Cuanta sordidez, humillación, inhumanidad. Kaurismaki consigue que nos pongamos en el lugar de esta pobre cerillera con esos diálogos minimalistas hostiles como ladridos que la sonoridad del idioma finlandés acentúa, el ruido desasosegante de las máquinas en la fábrica suavizado con algún que otro tema musical que le da un poco de aire fresco a la vida de esta joven, las muestras que recoge la cámara de Kaurismaki de una rutina aplastante con ilusiones cercenadas.
Los padres, las compañeras de trabajo, los hombres que conoce esporádicamente los retrata con una insensibilidad, una frialdad y eso que no es invierno que podría empeorar su vida, que encoje el corazón del espectador.
Aquí el melodrama hollywudiense no tiene cabida, no hay suaves finales felices, ni una lágrima fácil. El drama es salvaje, áspero, la película va directa al desprecio de la cerillera sin subterfugios, ni rodeos.
Pues aquí tenemos la cara B, el lado oscuro de estas sociedades nórdicas, modelo para recalcitrantes aduladores de vikingos y prosperidad gracias al petróleo del mar del norte frente a todo lo que aportó a la humanidad los pueblos latinos.

Es un deleite visual, tiene una cuidadísima estética, unos encuadres preparadísimos, esculturas, escaleras, terrazas, paisajes playeros fuera de temporada, acertados diálogos minimalistas que dan enfoque en la imagen, atrezo selecto; ese autobús que no le entran las marchas, infinidad de Fiat, la bonita pluma Montblanc Meisterstuck, los zapatos Ferragamo, el éxito de Mina, peroooooo.
Andrew Scott-Ripley no da la talla, le falta carisma, clase, elegancia no atolondramiento ensimismado e inocencia tontuna con la que desfila a través de los capítulos. No digo que tenga que estar a la altura de un Alain Delon o un Matt Damon recién salido de la Ivy league que asimilan el personaje de Ripley con una mezcla de admiración, alarma y perturbación que Andrew Scott no ha sabido interpretar.
En cambio Dakota Fanning encaja a la perfección en el personaje de la novela. Sus miradas inquisitivas, su desaprobación hacia Tom, sus gestos irónicos casi imperceptibles, sutiles y la vez claros, un vestuario sobrio en consonancia con la localización y vocación de escritora, todo ello hace que la historia crezca cada vez que aparece ella en pantalla.
Es prescindible ese blanco y negro en tono grisáceo que en la mayoría de las ocasiones responde a un ataque de autor más que una necesidad de crear ambiente. Solo con leer el título de la obra de P. Highsmith "A pleno sol" nos roba la luz cegadora e inquietante de Mongibello o Atrani.
Aun teniendo en cuenta que esta intriga cargada de dramatismo tiene momentos de cierta comicidad con tanta escalera arriba y abajo y unos policías de pose afectada, no pasa que una transformación Greenleaf-Ripley sea dada por buena por el detective Ravini que hasta un niño de cinco años se hubiera dado cuenta lo que provoca la carcajada malévola.
Pero siempre nos quedará Patricia Highsmith, que curiosamente su mejor novela (sujeta a gustos personales) "Carol" autobiografía de su amarga juventud sentimental nada tiene que ver con el género negro que le da fama. También hay película del 2015 que no debe dejarse sin ver.

Quizá fuera por causa de una mala traducción pero se entiende que los padres del chaval lo que querían era que al chico lo espabilara una chica de mundo a cambio de un coche, no que le hiciera perder la virginidad cual vulgar meretriz, el caso es que esto le sirve de excusa a Stupnitsky para lucimiento de modelitos, posturitas y acechos sexuales de Jennifer Lawrence, que por otro lado cumple con lo que el director le pide, al igual que Andrew Barth que se supera.
La estructura de la película es la típica en este género: inicios prometedores-ruptura-reconciliación, aunque hay que reconocer que el final puede albergar un par de variantes, motivo por el cual el espectador, ya acomodado en la historia, se deja llevar hasta el final.
Sin malos rollos se mimetiza con las otras doscientas películas del género que se hace indistinguible de cualquiera de ellas, no obstante reconozco que tiene una pizca de buen rollismo.

Se le va de las manos a Davy Chou el dramatismo de las dualidades de Han-Yee - Fredie, no nació en Francia pero tampoco se siente coreana, su padre quiere mantener la relación de una forma penosa, su madre pasa de ella, tiene una abierta educación francesa que contrasta con la sociedad coreana y como consecuencia de todo esto desprecia fríamente a quien demuestra cariño hacia ella.
Chou a transmitido ese desapego, ese desarraigo de Fredie con demasiado énfasis, demasiado hieratismo de la actriz Park Ji-min, sus silencios, las falsas traducciones, los avances en el tiempo que hacen removerse al espectador en la butaca no cala en el espectador.
Retorno a Seúl podría haber sido pasto de cineforums, de sesudas interpretaciones, de simbolismos indescifrables, nada de eso, lo primordial es que el espectador quede atrapado en la historia y Retorno a Seúl no lo consigue.

Cumple su función; entretenimiento para todos los públicos. Cine sin simbolismos, sin parrafadas filosóficas, sin cultura woke, sin fanatismos políticos, simplemente para pasar el rato y acabar con una sonrisa en los labios.
Estamos ante un clásico de carretera: en cada parada una aventura con su presentación, nudo y desenlace donde hay cabida para cualquier dislate, pero ojo, si no queremos que esto se vuelva una sucesión de astracanadas sin ton ni son, los guionistas tienen que sujetar el bocado de los caballos construyendo estas microhistorias, unos personajes creíbles, diálogos fluidos e ingeniosos y subrayar el costumbrismo contemporáneo. En todo ello aciertan Jorge G. y De la Iglesia.
En cuanto a las interpretaciones hay solvencia en unos; Alterio y San Juan, corrección en Rubén Cortada y Blanca Suárez hace lo que puede, no le pidamos más.
Recomiéndenla para esos amigos poco exigentes, seguro que se lo agradecerán.