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Mis hijos

Drama Cuenta la historia de un niño que vive en una ciudad árabe-israelí y cuyos padres le envían a un prestigioso internado de Jerusalén. (FILMAFFINITY)
Críticas 13
Críticas ordenadas por utilidad
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6
2 de diciembre de 2015 4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Como la película me gustó, he leído atentamente las pocas y desiguales críticas y propongo otra lectura.
El conflicto israelí-palestino es algo tan complejo, tan antiguo ya, con tantas pocas probabilidades de solución que es mejor dejarlo a un lado a la ahora de ver la película.
Y la veríamos como una fábula sobre el ideal que sería que un palestino se pudiera hacer judío y al revés, es decir, que primara la humanidad sobre la identidad.
Si se acepta esto, la película está bien contada, los personajes son creíbles (como fábula). La posible conversión del árabe en judío (aunque solo a efectos de carné de identidad) es una metáfora de lo bueno que sería que esas dos comunidades conviviesen en paz, sin matarse mutuamente, como lo vienen haciendo desde 1948 y… hasta hoy mismo.
7
13 de marzo de 2015 4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sin excesivas ganas de entrar en debates teológicos y mucho menos jurídicos, un ser humano recibe dicha consideración por el mero hecho de nacer. Sin importar las condiciones o el lugar donde lo haga. A partir de ahí, está por ver la división (humana, claro) en la que se juega. Es jodido, y es así. La asignación depende, obviamente, de las condiciones y el lugar donde se haya dado a luz. Pensemos, por ejemplo, en los derechos que a uno se le atribuyen (o se le arrebatan) por el mero hecho de nacer a un lado u otro de una frontera determinada. Estados Unidos, México, Marruecos, España, Israel, Palestina... por supuesto, importa, y mucho, el punto desde el que nos lo estemos mirando todo. Más aún cuando las líneas divisorias siguen emperradas en moverse (normalmente, con criterios muy crueles) mientras se va repitiendo el milagro (o condena, de nuevo, depende de cómo se vea) de la vida.

De modo que mientras esperamos a que el mundo se convierta en un sitio un poco mejor de lo que ahora mismo es, tenemos toda la libertad (faltaría más) para preguntarnos sobre el grado de incidencia de estos factores ajenos (a la voluntad del individuo, se entiende) en el desarrollo del ser humano en cuestión hasta que algún día, quizás, éste sea una persona. Y para abordar ya el tema que nos ahora nos ocupa, pongamos que un alumno brillante ve truncados sus sueños (académicos, profesionales, vitales...) porque las fronteras del país en que nació, se empequeñecen día a día debido a la intervención hostil de la nación vecina. El chico, que se ha convertido en hombre, ha dejado sus proyectos de lado y ha decidido dedicar la práctica totalidad de sus esfuerzos al activismo político. La conciencia le obliga. Solo que en el proceso se topa con el amor y, ya se sabe, la vida se abre camino.

Años después, el hombre, convertido ahora en cabeza de familia, está a cargo de tres hijos que, de algún modo u otro, tendrán que seguir con su obra. La pregunta incómoda no tarda en aparecer: ''¿Qué obra? ¿La de antes o la de después del punto de inflexión que cambia tu vida?'' Maldito el día... ¿Quién es él para tomar una decisión tan importante? Y así es como el curso más o natural de lo que algunos llaman destino le lleva a decidir que será el menor de los tres retoños el encargado de volver a elevar el nivel académico (por lo menos esto) de la manada. Porque se le ve más espabilado que a los demás, porque nunca se calla una sola pregunta, porque en aquellos ojos se reflejan aquellas ganas de salir y descubrir que tiempo atrás se instalaron en la retina del padre. Porque la vida les ha llevado, a todos ellos, hasta aquel momento y aquellas circunstancias. Lo demás, queda en manos de las instancias... sin importar demasiado (por favor) su nombre.

No olvidar: A cada segundo que pasa, las fronteras van reculando (o avanzando, a saber...), y la tensión va en aumento. Vale, pero ¿qué papel juegan los individuos en esto último? El mismo que el de una piedra (o para ser más exactos, un granito de arena) en esa aglomeración de piezas que acaban montando un todo al que llamamos montaña. La misma que se nos presenta (y créanme, tiene una altura que pone los pelos de punta) cada vez que nos atrevemos a poner los pies en esa calamidad de la ingeniería (geográfica, política, social... humana) en forma de polvorín y que recibió el nombre de Israel. En estos casos, el temple, la serenidad y la experiencia lo son casi todo. El director Eran Riklis va sobrado de todas estas virtudes, y su última película es la clara consecuencia de la sabia combinación de todas y cada una de ellas. Dicho así, parece fácil, pero a la práctica, nada más alejado de una realidad terrible en la que, por desgracia, lo más fácil es que el contexto se convierta en el factor más determinante.

Apoyándose en unas actuaciones de altura y una narración dotada de un uso excelente de la elipsis, 'Mis hijos' se convierte en una especie de ''momentos de una vida'' cuyo mayor acierto (y éste es inmenso) consiste en no perder jamás de vista el telón de fondo... sin permitir (ojo) que éste se apodere de los personajes que desfilan por delante. Lo que hace Riklis es algo tan difícil como moverse con -casi- total libertad, sin salir en ningún momento del radio de vista de la nación y la familia, estos entes controladores e igualmente sinónimos (para bien o para mal). La carga (geo)política viene determinada por el peso de lo inevitable, pero por mucho que éste sea aplastante, el cineasta consigue reivindicar, por encima de todo, y de forma pasmosamente natural y desprejuiciada, el -cálido- factor humano donde, precisamente, más hace falta. Siguiendo siempre al mismo personaje, pero con una conciencia (nada determinista) que nos sitúa a ambos lados de la maldita frontera. Sin discursos tendenciosos, sin subrayados... sin trampa alguna. Principalmente, porque, por pura decencia, aquí no hay espacio para ella. El día que entendamos esto, habremos olvidado cómo se llamaban estos, aquellos, y la tierra que habitaban. Entonces, y sólo entonces, el mundo se será un sitio mucho mejor de lo que ahora mismo es. A esperar.
7
11 de diciembre de 2015 3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Acababa de ver otra película hebrea, LA FIESTA DE DESPEDIDA. Me gusta el cine israelita, el poco palestino que hay, el cine árabe, en general. Es cine de verdad, está hecho con las tripas. Me gusta lo que cuenta, el fondo social y cómo lo transmiten los personajes con sus historias personales, flotando por encima de los conflictos que asolan a esa zona de la tierra desde hace... Esta película, inferior a la que había visto justo antes, a mi entender, es sobre todo la historia de cómo un personaje crece ante la dificultad de tener que hacerlo en un medio hostil. Un árabe que estudia en Israel, en pleno recrudecimiento del conflicto. El amor, los anhelos de la adolescencia, la amistad con el "enemigo". Una película bonita, con un final que para mí resulta inverosímil y que no me acabo de creer. Pero no estropea lo visto antes, que es mucho y bueno. Recomendable.
7
15 de marzo de 2021 1 de -1 usuarios han encontrado esta crítica útil
En la primera parte del largometraje, el muchacho se traslada desde un barrio popular árabe hasta una ciudad de grandes casas donde predominan los israelíes. Estos últimos tienen otras preocupaciones, muchísimo más mundanas que la clase trabajadora árabe. El director nos abre las puertas al mundo adolescente, vivido sin complicaciones y sutilmente va dando pistas de lo incómodo que es para Eyad compartir una cultura ajena, con idioma diferente, donde los noticieros hablan continuamente de los palestinos como enemigos, tildándolos de terroristas, siempre insinuando que el pueblo judío (acaso víctimas) debe soportar el asedio de bombas arrojadas desde las fronteras aledañas.

Hay un repaso histórico dando cuenta de la creación del estado israelí y de diversos sucesos de confrontación como la Guerra del Líbano y la primera Intifada. Se muestra como en las escuelas hebreas inculcan el odio hacia los palestinos y el director de la cinta es hábil al contrastar los dos mundos en la experiencia de Eyad.

Riklis no oculta las diferencias entre ambos pueblos, insinúa por un lado el odio ancestral entre ellos, pero por otro, señala que ambas etnias no son tan distintas. Para la ficción, Eyad no representa la típica fisonomía árabe y pasará desapercibido entre sus compañeros, incluso la policía es incapaz de distinguirlo.

La cinta insinúa adentrase al territorio del melodrama, pero el director, con una calma y precisión encomiables, gira hacia el drama, pero no a través del conflicto, sino a partir de la conversión del muchacho hacia el mundo judío. No es un cambio de religión, más bien se trata de una mutación social, con el objeto de disfrutar de los privilegios de la casta dominante.

El protagonista no encarna al talentoso Mr. Ripley (Patricia Highsmith), de ninguna forma es un oportunista.

Riklis va insertando una idea angular en la mente del espectador: Las diferencias étnicas no son insalvables, pero el odio entre ambos pueblos es tal, que es más fácil unirse al enemigo que enfrentarlo. Copiar las costumbres y adoptar la cultura de la casta gobernante resulta menos desgastante, las décadas de conflicto han demostrado la inutilidad de la violencia.

Estudiar en una escuela hebrea (idea del padre), parece una vertiente insurgente, está latente la noción de infiltrar al enemigo, ser mejor que él y derrotarlo con sus propias armas.

Recordemos que el director es judío y no debe ser fácil instalar este pensamiento dentro de un mundo doctrinario implantado por el estado israelí. Quizás la veta romántica será la manera de congraciarse con el espectador de su país, no parece una arista muy bien lograda, tampoco creo que el director esté especulando con una secuela, donde la idea matriz termine diluyéndose en el accionar absurdo de los personajes.

Indirectamente, el director deja entrever que el estado de Israel no brinda a los árabes una educación que les permita independizarse y formar familias que puedan ascender socialmente. Los quiere incultos, salvajes, para poder echarles la culpa de todos los males que amenazan a los hebreos. En este punto, el director se juega el pellejo denunciando la realidad que se vive al interior de Israel.

Riklis inicia el metraje con un tono festivo, casi de comedia, como entendiendo lo absurdo que resulta para los palestinos vivir en tierra de judíos. Luego el protagonista da un salto a otra realidad, más apacible y donde los árabes no existen, para finalmente plantear el drama abiertamente. No es una tragicomedia, es un drama con un segmento inicial algo jocoso e irreal, que sirve de perfecto contrapunto para acentuar la vocación dramática del film.

La visión del director pareciera conciliatoria, incluso cuando el punto de vista se sitúa en la vereda árabe. Su personaje parece transitar hacia otro mundo irreal, poco probable, donde deberá renunciar a sus tradiciones. La película se desplaza desde hogares bulliciosos y vivos (árabes) a mundos más higiénicos: el film evidencia un desplazamiento de las emociones hasta volverse casi inhumano.

Esa visión conciliadora resulta un espejismo, un engaño al espectador, quizás para que el mensaje llegue a buen puerto.

«Ahora sólo queremos que nos dejen vivir con dignidad».
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
El padre al hijo, ambos pertenecientes a la minoría árabe que vive en territorio israelí, le dice en íntima plática: «Antes queríamos una palestina libre de judíos… Ahora sólo queremos que nos dejen vivir con dignidad». Salah (padre) estuvo involucrado en un atentado en Jerusalén cuando era joven. Le impidieron continuar sus estudios y terminó trabajando como recolector de frutas, de todas formas, pertenecer a la minoría étnica lo relegaba a trabajos de baja calificación. Eyad (hijo) ha sido aceptado en una institución hebrea, siendo de los pocos que acceden a ese privilegio. El padre lo insta a estudiar en ese lugar para que sea mejor que los judíos.

Por un lado, estudia y se mimetiza, incluso pololea con una judía, inmerso en un mundo bastante amable e higiénico; pero de otro lado, hay pequeños indicios que lo señalan (Naomi no se atreve a confesar la relación a los padres ni siquiera a sus compañeros) y lo muestran aislado del resto, un palestino confraternizando con el enemigo.

Eyad ama a Naomi y hace sacrificios por ella. Al comienzo del film el chico estaba orgulloso de su padre “terrorista”, ahora cuando atacan a Israel (durante la Guerra de Irak) llama por teléfono, preocupado por el bienestar de su polola, mientras el resto de su familia celebra un misil que ha caído en territorio israelí. Es evidente que algo ha cambiado en la mente del adolescente.

Desempeñándose en trabajos comunitarios Eyad conoce a Yonatan, un judío que sufre una grave enfermedad degenerativa. Comparten el gusto por la música y la tolerancia hacia el prójimo, quizás se encontraron donde confluyen ambas minorías: Eyad, árabe y Yonatan, paralítico.

Mientras Yonatan va enfermando, Eyad usurpará su identidad para acceder a un mejor empleo en un restorán, ocupación destinada a jóvenes hebreos, mientras los árabes sólo pueden acceder a puestos de cocina.

Eyad ha ido más allá de los anhelos de su padre, se ha transformado en un verdadero judío e incluso la madre de Yonatan lo encubre en la falsificación de identidad. Es poco factible obtener documentos falsos dentro de Israel, la intención del director ha sido dar cuenta de la imposibilidad de que un niño palestino acceda a una profesión universitaria.

Riklis no abriga esperanzas dentro de la comunidad judía, de hecho, la polola de Eyad se enrola en los servicios de inteligencia israelíes. Puede que alguna vez haya sentido algo por el muchacho palestino, pero el lavado de cerebro que inculcan en las escuelas es demasiado potente, la idea de anidar sentimientos distintos del odio resulta poco factible.

Es cosa de recordar al director del colegio de infancia, impartiendo la posición oficial del estado, ver cómo reacciona ante la opinión disidente del niño, simplemente le destroza las manos con una regla de madera, para que el pequeño asimile la respuesta correcta.
6
27 de julio de 2015 2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ya le pasó a este director israelí en la única película que había visto de su filmografía: "El director de recursos humanos" (2010), y es aquello de que: abarca pero no aprieta.
Desde una historia personal de un chaval palestino, intenta ofrecer una panorama del conflicto palestino-israeli, sin querer hacer sangre de ello y dando una imagen menos dramática de la realidad. Utiliza el humor para soltar cosas muy serias y la formula por loable que sea no siempre funciona. Las subtramas se lastran unas a otras, algunas sin rematar y al final lo que queda es un proceso de toma de conciencia donde todos somos iguales como seres humanos independientemente de que el azar nos haya traído al mundo bajo cualquier bandera o religión.
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