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España España · la mia
Críticas de osferal
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Críticas 41
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
10
13 de julio de 2023
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Segunda parte, y final, de la obra que diera comienzo con “Rimini”. Si en la primera nos transportaba a una ciudad bucólica bañada por el mar mediterráneo, esta navega hacia el este, desembarcando en otra mítica ciudad, igualmente mediterránea, de la antigua Grecia. Esto lo hace de forma figurada, ya que la acción, aunque se desarrolle en el este, lo hace en un pequeño pueblo del entorno rural de Rumanía.


Recordamos como en “Rimini”, Ulrich Seidli, nos mostraba el oscuro sótano donde habitaba el singular Richie Bravo. En esta ocasión nos presenta el no menos tenebroso y sucio subterráneo de su hermano Ewald. Una persona, que a diferencia de su hermano, es de aspecto normal, con un trabajo normal, con una pareja normal, de usos y costumbres, en apariencia normales; un mediocre que se revelará como alguien que, contra todo pronóstico, se encuentra, como su hermano, fuera de la media. Una característica que tanto me atrae de su director, que plasma en toda su obra, es que al igual que el realizador, Claude Lanzmann, no juzga a sus personajes, sino que solo se dedica a mostrar, entre el blanco y el negro, toda la gama de grises de la que, al igual que todo hijo de vecino, se componen, para que cada cual juzgue a conveniencia.


Película que viene acompañada de una gran polémica por el tema primario tratado y la forma de afrontarlo, que incluso ha motivado demandas de los padres de los pequeños actores hacia el director. Aspecto este, que bien pareciera que su autor pudiera haber presagiado, y que pertinentemente ha quedado reflejado en la propia cinta. Así mismo, no ha contado con el beneplácito de gran parte de la crítica. Todo ello entendible, si claro está, nos asomamos al abismo del metraje en su literalidad, sin tomar la distancia y la abstracción oportunas. No en vano, como ya se ha indicado, es la segunda parte de un todo que no se puede entender por separado (bueno, esto no es del todo cierto, ya que “Rimini” sí posee entidad propia). Siendo parte de un conjunto que se debe interpretar más allá de la textualidad que ofrece el fotograma, se debe rebuscar en su fondo para desenterrar la significación subyacente, es decir, lo que verdaderamente nos quiere mostrar su autor, que, por otra parte, mucho tiene que ver, entre otros aspectos, con todas y cada una de las localidades y localizaciones elegidas; algunas de las cuales, ya recurrentes en su filmografía. Otro aspecto reseñable en cuanto al trabajo de Seidli, es el gusto por el detalle, la sutilidad de enseñar sin mostrar y la maestría de mostrar sin enseñar. Cabe realizar mención especial para el actor alemán Hans-Michael Rehberg que, en su corto, pero imprescindible, papel de padre, realiza una memorable y, por desgracia, última interpretación. D.E.P.


Segunda parte necesaria, que completa la obra en su totalidad, que junto a la primera, bien podría formar un mismo y único, (kilo)metraje. Ambas confieren una obra maestra, cara y cruz de una misma moneda que discurren de forma paralela, divergiendo en su forma de afrentar el trágico pasado y supervivir a un precario y agónico presente. Cinta incómoda que incomoda como pocas. En ocasiones, se torna difícil mantener la mirada en la pantalla, llegando incluso a alcanzar, por distintas razones, el grado de repulsión de “Cargo 200”. Este es el segundo y último paso de aproximación al maestro Pasolini.
osferal
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9
1 de junio de 2023
0 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ya se han entregado las palmas de este 2023 en el festival por excelencia del cine de autor, entendido como ese cine que no se diseña en despachos por personas perfectamente trajeadas, de cuello blanco, que lo único que conocen y les gusta del cine es el papel timbrado con el rostro de George Washington, recolectado en la taquilla. Buen ramillete de interesantes propuestas, las que se han exhibido en esta última edición de Cannes. Espero con entusiasmo poder hincarles pronto el diente.


Mientras tanto, en la espera, abro la nevera y busco algo fresco para matar el gusanillo. No encuentro nada que me anime demasiado, así que voy a la despensa y rebusco entre las baldas y en una de ellas, al fondo, detrás de las los bricks de tomate frito, encuentro unas latas de color negro que tenía ya casi olvidadas. De esas de la marca NETFLIX en letras rojas. Cojo una de ellas que está a punto de caducar y leyendo sus ingredientes, para comprobar la lista de alérgenos, se indica que está hecha a base de “surrealismo”. La receta sugerida es del “chef” Charlie Kaufman. ¡Adelante!, no me detengo más en la lectura y me digo “esta tiene buena pinta” y busco el abrelatas en el cajón de la mesa de la cocina.


El etiquetado era el correcto, no se equivocaba, “ya te digo si es surrealista”. No es un surrealismo per se al estilo de David Lynch o Tarkovsky, ni es el surrealismo cómico de Michel Gondry o Jose Luis Cuerda, ni el distópico de Terry Gilliam, ni el onírico de Iñárritu, ni se corresponde tampoco al surrealismo figurativo de don Luis Buñuel. Es otra cosa, es el surrealismo pragmático del escritor Ian Reid, adaptado por el director y también destacable guionista, así mismo, surrealista, Charlie Kaufman (“Adaptación”, “Olvídate de mí”, “Cómo ser John Malkovich”…). Se trata de un surrealismo existencialista, quizás, más próximo al de Franz Kafka.


Realizada empleando una mixtura de géneros con un estilo sencillo, de limpio trazo, que no simple, marcadamente teatral; tiene tintes de “road trip”, de comedia romántica, de drama, de musical, de intriga, de terror psicológico, pero que ante todo destila cine de autor. Con una duración de 2 horas con 14 minutos, que se podrían traducir en 214 kilómetros, aprovechando el término “rutero”. Todos ellos conducidos a oscuras, no por una cómoda autopista, sino por una sinuosa comarcal mal asfaltada repleta de repechos, en un vehículo sin suspensión, en la que cada socavón nos hará tomar, con gravedad, consciencia plena de nuestra propia existencia. Primera mitad del recorrido con kilómetros duros que nos mantendrán a la expectativa, totalmente descolocados, ante lo que acontece frente a nuestros ojos y tangencialmente a nuestros oídos; tendremos en repetidas ocasiones, la tentación de llevar a cabo lo explicitado en su título. Ya en su segunda parte, conforme avanza el viaje, se avistan oportunas señales que nos permitirán intuir por donde estamos transitando. Al finalizar, llegando a destino, todo se debería revelar de manera lo suficientemente cristalina, cada cual encontrando su particular significado, haciendo que lo que se antojaba confuso y surrealista se torne cercano e inteligible.


El uso y abuso de la «voz en off», siempre me ha parecido un error, o más bien una incapacidad del realizador, en el sentido de no saber plasmar en imágenes, es decir, en lenguaje cinematográfico, lo pretendido con el soliloquio. En este caso se puede llegar a disculpar, ya que el material poético y de ensayo que maneja es harto difícil de traducir. Pretendidamente, y como es costumbre, no voy a destripar nada de su argumento, para así, el que no le haya metido todavía la cuchara, pueda saborearla plenamente. No hay nada más surrealista y absurdo que la propia sinopsis de una cinta surrealista.


Alguien diría que es pedante, densa, cargante y pretenciosa, y su razón no le faltará; otro, sin embargo, dirá que le ha parecido original y magistral, y sin duda en lo cierto estará. Desafortunadamente, la mayoría se habrá bajado en las primeras curvas, entre otros motivos, por haberse olvidado la Biodramina.


Grata y paradójica sorpresa el hecho de encontrarnos, una vez más, con sabroso cine de autor dentro de una lata de NETFLIX. Pena que a Cannes no le guste esta marca y vete sistemáticamente todas sus conservas (incluso las buenas).

Un saludo,
osferal
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8
10 de mayo de 2023
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando un director novel, en el género de ficción, como es el caso, tiene que lidiar con su primer toro, lo lógico es que no arriesgue en demasía; muy mal se tiene que dar para que, en la faena, otro no suceda a este; lo normal es que, como el toro herido de muerte, se apenque en tablas. El mejicano Juan Pablo González no se acula, recibe a puerta gayola para posteriormente dar capotazos de brega desde el centro del coso. Valiente, no como el torero, tahúr matarife de un juego amañado de tortura y muerte. No. Valiente como el toro que a pesar de la desventaja y del temor a su inevitable destino, lucha con toda su alma para revertirlo. Valiente.

El taumatropo o “maravilla giratoria” es un juguete óptico, paradigmático de la animación, que podríamos referenciar como el primer antepasado del cine. Consiste en un disco de papel, con una ilustración a cada lado al que se une una cuerda en sus extremos y al hacerlo girar, produce la ilusión óptica de que las dos imágenes se funden en una sola. Un pájaro y una jaula eran las dos ilustraciones típicas. El fenómeno se explica mediante el principio de “persistencia de la visión”, es decir, el tiempo que tarda nuestro cerebro en eliminar la información recibida.

“Dos Estaciones” nos cuenta de manera muy próxima al documental, de manera pausada y contemplativa, una historia intimista que es la de no pocas personas, la de miles de millones. Un momento puntual en la vida de la dueña de una bodega de tequila que lucha por llevar adelante el negocio en contra de las vicisitudes ordinarias propias de su negociado y, así mismo, lucha por llevar adelante su propia vida. Ella es el pájaro, su situación, la jaula. Es una jaula amplia, del tamaño de un país, de un continente, de un planeta, del tamaño de lo inconfesable.

Su director toma el taumatropo en sus manos y lo hace girar a su antojo, en un sentido y en otro. Con sutileza, lo acaricia, y juega con la velocidad de rotación, haciendo con ello que nuestra mente solape dos realidades como si fueran una sola; haciendo coincidir la esencia del amor con el tequila, la esencia de la tierra con el alma. A su vez, hace que se superpongan o se oculten pasos intermedios en el camino, que cada cual tendrá que recomponer.

El agave es la planta de la que, por destilación de su fruto, se obtiene el tequila. Acostumbrada a entornos hostiles y difíciles, propio de terrenos desérticos, se defiende con sus espinas; al igual que su protagonista. Dos estaciones, es el lapso de tiempo que tarda este vegetal en producir uno o dos hijuelos para ser recolectados, y a su vez, son dos historias que no se circunscriben a la estandarizada dualidad, dos que se escapan a la binaria arbitrariedad; una visibilización, con absoluta normalidad, de lo que es y debería verse como normal; que por desgracia no se ve como tal; una llamada de atención.

Si habéis sido capaces de llegar hasta aquí, mi agradecimiento y mi enhorabuena por aguantar el leño. Confío en que vuestra “persistencia de la visión”, sea lo suficientemente indulgente para permitiros guardar con prontitud, en el cajón del olvido, todo lo anteriormente leído.
osferal
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10
3 de mayo de 2023
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El desarrollador de la idea, y a la par su director, es el prolífico actor austriaco Karl Markovics. Su ímprobo curriculum va desde la participación en la serie noventera “Rex un policía diferente”, hasta el rol protagonista en la oscarizada, “Los Falsificadores”, pasando por las más que conocidas “Sin Identidad” o “El Gran Hotel Budapest”, entre muchas otras. Este sería su tercer largometraje detrás de las cámaras; anteriormente haría lo propio en “Breathing” y “Superworld”.


El vocablo “Nobadi”, significa “paz” en somalí. Por otro lado, “nobadi” es el fonema resultante de la pronunciación de la palabra inglesa “Nobody”; que se traduce al castellano como “Nadie”, ninguna persona. Película austriaca alejada del circuito español de exhibidores de cine, incluido el festivalero, que ni siquiera se ha llegado a estrenar en las salas de este país. Al parecer, no debe haber encontrado espacio entre tanta imbecibilidad “yanki”, tan del gusto del respetable, copando el panorama. Paradójicamente, gracias a un invento “gringo” (internet), muy peligroso, pero nada imbécil; podemos “googlearla” para su disfrute.


Un anciano con muy mala leche, un perro, un pico, un tocón, un inmigrante y un hoyo. No le ha hecho falta nada más, ni menos, que estos metafóricos, y en apariencia, inconexos mimbres para construir una historia que pone de manifiesto un aspecto importante de la realidad que nos rodea. Realidad, que plasma la dureza de la pérdida, del recuerdo, de la ayuda, del encuentro; por otro lado, la incertidumbre de la búsqueda, de la supervivencia; insinúa el vergonzoso pasado y busca saldar el tedioso presente. Robert Senft, interpretado por un magistral Heinz Trixner, que, por otra parte, ya quisiera haber firmado Hannes Holm para su “Un hombre llamado Ove” o Marc Forster en el innecesario “remake” de esta última, “El peor vecino del mundo”; encarna a la perfección el (mal) carácter teutón, mostrándonos un ser en horas bajas al que se le presenta una última ocasión de redención, reflejada en la figura del joven Adib (también espectacular); la cual, le pone en la obligada situación de no poder dejarla escapar. Su falta de costumbre, empatizando, ayudando o dejándose ayudar por el prójimo, le va a jugar una mala pasada (no solo a él), con resultados no esperados ni deseados. El bien tan inherente al mal se presenta aquí, como una cuestión de perspectiva. Dándole la vuelta al refrán, “No hay bien que por mal no venga”.


Markovics como actor me gusta y mucho, como director me gusta todavía aún más, y en esta ocasión, realiza un soberbio trabajo donde conjuga a la perfección los verbos del drama y del costumbrismo, aderezándolos con sustantivos toques de humor. Negro, eso sí, pero comedia del drama, al fin y al cabo. Juega con el ritmo, el sonido y la luz de tal manera que crea una atmósfera agorafóbica de tensión que en su momento álgido se siente como si se recibiera una fuerte patada en la boca del estómago. Aunque en su “Nobadi” pone de manifiesto el conflicto, y referencia muy de pasada la guerra, está muy lejos de ser un alegato por la “paz” (significación somalí). No va de eso, su fin último es definir y ahuecar la palabra “ayuda” en toda su extensión y con ello denunciar y pretender, dar presencia, visibilizar y dotar de identidad a las “ningunas personas” (significación anglosajona). Adjetivar o señalar a una persona como “nadie”, no significa necesariamente que el que lo hace, sea merecedor o tenga la condición de ser considerado como un “alguien”. Más bien, todo lo contrario.


“Nadie” sería un bonito cuento de Charles Dickens, con sus tres espíritus incluidos (lejos del sentido navideño, en este caso), si no fuera porque este es un cuento demasiado cotidiano, demasiado triste, demasiado trágico. Un cuento escrito con la linealidad de la prosa, solo rota por la metáfora, en el que no hay poesía, no hay verso; un cuento en el que resuena el eco del vacío que produce la nada, de lo que nunca fue, de lo que nunca existió. Nadie es nada.



P.D. Opinión muy personal. La mejor película del 2019 y bien seguro, de las mejores de lo que va de siglo. Una obra maestra, entendida como la obra hecha con genialidad, de la que el inteligente extraerá innumerables matices en su reflexión, realizada con la simplicidad necesaria y lo suficientemente entretenida para el disfrute del más necio.
osferal
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7
28 de abril de 2023
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Muchas y variadas son las interpretaciones en relación con el simbolismo de la araña, ya sea, en el plano teológico, en el psicoanalítico, en el metafísico, en el mitológico, en el de los sueños… Su concepción, así mismo, varía ostensiblemente dependiendo de la cultura desde la que se defina. Sin embargo, hay una característica común a todas ellas: La araña es símbolo inequívoco de la trampa y del engaño. Mary Howitt, hace ya casi dos siglos, aprovechó su figura y puso de relieve su simbolismo en el poema “La araña y la mosca”. A la postre inspiraría, entre otros, y particularmente en el género musical, a “The Rolling Stones” o a “The Cure” en los temas “The spyder and the fly” y “Lullaby”, respectivamente.


El director Ali Abbasi, recordado por el relato fantástico, protagonizado por unos "trolls", plasmado en “The Border”, esta vez, cambiando de género, le da una vuelta a lo anteriormente expuesto y lo adapta a unos hechos ocurridos no lejos de su ciudad natal en Irán. En esta ocasión, la araña no toma forma de poema ni de canción, sino, de monstruo. Uno muy real que mediante el engaño atrapó a más de una decena de mujeres en su red mortal. Mandato divino aseguraba la araña, despreciable vil monstruo asevera el que se encuentre medio cuerdo.


Construida en tres actos, se destacarían el primero y el último frente al intermedio en el que desgraciadamente se “enmaraña” un tanto. Impecable presentación y perfilación de los personajes con la utilización de apenas unas pinceladas, que deriva en un thriller muy al estilo y al gusto del consumo occidental, para rematar con un fenomenal y revelador final. Para contextualizar y aportar profundidad, no solo se retrata a la araña, también se plasma su ecosistema del cual se alimenta, para que podamos entender la idiosincrasia del arácnido. Esto último, quizás, le haya resultado más fácil a su director, al poseer doble pasaporte y residir, desde hace ya un par de décadas, fuera de esa realidad. Por otra parte, tampoco se ceba sacando trapos sucios. No más de los ya conocidos o que se puedan intuir.


Cuando algo o alguien incomoda, hay dos simples caminos, afrentarlo o ignorarlo. Es un hecho que la imagen de la mujer incomoda en el oriente próximo, entre otros lugares. Ante la disyuntiva se toma como solución la segunda opción, ignorarla, ocultarla, invisibilizarla. Para lo que se utiliza, entre otras estrategias, el pañuelo o velo. Cuando un problema se cubre con un pañuelo, este parece, al menos a ojos y razonamiento de una cultura hipócrita, no existir. Abbasi hábilmente nos hace ver que el velo, es el elemento de control y sometimiento tan dañino que llega a matar. El velo es la tela de la araña.


Relato que muestra las miserias de una sociedad, y las de un justiciero excombatiente, de un “Taxidriver” a la inversa, de un "Buffalo Bill" sin hilo ni aguja, que recorre las calles en su moto para impregnarlas de su mal. Un hombre-araña que no es capaz de escapar a su propia trampa, a su propio engaño.


Saludos a quiquetex.
osferal
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