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The Wound

Drama Como cada año, Xolani, obrero solitario, participa junto a otros hombres de su comunidad en un rito iniciático tradicional para jóvenes que están en los últimos años de la adolescencia: serán circuncidados y luego “preparados” para la vida de un hombre de verdad. Kwanda, procedente de una familia acomodada de Johannesburgo y tutelado por Xolani, recibe las burlas de sus compañeros por ser de ciudad y demasiado sensible. Cuando Kwanda ... [+]
Críticas 14
Críticas ordenadas por utilidad
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4
28 de diciembre de 2017 4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
El joven director Sudafricano nos presenta su opera prima, después de que hace unos años hiciera junto con otros directores una serie de televisión en Kenia. La película obtuvo el premio Luna de Valencia al mejor largometraje en el último festival de cine de Valencia. También ha estado presente en muchos festivales a lo largo del año y como colofón puede estar entre las 5 finalistas a los Oscar en la categoría de mejor película de habla no inglesa.

Existe un rito ancestral denominado Ukwaluka, con el que los chavales de una tribu llamada Xhosa, se convierten en adultos. Dos veces al año, durante seis días, los jóvenes quedan al cuidado de sus instructores en un campamento alejado de su pueblo, donde serán circuncidados entre otras varias pruebas que tendrán que pasar.

Un hombre que hace ya unos años decidió marcharse a la ciudad vuelve a la aldea para guiar a un joven es su proceso de iniciación, el padre del chico quiso que él lo hiciera personalmente.

El director ha querido mostrar un ritual completamente inédito en la pantalla, sobre el que los propios iniciados tienen prohibido hablar. Es como una especie de documental que nos va mostrando las tradiciones de un grupo de personas y de los padres adultos de los mismos, que se involucran en todo el proceso e incluso van a ver sus evoluciones.

Durante todo el proceso Xolani, el hombre que volvió al pueblo se reencontrará con un viejo amigo y entre ellos surgirá una pasión y un deseo, que ninguno puede reprimir. Mientras que los jóvenes están haciendo sus pruebas ellos se amarán a escondidas.

El director ha querido mostrar la dificultad y el infierno que tienen que soportar millones de homosexuales en África.

Aunque comparto que la idea pueda ser original, el resultado no me convence, me parece todo muy mal desarrollado, no me creo las actuaciones, ni las situaciones que van surgiendo. La narración es tan lenta que acaba por desesperarte.

Lo mejor: Siempre es bueno conocer nuevas culturas
Lo peor: Guion, narración y el desarrollo de la película
4
17 de diciembre de 2017
8 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Es una denuncia evidente contra la barbarie de los negros que viven en las zonas rurales de Sudáfrica? ¿Y relacionada o derivada de esa brutalidad también se quiere criticar el clima atroz de continua agresión física y espiritual ejercida contra los muchachos incipientes o varones polluelos en edad del pavo? ¿Y más concretamente habla, se queja del sadomasoquismo reinante? ¿Y todavía más específicamente de la represión a la opción homosexual, como consecuencia de todo lo anterior o solo como un factor más dentro de un contexto de miseria moral y desprecio corporal?
No lo sé, pero en verdad tampoco deberíamos sorprendernos ni hacernos los exquisitos o escandalizarnos demasiado.
Aquí, en el Occidente más o menos desarrollado, también tenemos de todo eso. Sabemos mucho de la violencia perpetrada contra el propio cuerpo con nuestro consentimiento. Sin necesidad, además, de excusas culturales, de ritos iniciáticos muy claros o de presentar esos hechos horribles como valores sociales o comunitarios. En nuestro caso vale un porque sí y a correr. Porque es costumbre, moda, sale en la tele, lo hacen los demás o es el último grito de los más guay.
Veamos: tatuajes, piercings, pendientes, operaciones de carnicería estética, encerramiento de multitud de cuerpos drogados en lugares minúsculos sin luz ni oxígeno y soportando millones de decibelios a escasos milímetros de tus orejas, borracheras delirantes a edades demasiado precoces, suicidios/asesinatos masivos en coches que son armas de muerte, atracones bulímicos y obesidades mórbidas, delgadeces espantosas, celebración enloquecida del ejercicio físico como tortura agonística, ingesta de millones de pastillas por cualquier banal motivo, jóvenes hinchados, convertidos en pollos de granja, mujeres transformadas en maniquíes de paja, depilaciones horrísonas, insolaciones abominables, cientos de horas cada día delante de un electrodoméstico que emite basura sin interrupción como si fuera un estercolero que arrasa o engulle nuestro cerebelo, qué sé yo, ejércitos de zombis hipnotizados por luces luciferinas...
En fin, podría seguir hasta el fin con ejemplos palmarios y felizmente aceptados/exaltados por nuestra sociedad ideal (de la muerte), tan próspera, progresista y realizada satisfecha, llena de valores y hermosura y sentido, pero en verdad no son más que formas poco disimuladas de ejercicios blandos (o no) de sadomasoquismo feroz o segregaciones inevitables de una masacre dirigida/consentida, quizás simple pulsión de aniquilación o (auto)destrucción, tal vez nada más que el deseo de sentir algo real o cierto por una miserable vez.
Y falta lo mejor. Para que el placer sea completo, todas estas actividades de ocio satánico se hacen previo pago del torturado o víctima propiciatoria, sal en la herida. Hay una industria boyante alrededor de cada mínimo artilugio, adminículo, procedimiento o instrumento de dolor.
Sí, no miento. Nos sacan la pasta por destrozarnos la vida de mil maneras diferentes, por convertirnos en seres vencidos, derruidos, con el cuerpo descompuesto (como si fuera una valla publicitaria) y el alma devorada (por las termitas del entretenimiento/comercio más felón y abismal).
Por lo tanto, estos pobres y simpáticos negros sudafricanos practican, en comparación, juegos de niños, muy bestias y feos, sin duda mucho menos sofisticados y retorcidos que los nuestros, son hermanitas de la caridad, pellizcos de monja.
En cualquier caso, uno todavía tiene ojos en la cara y algún sentido más por ahí anda, algo debe de quedar de sensibilidad por dentro, y por fuera, para que esta película se haga desagradable, áspera, ruda, tosca y difícil de tragar en la mayoría de sus pocos pero largos minutos.
En su mayor virtud radica su gran defecto. En su primitivismo espontáneo y naturalismo recio como si fuera (¿lo es?) improvisado y sin afectar, en ese muestrario de encontronazos, amores violentos y ritos cafres expuestos al desgaire y al por mayor, sin mucho filtro, sin plastificar, ahí, en esa gracia bestia también encontramos su tedio, inanidad y brutal vulgaridad/simplicidad sin desasnar, en esas escenas o vacíos habladas entre dientes y tan bruscas y llenas de exabruptos.
Desde el comienzo salvaje con corte insoportable de pollas al viento, el espectador ya pena (por esos penes, sajados, violados) y se pregunta qué cosa es esa, ¿algo parecido a lo que hacen los judíos con sus niños de nombre circuncisión?, ¿o más que ver con la famosa y sobrecogedora ablación femenina?, ¿un hombre llamado caballo? Uno no sabe bien, pero se teme lo peor.
Y acierta. Seguimos, para que no falte de nada, con falta de agua y sueño durante una semana. Para continuar con la alegría e ir preparándose para la ascensión mística que propiciará alcanzar el estado de madurez deseado (sí, ya sabemos, o así nos lo han contado, que entre algunas tribus se solía estilar realizar ese tipo de ritos iniciáticos que marcaban el paso de la niñez a la adultez, de niño a hombre, pero, en nuestra abismal ignorancia y poca buena fe, santa inocencia, creíamos que eso ya había pasado a mejor vida, casi lo habíamos olvidado).
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Después, se centra en una especie de trío gay en cascada. Homosexual dominante y protuberante, otro más deseante y delicado, y un tercero recién llegado de la ciudad, muy pimpollo, creído, curioso, sabelotodo e ignorante que viene a romper el muy frágil equilibrio que había en la pareja, manzana podrida que envenena un paraíso desquiciado, un Edén tan vidrioso y vulnerable.
Se debe suponer que a través del pipiolo que viene de Johannesburgo, nada menos, se quiere hacer referencia a las diferencias insondables que hay entre la ciudad y el campo. Y que este chaval está allí fuera de lugar. De ahí su comportamiento impertinente, franco, contestón y rebelde.
Bueno, pues pasan los atorrantes minutos entre la contemplación de las andanzas de los llamados iniciados pintados de blanco que se están recuperando del ataque a sus pollas buenas y el amor/deseo/rechazo (con posibles celos y dudas) a tres bandas entre los dos cuidadores y el extranjero.
Tótum revolútum abstruso, confuso y cansino. Muy poco reluciente y bastante primario.
Al final algo mejora y cierra con un posible sentido.
Lo mata. Por tonto. Por miedo. Podía hablar y a su amor delatar. Se demuestra de ese modo el miedo cerval que hay en ese ámbito de la sociedad en todo lo referente a la homosexualidad y su posible normalidad. El cual contrasta un tanto con lo visto anteriormente. Ya que es verdad que se escondían y era un amor prohibido. Pero daba la sensación al mismo tiempo de que todos más o menos lo sabían (llevaban varios años haciendo lo mismo) y que lo permitían, miraban a otra parte. Por lo tanto, aunque lógico y efectista, impactante y desolador, también es un final excesivo teniendo en cuenta lo relatado. Encaja en el sentido de que confirma el ambiente de violencia y agresividad en el que se desenvuelven los personajes, pero no tanto en lo que respecta a la relación puramente homosexual.
Pero son solo matices. No tiene demasiada importancia.
Conclusión. Acaba siendo una película vaga, difícil, un poco paupérrima y abrupta que trata de elevarse a través de una denuncia, se supone, no muy bien ni claramente expuesta y de la narración de unos hechos mostrencos y poco profundizados como para ser algo que merezca mucho la pena.
Interesante, curiosa, llamativa. También oscura, confusa y algo aburrida.
Usted verá.
6
29 de diciembre de 2017
6 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Volver a dónde nunca estuvimos, retornar a temas y enfoques que creíamos superados, regresar a escondrijos e hipocresías que se nos antojaban antiguallas pretéritas... Estas son las sensaciones que provoca la presente cinta sudafricana. Una reliquia museística, una amalgama trasnochada entre sentimiento de culpa, folclore africano y conciencia gay de supermercado. Todo con cierto interés, algún barniz documental y mucha parafernalia y perifollo abocado a la obsolescencia más rancia.

Nadie puede negar su relevancia ni su pertinencia ni su buena intención, pero todo resulta tan trillado y fatigado como un libro de texto escolar que creíamos sepultado en el baúl de los desechos. Ya nos lo habíamos estudiado y habíamos pasado el examen, por lo que volver a tratar esta materia es como degradarnos o insultarnos, como si no hubiéramos atendido en clase o nos hubiesen pillado, décadas después, con las chuletas en medio del examen.

Por toda esta sensación de estancamiento y redundancia no cabe sino lamentar que la única novedad sea el toque étnico, el color tostado de sus protagonistas, la pervivencia de tradiciones tribales en medio de sociedades desarrolladas, la previsible contradicción entre el campesinado tradicionalista y la ciudadanía consumista, la envidia corrosiva de unos iletrados gárrulos que buscan los puñetazos cuando carecen de argumentos... Todo tan previsible como cansino. Interesante como documento pero irrelevante como ficción.

¿Quė nos propone que no sepamos o intuyamos? Poca cosa. ¿Que la vergüenza mancilla nuestra autoestima, que la culpa nos ciega y enloquece, que el crimen es el único desdén que nunca se borra? Quizás sea catártico para ciertas latitudes y culturas pero a mí me ha resultado tan reiterativo como gazmoño.
7
6 de diciembre de 2017 2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tras casi dos meses volví a un pase de prensa de Surtsey Films en el Instituto de Cine Francés. En esta ocasión fue para ver una película de la que nada sabía y que escasa relevancia venía teniendo hasta ahora en el circuito festivalero, pero que me recomendó con entusiasmo mi amigo Jorge Fernández-Mayoralas, de Cine y sé feliz. Y que, además, había sido elegida por su país como su representante en la selección de mejor película en lengua extranjera de los próximos Óscar: el drama homosexual sudafricano La herida, dirigida por John Trengove y vista en festivales como Berlín o Sundance. A priori, una suerte de Luz de luna con el añadido de interés étnico de elementos tribales africanos. Una película que a priori podía pasar desapercibida entre la cinefilia por temáticas cercanas al sensacionalismo, pero que no presentaba elemento alguno para sospechar desilusiones, por lo que sólo se podía encarar este pase con motivación. Y fui afortunado, al saborear en plenitud de condiciones de un filme notable. Un filme que no transgrede (a los curtidos en cine de esta temática) ni fascina por su trama, ni trastoca por su forma, pero que está construido con elegancia, saber hacer y contundencia, sumergiendo al espectador en un visionado poderoso.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
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El solitario y humilde Xolani (un contenido Nahkane Touré) vuelve cada año a su aldea para formar parte como tutor de un peculiar rito iniciático tradicional de su comunidad de color: los muchachos que entran en la mayoría de edad son pintados de blanco, circuncidados y retenidos en el bosque con la mirada atenta de sus tutores durante unos meses de vida agreste en los que la herida sana y ellos se hacen hombres. Durante estos días Xolani puede dejar de actuar y, a escondidas, desatar su pasión con otro tutor, Vija (el tempestuoso Bongile Mantsai). Pero este año, en el que el iniciado de Xolani, Kwanda (Niza Jay Ncoyini) también sentirá pasión por X, la sospecha se propagará entre la comunidad y el pequeño oasis se irá al traste. Una historia cruda y directa, realista pero sin perder la elegancia esteticista en la puesta en escena, de homosexualidad reñida con la hombría de los pueblerinos y las costumbres ancestrales. Una película que no subraya ni explica nada demasiado, pero que ofrece todos los elementos para que el drama funcione y el montaje fluya, sin bajones de interés, captando con una hermosa naturalidad y hermosa fotografía (que estiliza al máximo los colores que la trama le ofrece) momentos de cotidianidad en esta comunidad. Apenas tres momentos realmente poéticos, pero situados de manera azarosa en puntos de giro narrativos clave. Sensible e intensa sin ser nunca morbosa o meliflua, tampoco cruel o amigable, ni fría. Pero sin retractarse de reflejar la homosexualidad con la fisicidad necesaria. Sus personajes se muestran matizados, profundos, reales. Y el conflicto sexual, se comparta o no, afecta a nivel emocional sin buscar la lágrima ni el impacto explosivo pero sí la incomodidad, adversidad y el dolor. Una película silenciosa que halla en los sonidos y cerradas imágenes de las rutinas diarias los grandes elementos que tornen su diégesis en mundo arrobador.

Si bien su tono y personalidad estética y narrativa la hacen sentirse natural, elementos no escasos de su trama pueden epatar al espectador en tanto discurso de manual de concienciación sexual, idéntico defecto, aunque mermado, de Luz de Luna. Y el argumento, si bien no se desarrolla a base de la reproducción de clichés de cine social, sí que experimenta un desarrollo que, salvo su conclusión, difícilmente sorprenderá a nadie. Y si bien se deja en fuera de campo los momentos más escabrosos, su alargada presencia igualmente en la escena incordiará a espectadores sensibles, que bien podrán considerar que el filme reitera sobremanera sus momentos de pasión y dolor físicos. En suma, ningún elemento del filme, en última instancia producción modesta, invita a que se la etiquete como clásico, pero el filme no es un conjunto de extraordinarias parte sino un todo muy compacto.

Lírica, directa y seca, La herida no revoluciona los parámetros del cine homosexual, pero narra su historia con estética, verismo y poderosa personalidad.
7
18 de diciembre de 2017 1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Se me pasaron por la cabeza muchísimas cosas durante el visionado de ésta estupenda ópera prima del cineasta surafricano JOHN TRENGOVE. Reflexiones sobre la dicotomía que supone la tradición, como garante y protección de una cultura para sobrevivir en una sociedad inmisericorde con las minorías y que a su vez se vuelve opresora con quienes se muestran disidentes con la misma.

Difícil papeleta ésta la que aborda LA HERIDA desde una perspectiva tan real y sincera que te deja sin aliento. La estigmatizada homosexualidad masculina en medio de alguna parte de Sudáfrica, no es tan distinta de la de cualquier otra parte del mundo en la que personas que deciden vivir su sexualidad de manera diferente a la que impone la norma. Vidas duras, a escondidas y sin hablar de ello con nadie, ni siquiera con quien compartes tus juegos eróticos desde la niñez.

Me vino a la cabeza BROKEBACK MOUNTAIN, por su semejanza en el retrato áspero y hosco de la pareja protagonista, y aunque salvando las diferencias lógicas culturales y sobre todo, de presupuesto, encaran una situación similar, el retrato de esta no puede ser más diferente.
LA HERIDA es una película sencilla, sin adornos ni artificios, directa y honesta, es cine creado como respuesta a una injusticia y como reflejo de las contradicciones en la supervivencia de una cultura legendaria.
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