Hard to Be a God
Drama. Ciencia ficción
Unos científicos son enviados al planeta Arkanar, donde la civilización se ha quedado estancada en plena Edad Media. En ese mundo, uno de los investigadores es tomado por el hijo ilegítimo de Dios. Épica adaptación de la novela de los hermanos Strugatski, rodada y montada durante más de un decenio. (FILMAFFINITY)
1 de agosto de 2015
1 de agosto de 2015
76 de 103 usuarios han encontrado esta crítica útil
En otro planeta. Eso sin duda.
Lees la sinopsis y las estupendas críticas positivas, o negativas (profesionales y no -las de esta página web son magníficas), y rápidamente compruebas una cosa curiosa: hay muchas, muchísimas más palabras, sentido, lógica, personajes, trama, contexto, reflexión, referencias... que en la misma película, de lejos. Es decir, superan a la misma obra, la sobrepasan por todos lados.
Ya que de esta película, esa es la cosa, el meollo, se podría decir sin exagerar (casi nada) que es un único plano secuencia (con descansos, para algo inútilmente disimular) estirado durante tres horas sobre un trozo de carne (el hombre, no más) pudriéndose, mientras "llueve mansamente y sin (casi) parar, llueve sin ganas y con infinita paciencia".
O dicho de otra manera: en cuanto a densidad informativa no llega ni al minuto, ahí cabe todo lo que cuenta, explica o muestra esta... Pero claro, sí que se extiende, como marea viscosa, plaga de gusanos o sudario interminable mientras van cayendo, a dolor, los 177 minutos (10.620 segundos como mosquitos enfermos), tortuosamente, groseramente. "Y eso duele" (lo dicen varias veces, y está claro que no estaban pensando precisamente en la Bombi, o quizás sí). Se hace tedioso, te sientes vapuleado, maltratado, como saco de patatas en el mercado negro. Pero, y eso también duele, aunque tampoco demasiado, ni siquiera te dejan el consuelo del escándalo y el grito en el cielo, ni alivios consabidos tan consoladores como el sexo chabacano o la cutre violencia, qué va, ni la alegría del extremo más morboso o el placer de la imaginación más lisérgica, no, nada, es una guarrada puritana, una porquería reprimida, un estercolero gélido y distanciado, un bello cuadro de inmundicias, una pocilga encapsulada, un todo machacona, obsesiva, repetitivamente tibio en su bajeza y putrefacción constantes, un chorreo desganado de miserias y menudencias fluviales, un fluir anodino de líquidos y heces, un inventario rutinario y alucinado de cagarros, meadas, mocos, gargajos, esputos, tripas, charcos, sudor, sangre...; una epopeya del asco, un cantar de gesta bizarro e intelectualizado en su deambular mecánico y ciego, como si alguien, seguramente un Dios imbécil, hubiese apretado un botón en algún lugar muy lejano y sórdido y ya nadie fuera capaz de detener ese juguete averiado, esa inercia ensimismada y muerta.
Todo de cerca pero como de través, desconectado, desangelado, sin relación con nada, sin razón ni motivo, sin causa ni fin, solo porque sí. No hay más que mugre y fealdad, una prolija y prosaica basura, una infinita suma de inmundicias, un cenagal sin vida. Ni personajes, trama, diálogos...
La cámara en continuo movimiento, planos apretujados, llenos de gente (en el infierno la soledad nunca es una opción) que pasaba por allí (miran a cámara sin pudor ninguno), tullidos, desgraciados, desdentados, tumefactos, carcomidos y delirios. Una corte de los milagros futurista y apocalíptica; Mad Max después de haber caído en un pantano lleno de vómitos y tras haber sido secuestrado por marcianos rusos que le violaron, robaron y, ya de paso, arrancaron el corazón con un ojo bizco y homicida, tuertos de ira.
"Masacre: ven y mira" en su versión más anoréxica y reconcentrada, más fea y grasienta, más extraña y posesa.
Pero quizás, a pesar de todo lo expuesto, se pueda apreciar la terquedad de este director y su indudable afán artístico, que puede llegar a recordar toda esa tradición pictórica tan fecunda y rica que nos habla del horror y la muerte; un cuadro en movimiento. O la confirmación, la letanía, de que no somos más que barro animado; una elegía de nuestra entraña desdichada, un retrato minucioso de nuestra esencial descomposición en movimiento... Vale, pero...
Casi más interesante que la propia película fue contemplar el espectáculo en la sala, el efecto devastador de esta vasta obra, como virus africano y rabioso. Estaba casi llena (¿No hemos vuelto locos todos de repente? Una peli rusa de tres horas en blanco y negro y subtitulada. ¿Se dejaron llevar por dos palabras tan peligrosas como son Ciencia Ficción? ¿O por otras dos casi más engañosas todavía: Edad Media? ¿Creyeron que era Juego de Tronos y se dieron de bruces con la realidad de Juego de, ateniéndonos a su acepción escatológica y sin renunciar por ello a la idea central de la película rusa, Letrinas -en realidad se parecen mucho, es lo que quedaría de la serie tan famosa si le quitaras todo de golpe, como vaciar un cuerpo y dejarle solo las vísceras, corrompiéndose, siendo devoradas por batallones ciegos de larvas hambrientas y aburridas? ¿Eran todos rusos y anhelaban su patria chica, su lengua materna?) y no pude evitar hacer un repaso valorativo, la pregunta que surgía al correr de los fotogramas era simple y directa, cuál sería el número exacto de bajas y heridos de guerra, porque una cosa estaba clara, de este Vietnam cinéfilo no salíamos todos vivos, sanos y salvos, este Dios del cine tan cruel y absurdo reclamaba con furia desganada sacrificios humanos, y los iba a haber, vaya que sí.
Lees la sinopsis y las estupendas críticas positivas, o negativas (profesionales y no -las de esta página web son magníficas), y rápidamente compruebas una cosa curiosa: hay muchas, muchísimas más palabras, sentido, lógica, personajes, trama, contexto, reflexión, referencias... que en la misma película, de lejos. Es decir, superan a la misma obra, la sobrepasan por todos lados.
Ya que de esta película, esa es la cosa, el meollo, se podría decir sin exagerar (casi nada) que es un único plano secuencia (con descansos, para algo inútilmente disimular) estirado durante tres horas sobre un trozo de carne (el hombre, no más) pudriéndose, mientras "llueve mansamente y sin (casi) parar, llueve sin ganas y con infinita paciencia".
O dicho de otra manera: en cuanto a densidad informativa no llega ni al minuto, ahí cabe todo lo que cuenta, explica o muestra esta... Pero claro, sí que se extiende, como marea viscosa, plaga de gusanos o sudario interminable mientras van cayendo, a dolor, los 177 minutos (10.620 segundos como mosquitos enfermos), tortuosamente, groseramente. "Y eso duele" (lo dicen varias veces, y está claro que no estaban pensando precisamente en la Bombi, o quizás sí). Se hace tedioso, te sientes vapuleado, maltratado, como saco de patatas en el mercado negro. Pero, y eso también duele, aunque tampoco demasiado, ni siquiera te dejan el consuelo del escándalo y el grito en el cielo, ni alivios consabidos tan consoladores como el sexo chabacano o la cutre violencia, qué va, ni la alegría del extremo más morboso o el placer de la imaginación más lisérgica, no, nada, es una guarrada puritana, una porquería reprimida, un estercolero gélido y distanciado, un bello cuadro de inmundicias, una pocilga encapsulada, un todo machacona, obsesiva, repetitivamente tibio en su bajeza y putrefacción constantes, un chorreo desganado de miserias y menudencias fluviales, un fluir anodino de líquidos y heces, un inventario rutinario y alucinado de cagarros, meadas, mocos, gargajos, esputos, tripas, charcos, sudor, sangre...; una epopeya del asco, un cantar de gesta bizarro e intelectualizado en su deambular mecánico y ciego, como si alguien, seguramente un Dios imbécil, hubiese apretado un botón en algún lugar muy lejano y sórdido y ya nadie fuera capaz de detener ese juguete averiado, esa inercia ensimismada y muerta.
Todo de cerca pero como de través, desconectado, desangelado, sin relación con nada, sin razón ni motivo, sin causa ni fin, solo porque sí. No hay más que mugre y fealdad, una prolija y prosaica basura, una infinita suma de inmundicias, un cenagal sin vida. Ni personajes, trama, diálogos...
La cámara en continuo movimiento, planos apretujados, llenos de gente (en el infierno la soledad nunca es una opción) que pasaba por allí (miran a cámara sin pudor ninguno), tullidos, desgraciados, desdentados, tumefactos, carcomidos y delirios. Una corte de los milagros futurista y apocalíptica; Mad Max después de haber caído en un pantano lleno de vómitos y tras haber sido secuestrado por marcianos rusos que le violaron, robaron y, ya de paso, arrancaron el corazón con un ojo bizco y homicida, tuertos de ira.
"Masacre: ven y mira" en su versión más anoréxica y reconcentrada, más fea y grasienta, más extraña y posesa.
Pero quizás, a pesar de todo lo expuesto, se pueda apreciar la terquedad de este director y su indudable afán artístico, que puede llegar a recordar toda esa tradición pictórica tan fecunda y rica que nos habla del horror y la muerte; un cuadro en movimiento. O la confirmación, la letanía, de que no somos más que barro animado; una elegía de nuestra entraña desdichada, un retrato minucioso de nuestra esencial descomposición en movimiento... Vale, pero...
Casi más interesante que la propia película fue contemplar el espectáculo en la sala, el efecto devastador de esta vasta obra, como virus africano y rabioso. Estaba casi llena (¿No hemos vuelto locos todos de repente? Una peli rusa de tres horas en blanco y negro y subtitulada. ¿Se dejaron llevar por dos palabras tan peligrosas como son Ciencia Ficción? ¿O por otras dos casi más engañosas todavía: Edad Media? ¿Creyeron que era Juego de Tronos y se dieron de bruces con la realidad de Juego de, ateniéndonos a su acepción escatológica y sin renunciar por ello a la idea central de la película rusa, Letrinas -en realidad se parecen mucho, es lo que quedaría de la serie tan famosa si le quitaras todo de golpe, como vaciar un cuerpo y dejarle solo las vísceras, corrompiéndose, siendo devoradas por batallones ciegos de larvas hambrientas y aburridas? ¿Eran todos rusos y anhelaban su patria chica, su lengua materna?) y no pude evitar hacer un repaso valorativo, la pregunta que surgía al correr de los fotogramas era simple y directa, cuál sería el número exacto de bajas y heridos de guerra, porque una cosa estaba clara, de este Vietnam cinéfilo no salíamos todos vivos, sanos y salvos, este Dios del cine tan cruel y absurdo reclamaba con furia desganada sacrificios humanos, y los iba a haber, vaya que sí.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
El del arsenal de palomitas y aguachirris caería, sin duda ninguna (aguantó el valiente como una hora, después de atracarse a grasas y azúcares en revoltijo procaz su tiempo estaba marcado, su conciencia pronto repetiría el mantra, el tam tam, el ooomm: sal de allí como alma que lleva el diablo y no mires atrás jamás); así fue. Más tarde, un grupo de zagales despistados, engañados por algún crítico sin alma o por un boca oreja traicionero; después, treintañeros desnortados con cara de estupor y vergüenza en la sangre; finalmente, los más maduros y estoicos, gajos disgregados de una fruta incomestible, soldados desertores y ofuscados. Recuento final, número de bajas: fueron ocho las víctimas de este Leviatán impío; el resto quedó mutilado, con el alma hecha añicos y el cerebro para el desguace, irremediablemente destruido, retorciéndose en las butacas como medusas paralíticas, mirando al de al lado desesperados, en busca de respuestas imposibles; carraspeos, suspiros, ayayayays enmascarados todo el santo rato. Los menos, aguantaron el tipo sin inmutarse, gente de fiar, iría a la guerra con ellos, les votaría como presidentes de la comunidad, les confesaría mis más negros pecados, incluso les avalaría sin dudarlo ni un segundo, buenos ciudadanos, bien educados y entrenados, con grandes principios y los más altos valores, ni un mal gesto ni una queja, concentrados, aprendiendo, asimilando.
Fue una gran experiencia, para qué nos vamos a engañar, lo más parecido a un atasco en Júpiter.
Aviso importante: si, por lo que sea, te ves en la obligación de tener que votar esta película, por una deuda de juego, quizás, o por una promesa contrita en el lecho de un moribundo querido, tal vez, si es desgraciadamente así, mi consejo sería que fueras a lo seguro, al medio, el mejor término siempre, entre el cuatro y el seis aciertas, ahí seguro que no fallas, el cinco sería, muy probablemente, la mejor elección, darías el pego y, lo más importante, evitarías caer en la sucia trampa de dos obvias y malas tentaciones: la que supondría votarla con un uno (aunque sería lo más justo, no nos engañemos con ello) y su opuesta o gemela rabiosa, el diez claramente, feliz (también); y así te librarías de la ominosa posibilidad de acarrear un estigma que te podría acompañar toda la vida y amargarte la existencia, a saber, si fueras a por la nota más baja o ínfima, quedar como un indocumentado sin fondo cinéfilo, de gusto superficial e insustancial, o, justo lo contrario, si apostaras por la plenitud solar de la nota máxima, aparecer como un esnob tan pedante como influenciable, es decir, los dos abismos de la cultura en los que nadie quiere perecer. En cambio, con el ecuánime y equilibrado cinco pasarías por un tipo enterado pero sin estúpidos alardes, que las ve venir, culto pero sin la necesidad engorrosa de tener que demostrarlo a cada rato, distanciado, justo, imperial, casi, aunque sea tan difícil, como un Dios Medieval.
Yo lo intenté con todas mis fuerzas, de veras. Y casi que lo conseguí durante un buen rato con un valor que no me conocía, pero, pardiez, acabé finalmente hincando la rodilla ante el Don, la obtusa realidad, como siempre, me puso en mi puto sitio.
Nadie es perfecto, ni siquiera en la ficción.
Fue una gran experiencia, para qué nos vamos a engañar, lo más parecido a un atasco en Júpiter.
Aviso importante: si, por lo que sea, te ves en la obligación de tener que votar esta película, por una deuda de juego, quizás, o por una promesa contrita en el lecho de un moribundo querido, tal vez, si es desgraciadamente así, mi consejo sería que fueras a lo seguro, al medio, el mejor término siempre, entre el cuatro y el seis aciertas, ahí seguro que no fallas, el cinco sería, muy probablemente, la mejor elección, darías el pego y, lo más importante, evitarías caer en la sucia trampa de dos obvias y malas tentaciones: la que supondría votarla con un uno (aunque sería lo más justo, no nos engañemos con ello) y su opuesta o gemela rabiosa, el diez claramente, feliz (también); y así te librarías de la ominosa posibilidad de acarrear un estigma que te podría acompañar toda la vida y amargarte la existencia, a saber, si fueras a por la nota más baja o ínfima, quedar como un indocumentado sin fondo cinéfilo, de gusto superficial e insustancial, o, justo lo contrario, si apostaras por la plenitud solar de la nota máxima, aparecer como un esnob tan pedante como influenciable, es decir, los dos abismos de la cultura en los que nadie quiere perecer. En cambio, con el ecuánime y equilibrado cinco pasarías por un tipo enterado pero sin estúpidos alardes, que las ve venir, culto pero sin la necesidad engorrosa de tener que demostrarlo a cada rato, distanciado, justo, imperial, casi, aunque sea tan difícil, como un Dios Medieval.
Yo lo intenté con todas mis fuerzas, de veras. Y casi que lo conseguí durante un buen rato con un valor que no me conocía, pero, pardiez, acabé finalmente hincando la rodilla ante el Don, la obtusa realidad, como siempre, me puso en mi puto sitio.
Nadie es perfecto, ni siquiera en la ficción.
13 de marzo de 2015
13 de marzo de 2015
62 de 80 usuarios han encontrado esta crítica útil
Para un servidor, acometer la tarea de escribir una crítica digna para esta película supone un esfuerzo casi tan titánico como en su día lo fue para Aleksei German finalizarla. Como aficionado al cine en todas sus variantes, y lejos de ser un experto (ni falta que hace para apreciarlo), ver “Hard to be a God” por primera vez representa para el espectador uno de esos momentos cruciales en los que ha sido testigo de una obra única, inigualable e inabarcable. Uno sabe a ciencia cierta que películas como ésta, de tal dimensión y envergadura, se pueden contar con los dedos de una mano, y aun así sobrarían dedos. A continuación intentaré explicar humildemente por qué.
“Hard to be a God” (o “Qué difícil es ser Dios” en castellano) es la adaptación de una conocida novela rusa de ciencia-ficción, escrita en 1964 por Arkadi y Boris Strugatski (autores también de la novela que inspiraría el “Stalker” de Tarkovski) y de gran reconocimiento en Rusia y otros países. Al parecer, a Aleksei German le sedujo tanto la novela que ya en 1968 co-escribió el primer embrión del guión -junto con Boris-, que fue echado para atrás por las autoridades soviéticas. Sin embargo eso no le haría olvidar su viejo y anhelado proyecto y mucho después, tras haber rodado varias películas -y tras dos años de pre-producción- en 2000 comenzaría el dificultosísimo rodaje, que se extendería a lo largo de seis años. Siendo ya no pocas complicaciones, la fase de montaje y post-producción se alargaría aún otros seis años más, truncado con la fatídica eventualidad de la muerte del propio German, que no pudo ver completada su obra. La edición y el montaje fueron no obstante concluidos por el propio hijo del director siguiendo escrupulosamente las anotaciones y deseos de su padre. La película sería finalmente estrenada en 2013 en el Festival Internacional de Roma.
Pero de rodajes difíciles, largos y accidentados está la historia del cine llena. Lo que verdaderamente convierte a “Hard to be a God” en un film único cinematográficamente es, no en concreto lo que se cuenta, sino CÓMO se cuenta. Es ahí donde reside lo extraordinario y la enorme magnitud de la película, y como digo, lo que la convierte en una experiencia diferente a todas las demás. Una experiencia ciertamente inexplicable al cien por cien, avasalladora, aplastante, que sume al espectador entre el estupor. La incomprensión y la sordidez, y que a nadie dejará indiferente. La historia va como sigue.
En un futuro no muy lejano, unos estudiosos son enviados desde la Tierra a un planeta similar a ésta, poblado por habitantes similares, pero que se encuentran en un estadio de evolución social muy anterior al de los terrícolas (la voz del narrador al inicio explicita unos 800 años antes), en un tiempo similar a nuestra Edad Media. Allí, entre la peor de las miserias, gobiernan con atroz crueldad y brutalidad algunos nobles, estableciendo oscuros reinos del terror donde se persigue inmisericordemente a aquellos que saben leer y escribir, a científicos y artistas, y en definitiva a cualquiera que abogue por poco que sea por la cultura o la ciencia. Los observadores terrícolas, cuya misión es observar la evolución de estas sociedades y ver si se produce o no una especie de época de Renacimiento, no han de interferir en su desarrollo, de manera que se integran de tapadillo en su modo de vida y sus costumbres. Uno de ellos, Don Rumata, se ha convertido en una especie de elegido, descendiente de deidades, debido a sus obviamente mayores conocimientos y destrezas. Como tiene prohibido inmiscuirse en la evolución de la sociedad, vivirá entre ellos adoptando sus repugnantes y brutales costumbres, haciendo y deshaciendo –sin matar a nadie, eso sí- y tratando de aportar mejoras poco a poco y empujarlos a un desarrollo superior sin levantar demasiado polvo. Con el devenir de los acontecimientos, finalmente quebrantará las prohibiciones más intocables que se le habían impuesto, y pronto se dará cuenta, allí donde miseria, crueldad, brutalidad y muerte se enseñorean de todo, lo difícil que puede resultar en un escenario así ejercer de dios.
(Sigue en spoiler por falta de espacio)
“Hard to be a God” (o “Qué difícil es ser Dios” en castellano) es la adaptación de una conocida novela rusa de ciencia-ficción, escrita en 1964 por Arkadi y Boris Strugatski (autores también de la novela que inspiraría el “Stalker” de Tarkovski) y de gran reconocimiento en Rusia y otros países. Al parecer, a Aleksei German le sedujo tanto la novela que ya en 1968 co-escribió el primer embrión del guión -junto con Boris-, que fue echado para atrás por las autoridades soviéticas. Sin embargo eso no le haría olvidar su viejo y anhelado proyecto y mucho después, tras haber rodado varias películas -y tras dos años de pre-producción- en 2000 comenzaría el dificultosísimo rodaje, que se extendería a lo largo de seis años. Siendo ya no pocas complicaciones, la fase de montaje y post-producción se alargaría aún otros seis años más, truncado con la fatídica eventualidad de la muerte del propio German, que no pudo ver completada su obra. La edición y el montaje fueron no obstante concluidos por el propio hijo del director siguiendo escrupulosamente las anotaciones y deseos de su padre. La película sería finalmente estrenada en 2013 en el Festival Internacional de Roma.
Pero de rodajes difíciles, largos y accidentados está la historia del cine llena. Lo que verdaderamente convierte a “Hard to be a God” en un film único cinematográficamente es, no en concreto lo que se cuenta, sino CÓMO se cuenta. Es ahí donde reside lo extraordinario y la enorme magnitud de la película, y como digo, lo que la convierte en una experiencia diferente a todas las demás. Una experiencia ciertamente inexplicable al cien por cien, avasalladora, aplastante, que sume al espectador entre el estupor. La incomprensión y la sordidez, y que a nadie dejará indiferente. La historia va como sigue.
En un futuro no muy lejano, unos estudiosos son enviados desde la Tierra a un planeta similar a ésta, poblado por habitantes similares, pero que se encuentran en un estadio de evolución social muy anterior al de los terrícolas (la voz del narrador al inicio explicita unos 800 años antes), en un tiempo similar a nuestra Edad Media. Allí, entre la peor de las miserias, gobiernan con atroz crueldad y brutalidad algunos nobles, estableciendo oscuros reinos del terror donde se persigue inmisericordemente a aquellos que saben leer y escribir, a científicos y artistas, y en definitiva a cualquiera que abogue por poco que sea por la cultura o la ciencia. Los observadores terrícolas, cuya misión es observar la evolución de estas sociedades y ver si se produce o no una especie de época de Renacimiento, no han de interferir en su desarrollo, de manera que se integran de tapadillo en su modo de vida y sus costumbres. Uno de ellos, Don Rumata, se ha convertido en una especie de elegido, descendiente de deidades, debido a sus obviamente mayores conocimientos y destrezas. Como tiene prohibido inmiscuirse en la evolución de la sociedad, vivirá entre ellos adoptando sus repugnantes y brutales costumbres, haciendo y deshaciendo –sin matar a nadie, eso sí- y tratando de aportar mejoras poco a poco y empujarlos a un desarrollo superior sin levantar demasiado polvo. Con el devenir de los acontecimientos, finalmente quebrantará las prohibiciones más intocables que se le habían impuesto, y pronto se dará cuenta, allí donde miseria, crueldad, brutalidad y muerte se enseñorean de todo, lo difícil que puede resultar en un escenario así ejercer de dios.
(Sigue en spoiler por falta de espacio)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Pese a lo notablemente sencillo de la historia, Aleksei German renuncia a lo convencional y opta por convertir todo eso en algo que difícilmente se esperaría un espectador, y que convierte su obra en esa monstruosidad –por dimensiones, por forma, por características- de la que hablo. A lo largo de sus tres horas de metraje, y salvo el inicio inmediato de la película donde una voz en off nos pone en situación, apenas existe una trama (el argumento, si lo hubiere, es casi imperceptible y muchas veces escapa a la comprensión), no hay narración como tal, las escenas no se suceden unas a otras, sino que continuamente están sucediendo cosas, en primer plano, de fondo, a los lados, aparentemente deshilvanadas. No hay música, no hay color –sólo un apabullante b/n-, apenas hay un protagonista principal, que no lo es tanto, y sin embargo ante la cámara pasa una miríada de personajes, a cada cual más patético y grotesco, siempre humillados, desdichados y ridiculizados, borrachos o colocados, cuando no golpeados o muertos. El escenario: un castillo, sus “calles” y aledaños, casi siempre envueltos por una niebla espesa y persistente o bajo una impenitente lluvia, están permanentemente cubiertos por una repugnante capa de lodo, porquería y excrementos, sus habitantes malviven, comen y deambulan en el mismo lugar donde escupen, defecan o vomitan, o bien yacen tumbados entre la ponzoña. La sensación de suciedad y miseria es tan malsana, tan asquerosa y tan real que nadie diría que estamos ante un set de rodaje y sí ante el peor estercolero que uno pudiera imaginarse como hogar. Se siente la humedad, el fango pegado a las botas, los olores fétidos y pestilentes que emanan de la masa humana (siempre rascándose, eructando, hurgándose la nariz, meando, defecando o vomitando) y el hedor procedente de letrinas o pocilgas. En el interior del castillo nada cambia, el lodo es sustituido por multitud de enseres, animales, artilugios inútiles, artefactos rotos, muebles, basura, insectos, parásitos, restos de comida, cadáveres, desorden y todo un abanico infinito de trastos tirados o que cuelgan del techo y las paredes, mientras un enjambre de esclavos, sirvientes y humanoides grotescos revolotea alrededor del Don o se dedica miserablemente a pedir, a comer o a joder al prójimo. Tal es el escenario ideado meticulosamente al más ínfimo detalle por German, que se encarga de mostrárnoslo sin remisión durante casi 180 minutos, hasta cotas que superan el paroxismo.
Es así, entre esa amalgama continua e insoportable de horror, mugre, miseria y muerte que se va filtrando al espectador una sensación incómoda pero irresistible, terrible pero magnética, de presenciar semejante pasarela de decadencia y degradación, al tiempo que sutilmente van supurando del film algunas preguntas. Preguntas trascendentales que se hace el propio Don Rumata, a sus colegas o a otros personajes, preguntas que trascienden la historia de “Hard to be a God” y bien podrían ser de actualidad tanto ahora como hace 40 años, ante la situación de barbarie y desolación que vive el hombre no sólo en el reino de Arkanar, sino todos los hombres, de ayer y de hoy, sobre su naturaleza y sus anhelos. Él obtiene finalmente una respuesta al final de la película, en lo que no deja de ser una gigantesca reflexión circular (la escena inicial y la escena final guardan una estrecha y paradigmática relación entre sí y con el grueso de la película), una triste constatación de los hechos acaecidos en la historia, que aunque cruda, amarga y a menudo brutal, aún vislumbra algo de luz para el ser humano. O quizá no.
“Hard to be a God” es un inconmensurable, devastador e incomodísimo tour de force, único y del todo improbable, creado minuciosamente hasta el último detalle para vehicular las grandes preguntas inherentes a la existencia y la naturaleza del hombre, su comportamiento como sociedad y su devenir en el tiempo. Magistral y monumental a todos los niveles.
Es así, entre esa amalgama continua e insoportable de horror, mugre, miseria y muerte que se va filtrando al espectador una sensación incómoda pero irresistible, terrible pero magnética, de presenciar semejante pasarela de decadencia y degradación, al tiempo que sutilmente van supurando del film algunas preguntas. Preguntas trascendentales que se hace el propio Don Rumata, a sus colegas o a otros personajes, preguntas que trascienden la historia de “Hard to be a God” y bien podrían ser de actualidad tanto ahora como hace 40 años, ante la situación de barbarie y desolación que vive el hombre no sólo en el reino de Arkanar, sino todos los hombres, de ayer y de hoy, sobre su naturaleza y sus anhelos. Él obtiene finalmente una respuesta al final de la película, en lo que no deja de ser una gigantesca reflexión circular (la escena inicial y la escena final guardan una estrecha y paradigmática relación entre sí y con el grueso de la película), una triste constatación de los hechos acaecidos en la historia, que aunque cruda, amarga y a menudo brutal, aún vislumbra algo de luz para el ser humano. O quizá no.
“Hard to be a God” es un inconmensurable, devastador e incomodísimo tour de force, único y del todo improbable, creado minuciosamente hasta el último detalle para vehicular las grandes preguntas inherentes a la existencia y la naturaleza del hombre, su comportamiento como sociedad y su devenir en el tiempo. Magistral y monumental a todos los niveles.
18 de mayo de 2015
18 de mayo de 2015
23 de 36 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tres horas de gargajos, mocos y barro. Tres horas de mierda (literal y figuradamente) en las que no se cuenta absolutamente nada.
Recordaba vagamente "El poder de un dios", la pasable adaptación de la novela de los hermanos Strugatski rodada en 1990 por Peter Fleischmann, una muestra normalita de ciencia-ficción y aguardaba con mucha expectación esta nueva versión, pero es que la película de Aleksey German no hay por dónde cogerla. Una bazofia absolutamente desaconsejable que enmascara la penuria de medios con una pretenciosidad que da vergüenza ajena (siempre es muy socorrido apelar a la elegancia del blanco y negro cuando se rueda sin presupuesto ni guión) y que se parece a la novela como un huevo a una castaña.
Lo peor: todo.
Lo mejor: es una película póstuma.
Recordaba vagamente "El poder de un dios", la pasable adaptación de la novela de los hermanos Strugatski rodada en 1990 por Peter Fleischmann, una muestra normalita de ciencia-ficción y aguardaba con mucha expectación esta nueva versión, pero es que la película de Aleksey German no hay por dónde cogerla. Una bazofia absolutamente desaconsejable que enmascara la penuria de medios con una pretenciosidad que da vergüenza ajena (siempre es muy socorrido apelar a la elegancia del blanco y negro cuando se rueda sin presupuesto ni guión) y que se parece a la novela como un huevo a una castaña.
Lo peor: todo.
Lo mejor: es una película póstuma.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
"Éste es el planeta Arkanar" y lo decimos con la voz en off porque no tenemos un céntimo para rodar y así nos ahorramos rodar escenas con cosmonautas.
De entre las muchas guarradas gratuitas y sin sentido me quedo con el primer plano de la erección de un asno.
De entre las muchas guarradas gratuitas y sin sentido me quedo con el primer plano de la erección de un asno.
9 de abril de 2015
9 de abril de 2015
15 de 20 usuarios han encontrado esta crítica útil
Para cada persona, el cine y lo que espera de él es una cosa diferente. Dejando a un lado que puede haber espacio para todo y días de apetencias distintas, hay gente que afirma que una película debe contarte una historia, otros que el cine es pura y duramente entretenimiento. Luego hay casos en los que el espectador, "simplemente" vive una experiencia de sensaciones. Sin comulgar con los de "no me he enterado de nada (porque no lo ha captado y no porque no tenga explicación) pero me ha maravillado igual, las experiencias cinéfilas que te evocan sensaciones, aunque sea pura repulsa y malestar, y abandonan el contar un relato al uso, son, aparte de muchas veces difíciles de digerir, cada vez más difíciles de encontrar. La que nos ocupa es una de esas "rara avis" y más que experiencia cinéfila, directamente cinéfaga, sólo apta para valientes y/o masoquistas.
Personalmente leyendo la sinopsis jamás me imaginaba a lo que me iba a enfrentar. No se por qué, mi mente pensó en una cinta de ciencia ficción de crónicas espaciales eslavas, con científicos terrícolas interactuando con una sociedad extraterrestre atrasada en el tiempo y la multitud de sucesos que se podría derivar de ello. Sin embargo, "Qué difícil es ser un Dios", te "obsequia" con un descenso a un infierno cuyo relato habría incomodado al propio Dante. Casi tres horas de enfermiza pesadilla, con el malestar que te daría un mal colocón, casi tres horas de surrealismo extremo, mugre, niebla, locura, caos y barbarie. Alejado de un relato o una historia que se pueda seguir o con una línea argumental que de más allá para intentar escribir una sinopsis, hay una voz en off que parece querer aportar cordura de vez en cuando, darle un sentido o un camino al relato, un objetivo, pero no deja de ser un mero espejismo para la vuelta a la locura más absoluta. De hecho, si no fuera por estar en una proyección oficial, dada la incoherencia de los diálogos, pensarías que el traductor de los subtítulos que te has descargado no ha tenido su mejor día.
Una cámara fija que avanza como un personaje más por diferentes aunque similares escenarios, cargados de humedad, suciedad, secreciones, desmembramientos, cuerpos de hombres y animales expuestos, criaturas grotescas y deformes y una sensación tras acabarla, de querer sacudirte y darte una ducha, como si todas las heces, la sangre y los vómitos te hubieran cubierto y calado la ropa y todo lo que has visto, hubiera enfermado tu mente. Bienvenidos al cine 5D.
Nota cinéfila: 3
Nota cinéfaga: 9
http://www.elseptimoarte.net/foro/index.php/topic,31732.msg788651.html#msg788651
Personalmente leyendo la sinopsis jamás me imaginaba a lo que me iba a enfrentar. No se por qué, mi mente pensó en una cinta de ciencia ficción de crónicas espaciales eslavas, con científicos terrícolas interactuando con una sociedad extraterrestre atrasada en el tiempo y la multitud de sucesos que se podría derivar de ello. Sin embargo, "Qué difícil es ser un Dios", te "obsequia" con un descenso a un infierno cuyo relato habría incomodado al propio Dante. Casi tres horas de enfermiza pesadilla, con el malestar que te daría un mal colocón, casi tres horas de surrealismo extremo, mugre, niebla, locura, caos y barbarie. Alejado de un relato o una historia que se pueda seguir o con una línea argumental que de más allá para intentar escribir una sinopsis, hay una voz en off que parece querer aportar cordura de vez en cuando, darle un sentido o un camino al relato, un objetivo, pero no deja de ser un mero espejismo para la vuelta a la locura más absoluta. De hecho, si no fuera por estar en una proyección oficial, dada la incoherencia de los diálogos, pensarías que el traductor de los subtítulos que te has descargado no ha tenido su mejor día.
Una cámara fija que avanza como un personaje más por diferentes aunque similares escenarios, cargados de humedad, suciedad, secreciones, desmembramientos, cuerpos de hombres y animales expuestos, criaturas grotescas y deformes y una sensación tras acabarla, de querer sacudirte y darte una ducha, como si todas las heces, la sangre y los vómitos te hubieran cubierto y calado la ropa y todo lo que has visto, hubiera enfermado tu mente. Bienvenidos al cine 5D.
Nota cinéfila: 3
Nota cinéfaga: 9
http://www.elseptimoarte.net/foro/index.php/topic,31732.msg788651.html#msg788651
26 de mayo de 2018
26 de mayo de 2018
9 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pocas veces me he visto en la situación de encontrar cintas de difícil acceso, algunas han sido complicadas, soporíferas, pero, Aleksey German probablemente haya ganado el premio mayor con esta suerte de realismo de la época medieval. He de aceptar que tengo muy poca noción de cómo se sobrellevaban aquellos tiempos respecto a la salubridad, la limpieza y demás. Gracias al señor Aleksey esto ha quedado un poco más dilucidado. Viéndolo desde este punto puede que el cometido se haya conseguido y que, de hecho, este yo contento por el resultado de la cinta, el problema es que la cinta parece más bien hecha para ser proyectada en un museo de arte y no en una sala de cine. Vaya que tiene un trasfondo filosófico, ¿realmente somos muy diferentes a aquellos tiempos? O será más bien que únicamente hemos hecho los problemas del ser humano un tanto más “estéticos”. Me parece, si acaso logré comprender al director, que, trata de decirnos que el mundo sigue estando literalmente en la mierda, más literal que nunca, que bajo el contexto en el que nos hallamos quizá ser dios no sea tan fácil, qué pensará un ser con muchas más actitudes culturales y con un desarrollo intelectual superior sobre como abandonamos gente a su suerte, dejamos que mueran de hambre, como nos sumimos en guerras interminables, como destruimos el planeta y sus recursos. En un primer vistazo puede que uno piense que no somos como nuestros protagonistas, pero un vistazo más detallado puede hallarnos como mera metáfora. Si en dado caso interpreté de manera correcta al señor Aleksey me alegro, ha logrado su cometido en cierto grado. Pero ¿realmente era necesario hacerlo de la manera que lo hizo? Bueno, alguien dirá y ¿quién soy yo para ponerlo en tela de juicio? Remitámonos a los hechos, la cinta dura 3 horas en un interminable plano secuencia que no adiciona mucho al contenido de la obra, más bien pareciera que se encuentra perdido el cámara tanto como nosotros. El mensaje si es que lo he captado bien, habré tardado en entenderlo 40 minutos como máximo, pero después de eso parece que el director más bien tenía intención de entrar en un circulo muy angosto, parece que su pretensión no era impresionarme a mi o al público, sino quedar en la historia, que se hablara de él por su exhaustiva obra, por lo complicado de su contenido, por lo artístico de su propuesta, de ser así, lo ha logrado, parece que la crítica en general ha amado su cinta. Yo, un simple mortal amante de las cintas en mis días libres más bien le achaco haberme hecho sufrir tanto tiempo, cuestión de perspectivas.
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