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6.4
1,239
9
13 de marzo de 2015
13 de marzo de 2015
62 de 80 usuarios han encontrado esta crítica útil
Para un servidor, acometer la tarea de escribir una crítica digna para esta película supone un esfuerzo casi tan titánico como en su día lo fue para Aleksei German finalizarla. Como aficionado al cine en todas sus variantes, y lejos de ser un experto (ni falta que hace para apreciarlo), ver “Hard to be a God” por primera vez representa para el espectador uno de esos momentos cruciales en los que ha sido testigo de una obra única, inigualable e inabarcable. Uno sabe a ciencia cierta que películas como ésta, de tal dimensión y envergadura, se pueden contar con los dedos de una mano, y aun así sobrarían dedos. A continuación intentaré explicar humildemente por qué.
“Hard to be a God” (o “Qué difícil es ser Dios” en castellano) es la adaptación de una conocida novela rusa de ciencia-ficción, escrita en 1964 por Arkadi y Boris Strugatski (autores también de la novela que inspiraría el “Stalker” de Tarkovski) y de gran reconocimiento en Rusia y otros países. Al parecer, a Aleksei German le sedujo tanto la novela que ya en 1968 co-escribió el primer embrión del guión -junto con Boris-, que fue echado para atrás por las autoridades soviéticas. Sin embargo eso no le haría olvidar su viejo y anhelado proyecto y mucho después, tras haber rodado varias películas -y tras dos años de pre-producción- en 2000 comenzaría el dificultosísimo rodaje, que se extendería a lo largo de seis años. Siendo ya no pocas complicaciones, la fase de montaje y post-producción se alargaría aún otros seis años más, truncado con la fatídica eventualidad de la muerte del propio German, que no pudo ver completada su obra. La edición y el montaje fueron no obstante concluidos por el propio hijo del director siguiendo escrupulosamente las anotaciones y deseos de su padre. La película sería finalmente estrenada en 2013 en el Festival Internacional de Roma.
Pero de rodajes difíciles, largos y accidentados está la historia del cine llena. Lo que verdaderamente convierte a “Hard to be a God” en un film único cinematográficamente es, no en concreto lo que se cuenta, sino CÓMO se cuenta. Es ahí donde reside lo extraordinario y la enorme magnitud de la película, y como digo, lo que la convierte en una experiencia diferente a todas las demás. Una experiencia ciertamente inexplicable al cien por cien, avasalladora, aplastante, que sume al espectador entre el estupor. La incomprensión y la sordidez, y que a nadie dejará indiferente. La historia va como sigue.
En un futuro no muy lejano, unos estudiosos son enviados desde la Tierra a un planeta similar a ésta, poblado por habitantes similares, pero que se encuentran en un estadio de evolución social muy anterior al de los terrícolas (la voz del narrador al inicio explicita unos 800 años antes), en un tiempo similar a nuestra Edad Media. Allí, entre la peor de las miserias, gobiernan con atroz crueldad y brutalidad algunos nobles, estableciendo oscuros reinos del terror donde se persigue inmisericordemente a aquellos que saben leer y escribir, a científicos y artistas, y en definitiva a cualquiera que abogue por poco que sea por la cultura o la ciencia. Los observadores terrícolas, cuya misión es observar la evolución de estas sociedades y ver si se produce o no una especie de época de Renacimiento, no han de interferir en su desarrollo, de manera que se integran de tapadillo en su modo de vida y sus costumbres. Uno de ellos, Don Rumata, se ha convertido en una especie de elegido, descendiente de deidades, debido a sus obviamente mayores conocimientos y destrezas. Como tiene prohibido inmiscuirse en la evolución de la sociedad, vivirá entre ellos adoptando sus repugnantes y brutales costumbres, haciendo y deshaciendo –sin matar a nadie, eso sí- y tratando de aportar mejoras poco a poco y empujarlos a un desarrollo superior sin levantar demasiado polvo. Con el devenir de los acontecimientos, finalmente quebrantará las prohibiciones más intocables que se le habían impuesto, y pronto se dará cuenta, allí donde miseria, crueldad, brutalidad y muerte se enseñorean de todo, lo difícil que puede resultar en un escenario así ejercer de dios.
(Sigue en spoiler por falta de espacio)
“Hard to be a God” (o “Qué difícil es ser Dios” en castellano) es la adaptación de una conocida novela rusa de ciencia-ficción, escrita en 1964 por Arkadi y Boris Strugatski (autores también de la novela que inspiraría el “Stalker” de Tarkovski) y de gran reconocimiento en Rusia y otros países. Al parecer, a Aleksei German le sedujo tanto la novela que ya en 1968 co-escribió el primer embrión del guión -junto con Boris-, que fue echado para atrás por las autoridades soviéticas. Sin embargo eso no le haría olvidar su viejo y anhelado proyecto y mucho después, tras haber rodado varias películas -y tras dos años de pre-producción- en 2000 comenzaría el dificultosísimo rodaje, que se extendería a lo largo de seis años. Siendo ya no pocas complicaciones, la fase de montaje y post-producción se alargaría aún otros seis años más, truncado con la fatídica eventualidad de la muerte del propio German, que no pudo ver completada su obra. La edición y el montaje fueron no obstante concluidos por el propio hijo del director siguiendo escrupulosamente las anotaciones y deseos de su padre. La película sería finalmente estrenada en 2013 en el Festival Internacional de Roma.
Pero de rodajes difíciles, largos y accidentados está la historia del cine llena. Lo que verdaderamente convierte a “Hard to be a God” en un film único cinematográficamente es, no en concreto lo que se cuenta, sino CÓMO se cuenta. Es ahí donde reside lo extraordinario y la enorme magnitud de la película, y como digo, lo que la convierte en una experiencia diferente a todas las demás. Una experiencia ciertamente inexplicable al cien por cien, avasalladora, aplastante, que sume al espectador entre el estupor. La incomprensión y la sordidez, y que a nadie dejará indiferente. La historia va como sigue.
En un futuro no muy lejano, unos estudiosos son enviados desde la Tierra a un planeta similar a ésta, poblado por habitantes similares, pero que se encuentran en un estadio de evolución social muy anterior al de los terrícolas (la voz del narrador al inicio explicita unos 800 años antes), en un tiempo similar a nuestra Edad Media. Allí, entre la peor de las miserias, gobiernan con atroz crueldad y brutalidad algunos nobles, estableciendo oscuros reinos del terror donde se persigue inmisericordemente a aquellos que saben leer y escribir, a científicos y artistas, y en definitiva a cualquiera que abogue por poco que sea por la cultura o la ciencia. Los observadores terrícolas, cuya misión es observar la evolución de estas sociedades y ver si se produce o no una especie de época de Renacimiento, no han de interferir en su desarrollo, de manera que se integran de tapadillo en su modo de vida y sus costumbres. Uno de ellos, Don Rumata, se ha convertido en una especie de elegido, descendiente de deidades, debido a sus obviamente mayores conocimientos y destrezas. Como tiene prohibido inmiscuirse en la evolución de la sociedad, vivirá entre ellos adoptando sus repugnantes y brutales costumbres, haciendo y deshaciendo –sin matar a nadie, eso sí- y tratando de aportar mejoras poco a poco y empujarlos a un desarrollo superior sin levantar demasiado polvo. Con el devenir de los acontecimientos, finalmente quebrantará las prohibiciones más intocables que se le habían impuesto, y pronto se dará cuenta, allí donde miseria, crueldad, brutalidad y muerte se enseñorean de todo, lo difícil que puede resultar en un escenario así ejercer de dios.
(Sigue en spoiler por falta de espacio)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Pese a lo notablemente sencillo de la historia, Aleksei German renuncia a lo convencional y opta por convertir todo eso en algo que difícilmente se esperaría un espectador, y que convierte su obra en esa monstruosidad –por dimensiones, por forma, por características- de la que hablo. A lo largo de sus tres horas de metraje, y salvo el inicio inmediato de la película donde una voz en off nos pone en situación, apenas existe una trama (el argumento, si lo hubiere, es casi imperceptible y muchas veces escapa a la comprensión), no hay narración como tal, las escenas no se suceden unas a otras, sino que continuamente están sucediendo cosas, en primer plano, de fondo, a los lados, aparentemente deshilvanadas. No hay música, no hay color –sólo un apabullante b/n-, apenas hay un protagonista principal, que no lo es tanto, y sin embargo ante la cámara pasa una miríada de personajes, a cada cual más patético y grotesco, siempre humillados, desdichados y ridiculizados, borrachos o colocados, cuando no golpeados o muertos. El escenario: un castillo, sus “calles” y aledaños, casi siempre envueltos por una niebla espesa y persistente o bajo una impenitente lluvia, están permanentemente cubiertos por una repugnante capa de lodo, porquería y excrementos, sus habitantes malviven, comen y deambulan en el mismo lugar donde escupen, defecan o vomitan, o bien yacen tumbados entre la ponzoña. La sensación de suciedad y miseria es tan malsana, tan asquerosa y tan real que nadie diría que estamos ante un set de rodaje y sí ante el peor estercolero que uno pudiera imaginarse como hogar. Se siente la humedad, el fango pegado a las botas, los olores fétidos y pestilentes que emanan de la masa humana (siempre rascándose, eructando, hurgándose la nariz, meando, defecando o vomitando) y el hedor procedente de letrinas o pocilgas. En el interior del castillo nada cambia, el lodo es sustituido por multitud de enseres, animales, artilugios inútiles, artefactos rotos, muebles, basura, insectos, parásitos, restos de comida, cadáveres, desorden y todo un abanico infinito de trastos tirados o que cuelgan del techo y las paredes, mientras un enjambre de esclavos, sirvientes y humanoides grotescos revolotea alrededor del Don o se dedica miserablemente a pedir, a comer o a joder al prójimo. Tal es el escenario ideado meticulosamente al más ínfimo detalle por German, que se encarga de mostrárnoslo sin remisión durante casi 180 minutos, hasta cotas que superan el paroxismo.
Es así, entre esa amalgama continua e insoportable de horror, mugre, miseria y muerte que se va filtrando al espectador una sensación incómoda pero irresistible, terrible pero magnética, de presenciar semejante pasarela de decadencia y degradación, al tiempo que sutilmente van supurando del film algunas preguntas. Preguntas trascendentales que se hace el propio Don Rumata, a sus colegas o a otros personajes, preguntas que trascienden la historia de “Hard to be a God” y bien podrían ser de actualidad tanto ahora como hace 40 años, ante la situación de barbarie y desolación que vive el hombre no sólo en el reino de Arkanar, sino todos los hombres, de ayer y de hoy, sobre su naturaleza y sus anhelos. Él obtiene finalmente una respuesta al final de la película, en lo que no deja de ser una gigantesca reflexión circular (la escena inicial y la escena final guardan una estrecha y paradigmática relación entre sí y con el grueso de la película), una triste constatación de los hechos acaecidos en la historia, que aunque cruda, amarga y a menudo brutal, aún vislumbra algo de luz para el ser humano. O quizá no.
“Hard to be a God” es un inconmensurable, devastador e incomodísimo tour de force, único y del todo improbable, creado minuciosamente hasta el último detalle para vehicular las grandes preguntas inherentes a la existencia y la naturaleza del hombre, su comportamiento como sociedad y su devenir en el tiempo. Magistral y monumental a todos los niveles.
Es así, entre esa amalgama continua e insoportable de horror, mugre, miseria y muerte que se va filtrando al espectador una sensación incómoda pero irresistible, terrible pero magnética, de presenciar semejante pasarela de decadencia y degradación, al tiempo que sutilmente van supurando del film algunas preguntas. Preguntas trascendentales que se hace el propio Don Rumata, a sus colegas o a otros personajes, preguntas que trascienden la historia de “Hard to be a God” y bien podrían ser de actualidad tanto ahora como hace 40 años, ante la situación de barbarie y desolación que vive el hombre no sólo en el reino de Arkanar, sino todos los hombres, de ayer y de hoy, sobre su naturaleza y sus anhelos. Él obtiene finalmente una respuesta al final de la película, en lo que no deja de ser una gigantesca reflexión circular (la escena inicial y la escena final guardan una estrecha y paradigmática relación entre sí y con el grueso de la película), una triste constatación de los hechos acaecidos en la historia, que aunque cruda, amarga y a menudo brutal, aún vislumbra algo de luz para el ser humano. O quizá no.
“Hard to be a God” es un inconmensurable, devastador e incomodísimo tour de force, único y del todo improbable, creado minuciosamente hasta el último detalle para vehicular las grandes preguntas inherentes a la existencia y la naturaleza del hombre, su comportamiento como sociedad y su devenir en el tiempo. Magistral y monumental a todos los niveles.
9 de abril de 2013
9 de abril de 2013
27 de 29 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un grupo de cuatro geólogos soviéticos (tres hombres y una mujer) son enviados en expedición científica a la taiga siberiana, con el objeto de encontrar yacimientos de diamantes. El sencillo planteamiento inicial pronto se tuerce cuando empiezan las complicaciones y los protagonistas han de luchar contra las inclemencias y la extrema dureza del lugar para salvar sus vidas. El sentido del deber, el estoicismo y la prepondernacia del bien general por encima de individualismos afloran entre los severísimos rigores del invierno siberiano, aunque también hay una pequeña luz para el amor, o tal vez para el recuerdo de éste.
Una gran dirección, buenas interpretaciones y una magnífica fotografía, sumado a la cruda belleza del inhóspito paisaje, hacen de "La Carta que Nunca fue Enviada" una más que apreciable película, visualmente avasalladora. Pese a mostrarse algo lenta en ciertos momentos, el desarrollo no se hace pesado y el sobrecogedor tramo final se cierra con un magnífico final. Los amantes de este tipo de cine ni lo dudéis, haceos con ella.
Una gran dirección, buenas interpretaciones y una magnífica fotografía, sumado a la cruda belleza del inhóspito paisaje, hacen de "La Carta que Nunca fue Enviada" una más que apreciable película, visualmente avasalladora. Pese a mostrarse algo lenta en ciertos momentos, el desarrollo no se hace pesado y el sobrecogedor tramo final se cierra con un magnífico final. Los amantes de este tipo de cine ni lo dudéis, haceos con ella.

6.9
681
8
11 de diciembre de 2010
11 de diciembre de 2010
21 de 25 usuarios han encontrado esta crítica útil
Fenomenal película ambientada en los inicios de la Revolución Rusa de 1917. Adaptada a partir de los diarios y las anotaciones del escritor soviético Mijaíl Bulgákov en "Morfina" (1926), narra de forma cruda e hiperrealista la vida de un joven doctor tras llegar a una minúscula aldea perdida en medio de la nada, donde deberá ejercer. Allí la rutina y la vida cotidiana serán de todo menos fácil, y deberá afrontar desde partos y dolencias a traqueotomías y amputaciones. Debido a una alergia y para sobrellevar el estrés, se autorecetará morfina, pero esa primera dosis no le resultará suficiente y el paso del tiempo irá complicando las cosas a medida que la sobrecarga de trabajo y lo extremo de las condiciones comiencen a hacer mella en el jóven médico.
Con una dirección sobria y acertada, y una excepcional ambientación, presenciamos el progresivo descenso al abismo experimentado por el Doctor Polyakov de la mano de su adicción a la morfina. Segmentada en pequeños episodios, la historia aumenta en tensión y oscuridad a medida que lo hace la desesperación del protagonista, no sin hacer gala de un fino sentido del humor, que en ocasiones hasta duele. Extremadamente cruda en ocasiones, explícita, concisa y con un final demoledor, no puedo más que recomendar acaloradamente esta película, que relata de forma magistral las condiciones de vida y miseria de la época en los albores de la revolución, de un médico con nobles intenciones cuyo destino, por un motivo u otro, no fue el que en teoría estaba preparado para él. Cine del que golpea las entrañas.
"La muerte de sed es una muerte paradisíaca, beatífica en comparación con la sed de morfina" (Mijaíl Bulgakov, en "Morfina")
Con una dirección sobria y acertada, y una excepcional ambientación, presenciamos el progresivo descenso al abismo experimentado por el Doctor Polyakov de la mano de su adicción a la morfina. Segmentada en pequeños episodios, la historia aumenta en tensión y oscuridad a medida que lo hace la desesperación del protagonista, no sin hacer gala de un fino sentido del humor, que en ocasiones hasta duele. Extremadamente cruda en ocasiones, explícita, concisa y con un final demoledor, no puedo más que recomendar acaloradamente esta película, que relata de forma magistral las condiciones de vida y miseria de la época en los albores de la revolución, de un médico con nobles intenciones cuyo destino, por un motivo u otro, no fue el que en teoría estaba preparado para él. Cine del que golpea las entrañas.
"La muerte de sed es una muerte paradisíaca, beatífica en comparación con la sed de morfina" (Mijaíl Bulgakov, en "Morfina")
Documental

6.7
584
7
19 de marzo de 2017
19 de marzo de 2017
8 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Decía el naturalista Alexander Von Humboldt que "la crueldad respecto a los animales no es conciliable ni con una verdadera formación cultural ni con una verdadera erudición. Es uno de los vicios mas característicos de un pueblo bajo e innoble." Tampoco es que sea necesario tirar de argumento de autoridad para hablar de esta película porque quien se acerque a él con toda probabilidad tendrá ya una opinión formada sobre el tema que aquí se trata.
Ulrich Seidl nos traslada con su último documental al turismo de safari que tanto gusta a cierto sector del mundo occidental y que tiene como destino inevitable las llanuras del sur de África. Lo hace de un modo relativamente externo, sin participar, sin narración en off, sólo con imágenes. Imágenes cuidadosamente seleccionadas y ensambladas, eso sí. Y es que el tratamiento del documental no es tan aséptico como se ha leído por ahí en algunas críticas, sino que la mera selección y exposición de ciertas situaciones ya es una especie de declaración de principios en sí misma por la propia naturaleza de las imágenes. Con todo, el realizador se limita a filmar y a dejar hacer a sus protagonistas aquello que tanto les gusta. Esto es, perseguir y disparar animales a cambio de notables sumas de dinero. No es necesario desgranar el contenido de las escenas que -salvo en algunos interludios y en la parte final- básicamente se limitan a las persecuciones cinegéticas de estos cazadores del s. XXI.
Cabría destacar, al margen del estilo pulcro y certero de Seidl, la significación de algunas de las imágenes que se presencian, que una vez superado el horror inicial generan más incomprensión y perplejidad que otra cosa, y que curiosamente no son aquellas más explícitas y sangrientas. Son aquellas donde los cuatro miembros de una familia de cazadores hablan sobre diversos aspectos de la caza o esa otra donde la pareja propietaria de la empresa de safaris diserta sobre la propia caza pero también sobre los negros, el racismo, el especismo o el papel del hombre en el mundo, y que le dejan a uno un mal cuerpo que tarda en desaparecer. Espeluznantes ideas propias de hace ochenta o noventa años que sin embargo tienen cabida con total naturalidad en este microuniverso de cazadores blancos en tierras negras. Un repertorio escupido con cristalina transparencia que le sume a uno en el más absoluto estupor, y que deja a los ridículos rituales fotográficos post-mortem en meras anécdotas, mostrando con claridad que el colonialismo sigue gozando de buena salud.
En definitiva, podría decirse que la película ni muestra nada nuevo ni sorprende, aunque expositivamente es casi impecable y posee una fuerza innegable que acaba dejando un incómodo poso, que no por esperado es menos desagradable. Es un buen documental que viene a sumarse a la larga lista de ejemplos que nos recuerdan cómo hemos perdido el norte y lo bien encaminados que vamos al desastre.
Ulrich Seidl nos traslada con su último documental al turismo de safari que tanto gusta a cierto sector del mundo occidental y que tiene como destino inevitable las llanuras del sur de África. Lo hace de un modo relativamente externo, sin participar, sin narración en off, sólo con imágenes. Imágenes cuidadosamente seleccionadas y ensambladas, eso sí. Y es que el tratamiento del documental no es tan aséptico como se ha leído por ahí en algunas críticas, sino que la mera selección y exposición de ciertas situaciones ya es una especie de declaración de principios en sí misma por la propia naturaleza de las imágenes. Con todo, el realizador se limita a filmar y a dejar hacer a sus protagonistas aquello que tanto les gusta. Esto es, perseguir y disparar animales a cambio de notables sumas de dinero. No es necesario desgranar el contenido de las escenas que -salvo en algunos interludios y en la parte final- básicamente se limitan a las persecuciones cinegéticas de estos cazadores del s. XXI.
Cabría destacar, al margen del estilo pulcro y certero de Seidl, la significación de algunas de las imágenes que se presencian, que una vez superado el horror inicial generan más incomprensión y perplejidad que otra cosa, y que curiosamente no son aquellas más explícitas y sangrientas. Son aquellas donde los cuatro miembros de una familia de cazadores hablan sobre diversos aspectos de la caza o esa otra donde la pareja propietaria de la empresa de safaris diserta sobre la propia caza pero también sobre los negros, el racismo, el especismo o el papel del hombre en el mundo, y que le dejan a uno un mal cuerpo que tarda en desaparecer. Espeluznantes ideas propias de hace ochenta o noventa años que sin embargo tienen cabida con total naturalidad en este microuniverso de cazadores blancos en tierras negras. Un repertorio escupido con cristalina transparencia que le sume a uno en el más absoluto estupor, y que deja a los ridículos rituales fotográficos post-mortem en meras anécdotas, mostrando con claridad que el colonialismo sigue gozando de buena salud.
En definitiva, podría decirse que la película ni muestra nada nuevo ni sorprende, aunque expositivamente es casi impecable y posee una fuerza innegable que acaba dejando un incómodo poso, que no por esperado es menos desagradable. Es un buen documental que viene a sumarse a la larga lista de ejemplos que nos recuerdan cómo hemos perdido el norte y lo bien encaminados que vamos al desastre.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
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Es sólo hacia el final cuando uno acaba escuchando de boca del dueño del tinglado las únicas palabras con un atisbo de racionalidad, esas donde recuerda que el planeta sería un lugar mucho mejor si el hombre desapareciera de la faz de la Tierra. Palabras que unidas a las imágenes finales de la gente que allí vive concluyen un retrato más que oscuro y tenebroso.
16 de octubre de 2011
16 de octubre de 2011
9 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
El espectador avispado sospechará de lo que se le viene encima cuando en el inicio aparecen los nombres del reparto. Tal vez a los más jóvenes el nombre de Jaleel White no les suene de nada, pero a algunos más mayores nos permanece en la memoria casi como un recuerdo indeleble. Tal vez si decimos que este hombre era el bueno de Steve Urkel en la serie "Family Matters" la cosa se vaya aclarando. En la primera parte uno de los protagonistas es Lorenzo Lamas, así que uno no sabe si la elección habrá sido mejor o peor.
Pero entremos en harina. La película -llamémosla así- es un despróposito de tanta envergadura como los bicharracos que nos muestra. Desde el inicio te percatas de que el director no tiene el más mínimo interés en contar nada, aquí el único propósito es mostrar las correrías del tiburón y el cocodrilo. Por tanto, aquí coherencia, guión, dirección, interpretación o montaje parecen sobrar, y así lo constata el sufrido espectador. El problema es que tanto las imágenes del escualo como las del reptil resultan increíblemente ridículas por lo vergonzoso de su factura. Uno se pregunta si no había recursos para recrear algo mejor a las dos bestias, aunque si lo había es obvio que al responsable le importaba un comino. Los documentales de dinosaurios o incluso algún videojuego dejan a "Megatiburón Vs Crocosaurus" a la altura del betún.
Por lo demás, uno podría esperar escenas espectaculares, muertes a mansalva o gags ocurrentes. Desafortunadamente, lo único que encontramos en la cinta es una sucesión de saltos del tiburón que harían sonrojar a un niño de 6 años (las peripecias del cocodrilo tampoco se quedan atrás, aunque no rallan a la misma altura que las del tiburcio, nunca mejor dicho lo de la altura). Por si tuviéramos poco con los dos titanes mastodónticos, intervienen el bueno de Jaleel con su cara de sapo "interpretando" a un científico reciclado por el Ejército de EEUU, a un cazador de cocodrilos con aspecto de borracho pendenciero, y a una agente secreta de muy buen ver representando al sector militar. Las andanzas de los tres a bordo de buques, submarinos y helicópteros para conseguir aniquilar a los bichos no tienen desperdicio (tampoco interés): una continua repetición de tontunas inverosímiles que de lo patética ni siquiera hace gracia.
Una cosa sí hay que reconocer al que ha defecado semejante engendro, y es el innegable buen ojo a la hora de seleccionar el reparto femenino. Con esas mujeres más vadría que hubiera rodado otra cosa ;-)
Lo cierto es que, por muy manido que suene, "Megatiburón Vs Crocosaurus" entra directamente en la lucha por el título a la película más lamentable, inexplicable, absurda, ridícula, deplorable y peor hecha de la historia del cine, a falta de encontrar más adjetivos que puedan definirla. Lo habrás oído muchas veces pero, hazme caso, esta vez es verdad. Esta basura jamás debería haber existido. Horripilante es poco.
Pero entremos en harina. La película -llamémosla así- es un despróposito de tanta envergadura como los bicharracos que nos muestra. Desde el inicio te percatas de que el director no tiene el más mínimo interés en contar nada, aquí el único propósito es mostrar las correrías del tiburón y el cocodrilo. Por tanto, aquí coherencia, guión, dirección, interpretación o montaje parecen sobrar, y así lo constata el sufrido espectador. El problema es que tanto las imágenes del escualo como las del reptil resultan increíblemente ridículas por lo vergonzoso de su factura. Uno se pregunta si no había recursos para recrear algo mejor a las dos bestias, aunque si lo había es obvio que al responsable le importaba un comino. Los documentales de dinosaurios o incluso algún videojuego dejan a "Megatiburón Vs Crocosaurus" a la altura del betún.
Por lo demás, uno podría esperar escenas espectaculares, muertes a mansalva o gags ocurrentes. Desafortunadamente, lo único que encontramos en la cinta es una sucesión de saltos del tiburón que harían sonrojar a un niño de 6 años (las peripecias del cocodrilo tampoco se quedan atrás, aunque no rallan a la misma altura que las del tiburcio, nunca mejor dicho lo de la altura). Por si tuviéramos poco con los dos titanes mastodónticos, intervienen el bueno de Jaleel con su cara de sapo "interpretando" a un científico reciclado por el Ejército de EEUU, a un cazador de cocodrilos con aspecto de borracho pendenciero, y a una agente secreta de muy buen ver representando al sector militar. Las andanzas de los tres a bordo de buques, submarinos y helicópteros para conseguir aniquilar a los bichos no tienen desperdicio (tampoco interés): una continua repetición de tontunas inverosímiles que de lo patética ni siquiera hace gracia.
Una cosa sí hay que reconocer al que ha defecado semejante engendro, y es el innegable buen ojo a la hora de seleccionar el reparto femenino. Con esas mujeres más vadría que hubiera rodado otra cosa ;-)
Lo cierto es que, por muy manido que suene, "Megatiburón Vs Crocosaurus" entra directamente en la lucha por el título a la película más lamentable, inexplicable, absurda, ridícula, deplorable y peor hecha de la historia del cine, a falta de encontrar más adjetivos que puedan definirla. Lo habrás oído muchas veces pero, hazme caso, esta vez es verdad. Esta basura jamás debería haber existido. Horripilante es poco.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
algunos detallitos que nos brinda el director:
- un cocodrilo de -al lorito- 400 m. de longitud que aparece en escena por la salida de una mina de no más de 3 metros de altura y patea edificios sin lastimarlos.
- un tiburón del tamaño de un portaaviones que da brincos estratosféricos fuera del agua, se cepilla helicópteros en vuelo y traga submarinos nucleares de un bocado.
- las zambullidas de semejantes bicharracos no generan ni una sola ola en el mar, lástima.
- el tiburón lo mismo se encuentra en Terranova que al rato aparece en Panamá y al poco en Hawai, todo ello en unos pocos minutos. Igualmente nuestros queridos protas un momento están en una base militar y al poco están volando, y viceversa.
- ¿cómo coño consigue el tipo tumbar al cocodrilo desde dentro de su boca??
- el barniz pseudocientífico de los ultrasonidos, el campo eléctrico, los huevos, la reproducción del reptil y todo lo demás es para echarse a llorar.
- la pelea a muerte entre cocodrilo y tiburón emplea continuamente las mismas imágenes, pero curiosamente ninguno de los dos sufre rasguño alguno, ni siquiera sangran.
- el desenlace final con Steve provocando una megaerupción volcánica submarina con una "microesfera sónica" es... cómo llamarlo...
- un cocodrilo de -al lorito- 400 m. de longitud que aparece en escena por la salida de una mina de no más de 3 metros de altura y patea edificios sin lastimarlos.
- un tiburón del tamaño de un portaaviones que da brincos estratosféricos fuera del agua, se cepilla helicópteros en vuelo y traga submarinos nucleares de un bocado.
- las zambullidas de semejantes bicharracos no generan ni una sola ola en el mar, lástima.
- el tiburón lo mismo se encuentra en Terranova que al rato aparece en Panamá y al poco en Hawai, todo ello en unos pocos minutos. Igualmente nuestros queridos protas un momento están en una base militar y al poco están volando, y viceversa.
- ¿cómo coño consigue el tipo tumbar al cocodrilo desde dentro de su boca??
- el barniz pseudocientífico de los ultrasonidos, el campo eléctrico, los huevos, la reproducción del reptil y todo lo demás es para echarse a llorar.
- la pelea a muerte entre cocodrilo y tiburón emplea continuamente las mismas imágenes, pero curiosamente ninguno de los dos sufre rasguño alguno, ni siquiera sangran.
- el desenlace final con Steve provocando una megaerupción volcánica submarina con una "microesfera sónica" es... cómo llamarlo...
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