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Críticas de YonBurgoa
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Críticas 42
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
2
15 de febrero de 2019
29 de 38 usuarios han encontrado esta crítica útil
Me dejó con la sensación de que la vergüenza ajena en nuestro cine patrio viene de lejos, de muy lejos. Salí del pase con la sensación agridulce (y no por los rollitos de primavera) de que esto ya viene a jugar al caballo malo. Ya se perdió el norte, nunca la tontería mejor dicha, con la primera entrega, esta segunda, dígase secuela, no deja sino una nota bastante pésima. Entiendo que hay que hacer leña del árbol caído, especialmente cuando un producto parece vender; así lo entiendo de los de arriba, pero para el público medio esto está de más. Ni los actores se lo creen en la película, no creo que vaya a preguntarles y me digan que ha sido la mejor película de su carrera, o como se decía de los futbolistas en las ruedas de prensa en su presentación "siempre soñé con hacer una película así".
YonBurgoa
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Oasis: Supersonic
Documental
Reino Unido2016
7,3
2.144
Documental, Intervenciones de: Oasis, Noel Gallagher, Liam Gallagher
10
16 de octubre de 2016
22 de 26 usuarios han encontrado esta crítica útil
Marcaron tendencia y hasta época en varias generaciones de adolescentes que idolatraron el estilo, ritmo y empuje de estos dos hermanos, cara y cruz de sus propias familias y de ellos mismos. Dos formas de entender la vida y la música; dos formas que eran contradictorias, como el agua y el aceite, pero que debían aguantarse no ya como buenos hermanos sino como los dos pilares sobre los que se sostuvo Oasis.

Siempre una aportación documental la recibo con un buen aplauso, más si ejemplos como 'Joplin' o 'Amy', e incluso 'Living in the Material World' me dan una imagen que no conocía con unas imágenes y audios con los que complementar mi particular cariño hacia ellos.
YonBurgoa
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5
7 de agosto de 2016
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Las expectativas estaban sobre la mesa. Una rocambolesca máquina desplegada en torno a la industria de DC con la que nos intentaron vender la moto de que ahora sí o sí iban a plantar cara a la todopoderosa Marvel. Incluso en ese alarde de chulería, el cineasta David Ayer se jactaba ante Stan Lee de haberles ganado el pulso cinematográfico. Y no ha sido así. Lamentablemente, DC Comics ha vuelto a sumirse en el caos de sus propios errores, el de verse solo el ombligo y olvidarse del fondo (unos increíbles cómics con grandes personajes) que sustenta su plataforma. Escuadrón suicida no ha pasado la prueba. Una ristra de errores sobre errores han hecho que la película, que prometía un lavado de cara para la firma, de malos malísimos haciendo algo bueno, quedase como una reunión descafeinada de superhéroes en la que no se exprimió al máximo sus virtudes, que las tenían y pedían. Y aunque DC Comics y Warner Bros. trabajan sobre seguro en su secuela, así como en La liga de la justicia, germen lógico por otra parte, la experiencia ha hecho que cojamos estos futuribles proyectos con pinzas. Pero también que los veamos con miedo a nuevos pinchazos que hagan que dudemos de si es bueno o no llevar grandes historias del cómic al cine para que acaben olvidadas, criticadas y renegadas de su origen.

El gobierno de los Estados Unidos tiene que responder ante la amenaza de una posible visita alienígena a la Tierra. Para conseguir ganar esta nueva batalla, Amanda Waller (Viola David, Cómo defender a un asesino) recluta a los peores villanos del panorama: Deadshot (Will Smith, Focus), Harley Quinn (Margot Robbie, El lobo de Wall Street), June Moone, aka Encantadora (Cara Delevingne, Ciudades de papel), Diablo (Jay Hernández, Nashville), Capitán Boomerang (Jay Courtney, Divergente), Slipknot (Adam Beach) y Killer Croc (Adewale Akinnuoye-Agbaje, Perdidos), que bajo el mando del oficial Rick Flag (Joel Kinnaman, The Killing) y su guardaespaldas Katana (Karen Fukuhara), han de hacer frente a un poderoso enemigo que amenaza con destruir Midway City. Una misión suicida en pantalla con la que poder limpiar sus expedientes pero que no han hecho sino emborronar más. Unas pizcas de locura, que debiera ser más, algunos momentos hilarantes, una increíble selección musical (Queen, AC/DC, Sweet, Eminem, Creedence Clearwater Revival o Animals, entre otros) y un intento de aliciente en manos de un villano como el Joker (Jared Leto, Dallas Buyers Club), que busca recuperar a su querida Harley Quinn a costa de lo que sea, pero que se ha olvidado de la esencia de su personaje y que no ha borrado la huella que dejaron Nicholson y Ledger.

David Ayer tuvo ante sí la oportunidad de hacer algo grande, y más que seguro que su intención era buena, pero las decisiones de recortar metraje y realizar un montaje distinto al previsto al que le falta el clásico inicio-nudo-desenlace que se entienda y ponga en situación al espectador han hecho que todo se fuera al traste, inclusive la imagen del propio Ayer, al que matamos sin cometer crimen de envergadura. Queda claro que es una película de superhéroes con sus momentos, como todas, pero que no deja satisfecha del todo. El peso de Marvel se nota tanto como la esencia perdida de los cómics de DC. Salvando los muebles, como pasa tantas veces, están las acciones del elenco, como Will Smith, a quien el papel de malo parece rejuvenecerle, Cara Delevingne, que se muestra como una actriz en ciernes que, sin embargo, debe darle más a su doble personalidad, y Margot Robbie, con cierta importancia en la trama, dejando la impronta de su personaje del cómic en la cinta. No así Jared Leto, cuyo Joker parece tener más filón en las apariciones de dos minutos en los tráilers que en las dos horas de Escuadrón suicida. DC Comics no se puede permitir estas fugas de material e ideas a costa de querer competir al nivel de Marvel, y menos si para intentarlo hay que romper los moldes que cimientan los cómics. Ayer ha conseguido romper el dique, como amenazaba Led Zeppelin, y ya no tiene sitio donde quedarse dentro del mundo de los superhéroes.
YonBurgoa
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9
13 de enero de 2016
8 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si la carretera al infierno fuera muy transitada, en mitad de toda la basca de almas penosas, se necesitaría de un apeadero donde echar el último trago antes de perecer terrenalmente o reunirse antes del castigo eterno. Si hubiera una creación a nivel mundano para reunión de esas almas, sin duda, sería articulada por la mente perversa de Quentin Tarantino, y es que el cineasta ha conseguido con Los odiosos ocho llevar al espectador a una nueva y mejorada muestra de su concepto de western, a las puertas del vestíbulo del Infierno con su Mercería de Minnie, un paraje desconocido en el Wyoming de posguerra en el que ocho completos extraños deben pasar horas juntos, atrapados a merced de una ventisca, y rodeados de una intrahistoria y tensión palpable que podría ser otro actor más del elenco. Una puesta en escena donde nada es lo que parece ser ni nadie es lo que dice ser, una única ubicación que mezcla la trivialidad de Gran Hermano con el misterio del Orient Express de Agatha Christie y algunos pasajes de Hasta que llegó su hora de Sergio Leone, entre otras obras, y una música al cargo del legendario Ennio Morricone redondean un filme con el que Tarantino se ha marcado un buen tanto, un pulso con tacto y esencia cinéfila. Una recompensa más que merecida tras las filtraciones que le llevaron a plantearse aparcar para siempre la historia.

Tiempo después de la Guerra civil estadounidense, en Wyoming, una caravana variopinta se ve desviada por una azarosa ventisca de nieve. A bordo de la misma viajan John Ruth El verdugo (Kurt Russell, Death Proof), quien lleva a la prisionera Daisy Domergue (Jennifer Jason Leigh, La señora Parker y el círculo vicioso) a ser juzgada y ahorcada en Red Rock; junto a ellos, van Marquis Warren (Samuel L. Jackson, Django desencadenado), un cazarrecompensas de la Unión, y Chris Mannix (Walton Goggins, The Shield), un renegado sureño que dice ser el nuevo sheriff de Red Rock. Al atardecer llegan a una cantina llamada La mercería de Minnie, donde les esperan otros viajeros de paso, encerrados por el temporal. Bob (Demian Bichir, El puente), el cantireno mexicano, Oswaldo Mobray (Tim Roth, Reservoir Dogs), el vaquero Joe Gage (Michael Madsen, Kill Bill) y el general confederado Sanford Smithers (Bruce Dern, Nebraska). Sus miembros deberán compartir un escenario que se crece a medida que las puntadas de los mismos empiezan a unirse. Tarantino pudiera pecar de grotesco, gore y racista, pero sus excentricidades han tenido una buena pascua juntos en Los ocho odiosos, donde ha vuelto a mostrar su calidad a la hora de buscar los secundarios elegidos para la gloria de su filmografía, que, a falta de Christoph Waltz, ilustra Jason Leigh, cuyo personaje engancha, cautiva e ilustra su papel de presa como una desquiciada mujer de armas tomar que juega a dos bandas, entre los silencios y un mordaz y ácido humor que la hace única entre la pandilla de hombres de la Mercería de Minnie.

No es que Tarantino pueda considerarse el pater del western en el siglo XXI. El concepto de este género ha quedado ya guardado en el siglo anterior, pero sí que se puede pensar en él como el alumno más avanzado de la clase, el rarito que ha recogido lo mejor de todos los conocimientos y lo ha remezclado con un estilo personal. Y ha mejorado su marca de Django desencadenado, dando una nueva bocanada de aire fresco e igualando los hitos de 1992, con Reservoir Dogs, y en 1994, con Pulp Fiction. Pero como todo, también hay que criticar, dentro del particular mundo que brinda el cineasta de Tennessee, la marca de insubordinación del lenguaje racista. Sin llegar a ser El precio del poder, la película encadena una detrás de otra la palabra "negro" y la hace tan habitual que uno llega a perderse en esa turbulenta paradoja de lo mal hablado, una acción que ya le valió numerosas críticas en los pases previos a su estreno y por parte del Sindicato de Policías. Tarantino ha incrustado en los nevados parajes del Estados Unidos de posguerra la versión americana de sus malditos bastardos europeos, y, amén de las críticas, ineludibles como en tantas otras, octava muestra de su camino vital por el séptimo arte y la segunda carantoña (directa) al mundo (y submundo) al que dieron vida (y color) Ford, Hawks, Barboni, Corbucci, Leone y Sollima. Aunque amenace con retirarse tras su décima película, ante la posibilidad de que cumpla con lo dicho, habrá que aprovechar al máximo el próximo cine que realice, pues si llega con la misma puntería con la que ha acertado a la diana con Los odiosos ocho valdrá la pena decirle adiós en mayúsculas.
YonBurgoa
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8
9 de octubre de 2015
7 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando Neil Armstrong dijo su célebre frase sobre el suelo lunar, podría predecirse un final de ciclo. Ese término apocalíptico en algunos campos, acabó aplicándose a la carrera espacial, y es que en 1969 Estados Unidos conseguía su preciado objetivo: ganar a la Unión Soviética en su carrera por llegar los primeros a la Luna. Aquel boom espacial perduró el tiempo de las misiones Apolo, pero todas salvo la undécima misión -y si se excluye a grandes rasgos la Apolo XIII- han pasado por no ser tan grandilocuentes, por ser olvidadas por gran parte del público tiempo después. Mirar hacia la Luna como objetivo en la carrera espacial pasó a mejor vida, tanto como el siglo XX que las encabezó. The Moon is dead, long live the Moon. La deliciosa perla roja del cosmos ha cogido su relevo y se ha convertido en el nuevo campo de experimentos de la ciencia y el séptimo arte, así como del fruto de ambos. Con mayor o menor sutileza (y acierto), el hombre ya ha imaginado su incursión en Marte, desde el clásico de Paul Verhoeven y Arnold Schwarzenegger de 1990 (Desafío total) hasta las plomizas y desventuradas intentonas de Brian de Palma (Misión a Marte, 2000) y John Carpenter (Fantasmas de Marte, 2001). Dejando al margen la influencia que Kubrick ha dejado a la ciencia ficción, incluso Philip K. Dick, en un intento de mejorar las expectativas, el último en entrar al trapo ha sido Ridley Scott, quien, después de su periplo por el Éxodo y su búsqueda metafísica de Alien, ha vuelto a denotar el toque de gracia que el sci-fi le ha brindado con Marte (The Martian), el filme que protagonizan Matt Damon y Jessica Chastain basado en la novela de Andy Weir.

La misión del Ares III en Marte debe abandonar el planeta por una terrible tormenta de arena. Durante la evacuación, el astronauta Mark Watney (Matt Damon) queda atrapado y sus compañeros le dan por muerto. Watney, sin embargo, ha sobrevivido, pero se encuentra solo, atrapado a más de 200 millones de kilómetros de la Tierra, con equipamiento y abastecimiento para algo más de un mes. Watney debe conseguir multiplicar sus recursos para conseguir que la NASA contacte con él y sepan que está vivo. No obstante, las autoridades dudan que sea viable un rescate de esas magnitudes, y deciden no contar los hechos al resto de la tripulación de Watney, que, liderados por la comandante Melissa Lewis (Jessica Chastain), regresan a la Tierra. Cuando se les notifica que sigue vivo, tendrán que tomar una importante decisión: continuar sin él o arriesgar sus vidas en una misión por rescatarle. Curiosamente, es la película espacial del cineasta británico en la que más ha tenido los pies en la tierra. Sin ambages ni lecturas filosóficas, que podrían encontrarse en la Interstellar de Nolan, el filme de Scott tira de una simplicidad de lenguaje y acción que es gran parte de su magnetismo. Sus casi dos horas y media de metraje las intercala con bastante acierto, siguiendo el libreto de Goddard, entre el puro drama espacial, el cine de aventura y las perlas humorísticas, a caballo entre 2001: Una odisea del espacio, Gravity y Space Cowboys, haciendo que estas últimas hagan olvidar por momentos la soledad del protagonista.

Los efectos especiales de Marte, como Gravity e Interstellar anteriormente, han sido fundamentales para mostrar en el cine la imagen más o menos nítida del escenario que el ser humano sueña alcanzar el día de mañana. No obstante, y recapitulando errores ya genéricos a la hora de hablar del espacio exterior, más por entretenimiento que por negar la evidencia física, se vuelve a hacer patente el ridículo a la hora de querer mostrar explosiones y ruidos adicionales donde reina la nada. Un condicionante secundario (Alien y Prometheus citando ejemplos del director) que no turba el buen papel y el grato sabor de boca que deja Marte, que vuelve a tener la huella palpable del paso de Scott y que condecora a la música disco (los temas de ABBA y Gloria Gaynor entre otros) como parte incondicional de su banda sonora. Una aventura espacial que también se sujeta en la acción sus secundarios, como Kate Mara (House of Cards) o Michael Peña (El tirador) en la tripulación; Jeff Daniels (The Newsroom), que retuerce y constringe esa vena a lo Will McAvoy como el dirigente de la NASA que valora más las audiencias que la vida de uno de sus chicos; y el resto del equipo que intenta traer a Watney a casa: Chiwetel Ejiofor (12 años de esclavitud), Kristen Wiig (La boda de mi mejor amiga), una Mackenzie McHale en escena, o Sean Bean (Juego de Tronos), que deja alto uno de sus momentos más memorables. Dammon ha intentado dotar a su personaje del instinto primario de supervivencia que, sin duda, se necesita en esas situaciones de extrema necesidad. Logra darle esa entereza y aplomo en los momentos graves, aunque algo alejado de un carácter más dramático que sí se hubiera precisado; además de encandilar, cuando lo precisa en momentos justos, con la vena humorística que ya tiene en su expediente de gags. Marte vuelve a ser otro notable ejemplo del universo de Scott y una nueva y placentera visita por su extensa labor fílmica. Puede que el día de mañana el ser humano acabe superando sus expectativas y la hazaña vaya más allá del cine, y entonces quizá, cuando el próximo Armstrong pise la superficie rojiza y marciana, se culmine otro fin de ciclo y se de algo nuevo para lo que el cine, seguro, ya se aventura a cumplir.
YonBurgoa
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