Las nieves del Kilimanjaro
1952 

6.2
2,465
Aventuras
Con una herida en una pierna que amenaza gangrena, el novelista Harry Street y su esposa Helen se encuentran perdidos en el continente africano y tienen pocas esperanzas de sobrevivir. En esas circunstancias, Harry recuerda los episodios más importantes de su vida: la educación que recibió de su tío Bill, sus viajes a España y a Francia e incluso las causas que los han llevado a tan dramática situación. (FILMAFFINITY)
23 de julio de 2009
23 de julio de 2009
42 de 48 usuarios han encontrado esta crítica útil
El technicolor de los 50, las bandas sonoras legendarias, aquellos títulos de crédito de las épicas historias de aventuras que siempre encabezaban las de piratas son ingredientes, todos aderezados en esta cinta poco digerible protagonizada por una pareja mítica del cine dorado: Ava Gadner y Gregory Peck.
¿Qué ocurre con esta obra basada en la novela de Hemingway que, sirviéndose de todos aquellos referentes sólo pasó con más pena que gloria por las pantallas?
Un escritor, con mucho del propio Ernest y alma derrotista, cínico e irónico (papel que por cierto, poco va con Peck), se lamenta de su mala vida entre delirios, hienas y buitres, mientras se le gangrena la pierna tendido sobre una hamaca en la sabana africana y su abnegada esposa, (Susan Hayward, la mujer “segundo plato”) intenta arrancarle los dolores de alma y cuerpo. En su estado febril, Peck, recuerda a Ava Gadner: en París, de cacería, en una corrida de toros, (este Hemingway...) y hasta en la Guerra Civil Española.
Peck pierde el norte. Antaño, anhelaba liarse la manta a la cabeza y ponerse el mundo por montera a la caza de vivencias para liberar su prosa carente de inspiración. De ahí que arrastre a Ava a África, a los San Fermines y hasta quizás, a la guerra del Líbano.
Pero nuestro escritor frustrado se extravía, igual que ocurriera con el leopardo que se pierde en las laderas del Kilimanjaro. En uno de sus últimos intentos, confiesa a su anciano tío: “Fui de caza una vez, a España en busca del Santo Grial. Pero me lo rompieron”.
Bien. Buen guión. ¿Por qué Henry King se lo carga? De principio a fin, se obceca en insertar imágenes que parecen extraídas de los archivos descartados del National Geographic, posando la cámara sobre el Kilimanjaro y luego intentando ligar torpemente planos a vista de pájaro con las cacerías filmadas en estudio y mezcladas con imágenes documentales de lamentable calidad.
Las escenas selváticas entran con calzador en los delirios de Peck. Gadner debió rodar al mismo tiempo Mogambo. Sus pintas con chaleco de camuflaje (pertrechados con cuarenta bolsillos) son las mismas que en la película de Ford. No contento con desubicarnos en este batiburrillo de escenarios poco reales, King nos traslada, a lo loco, a París, a Madrid, a la Costa Azul... Todo para recrear los amoríos de Gregory, que por fin, se tropieza con la Hayward.
Desastroso montaje. Desastroso doblaje. Con el sugerente timbre de voz de Peck, grave y seductor, resulta patético escucharlo delirar en castellano.
Moraleja: Al final, los segundos platos pueden ser los mejores y las mosquitas muertas, las leonas que espanten a las hienas.
Pero lo dicho: con más pena que gloria.
¿Qué ocurre con esta obra basada en la novela de Hemingway que, sirviéndose de todos aquellos referentes sólo pasó con más pena que gloria por las pantallas?
Un escritor, con mucho del propio Ernest y alma derrotista, cínico e irónico (papel que por cierto, poco va con Peck), se lamenta de su mala vida entre delirios, hienas y buitres, mientras se le gangrena la pierna tendido sobre una hamaca en la sabana africana y su abnegada esposa, (Susan Hayward, la mujer “segundo plato”) intenta arrancarle los dolores de alma y cuerpo. En su estado febril, Peck, recuerda a Ava Gadner: en París, de cacería, en una corrida de toros, (este Hemingway...) y hasta en la Guerra Civil Española.
Peck pierde el norte. Antaño, anhelaba liarse la manta a la cabeza y ponerse el mundo por montera a la caza de vivencias para liberar su prosa carente de inspiración. De ahí que arrastre a Ava a África, a los San Fermines y hasta quizás, a la guerra del Líbano.
Pero nuestro escritor frustrado se extravía, igual que ocurriera con el leopardo que se pierde en las laderas del Kilimanjaro. En uno de sus últimos intentos, confiesa a su anciano tío: “Fui de caza una vez, a España en busca del Santo Grial. Pero me lo rompieron”.
Bien. Buen guión. ¿Por qué Henry King se lo carga? De principio a fin, se obceca en insertar imágenes que parecen extraídas de los archivos descartados del National Geographic, posando la cámara sobre el Kilimanjaro y luego intentando ligar torpemente planos a vista de pájaro con las cacerías filmadas en estudio y mezcladas con imágenes documentales de lamentable calidad.
Las escenas selváticas entran con calzador en los delirios de Peck. Gadner debió rodar al mismo tiempo Mogambo. Sus pintas con chaleco de camuflaje (pertrechados con cuarenta bolsillos) son las mismas que en la película de Ford. No contento con desubicarnos en este batiburrillo de escenarios poco reales, King nos traslada, a lo loco, a París, a Madrid, a la Costa Azul... Todo para recrear los amoríos de Gregory, que por fin, se tropieza con la Hayward.
Desastroso montaje. Desastroso doblaje. Con el sugerente timbre de voz de Peck, grave y seductor, resulta patético escucharlo delirar en castellano.
Moraleja: Al final, los segundos platos pueden ser los mejores y las mosquitas muertas, las leonas que espanten a las hienas.
Pero lo dicho: con más pena que gloria.
7 de enero de 2007
7 de enero de 2007
33 de 42 usuarios han encontrado esta crítica útil
Henry King fue un interesantísimo director que tiene un ramillete de películas destacadas y que como otros muchos de su quinta, es un director casi olvidado que nadie se toma muy en serio cuando a mi juicio tiene cantidad y calidad para una retrospectiva medianamente atractiva.
Aunque es cierto que no tiene ninguna obra maestra, si que tenemos películas como “Tierra de audaces”, “El cisne negro” o “El pistolero” que son bastante buenas y que han ofrecido divertimento de calidad a cientos de miles de personas a lo largo de muchos años.
Sin embargo a Henry King lo que más le gustaba eran las adaptaciones de novelas de escritores norteamericanos y a mi juicio nunca consiguió una obra redonda o al menos acercarse al nivel de las películas de acción y aventuras donde daba lo mejor de sí.
Dentro de las variadas películas adaptadas de novelas tiene esta de Hemingway titulada “Las nieves del Kilimanjaro”. Aunque al propio Hemingway le gustaba especialmente este libro de relatos cortos y cuentos creo que tampoco es nada del otro mundo. Incluso podríamos decir que si Hemingway no hubiera sido norteamericano y hubiera llevado la vida tan social y popular que tuvo es posible que nunca hubiese recibido el Premio Nobel de literatura. Estamos hablando del que para muchos es uno de los escritores más sobrevalorados de todo el siglo XX y del que aparte de “El viejo y el mar” la gente recuerda más su vida que su obra.
Fílmicamente la película es irregular como suelen ser los libros de cuentos; el montaje está sin sellar en muchas escenas y Gregory Peck parece ir de aquí para allá como si fuera salido de un episodio de “Las aventuras del joven Indiana Jones”, aunque también tenemos momentos maravillosos, casi siempre relacionados con la literatura y el oficio de escritor donde encontramos los mejores diálogos de la película y las mejores escenas.
De la película en conjunto se esperaba algo más, sobre todo viendo la factura y todos los implicados en ella. Es cierto que los dramas selváticos se habían puesto de moda en la década de los 50 y todos los directores intentaba hacer uno, para ello “Las nieves del Kilimanjaro” contaban con productor de lujo Darryl F. Zanuck (el de “El día más largo”) música de Bernard Herrmann, director competente como Henry King, actores como Gregory Peck –fetiche del director- Ava Gardner –de la que no siento simpatías como actriz ni atracción como mujer- y Susan Hayward que venía de triunfar con Mankiewicz. Bueno, pues la cosa no termina de funcionar, el guionista Casey Robinson, no consigue hacer creíble esta historia pseudobiográfica de amor al tener demasiados altibajos.
A pesar de todo, resulta eficaz si se valora la esencia ya que da argumentos para un debate sobre aspectos de la literatura y sobre todo sobre la senda de la vida de cada uno de nosotros y los errores que tomamos al seguir una ruta equivocada.
La nota de filmaffinitty clavada: 6,5.
Aunque es cierto que no tiene ninguna obra maestra, si que tenemos películas como “Tierra de audaces”, “El cisne negro” o “El pistolero” que son bastante buenas y que han ofrecido divertimento de calidad a cientos de miles de personas a lo largo de muchos años.
Sin embargo a Henry King lo que más le gustaba eran las adaptaciones de novelas de escritores norteamericanos y a mi juicio nunca consiguió una obra redonda o al menos acercarse al nivel de las películas de acción y aventuras donde daba lo mejor de sí.
Dentro de las variadas películas adaptadas de novelas tiene esta de Hemingway titulada “Las nieves del Kilimanjaro”. Aunque al propio Hemingway le gustaba especialmente este libro de relatos cortos y cuentos creo que tampoco es nada del otro mundo. Incluso podríamos decir que si Hemingway no hubiera sido norteamericano y hubiera llevado la vida tan social y popular que tuvo es posible que nunca hubiese recibido el Premio Nobel de literatura. Estamos hablando del que para muchos es uno de los escritores más sobrevalorados de todo el siglo XX y del que aparte de “El viejo y el mar” la gente recuerda más su vida que su obra.
Fílmicamente la película es irregular como suelen ser los libros de cuentos; el montaje está sin sellar en muchas escenas y Gregory Peck parece ir de aquí para allá como si fuera salido de un episodio de “Las aventuras del joven Indiana Jones”, aunque también tenemos momentos maravillosos, casi siempre relacionados con la literatura y el oficio de escritor donde encontramos los mejores diálogos de la película y las mejores escenas.
De la película en conjunto se esperaba algo más, sobre todo viendo la factura y todos los implicados en ella. Es cierto que los dramas selváticos se habían puesto de moda en la década de los 50 y todos los directores intentaba hacer uno, para ello “Las nieves del Kilimanjaro” contaban con productor de lujo Darryl F. Zanuck (el de “El día más largo”) música de Bernard Herrmann, director competente como Henry King, actores como Gregory Peck –fetiche del director- Ava Gardner –de la que no siento simpatías como actriz ni atracción como mujer- y Susan Hayward que venía de triunfar con Mankiewicz. Bueno, pues la cosa no termina de funcionar, el guionista Casey Robinson, no consigue hacer creíble esta historia pseudobiográfica de amor al tener demasiados altibajos.
A pesar de todo, resulta eficaz si se valora la esencia ya que da argumentos para un debate sobre aspectos de la literatura y sobre todo sobre la senda de la vida de cada uno de nosotros y los errores que tomamos al seguir una ruta equivocada.
La nota de filmaffinitty clavada: 6,5.
4 de marzo de 2016
4 de marzo de 2016
22 de 23 usuarios han encontrado esta crítica útil
Yo sé lo que le pasa a Harry Street. Si está tan quejumbroso no es por su pierna herida ni por sus frustraciones literarias. Desde el primer minuto se ve cuál es su verdadero problema: que echa de menos a Ava Gardner. Piénsalo fríamente: las desgracias de este hombre se reducen a que se ha hecho rico con sus libros y se ha ligado a unas señoras estupendas que están locas por él. Pobrecillo, ¿no?
Pues sí, porque enseguida Harry nos empieza a contar, en una de esas situaciones en las que todos le dejaríamos hablando solo de encontrarnos con él en medio de la sabana africana, o en cualquier otra parte, su pasado amoroso. Si por educación y lástima nos quedamos para escucharle, así como nos quedamos para ver la película, confirmamos que efectivamente el bueno de Harry no se ha olvidado de la Gardner, cosa que es lo más comprensible del mundo. Ava es mucha Ava. Es demasiada Ava. Su personaje de Cynthia Green entra en la categoría de mujer sin dignidad que ni protesta ni opina y que al parecer el simple hecho de que el hombre le permita estar a su lado es ya motivo para que pierda su identidad. En serio, Cynthia, ¿te has mirado al espejo? ¿Eres consciente de toda tu feminidad y del poder que eso conlleva como para que andes lamiéndole los zapatos al señor Street? No es que Harry se porte mal y pretenda humillarla, no: es la propia Cynthia la que se pliega a los deseos del otro en una demostración de lo que no debemos hacer bajo ningún concepto.
Así, entre libro y libro y entre mujer y mujer el escritor Harry Street comprenderá, aburriéndonos a los demás como ostras, que la vida después de Ava Gardner no tiene ningún sentido y que la caza no es más que un pobre sustituto para lo que realmente quiere y necesita. Sinceramente digo que tantas escenas de animales me cansan y que las tribulaciones existenciales de Harry me parecen exageradas y superficiales, así como la película en sí misma, y que las posibles ideas que se plantean sobre la literatura o el amor no se exploran con inteligencia.
La culpa es tuya, Ava: no se puede ser tan perfecta.
Pues sí, porque enseguida Harry nos empieza a contar, en una de esas situaciones en las que todos le dejaríamos hablando solo de encontrarnos con él en medio de la sabana africana, o en cualquier otra parte, su pasado amoroso. Si por educación y lástima nos quedamos para escucharle, así como nos quedamos para ver la película, confirmamos que efectivamente el bueno de Harry no se ha olvidado de la Gardner, cosa que es lo más comprensible del mundo. Ava es mucha Ava. Es demasiada Ava. Su personaje de Cynthia Green entra en la categoría de mujer sin dignidad que ni protesta ni opina y que al parecer el simple hecho de que el hombre le permita estar a su lado es ya motivo para que pierda su identidad. En serio, Cynthia, ¿te has mirado al espejo? ¿Eres consciente de toda tu feminidad y del poder que eso conlleva como para que andes lamiéndole los zapatos al señor Street? No es que Harry se porte mal y pretenda humillarla, no: es la propia Cynthia la que se pliega a los deseos del otro en una demostración de lo que no debemos hacer bajo ningún concepto.
Así, entre libro y libro y entre mujer y mujer el escritor Harry Street comprenderá, aburriéndonos a los demás como ostras, que la vida después de Ava Gardner no tiene ningún sentido y que la caza no es más que un pobre sustituto para lo que realmente quiere y necesita. Sinceramente digo que tantas escenas de animales me cansan y que las tribulaciones existenciales de Harry me parecen exageradas y superficiales, así como la película en sí misma, y que las posibles ideas que se plantean sobre la literatura o el amor no se exploran con inteligencia.
La culpa es tuya, Ava: no se puede ser tan perfecta.
27 de abril de 2010
27 de abril de 2010
13 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
La película puede considerarse válida desde muchos puntos de vista. La interpretación de Gregory Peck, la gran actriz que fue Susan Hayward, la contundente belleza de Ava Gardner, el acercamiento más que superficial a la figura de Hemingway y la excelente fotografía de la flora y la fauna africanas realizada por Leon Shamroy que tuvo el reconocimiento de su nominación a los premios Oscar, confieren suficiencia un film que, a pesar de algunas deficiencias y de ciertas libertades en el guión que no fueron del gusto de Hemingway mantiene el interés del espectador.
Y eso que resulta relativamente fácil perderse entre las elucubraciones vitales de un protagonista que en un presunto lecho de muerte, con los buitres en famélica espera y las hienas al acecho, acercándose más de lo debido, repasa, bajo las pintadas nieves del Kilimanjaro, las lecciones que le dió la vida. No diga lecciones, diga cornadas. Y es que el amigo Harry Street (Gregory Peck), escritor remedo del aventurero impenitente que fue Hemingway, deja pasar por su lado a una de las mujeres más bandera de cuantas han pululado con mayor o menor gloria en el orbe cinematográfico, Ava Gardner, cuyo personaje derrocha sensualidades al compás del saxo tenor de Benny Carter, al propio tiempo que se vuelve quebradizo por instantes como fruto de la incapacidad para comunicar su estado de gestación a su propio esposo.
Difícil sobrevivir con el recuerdo de los errores propios pisoteándote la conciencia. Esta es, compendiada, la elucubración vital de un hombre victima de sus propios actos. Y en esta elucubración está el meollo del film. Cada uno de los instantes revividos en esa secuencia de flashback fruto de la fiebre y de la pierna gangrenada, son cuentas de un rosario. Ava era mucha mujer, y no solo en lo físico, Harry lo sabe ahora como lo supo en aquel tiempo donde la prepotencia no le dejaba ver otra cosa. Y lo sabe aún con la abnegada presencia de otra gran mujer: Susan Hayward.
La sensación final que le queda al espectador es que el pulso entre la amargura del pasado y la esperanza del futuro al lado de una gran y leal mujer se dirime a favor de la sonrisa, de la moralina, de los aleluyas y de los arco iris gloriosos que ponen fin a una existencia tormentosa. La lógica de los acontecimientos no hacía presumir este tipo de desenlaces un tanto a favor de taquilla y en contra del seguimiento escrupuloso de la novela. Se suele decir que bien está lo que bien acaba… Pues eso.
Ernest Hemingway dijo que eran “Las nieves de Zanuck”.
Y eso que resulta relativamente fácil perderse entre las elucubraciones vitales de un protagonista que en un presunto lecho de muerte, con los buitres en famélica espera y las hienas al acecho, acercándose más de lo debido, repasa, bajo las pintadas nieves del Kilimanjaro, las lecciones que le dió la vida. No diga lecciones, diga cornadas. Y es que el amigo Harry Street (Gregory Peck), escritor remedo del aventurero impenitente que fue Hemingway, deja pasar por su lado a una de las mujeres más bandera de cuantas han pululado con mayor o menor gloria en el orbe cinematográfico, Ava Gardner, cuyo personaje derrocha sensualidades al compás del saxo tenor de Benny Carter, al propio tiempo que se vuelve quebradizo por instantes como fruto de la incapacidad para comunicar su estado de gestación a su propio esposo.
Difícil sobrevivir con el recuerdo de los errores propios pisoteándote la conciencia. Esta es, compendiada, la elucubración vital de un hombre victima de sus propios actos. Y en esta elucubración está el meollo del film. Cada uno de los instantes revividos en esa secuencia de flashback fruto de la fiebre y de la pierna gangrenada, son cuentas de un rosario. Ava era mucha mujer, y no solo en lo físico, Harry lo sabe ahora como lo supo en aquel tiempo donde la prepotencia no le dejaba ver otra cosa. Y lo sabe aún con la abnegada presencia de otra gran mujer: Susan Hayward.
La sensación final que le queda al espectador es que el pulso entre la amargura del pasado y la esperanza del futuro al lado de una gran y leal mujer se dirime a favor de la sonrisa, de la moralina, de los aleluyas y de los arco iris gloriosos que ponen fin a una existencia tormentosa. La lógica de los acontecimientos no hacía presumir este tipo de desenlaces un tanto a favor de taquilla y en contra del seguimiento escrupuloso de la novela. Se suele decir que bien está lo que bien acaba… Pues eso.
Ernest Hemingway dijo que eran “Las nieves de Zanuck”.
25 de agosto de 2007
25 de agosto de 2007
23 de 39 usuarios han encontrado esta crítica útil
Patética "cosa" para regocijo del donjuan de Gregory Peck.
Hstoria insufrible del recuerdo de sus amores, por llamar de algún modo a las relaciones tan "interesantes" que sostienen el guión de la película. Se ha quedado podrida, con el tiempo.
Creo entender, si no me dormí mucho, que trata sobre un tipo más chulo que poco agonizando en la selva africana, custodiado por su últma conquista y unos cuantos negros de secundarios (casi no son más que parte del escenario) mientras hace repaso de su desdichada vida como semental entre una panda de histéricas.
No tiene nada. Nada.
Hstoria insufrible del recuerdo de sus amores, por llamar de algún modo a las relaciones tan "interesantes" que sostienen el guión de la película. Se ha quedado podrida, con el tiempo.
Creo entender, si no me dormí mucho, que trata sobre un tipo más chulo que poco agonizando en la selva africana, custodiado por su últma conquista y unos cuantos negros de secundarios (casi no son más que parte del escenario) mientras hace repaso de su desdichada vida como semental entre una panda de histéricas.
No tiene nada. Nada.
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