Yumeji
7.1
50
Drama. Fantástico
Historia semificticia del escritor y poeta Takehisa Yumeji. Tercer tomo de la trilogía Taishô Roman de Seijun Suzuki, precedido por Zigeunerweisen (1980) y Kageroza (1981), dramas e historias de fantasmas psicológicas y surrealistas unidas por estilo, temas y ambientación en el período Taishô (1912-1926). (FILMAFFINITY)
17 de febrero de 2024
17 de febrero de 2024
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¡La pintura!, ¡el color! Puedo escuchar los colores, puedo oler la piel de las mujeres que posan para ser inmortalizadas en los grabados y lienzos más allá de las aguas del lago encantado de Kanazawa, tierras de romance, fantasmas y otros hechos extraños.
Amores de unos, pecados de otros, ¿qué es aquí real o no? Hikono, mi amor, dímelo antes de morir...
¿Qué belleza se esconde bajo esa piel? Piel de mujer. ¿Qué captaban los ojos de Mojiro (o Yumeji) Takehisa para plasmarlas en aquellas pinturas de formas tan inusualmente alargadas, de rostros tan tristes, de movimientos tan melancólicos y al mismo tiempo tan llenas de color? Eran los ojos de un artista único, cuya vida se vio marcada tanto por las aventuras amorosas como por las desilusiones y la muerte, sobre todo desde la de su adorada Hikono, auténtica compañera hasta el fin de sus días, acabándolos enfermo de tuberculosis (igual que ella) en el hospital de Nagano, casi a los 50 años...
El actor Kenji Sawada, sin embargo, es un Yumeji muy feliz, despreocupado, excéntrico y no poco irritante en la recreación que realiza Seijun Suzuki para una última entrega con la que completará la llamada Trilogía Taisho, periodo al que no volvía desde hacía casi una década, cuando decidió perderse en el mundo de los espectros, la sutileza de las emociones, el romanticismo místico y las almas femeninas de esa obra maestra del cine universal que es "Kagero-za". Con "Yumeji" no se abandona del todo dicho mundo aunque esta vez la historia no procede de una fuente literaria, sino de la propia invención de Yozo Tanaka.
Lo que vemos aquí en realidad, y desgraciadamente, no es una transcripción de los acontecimientos de la vida del pintor y poeta, no vamos a seguir sus turbulentos pasos; el director se detiene en la belleza romántica y el misterio de la hermética e impenetrable era Taisho que lleva concibiendo desde "Zigeunerweisen", en 1.917, cuando el artista, con 33 años y junto a su esposa y su hijo Fujihiko, presentó una exposición de pequeñas piezas líricas en el Kanaya Hall de Kanazawa, un instante de gloria y reconocimiento para él, que era lo que más ansiaba y nunca tuvo del todo...
Pero este es un 1.917 más fantástico que real. Según el film, que desde el primer minuto nos absorbe en un imaginario de figuras etéreas, movimientos hipnóticos y colores vibrantes, destacando los tonos ocres sobre el rojo y el marrón, muy pronunciados en esos ricos escenarios diseñados por el genio Noriyoshi Ikeya, Yumeji es un fanfarrón amante de las geishas, de la belleza del cuerpo femenino, un hombre que desfila entre el sueño y la realidad, entre los mundos de sensaciones que abren sus extrañas obras. Kimiko Yo, que me enamoró en "A Night in Nude", es la primera de la larga lista de mujeres que pasará ante los ojos del protagonista.
Tampoco se demora Suzuki en introducir ese toque absurdo tan ligado a un estilo que ha logrado definir como único, para hacer de la belleza artística algo sorprendente, inédito, capaz de dejar boquiabierto incluso al más experimentado en el surrealismo. En "Yumeji", sin embargo, esa belleza, ese misterio sobrecogedor, viene desde el universo de la pintura, tal como en "Zigeunerweisen" fue la música y en "Kagero-za" el teatro (podríamos hablar de una Trilogía de las Artes); la realidad se pinta en un precioso lienzo de comienzos del siglo XX igual que el artista pinta los cuerpos desnudos de las mujeres que ama.
Se introduce a la verdadera Hikono, encarnada por Masumi Miyazaki, pero el guión poco hincapié hace en ella, y al parecer no hay ni rastro de ningún hijo ni de la primera esposa de Yumeji, Tamaki. La realidad, si podemos concebir lo que nos presenta el cineasta como tal, sufre un desvío con un viaje a un lugar lejano, aquella misma Kanazawa en la que se perdía el Matsuzaki de "Kagero-za", la misma donde se supone que el artista se reunirá con Hikono, quien se recuperá de su tuberculosis. Una nueva posada sirve de refugio oculto entre frondosos bosques de enigmas, peligros y aventuras que desplazan la línea espacio-temporal a un plano de realidad distinto.
(CONTINÚA LA CRÍTICA EN ZONA SPOILER)
Sueño y realidad, muerte y amor, violencia y sexo, se vuelven a unir en un espectáculo fascinante. El rojo de la sangre inundando las habitaciones, los fantasmas regresando de los vivos desde las profundidades, Mariya en el suelo con sus caderas arqueadas y muslos brillantes, los fluidos del ojo reventado de Hasegawa, el campo de cereales y Yumeji perdido en él, evocando una muerte próxima, la que le llegaría 17 años después...
Por última vez Suzuki nos impregna con la nostalgia mágica, los registros sensibles de su particular era Taisho. Nada tiene sentido, pudo tenerlo, pero no lo hay dentro de estos límites. "Yumeji" es reconocida y galardonada a nivel internacional y considerada una de sus obras maestras; en este caso no estoy de acuerdo, lo que no resta para seguir dejándome impresionado ante tal catarata de imaginación, emociones y expresión artística cuyo objetivo es, simplemente, alcanzar el cenit de dicha expresión...
Amores de unos, pecados de otros, ¿qué es aquí real o no? Hikono, mi amor, dímelo antes de morir...
¿Qué belleza se esconde bajo esa piel? Piel de mujer. ¿Qué captaban los ojos de Mojiro (o Yumeji) Takehisa para plasmarlas en aquellas pinturas de formas tan inusualmente alargadas, de rostros tan tristes, de movimientos tan melancólicos y al mismo tiempo tan llenas de color? Eran los ojos de un artista único, cuya vida se vio marcada tanto por las aventuras amorosas como por las desilusiones y la muerte, sobre todo desde la de su adorada Hikono, auténtica compañera hasta el fin de sus días, acabándolos enfermo de tuberculosis (igual que ella) en el hospital de Nagano, casi a los 50 años...
El actor Kenji Sawada, sin embargo, es un Yumeji muy feliz, despreocupado, excéntrico y no poco irritante en la recreación que realiza Seijun Suzuki para una última entrega con la que completará la llamada Trilogía Taisho, periodo al que no volvía desde hacía casi una década, cuando decidió perderse en el mundo de los espectros, la sutileza de las emociones, el romanticismo místico y las almas femeninas de esa obra maestra del cine universal que es "Kagero-za". Con "Yumeji" no se abandona del todo dicho mundo aunque esta vez la historia no procede de una fuente literaria, sino de la propia invención de Yozo Tanaka.
Lo que vemos aquí en realidad, y desgraciadamente, no es una transcripción de los acontecimientos de la vida del pintor y poeta, no vamos a seguir sus turbulentos pasos; el director se detiene en la belleza romántica y el misterio de la hermética e impenetrable era Taisho que lleva concibiendo desde "Zigeunerweisen", en 1.917, cuando el artista, con 33 años y junto a su esposa y su hijo Fujihiko, presentó una exposición de pequeñas piezas líricas en el Kanaya Hall de Kanazawa, un instante de gloria y reconocimiento para él, que era lo que más ansiaba y nunca tuvo del todo...
Pero este es un 1.917 más fantástico que real. Según el film, que desde el primer minuto nos absorbe en un imaginario de figuras etéreas, movimientos hipnóticos y colores vibrantes, destacando los tonos ocres sobre el rojo y el marrón, muy pronunciados en esos ricos escenarios diseñados por el genio Noriyoshi Ikeya, Yumeji es un fanfarrón amante de las geishas, de la belleza del cuerpo femenino, un hombre que desfila entre el sueño y la realidad, entre los mundos de sensaciones que abren sus extrañas obras. Kimiko Yo, que me enamoró en "A Night in Nude", es la primera de la larga lista de mujeres que pasará ante los ojos del protagonista.
Tampoco se demora Suzuki en introducir ese toque absurdo tan ligado a un estilo que ha logrado definir como único, para hacer de la belleza artística algo sorprendente, inédito, capaz de dejar boquiabierto incluso al más experimentado en el surrealismo. En "Yumeji", sin embargo, esa belleza, ese misterio sobrecogedor, viene desde el universo de la pintura, tal como en "Zigeunerweisen" fue la música y en "Kagero-za" el teatro (podríamos hablar de una Trilogía de las Artes); la realidad se pinta en un precioso lienzo de comienzos del siglo XX igual que el artista pinta los cuerpos desnudos de las mujeres que ama.
Se introduce a la verdadera Hikono, encarnada por Masumi Miyazaki, pero el guión poco hincapié hace en ella, y al parecer no hay ni rastro de ningún hijo ni de la primera esposa de Yumeji, Tamaki. La realidad, si podemos concebir lo que nos presenta el cineasta como tal, sufre un desvío con un viaje a un lugar lejano, aquella misma Kanazawa en la que se perdía el Matsuzaki de "Kagero-za", la misma donde se supone que el artista se reunirá con Hikono, quien se recuperá de su tuberculosis. Una nueva posada sirve de refugio oculto entre frondosos bosques de enigmas, peligros y aventuras que desplazan la línea espacio-temporal a un plano de realidad distinto.
(CONTINÚA LA CRÍTICA EN ZONA SPOILER)
Sueño y realidad, muerte y amor, violencia y sexo, se vuelven a unir en un espectáculo fascinante. El rojo de la sangre inundando las habitaciones, los fantasmas regresando de los vivos desde las profundidades, Mariya en el suelo con sus caderas arqueadas y muslos brillantes, los fluidos del ojo reventado de Hasegawa, el campo de cereales y Yumeji perdido en él, evocando una muerte próxima, la que le llegaría 17 años después...
Por última vez Suzuki nos impregna con la nostalgia mágica, los registros sensibles de su particular era Taisho. Nada tiene sentido, pudo tenerlo, pero no lo hay dentro de estos límites. "Yumeji" es reconocida y galardonada a nivel internacional y considerada una de sus obras maestras; en este caso no estoy de acuerdo, lo que no resta para seguir dejándome impresionado ante tal catarata de imaginación, emociones y expresión artística cuyo objetivo es, simplemente, alcanzar el cenit de dicha expresión...
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spoiler:
De fondo surge algo un tanto extraño, un turbulento asunto que concierne a un hombre que ha degollado a su esposa por serle infiel con otro hombre, y es perseguido entre las montañas; por ahora no es más que una historia de fondo, pero no tarda en convertirse en parte esencial de la película, del mismo modo que el drama personal de Tomoyo, aún en busca de su marido, a quien cree muerto en el lago cercano a la posada donde se hospeda Yumeji.
Tanaka, como hiciera en las entregas previas de la trilogía, prosigue con los encuentros entre diversos personajes unidos de alguna manera u otra y en los que poco a poco se profundizará.
Y lo que les une es el dolor de un romance fallido, de una traición, un engaño, una desilusión, una pérdida; esta vez el guión no trata las figuras dobles ni la confusión de identidades, en lugar de eso se centra en las debilidades de las relaciones entre hombres y mujeres, ya sean estrictamente matrimoniales o elevadas por sentimientos más profundos que escapan a la lógica. Tomoko Mariya, deslumbrante, hermosísima, es Tomoyo, objeto de obsesión del protagonista hasta engañar a su amada Hikono; esto, por supuesto, es una invención de Tanaka y Suzuki, un tanto infame, todo sea dicho, ya que Yumeji sólo buscó a otra mujer tras fallecer su esposa.
Hablando de quebrar la lógica. El arte, los sueños y las sensaciones vuelve a guiar la narrativa, la razón no tiene cabida entre los vaporosos paisajes de esta rural Kanazawa, y es precisamente esta falta de cuidado en el argumento lo que hace divagar "Yumeji", más o menos llegando a la mitad del metraje, hasta volverla confusa de un modo nada agradable; el problema es que en las anteriores entregas de la trilogía, por ejemplo, al ser todo producto de la fantasía y no presentarse un protagonista concreto, la introducción de otros individuos o tramas secundarias no resultaba molesto.
Aquí, sin embargo, se usa de protagonista a un personaje real, con una historia personal interesante de por sí que da para un "biopic" convencional. Él acapara nuestra atención, es Yumeji quien destaca por encima del resto, y esto no sucedía con Yusaku Matsuda en "Kagero-za"; concederle tanta dedicación y luego desplazarle a un segundo plano es la decisión más errónea que se podía tomar. La persecución del asesino (interpretado por el legendario director Kazuhiko Hasegawa), el amor herido de Tomoyo y sobre todo la llegada del supuestamente muerto marido de ésta (Yoshio Harada regresa ahora más detestable que nunca) dejan al artista reducido a la nada...
El Wakiya de Harada es un trasunto del anarquista Wada de "Kagero-za", y se hace con el protagonismo en cuestión de segundos, igual que esa enviada de Hikono, la joven geisha Oyo (o lo que quiera ser este estrafalario personaje de Kumi Hirota), en cualquier caso Yumeji termina pasando por la pantalla sin suscitar el más mínimo interés, simplemente reaccionando sorprendido por los sucesos que ocurren a su alrededor o actuando con total indiferencia. Hikono, la mujer más importante del artista en la vida real, es un cero a la izquierda. La buena Miyazaki y Michiyo Yasuda (quien tenía mucho más que ofrecer), son engullidas por las imponentes personalidades de Hirota y Mariya.
Y lo real es engullido por las fantasmagorías que se arremolinan alrededor de Yumeji y su panda de amigos; Suzuki, y eso es lo más satisfactorio de la película, se recrea en la atmósfera con un cariño superlativo. Cada color, ambiente, sonido o escenario es elegido para combinarse en un mismo espacio generando un impacto de belleza indescriptible, mientras bien se excede en el melodrama o enfatiza el humor surrealista.
Como siempre en su cine no hay evolución previsible, todo se mueve por los caminos de lo imposible, hasta llegar a un clímax donde ninguna de las tramas propuestas se resuelve (salvo la del asesino), pero poco importa...
Tanaka, como hiciera en las entregas previas de la trilogía, prosigue con los encuentros entre diversos personajes unidos de alguna manera u otra y en los que poco a poco se profundizará.
Y lo que les une es el dolor de un romance fallido, de una traición, un engaño, una desilusión, una pérdida; esta vez el guión no trata las figuras dobles ni la confusión de identidades, en lugar de eso se centra en las debilidades de las relaciones entre hombres y mujeres, ya sean estrictamente matrimoniales o elevadas por sentimientos más profundos que escapan a la lógica. Tomoko Mariya, deslumbrante, hermosísima, es Tomoyo, objeto de obsesión del protagonista hasta engañar a su amada Hikono; esto, por supuesto, es una invención de Tanaka y Suzuki, un tanto infame, todo sea dicho, ya que Yumeji sólo buscó a otra mujer tras fallecer su esposa.
Hablando de quebrar la lógica. El arte, los sueños y las sensaciones vuelve a guiar la narrativa, la razón no tiene cabida entre los vaporosos paisajes de esta rural Kanazawa, y es precisamente esta falta de cuidado en el argumento lo que hace divagar "Yumeji", más o menos llegando a la mitad del metraje, hasta volverla confusa de un modo nada agradable; el problema es que en las anteriores entregas de la trilogía, por ejemplo, al ser todo producto de la fantasía y no presentarse un protagonista concreto, la introducción de otros individuos o tramas secundarias no resultaba molesto.
Aquí, sin embargo, se usa de protagonista a un personaje real, con una historia personal interesante de por sí que da para un "biopic" convencional. Él acapara nuestra atención, es Yumeji quien destaca por encima del resto, y esto no sucedía con Yusaku Matsuda en "Kagero-za"; concederle tanta dedicación y luego desplazarle a un segundo plano es la decisión más errónea que se podía tomar. La persecución del asesino (interpretado por el legendario director Kazuhiko Hasegawa), el amor herido de Tomoyo y sobre todo la llegada del supuestamente muerto marido de ésta (Yoshio Harada regresa ahora más detestable que nunca) dejan al artista reducido a la nada...
El Wakiya de Harada es un trasunto del anarquista Wada de "Kagero-za", y se hace con el protagonismo en cuestión de segundos, igual que esa enviada de Hikono, la joven geisha Oyo (o lo que quiera ser este estrafalario personaje de Kumi Hirota), en cualquier caso Yumeji termina pasando por la pantalla sin suscitar el más mínimo interés, simplemente reaccionando sorprendido por los sucesos que ocurren a su alrededor o actuando con total indiferencia. Hikono, la mujer más importante del artista en la vida real, es un cero a la izquierda. La buena Miyazaki y Michiyo Yasuda (quien tenía mucho más que ofrecer), son engullidas por las imponentes personalidades de Hirota y Mariya.
Y lo real es engullido por las fantasmagorías que se arremolinan alrededor de Yumeji y su panda de amigos; Suzuki, y eso es lo más satisfactorio de la película, se recrea en la atmósfera con un cariño superlativo. Cada color, ambiente, sonido o escenario es elegido para combinarse en un mismo espacio generando un impacto de belleza indescriptible, mientras bien se excede en el melodrama o enfatiza el humor surrealista.
Como siempre en su cine no hay evolución previsible, todo se mueve por los caminos de lo imposible, hasta llegar a un clímax donde ninguna de las tramas propuestas se resuelve (salvo la del asesino), pero poco importa...
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