La hija del médico y la bestia

Películas de factoría, en serie, todas de estudio, programadas dentro de la multitud de obras de una gran compañía de cine. Obras breves, rápidas, de no más de hora o hora y cuarto, destinadas a ser la primera cinta de una sesión doble, hechas con retales, decorados de otras películas, actores pluriempleados, directores industriosos, rápidos, que con pocos medios hacían maravillas. No se consideraba un arte, sino una industria, no pretendían crear algo bonito o artístico, sino entretener, divertir. Lo de ganar dinero con esta películas es totalmente secundario: costaban poco, no perdían... Guiones que forman parte del desecho de otros guiones, o meras continuaciones de obras ya hechas, películas que van en el carril seriado de películas que tuvieron un cierto agrado y arraigo.
Y aun así tiene algo de genial, cine en estado puro, de grandes historias contadas con pulso. Muy entretenidas, y siempre recordadas. Me gustan este tipo de películas.
El miedo como canal de comunicación. Siempre he pensado que su éxito se valora porque no se aprecian los fallos: ni de interpretación, ni de guión, ni de encuadre, dirección o diálogos. Simplemente la emocionalidad te contiene y no te deja verlos. Es sencillo: estas películas son pura emotividad básica y ancestral.

La hija del famoso docotr Jekyll regresa a la mansión de su padre con su prometido. Allí recibe la noticia de que ella es la heredera de la casa. Una noche su doncella es asesinada en el bosque y ella se despierta con el camisón y las manos ensangrentadas...Será también ella heredera de los genes y la leyenda de su padre?
Una buena y entretenida muestra del cine de Ulmer, bien hecha a pesar de los escasos recursos de que dispone. La historia se cuenta con sencillez y cierto suspense, los actores cumplen y aunque se intuye el desenlace, se sigue con interés hasta el final.

Film fantástico-terrorífico de serie B/C, que tiene como mejor aval el estar realizado por Edgar G. Ulmer, hombre avezado en estas lides y que casi siempre sabía sacar petróleo de rodajes en los que había poca pasta, como es el caso.
La película es modesta aunque no aburre ya que la intriga, destrozada por su clarificador prólogo, se mantiene de forma en la que el espectador la sigue viendo con no mucho interés pero sí simpatía.
Y es que hay que verla con complacencia y aceptar sus limitaciones, que son variadas.
Lo mejor, la atmósfera, gracias a una buena fotografía de John F. Warren, que sabe emplear las luces y sombras de forma meritoria. Y también a destacar la sensualidad de Gloria Talbott, experta en estas lides.
En definitiva, que se pasa el ratillo pero no deja de ser convencional y se olvida con facilidad.

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