor: el ambiente bizarro, la maldad del personaje protagonista, Lon Chaney, los giros de la historia.
Lo peor: un final un poco alargado.
La escena: el protagonista por el suelo, moviéndose con sus muñones y sus piernas arrastradas, capaz de dar lástima por su situación y a la vez asco, por su falta de humanidad.
Película de Tod Browning (La parada de los monstruos) que rezuma maldad, es como una herida supurante, que no acaba de cicatrizar, hasta que finalmente un rayo de esperanza parece redimir al ser humano de una condición cercana a la del animal. Destacan, la ambientación sucia, sudorosa, de atmósfera pesada y húmeda, y un actor que sabe sacar la miseria humana a la luz.
Para degustadores de joyas antiguas.
Lo mejor: el ambiente bizarro, la maldad del personaje protagonista, Lon Chaney, los giros de la historia.
Lo peor: un final un poco alargado.
La escena: el protagonista por el suelo, moviéndose con sus muñones y sus piernas arrastradas, capaz de dar lástima por su situación y a la vez asco, por su falta de humanidad.
20 de diciembre de 2013
20 de diciembre de 2013
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
La Venganza es siempre uno de los motores principales en las películas de Tod Browning. Este motivo, lo encontramos siempre en sus mejores películas, como en Freaks (1932), donde el personaje de Cleopatra era ajusticiado por sus aires de superioridad ante los personajes a los que ella consideraba inferiores, o en Muñecos infernales (1936) así como en Más allá de Zanzíbar (1928) una película que vuelve a contar con el tándem Lon Chaney y Tod Browning y que está considerada una de las mejores obras del director.
En más allá de Zanzíbar nos volvemos a encontrar con otra de esas historias rocambolescas, que sólo a un director con la personalidad de Browning le podían interesar en aquellos tiempos. Ya la sinopsis del argumento nos puede parecer, cuanto menos, extraña: Una mujer comparte el amor con dos hombres (Lon Chaney y Lionel Barrymore), hasta que finalmente se decanta por uno, el personaje que interpreta Barrymore, pero Lon Chaney no acepta el resultado y se inmiscuye en una trifulca que lo acabará dejando sin poder utilizar las piernas nunca más. Evidentemente, durante el resto de su vida, buscará vengarse de Barrymore.
Otra vez pues, nos encontramos con que el personaje principal de la película se trata de un Freak, de un personaje que mutilado en un accidente, que se aparta de la sociedad (tanto voluntariamente como involuntariamente, en este último sentido Browning nos coloca el diálogo de las señoras mayores para que el espectador pueda entender que el personaje de Chaney ya no tiene su sitio en la sociedad). Esto no quiere decir que el director de la película se posicione a su favor. Chaney no es ni mucho menos un bendito, más bien al contrario. Los Freaks para Browning son iguales que los seres normales, el espectador a fin de cuentas, en el sentido que al igual que aquellos, también cometen errores, tienen sentimientos y desean las mismas cosas. Eso sí, las reglas del juego para ellos son diferentes.
¿Dónde trabajan los tres personajes en un inicio de la película? Sí, efectivamente, en espectáculos circenses, y es que el mundo personal de Browning vuelve hacer acto de aparición. Una feria que aparece en los primeros momentos de la película, y que dejará paso a los territorios más exóticos del África donde el espectador del momento debió quedar absolutamente cautivado con el aspecto visual de la película. Es allí donde habita el personaje interpretado por Chaney, consumido absolutamente por la venganza (su interpretación es absolutamente excepcional, y pocas veces en el cine se han visto personajes tan carcomidos por dentro como lo parece el personaje de Chaney) y que se ha hecho el dueño de una tribu africana. Al director le sirven estas ambientaciones tan insólitas para el espectador medio, para mostrarnos una gran cantidad de detalles que revelan una historia totalmente sórdida, no ya sólo la gran cantidad de insectos y animales singulares o en la magnífica representación de la ambientación africana, sino también rituales en los que la tribu africana pondrá fin a la vida humana en diversas ocasiones. Precisamente la vida humana y su fragilidad es una constante en el motor de la película, y resultará patente en el acto final que realizará Chaney.
José Manuel Serrano Cueto, ha visto en la película una clara influencia de la tragedia griega en el desarrollo de la película. Así pues, podríamos encontrar diversos elementos que formaban parte indispensable de la tragedia y que aparecen en la película, como la Hybris (el descontrol y las ansías de sobreponerse de un personaje, en este caso Lon Chaney, que acabará siendo castigado por los dioses) cuando Lon Chaney decide vengarse de Barrymore intentando asesinar sin querer a su propia hija, o la catarsis (momento final en que el público se purifica mediante la expiación normalmente trágica del personaje principal), en este caso, el acto final de sacrificio, en el que por cierto, Browning nos deja un detalle de gran nivel, mostrándonos el colgante de Chaney entre las llamas, dándonos la cruda imagen de que ha sido devorado por las llamas.
Y es que si por algo ha sido importante Browning en el cine, no es por la ruptura de las formas (en la película la cámara apenas realiza movimientos y los encuadres siempre acostumbran a ser estables), sino por la importancia iconográfica de sus películas. Por otra parte, pocos directores hubieran recurrido a una serie de detalles tan sórdidos, como el ya comentado momento del sacrificio, o incluso el patetismo con el que Chaney tiene que descender de su habitación cada vez que le llaman.
http://neokunst.wordpress.com/2013/12/20/mundo-mudo-mas-alla-de-zanzibar-1928/
En más allá de Zanzíbar nos volvemos a encontrar con otra de esas historias rocambolescas, que sólo a un director con la personalidad de Browning le podían interesar en aquellos tiempos. Ya la sinopsis del argumento nos puede parecer, cuanto menos, extraña: Una mujer comparte el amor con dos hombres (Lon Chaney y Lionel Barrymore), hasta que finalmente se decanta por uno, el personaje que interpreta Barrymore, pero Lon Chaney no acepta el resultado y se inmiscuye en una trifulca que lo acabará dejando sin poder utilizar las piernas nunca más. Evidentemente, durante el resto de su vida, buscará vengarse de Barrymore.
Otra vez pues, nos encontramos con que el personaje principal de la película se trata de un Freak, de un personaje que mutilado en un accidente, que se aparta de la sociedad (tanto voluntariamente como involuntariamente, en este último sentido Browning nos coloca el diálogo de las señoras mayores para que el espectador pueda entender que el personaje de Chaney ya no tiene su sitio en la sociedad). Esto no quiere decir que el director de la película se posicione a su favor. Chaney no es ni mucho menos un bendito, más bien al contrario. Los Freaks para Browning son iguales que los seres normales, el espectador a fin de cuentas, en el sentido que al igual que aquellos, también cometen errores, tienen sentimientos y desean las mismas cosas. Eso sí, las reglas del juego para ellos son diferentes.
¿Dónde trabajan los tres personajes en un inicio de la película? Sí, efectivamente, en espectáculos circenses, y es que el mundo personal de Browning vuelve hacer acto de aparición. Una feria que aparece en los primeros momentos de la película, y que dejará paso a los territorios más exóticos del África donde el espectador del momento debió quedar absolutamente cautivado con el aspecto visual de la película. Es allí donde habita el personaje interpretado por Chaney, consumido absolutamente por la venganza (su interpretación es absolutamente excepcional, y pocas veces en el cine se han visto personajes tan carcomidos por dentro como lo parece el personaje de Chaney) y que se ha hecho el dueño de una tribu africana. Al director le sirven estas ambientaciones tan insólitas para el espectador medio, para mostrarnos una gran cantidad de detalles que revelan una historia totalmente sórdida, no ya sólo la gran cantidad de insectos y animales singulares o en la magnífica representación de la ambientación africana, sino también rituales en los que la tribu africana pondrá fin a la vida humana en diversas ocasiones. Precisamente la vida humana y su fragilidad es una constante en el motor de la película, y resultará patente en el acto final que realizará Chaney.
José Manuel Serrano Cueto, ha visto en la película una clara influencia de la tragedia griega en el desarrollo de la película. Así pues, podríamos encontrar diversos elementos que formaban parte indispensable de la tragedia y que aparecen en la película, como la Hybris (el descontrol y las ansías de sobreponerse de un personaje, en este caso Lon Chaney, que acabará siendo castigado por los dioses) cuando Lon Chaney decide vengarse de Barrymore intentando asesinar sin querer a su propia hija, o la catarsis (momento final en que el público se purifica mediante la expiación normalmente trágica del personaje principal), en este caso, el acto final de sacrificio, en el que por cierto, Browning nos deja un detalle de gran nivel, mostrándonos el colgante de Chaney entre las llamas, dándonos la cruda imagen de que ha sido devorado por las llamas.
Y es que si por algo ha sido importante Browning en el cine, no es por la ruptura de las formas (en la película la cámara apenas realiza movimientos y los encuadres siempre acostumbran a ser estables), sino por la importancia iconográfica de sus películas. Por otra parte, pocos directores hubieran recurrido a una serie de detalles tan sórdidos, como el ya comentado momento del sacrificio, o incluso el patetismo con el que Chaney tiene que descender de su habitación cada vez que le llaman.
http://neokunst.wordpress.com/2013/12/20/mundo-mudo-mas-alla-de-zanzibar-1928/
28 de abril de 2019
28 de abril de 2019
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Los pantanos de Zanzíbar” se basa en una obra de teatro escrita por Chester De Vonde y Kilbourn Gordon que había obtenido un gran éxito desde su estreno en 1926 pese al escándalo que provocó su argumento. Entre los autores de la adaptación se encontraba Waldemar Young, un guionista que había colaborado y aún colaboraría en alguna ocasión con Browning, y que después lo haría en reputadas producciones de Cecil B. DeMille o Henry Hathaway. La película supuso otra más de las emblemáticas colaboraciones de Browning y Lon Chaney, uno de los actores predilectos de Browning, que aquí se muestra genial en su vileza y magnífico en su bondad y redención posterior, si argumentalmente el arrepentimiento de Chaney resulta poco menos que increíble, esto es superado por la mirada profunda y sufrida del actor, capaz de pasar de lo deleznable a lo delicado, del odio extremo al amor paternal con una maestría estremecedora. Lionel Barrymore también trabajó con asiduidad para Browning, y está perfecto en su personaje rebosante de crueldad, con su mirada que es una burla y un insulto constantes para el personaje de Chaney.
“Los pantanos de Zanzíbar” es una de las películas más enfermizas y obsesivas de toda la obra de Browning. Entre las insondables tinieblas del relato, el despecho y el resentimiento aparecen como una herida supurante y malsana, y donde la venganza, llevada por el dolor hasta sus límites más abyectos e irracionales, conforma un pobre pero necesario paliativo para una cicatriz imposible de cerrar. De nuevo, el circo emerge escenario en el que se condensa el melodrama de la existencia, apenas llevamos unos minutos y ya el director nos ha trasladado a su universo conformado por ese circo que se transmuta en galería de horrores y esos trucos desvelados siempre, sin secretos para quienes miran desde fuera, dejando claro que toda ilusión es falsa, que cualquier atisbo de prodigio no es sino un engaño perpetrado por un maestro de la ilusión. Como el conde Mora (Bela Lugosi) y su hija Luna (Carroll Borland) poniendo en pie la mentira vampírica en “La marca del vampiro” (Mark of the Vampire, 1935), o Alonzo (Lon Chaney) escondiendo sus brazos a los ojos de Nanon (Joan Crawford) en “Garras humanas” (The Unknown, 1927), o Paul Lavond (Lionel Barrymore) y Echo el Ventrílocuo (Lon Chaney) disfrazados de mujeres para poder cometer sus crímenes con impunidad en “Muñecos infernales” (The Devil-Doll, 1936), por no hablar de “El trío fantástico” (The Unholy Three, 1925), o de tantos otras, la mentira y la falsedad aparecen siempre recurrentes en las tramas de Browning, y el circo como el lugar ideal donde desarrollarlas, o ese mundo de bambalinas y tramoyas de la farándula que también suponen su medio natural.
Los personajes del filme se mueven siempre entre el escombro y la mugre física y moral, parte inseparable de la sordidez de la ambientación. Como en las tragedias griegas, son simples guiñapos, chivos expiatorios de un destino que absurdamente creen controlar y que, en cambio, se mueve burlón, caprichoso y cruel. Aunque Browning persiste en dejar una vía abierta a la esperanza, “Los pantanos de Zanzíbar” deja la profunda huella de una de las venganzas más desalmadas, por calculada, obsesiva y dilatada, de la historia del cine.
“Los pantanos de Zanzíbar” es una de las películas más enfermizas y obsesivas de toda la obra de Browning. Entre las insondables tinieblas del relato, el despecho y el resentimiento aparecen como una herida supurante y malsana, y donde la venganza, llevada por el dolor hasta sus límites más abyectos e irracionales, conforma un pobre pero necesario paliativo para una cicatriz imposible de cerrar. De nuevo, el circo emerge escenario en el que se condensa el melodrama de la existencia, apenas llevamos unos minutos y ya el director nos ha trasladado a su universo conformado por ese circo que se transmuta en galería de horrores y esos trucos desvelados siempre, sin secretos para quienes miran desde fuera, dejando claro que toda ilusión es falsa, que cualquier atisbo de prodigio no es sino un engaño perpetrado por un maestro de la ilusión. Como el conde Mora (Bela Lugosi) y su hija Luna (Carroll Borland) poniendo en pie la mentira vampírica en “La marca del vampiro” (Mark of the Vampire, 1935), o Alonzo (Lon Chaney) escondiendo sus brazos a los ojos de Nanon (Joan Crawford) en “Garras humanas” (The Unknown, 1927), o Paul Lavond (Lionel Barrymore) y Echo el Ventrílocuo (Lon Chaney) disfrazados de mujeres para poder cometer sus crímenes con impunidad en “Muñecos infernales” (The Devil-Doll, 1936), por no hablar de “El trío fantástico” (The Unholy Three, 1925), o de tantos otras, la mentira y la falsedad aparecen siempre recurrentes en las tramas de Browning, y el circo como el lugar ideal donde desarrollarlas, o ese mundo de bambalinas y tramoyas de la farándula que también suponen su medio natural.
Los personajes del filme se mueven siempre entre el escombro y la mugre física y moral, parte inseparable de la sordidez de la ambientación. Como en las tragedias griegas, son simples guiñapos, chivos expiatorios de un destino que absurdamente creen controlar y que, en cambio, se mueve burlón, caprichoso y cruel. Aunque Browning persiste en dejar una vía abierta a la esperanza, “Los pantanos de Zanzíbar” deja la profunda huella de una de las venganzas más desalmadas, por calculada, obsesiva y dilatada, de la historia del cine.
20 de agosto de 2013
20 de agosto de 2013
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Parece increible cómo, en esta vieja reliquia, esos pantanos falsos exudan vaho sofocante hacia el espectador; esos sudores se contagian; vista la película, casi necesito ducharme, será porque estoy en verano... El ambiente de putrefacción física, (ya desde esas alimañas que reptan por todas partes, trasunto del protagonista); y putrefacción y molicie moral, (con una galería de personajes que no se repetirían, en su bestialidad, hasta muchísimas décadas después), es realmente desarmante para una película tan tempranera. ¿Se fijarían Coppola y Brando en Chaney para el coronel Kurtz de Apocalypse Now? Al menos físicamente, recuerdan, aunque en Vietnam todo era más horroroso y apoyado en cine moderno. Me quedo con una escena: la llegada de la chica, me quito el sombrero ante el paroxismo de brutalidad, absolutamente inaudito. Curiosa fascinación de Tod Browning por lo enfermizo, con atisbos de creador grande, no tan sólo de buen cineasta. Y, en fin, eso es lo mejor de la cinta, esos engranajes que se mueven por el odio, la venganza y las pulsiones más bajas.
Después, y esto ya es más discutible, hay también espacio para la redención, y para un melodrama tan desaforadamente delirante que, en realidad, está pidiendo a gritos un remake moderno de algún director especialista, preferiblemente que no sea Almodóvar, para no reirnos cuando hay que quedarse boquiabierto. En la historia del melodrama, pocas vueltas de tuerca tan despiadadamente retorcidas como las que aquí se producen recuerdo. Ríase usted del placer de la venganza. Como siempre en estos casos, estamos en una línea que separa dos abismos: lo sublime de lo ridículo. Usted decide, yo no acabo de decantarme, pero la tensión dramática es la correcta casi en todo momento.
Por supuesto, la película alcanza el siete por la interpretación que de ese limaco desprovisto de humanidad hace Lon Chaney. Actor de cine mudo en formación y gesticulación, pero apabullando casi noventa años después. También geniales Barrymore y el resto.
No la recomiendo más que a cinéfilos empedernidos, pero seguro que un remake moderno podría arrasar en taquilla.
Después, y esto ya es más discutible, hay también espacio para la redención, y para un melodrama tan desaforadamente delirante que, en realidad, está pidiendo a gritos un remake moderno de algún director especialista, preferiblemente que no sea Almodóvar, para no reirnos cuando hay que quedarse boquiabierto. En la historia del melodrama, pocas vueltas de tuerca tan despiadadamente retorcidas como las que aquí se producen recuerdo. Ríase usted del placer de la venganza. Como siempre en estos casos, estamos en una línea que separa dos abismos: lo sublime de lo ridículo. Usted decide, yo no acabo de decantarme, pero la tensión dramática es la correcta casi en todo momento.
Por supuesto, la película alcanza el siete por la interpretación que de ese limaco desprovisto de humanidad hace Lon Chaney. Actor de cine mudo en formación y gesticulación, pero apabullando casi noventa años después. También geniales Barrymore y el resto.
No la recomiendo más que a cinéfilos empedernidos, pero seguro que un remake moderno podría arrasar en taquilla.
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