Mis hijos
6.5
923
22 de marzo de 2015
22 de marzo de 2015
17 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
Comedia (al principio especialmente) dramática sobre los avatares de Eyad, un joven árabe que intenta abrirse camino en el mundo de los judíos. En Israel el 20% de la población es árabe; pero es la parte débil, la que tiene peores trabajos y menos posibilidades.
La tesis es conciliadora: somos todos iguales. El modo de plasmarla es inteligente pero superficial, amable sin dejar de ser certero, cariñoso y crítico. Un tono bondadoso y equilibrado para contar situaciones difíciles y querellas (casi) eternas.
A pesar de estar muy condicionada por el marco geográfico, la historia trasciende; se puede ver como un retrato universal sobre la dificultad de crecer en un mundo que no es el tuyo ni el de tu gente, con valores opuestos, idioma distinto y reglas nuevas, en el que tú eres la excepción, perteneces a la minoría "culpable". Aunque, como hemos dicho, la conclusión es abierta y amistosa; se viene a decir que esas diferencias son forzadas a posteriori, ridículas e impuestas, que en verdad no las hay, o, tal vez mejor, que no debería haberlas.
No se adentra en las causas ni se enmaraña con explicaciones. Tampoco recurre a excesos ni monsergas; fluye con liviandad simpática, incluso naíf en ocasiones, con un sentimentalismo convencional y una narración sencilla.
Interesante y entretenida.
La tesis es conciliadora: somos todos iguales. El modo de plasmarla es inteligente pero superficial, amable sin dejar de ser certero, cariñoso y crítico. Un tono bondadoso y equilibrado para contar situaciones difíciles y querellas (casi) eternas.
A pesar de estar muy condicionada por el marco geográfico, la historia trasciende; se puede ver como un retrato universal sobre la dificultad de crecer en un mundo que no es el tuyo ni el de tu gente, con valores opuestos, idioma distinto y reglas nuevas, en el que tú eres la excepción, perteneces a la minoría "culpable". Aunque, como hemos dicho, la conclusión es abierta y amistosa; se viene a decir que esas diferencias son forzadas a posteriori, ridículas e impuestas, que en verdad no las hay, o, tal vez mejor, que no debería haberlas.
No se adentra en las causas ni se enmaraña con explicaciones. Tampoco recurre a excesos ni monsergas; fluye con liviandad simpática, incluso naíf en ocasiones, con un sentimentalismo convencional y una narración sencilla.
Interesante y entretenida.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
El final es brillante. Se producirá la fusión; las identidades quedarán borradas, diluidas en el amor y la necesidad. El judío será enterrado musulmán y el árabe se convertirá en el hijo judío. Hábil unión de la historia con la reflexión, bonita metáfora.
10 de septiembre de 2015
10 de septiembre de 2015
27 de 42 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lamento profundamente la falta de rigor de los críticos.
Si esta película fuese española y tratase sobre la integración de los gitanos en sociedad, a través de los mismos personajes y con la misma historia trasladada a Andalucía, las puntuaciones jamás hubiesen superado el cuatro.
La trama es de cuento infantil, incluso estos tienen mucha más miga y por supuesto están rodeados de magia... Me apena profundamente, comprobar como nos vendemos a historias simplonas cuyo único mérito sea el escenario donde se desarrollan.
Y ahora como siempre, votar negativamente una crítica bien desarrollada, cuya única pega que podéis hallar es la discrepancia con el rebaño.
UN 4
Si esta película fuese española y tratase sobre la integración de los gitanos en sociedad, a través de los mismos personajes y con la misma historia trasladada a Andalucía, las puntuaciones jamás hubiesen superado el cuatro.
La trama es de cuento infantil, incluso estos tienen mucha más miga y por supuesto están rodeados de magia... Me apena profundamente, comprobar como nos vendemos a historias simplonas cuyo único mérito sea el escenario donde se desarrollan.
Y ahora como siempre, votar negativamente una crítica bien desarrollada, cuya única pega que podéis hallar es la discrepancia con el rebaño.
UN 4
12 de agosto de 2015
12 de agosto de 2015
11 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
La película cuenta una historia encantadora, de las que atrapan nuestras ganas y perplejidades. Ahora bien, el director deja cabos sueltos de una manera tan llamativamente sueltos que son indicativos de que esta historia o está muy mal hilvanada o lo está demasiado bien para un «continuará». Esto es:
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
La novia judía del protagonista palestino lo deja para integrarse en los Servicios de Inteligencia Estatal de Israel o algo parecido. ¿Y ya está, adios sin más? No. Probablemente en un segundo filme continuador de éste, ella se cruzará con su ex novio, obviamente lo reconocerá y tal vez amenace con descubrir que ha usurpado la identidad de un judío muerto o quizás lo descubran los Servicios Secretos estatales judíos y ella tenga un papel clave en el reencuentro donde le obligue a trabajar para ellos como informador o agente secreto entre su pueblo palestino. Otro cabo dejado llamativamente suelto es el del cambio de identidad del protagonista, cosa completamente imposible en Israel, que cuenta con un control de habitantes e identidades casi imposible de suplantar, máxime si como cuenta el filme el joven protagonista palestino ha sido alumno de una de las más prestigiosas instituciones educativas de Israel, y ahí conocido por compañeros y profesores de los cuales un gran número de ellos ya ocupaban o van a ocupar puestos relevantes en la administración del Estado de Israel; por lo tanto, antes o después se va descubrir el engaño. Otro cabo dejado llamativamente suelto: el palestino protagonista del filme una vez realizado el cambio usurpatorio de identidad con su amigo fallecido, viaja a Alemania, ¿con qué fin?; probablemente en una continuación será importante que sepa alemán por alguna razón que surgirá. Otro cabo dejado llamativamente suelto: la señora judía y su hijo paralítico, ¿no tenían familia ni amigos ni vecinos, ni conocidos ni vínculos administrativos como los de atención sanitaria, etc., los cuales lógicamente se percatarían del «milagro» que es padecer una enfermedad degenerativa de años de atenciones, en los que además iba quedando en una situación parapléjico-vegetativa, y de repente el muchacho aparezca (gracias al palestino que lo suplanta) como un joven sano, con perfecta agilidad de movimientos y realizando plena actividad de desenvoltura física y social? Me temo que todos estos indicios dejados aquí sorprendentemente sueltos, conllevan que el final no sea esa escena del protagonista fumándose un cigarrillo entre un halo de incertidumbre, sino que esos cabos que aparentemente han quedado sin atar, en realidad ya están atados para otra u otras partes fílmicas que continuarán con esta misma historia.
Fej Delvahe
Fej Delvahe
14 de marzo de 2015
14 de marzo de 2015
9 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Han pasado siete años desde que llegara a España «Los limoneros», la séptima película del director israelí Eran Riklis, en la que se denunciaba la difícil supervivencia de la población palestina en el país hebreo. Dos largometrajes después, se estrena ahora «Mis hijos», traducción en España del título «Dancing arabs».
La posición de Riklis es diferente a los filmes palestinos de denuncia sobre la violencia existente en su país y el carácter de víctimas de los árabes en un entorno directamente bélico. El veterano realizador atiende no tanto a la violencia explícita como a las dificultades cotidianas en tiempos de paz. Tratando a sus personajes de diferente procedencia desde una perspectiva similar, para ahondar en las dificultades de los palestinos para llevar una vida común ante la mayor potencia del estado judío, del que forman parte.
La conclusión, si bien no es tan dolorosa como al contemplar en otros casos situaciones realmente brutales, tampoco invita al optimismo.
Aquí tenemos a un joven y prometedor estudiante palestino, cuya única forma de avanzar en su formación es acudir a una escuela hebrea. Un elemento de la cultura minoritaria (alguien diría sometida) que sólo encuentra camino integrándose (o no, he aquí la cuestión) en el sistema dirigido por la otra parte. El tema que aborda, en primer lugar, la película es la dilución de la identidad cultural del protagonista a medida que crece en su nuevo entorno.
Riklis ilustra las barreras que ha de superar el joven ante una nueva lengua, otra escritura y una forma diferente de disfrutar el ocio. Los recelos hacia lo árabe que se van transmitiendo de forma casi indetectable. Las trampas que le tiende su fisonomía claramente no autóctona (atención, en su propio país). La suspicacia policial que le convierte en objetivo injustificado de cacheos y coarta su libertad. Finalmente, el lugar en la cocina que le reserva este mundo avanzado a las minorías o inmigrantes, independientemente de su valía personal.
En este sentido, es muy lograda la analogía realizada entre alguien que procede de una minoría y otra figura que sufre una enfermedad grave, ambos incurables.
También ilustra elementos positivos, como la existencia de personas libres de prejuicios o como la capacidad de superarlos por aquellas que los tuvieron. Como la oportunidad de progreso real que conferían los estudios en el mundo de 1990, algo tristemente cuestionado en la actualidad.
La obra trata el tema desde una posición muy alejada del tremendismo. Desde su contención, brilla su sinceridad. Aunque deja en la conclusión, en su recuerdo al caso de Jorge Semprún, una sensación sofocante. La certeza de no haber avanzado en este asunto durante sesenta años.
La posición de Riklis es diferente a los filmes palestinos de denuncia sobre la violencia existente en su país y el carácter de víctimas de los árabes en un entorno directamente bélico. El veterano realizador atiende no tanto a la violencia explícita como a las dificultades cotidianas en tiempos de paz. Tratando a sus personajes de diferente procedencia desde una perspectiva similar, para ahondar en las dificultades de los palestinos para llevar una vida común ante la mayor potencia del estado judío, del que forman parte.
La conclusión, si bien no es tan dolorosa como al contemplar en otros casos situaciones realmente brutales, tampoco invita al optimismo.
Aquí tenemos a un joven y prometedor estudiante palestino, cuya única forma de avanzar en su formación es acudir a una escuela hebrea. Un elemento de la cultura minoritaria (alguien diría sometida) que sólo encuentra camino integrándose (o no, he aquí la cuestión) en el sistema dirigido por la otra parte. El tema que aborda, en primer lugar, la película es la dilución de la identidad cultural del protagonista a medida que crece en su nuevo entorno.
Riklis ilustra las barreras que ha de superar el joven ante una nueva lengua, otra escritura y una forma diferente de disfrutar el ocio. Los recelos hacia lo árabe que se van transmitiendo de forma casi indetectable. Las trampas que le tiende su fisonomía claramente no autóctona (atención, en su propio país). La suspicacia policial que le convierte en objetivo injustificado de cacheos y coarta su libertad. Finalmente, el lugar en la cocina que le reserva este mundo avanzado a las minorías o inmigrantes, independientemente de su valía personal.
En este sentido, es muy lograda la analogía realizada entre alguien que procede de una minoría y otra figura que sufre una enfermedad grave, ambos incurables.
También ilustra elementos positivos, como la existencia de personas libres de prejuicios o como la capacidad de superarlos por aquellas que los tuvieron. Como la oportunidad de progreso real que conferían los estudios en el mundo de 1990, algo tristemente cuestionado en la actualidad.
La obra trata el tema desde una posición muy alejada del tremendismo. Desde su contención, brilla su sinceridad. Aunque deja en la conclusión, en su recuerdo al caso de Jorge Semprún, una sensación sofocante. La certeza de no haber avanzado en este asunto durante sesenta años.
13 de marzo de 2015
13 de marzo de 2015
7 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
No son pocos los cineastas israelíes y/o judíos que parecen preguntarse en sus obras cómo se puede acabar con el conflicto respecto a la cuestión palestina si los prejuicios cultivados en las mentes de ambos bandos florecen cada vez que se presenta la ocasión. Por ejemplo, hace casi un año se estrenaba en España El hijo del otro, un film en el que, partiendo de un punto casual, su directora Lorraine Levy hacía ver que no existe una base racional para justificar tanta enemistad entre unos y otros y, sin embargo, el odio palpable entre ambos hace una tarea casi imposible el lograr la más mínimo reconciliación. Su problema era que la manera de llevar la historia contenía suficientes dosis de azúcar como para que se explicitase en demasía la crítica, pero al menos el mensaje quedaba ahí.
Pues bien, para aquellos que necesitan ver un poco más de mala baba a la hora de sacar los trapos sucios de la cuestión árabe-israelí, ahora llega a nuestro país Mis hijos (Dancing Arabs), una nueva visión sobre el choque de identidades, culturas y religiones que a diario se produce en el país israelí y que parte de una novela autobiográfica de Sayed Kashua. Eran Riklis, cineasta cuya obra más conocida posiblemente sea Los limoneros (Etz Limon, 2008), dirige una cinta que desde el principio ya se ve que no va a incluir la complacencia entre sus pretensiones. Cuenta la historia de Eyad, un joven de origen árabe que consigue una beca para estudiar en un prestigioso centro de Jerusalén, convirtiéndose así en uno de los escasísimos (por no decir el único) estudiantes de su raza, cultura y lengua que logra tal cosa. Más que conseguir buenas notas, cosa que se da por hecha dada su inteligencia, el principal objetivo de Eyad será integrarse en un ambiente donde no es demasiado bien recibido.
Durante las primeras escenas, la película hace gala de una mordacidad nada usual en este tipo de producciones. Mediante varios gags con mayor o menor gracia, creemos que Riklis nos está diciendo que este tono cómico-satírico va a ser la nota predominante de la obra. Sin embargo, pasados varios minutos descubrimos que estábamos muy equivocados: Mis hijos es un drama incuestionable, ya que dejando de lado esos breves momentos humorísticos no hay prácticamente nada que pueda hacer reír y sí mucho para sentir y reflexionar. Aparece el amor, la amistad, el trabajo, luchar contra lo establecido, vencer el temor al “¿qué dirán?”, todo ello en conexión con la realidad político-histórica del momento y que sin duda influye en el devenir de Eyad. Lo que no desaparece es ese afán por demostrar a la sociedad que palestinos y árabes podrían convivir en paz y armonía sin que a nadie se le cayesen los anillos por ello.
Pasada la hora de película, llegan los puntos más bajos de la obra. Varias de las subtramas acusan un exceso de azúcar en forma de mensajes moralistas que no acaban de cuajar, lo que conlleva que decaiga el interés. Lo que debería constituir el núcleo más trascendental de la obra, se torna algo aburrido ante la proliferación de las mencionadas historias paralelas. No acaban de convencer varios de los personajes secundarios, que en cierta manera ofrecen la imagen de ser seres demasiado aislados de su entorno. Por fortuna, la cinta remonta en su parte final y logra cerrar todos los cabos de manera más o menos satisfactoria, hasta tal punto que incluso podríamos considerar como punto álgido de la misma la secuencia final.
Laudable sin duda este arriesgado intento de Riklis por condensar en una película todas las mejores intenciones para encontrar un sentido a lo que está sucediendo en Oriente Próximo. La trama principal de Mis hijos convence de sobra, habida cuenta de la notable evolución que experimenta su protagonista desde el primer hasta el último minuto. Un ligero exceso de edulcoración (que en parte es lógico, ya que siendo judío israelí debe de ser complicado vender un producto así en aquella tierra) y la poca fuerza que poseen los personajes secundarios son las principales trabas de una película que, en general, acaba siendo tan disfrutable como loables son sus propósitos.
Álvaro Casanova - @Alvcasanova
Crítica para www.cinemaldito.com (@CineMaldito)
Pues bien, para aquellos que necesitan ver un poco más de mala baba a la hora de sacar los trapos sucios de la cuestión árabe-israelí, ahora llega a nuestro país Mis hijos (Dancing Arabs), una nueva visión sobre el choque de identidades, culturas y religiones que a diario se produce en el país israelí y que parte de una novela autobiográfica de Sayed Kashua. Eran Riklis, cineasta cuya obra más conocida posiblemente sea Los limoneros (Etz Limon, 2008), dirige una cinta que desde el principio ya se ve que no va a incluir la complacencia entre sus pretensiones. Cuenta la historia de Eyad, un joven de origen árabe que consigue una beca para estudiar en un prestigioso centro de Jerusalén, convirtiéndose así en uno de los escasísimos (por no decir el único) estudiantes de su raza, cultura y lengua que logra tal cosa. Más que conseguir buenas notas, cosa que se da por hecha dada su inteligencia, el principal objetivo de Eyad será integrarse en un ambiente donde no es demasiado bien recibido.
Durante las primeras escenas, la película hace gala de una mordacidad nada usual en este tipo de producciones. Mediante varios gags con mayor o menor gracia, creemos que Riklis nos está diciendo que este tono cómico-satírico va a ser la nota predominante de la obra. Sin embargo, pasados varios minutos descubrimos que estábamos muy equivocados: Mis hijos es un drama incuestionable, ya que dejando de lado esos breves momentos humorísticos no hay prácticamente nada que pueda hacer reír y sí mucho para sentir y reflexionar. Aparece el amor, la amistad, el trabajo, luchar contra lo establecido, vencer el temor al “¿qué dirán?”, todo ello en conexión con la realidad político-histórica del momento y que sin duda influye en el devenir de Eyad. Lo que no desaparece es ese afán por demostrar a la sociedad que palestinos y árabes podrían convivir en paz y armonía sin que a nadie se le cayesen los anillos por ello.
Pasada la hora de película, llegan los puntos más bajos de la obra. Varias de las subtramas acusan un exceso de azúcar en forma de mensajes moralistas que no acaban de cuajar, lo que conlleva que decaiga el interés. Lo que debería constituir el núcleo más trascendental de la obra, se torna algo aburrido ante la proliferación de las mencionadas historias paralelas. No acaban de convencer varios de los personajes secundarios, que en cierta manera ofrecen la imagen de ser seres demasiado aislados de su entorno. Por fortuna, la cinta remonta en su parte final y logra cerrar todos los cabos de manera más o menos satisfactoria, hasta tal punto que incluso podríamos considerar como punto álgido de la misma la secuencia final.
Laudable sin duda este arriesgado intento de Riklis por condensar en una película todas las mejores intenciones para encontrar un sentido a lo que está sucediendo en Oriente Próximo. La trama principal de Mis hijos convence de sobra, habida cuenta de la notable evolución que experimenta su protagonista desde el primer hasta el último minuto. Un ligero exceso de edulcoración (que en parte es lógico, ya que siendo judío israelí debe de ser complicado vender un producto así en aquella tierra) y la poca fuerza que poseen los personajes secundarios son las principales trabas de una película que, en general, acaba siendo tan disfrutable como loables son sus propósitos.
Álvaro Casanova - @Alvcasanova
Crítica para www.cinemaldito.com (@CineMaldito)
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