Sumamente interesante es la idea de levantarse de vacaciones de verano y poner la televisión para darte cuenta de que dan algo sobre tiburones. Esos animales incomprendidos que atemorizan a todo aquel que se aleja demasiado de la orilla salen en este hermoso documental como unos animales en la UVI. Y la razón es simple: nos puede tanto el dinero que venderíamos a nuestra madre por lograrlo a borbotones. Eso es lo que ocurre con los tiburones, que tienen la desgracia de que nos dan miedo y que sus aletas sirven de alimento para millones y millones de personas diariamente.
Fue también increiblemente interesante la sensación que se tiene dentro a medida que pasa el documental. Al empezar, viendo sus mandibulas terroríficas y enormes, sigues con tu idea de que es el asesino de los mares. Pero a medida que pasa el tiempo vas concibiendo la idea de que el asesino de los mares no es otro que el propio ser humano. La figura del escualo cada vez se humaniza (tiene gracia utilizar este verbo ahora...) más hasta llegar a sentir verdadero arrepentimiento del miedo que se ha tenido siempre a estos animales. Porque son animales, y el verles sufrir de tal manera cada vez que rebanan su aleta y los tiran moribundos al mar derritiría hasta a el Cordobés o Clint Eastwood.
Respecto al miedo a los tiburones, no hay que tenerlo, que Spielberg no os corrompa con sus ideas (y ojo, que soy un gran fan de su "Tiburón") no significa que en cuanto pongamos un pie en el agua nos comerán. Las expendedoras de productos matan más personas al año que los tiburones...y si atacan es porque invadimos su terreno. ¿A que si ellos pisasen la tierra, les dispararíamos sin piedad? Pues eso...
Ni asteroides, ni bombas atómicas...el hombre acabará con la Tierra solo por ser los más ricos del cementerio.

Vale que la película es mala. Vale que el guión tiene menos sentido que un ciego con revistas porno. Vale que las escenas del campeonato de balón prisionero (sí sí, repito, balón prisionero, esa chorrada a la que jugamos cuando somos unos críos) son innecesariamente largas y rebuscadas. Vale que el final se intuye desde que comienza la película...
Pero joder! dejemos las comedias inteligentes de lado y riámonos por estupideces, por personajes delirantes y absurdos. Llámenme loco, pero me río 200 veces más con Ben Stiller intentando seducir a la pedazo de Christine Taylor que con la última "comedia" de Woody Allen.
Porque es que joder, como mola el personaje de Ben Stiller. Ese mostacho es tan impresionante, esa chulería, ese egocentrismo...

El problema es que ponemos verde una película sabiendo que no esperamos una obra maestra. Hay que relajarse más a menudo y soltarse unas risas con los amigos. Y ésta película está creada para ello.

De nuevo se me repitió la misma ocasión de siempre. Nunca había oído hablar de Glen Hansard y Marketa, ni siquiera de The Frames (llamadme hereje los que lo deséeis). Pero una buena noche decidí ver esta película, y sencillamente me encantó. A pesar de que no son actores originales (se le nota demasiado al bueno de Hansard), se desenvuelven correctamente en la pantalla, y sustituir un guión por canciones no es algo que sea la primera vez que se ve en una película. Pero cada canción te hace sentir algo que muchos musicales no pueden hacerte experimentar: sentimientos, en especial melancolía. Como amante de las baladas que soy, el filme caló profundo en mí, y cada canción era un estremecimiento detrás de otro. Pero lamentablemente la historia no es tan perfecta y bonita como parece ser, pues en algún momento se te hace un poquitín pesada (pero solo un poco eeh), y algunas escenas sobran. Pero...¡qué narices! esto es sí es cine, sea indie, musical, drama, es igual. Incomprensiblemente las salas se llenan de bazofias comerciales, con chistes fáciles, explosiones a porrillo, y final para todos los públicos. Y la masa aplaude y alaba tales superproducciones, cuando Once y cia. se pudren en cines pequeños y semi-abandonados. Porque señores, no siempre es mejor lo más grande y luminoso, si no lo pequeño, tierno y encantador que nadie conoce.

Un día cualquiera de verano. 4 de la tarde. Un amigo y yo nos metimos en la sala del cine local, dispuestos no sólo a refugiarnos del calor, si no a satisfacer nuestra curiosidad por la última joya de Pixar, seguramente lanzados gracias a la fenomenal "Ratatoui" hacia la aventura de descubrir que se escondía detrás de tan excelentes críticas del filme en cuestión.
Sinceramente, no teníamos ni idea del argumento (tan sólo algunos detalles) y únicamente sabíamos que se trataba de una cosa distinta a lo antes creado por un estudio de animación. Nosotros bromeábamos: "no será para tanto" , y nuestra mente estaba fijada para una semana después, destinada a descubrir la esperada segunda parte del Batman de Nolan. Bendita ignorancia...
Para empezar, el típico corto de animación que arrancaría muchas carcajadas tanto a mayores como a niños. En mi opinión, magnífico comienzo. Pero esas semejanzas de sentimientos tanto de adultos como de niños acabaría con el fin de dicho corto. En cuanto el castillo Disney salió a escena todo se dispuso a dar comienzo a la magia.
No podíamos creer lo que veíamos. Solamente habían pasado 15 minutos y ya estábamos estremecidos, y las primeras lagrimitas caían de nuestros ojos. Ambos nos mirábamos , y nos faltó únicamente el frotarnos los ojos. A medida que transcurría la película esa sensación se adueñaba de cada espectador de la sala, y se multiplicó por 10 en cuanto apareció por primera vez la robot (si se puede considerar "la", pero las circunstancias lo afirman) Eva. Sé que es típico, pero que un robot logre transmitir más sensaciones que cualquier humano, y es más, solamente utilizando sus ojos y sus gestos, es lo más difícil que se podría imaginar cualquier espectador.
Más o menos a la mitad del filme aparecen los humanos. Aquí empieza la otra grandiosa baza de la película. Que en un largometraje "destinado para niños" se trate el tema del apocalipsis tan abiertamente, y de la autodestrucción de la Tierra gracias a nuestro afán de poseerlo todo y sin preocuparnos de cómo lo hemos conseguido, es demasiado increíble para creerlo.
No entraré en la disputa sobre el aspecto de los humanos, porque el apartado técnico enamora por su belleza, y un detalle así no me sirve para rebajar su calidad.

Cuando salimos del cine, todos los adultos de la sala caminábamos en silencio, muchos aún enjuagándose las lágrimas, otros sonriendo recordando a ése robot tan entrañable que nos había robado algo de nosotros. Yo y mi amigo ,sencillamente, íbamos silenciosos asimilando lo que habíamos visto, asimilando que acabábamos de ver el próximo Oscar a la mejor Película de Animación, y seguramente me atrevo a pronosticar que con alguno más se hará.

Nadie se acordaba de Batman aquella tarde...tan sólo de el robot de ojos tristes llamado WALL•E.

Con absoluta sinceridad diré que no conocía a Sigur Rós antes del visionado de "Heima". Me dejé llevar por las recomendaciones de un amigo que me conoce bastante bien, y el cual me dijo que el grupo no tenía desperdicio. Nunca podré recompensarle por lo que hizo, porque es imposible.
Y ahí estaba yo, sin haber oído ni una maldita canción de este grupo islandés (y es raro, pues suelo estar bastante metido en el mundillo musical) me planté delante de la pantalla sin ningún tipo de expectativas. A partir de ahí algo cambió.

En el instante en que las primeras imágenes son recibidas por tus ojos y tu mente quedas pegado irremediablemente a esta joya. Y más aún cuando dichas imágenes se intercalan con los primeros acordes de la grandiosa canción "Glósoli". Y sin cinturón de seguridad nos dejamos llevar por un viaje que no hemos pagado (bueno, si la has ido a ver al cine naturalmente que sí) por todo un paraíso. Pero un paraíso distinto al de las creencias que se nos inculcan desde pequeños. Éste es un paraíso congelado, de verdes e interminables praderas, de negras playas, de edificios de hielo plantados sólo dónde ellos quieren, y todo esto se contrasta con la calorífica gente del lugar. Y cuándo a éstos factores les sumamos las mejores piezas (aunque es dificilísimo dar ese veredicto) de Sigur Rós. El resultado es belleza y poesía visual. Ni más ni menos.

Porque amigos cómo éstos hay pocos...y películas y grupos cómo "Heima" y Sigur Rós son joyas que salen a la luz, cual meteorito, una vez cada muchos años.