De manera reciente, a raíz de algunas vivencias personales, he tenido ocasión de reflexionar largo y tendido acerca de la amistad, de intentar identificar (aunque sea de manera tentativa) esa multiplicidad de factores y dinámicas que hacen que una relación de esta naturaleza se hunda o perdure a lo largo del tiempo. La sensación de alejarse el uno del otro, de perder cualquier territorio común que anteriormente se creyese compartir; estas son cuestiones fundamentales, que esta película aborda del mejor modo posible: sutilmente, sin aspavientos. En un día como hoy, me alegro de que algo así exista.

P.D: mención especial a la fantástica banda sonora de Yo La Tengo.

Sin ser ni mucho menos un apasionado del llamado horror cósmico ni tampoco un lector especialmente devoto de Lovecraft, no siento en absoluto la necesidad de esclarecer hasta qué punto este bufet a todas luces excesivo es fiel o no al espíritu del escritor de Providence (cuya popularidad ha subido como la espuma en los últimos años) o si recrea de manera adecuada su particular universo. Lo que sí sé de primera mano es que, de vez en cuando, no está mal meterse un buen chute de histrionismo cageano para poner las cosas en perspectiva (de modo similar a lo que me ocurrió con Mandy hace ya algunos años).

Como gran aficionado que soy al baloncesto, tenía cierta curiosidad por ver qué se había cocido aquí, aunque lo cierto es que ya me olía la tostada con bastante antelación. Una vez pulsado el play, lo cierto es que todas mis sospechas se vieron confirmadas: el modo historia del 2K, pero con protagonista español y más tintes de Cenicienta. A muerte con Juancho siempre (enhorabuena, campeón), pero la película es simplemente infame a todos los niveles.

Como micófilo impenitente que soy, debo decir que esta obra me dejó bastante frío. Probablemente fue simple estupidez por mi parte esperar algo más de una producción de Netflix (ese Moloch del mundo audiovisual contemporáneo), quizás azuzado porque el tema en cuestión me concernía plenamente. Para alguien que jamás haya tenido contacto alguno con el increíble reino Fungi, entiendo que una producción de estas características pueda resultar estimulante e interesante, pero a mí francamente una retahíla de macros, timelapses y cabezas parlantes (principalmente Paul Stamets, figura controvertida donde las haya) no me parece precisamente la clase de tratamiento que un campo tan extraordinariamente rico y fascinante merece. En ese sentido, películas menos cacareadas como The Mushroom Speaks o End of the Season me parecieron muchísimo mejores.

Tengo que admitir que en gran medida fue un placer reencontrarse con este espléndido elenco de personajes, que llegados a este punto se asemejaban ya a viejos conocidos. Sin embargo, dado que sus dimensiones más interesantes habían sido ya exploradas años atrás (pese a su prematuro fin), no creo que realmente existiesen grandes incentivos para quedarse con ellos durante más tiempo. Si se la contempla a la luz de la complejidad emocional y el rango tópico que la serie ya nos ofreció hace tiempo, no cabe sino una cierta decepción.