Monumento cinematográfico de Kenji Mizoguchi que explora la bajeza del ser humano en todo su esplendor. Zushio, Anju y su madre viven en apacible tranquilidad en las tierras del padre, el señor del feudo. Cuando es despojado de sus privilegios, una mujer haciéndose pasar por una sacerdotisa, los vende a los tres como esclavos. La madre termina como una prostituta en la Isla de Sado y los niños como esclavos del Intendente Sansho, un hombre cruel y déspota que no tiene compasión con nadie, ni siquiera con dos pobres niños. A partir de aquí asistimos a una sucesión de castigos, hechos terribles y demás penalidades protagonizadas por nuestros tristes héroes. Una madre desesperada a la que le han arrebatado a sus hijos y unos hijos ya adultos que han crecido como esclavos.
Al parecer, el propio padre de Mizoguchi (un hombre muy violento) vendió a su hermana como geisha, de ahí que este hecho le haya marcado de por vida siendo reflejado en su cine. 'El intendente Sansho' es una desgarradora película sobre la maldad humana, rodada en blanco y negro con una belleza apabullante que nada tiene que ver con la miseria que se nos presenta. La estética está tan cuidada que casi parece poesía, como un haiku desolador en el que el tiempo es un enemigo terrible. Me quedo con la frase que pronuncia el padre de Zushio al inicio de la obra: "Si una persona no siente la caridad, no es una persona. Incluso ante tu enemigo hay que sentir la caridad."
Si no te llega al alma, es que posiblemente no tengas alma.

'Upright' es una tragicomedia australiana centrada en dos personajes totalmente opuestos, Lucky y Meg. Él un músico fracasado cuarentón que no ha logrado nada en la vida más que el odio de su familia, ella una cría de 13 años que huye de un padre alcohólico para reencontrarse con una madre ausente la mayor parte de su vida. Debido a un simple accidente, ambos se verán obligados a convivir en un coche hasta lograr llegar a su destino. Estamos ante una suerte de road-movie con unos Thelma y Louise inadaptados, atormentados por fantasmas del pasado y con ganas de superar sus traumas aunque sin saber muy bien cómo. Tim Minchin y Milly Alcock están fantásticos, aportando varias pinceladas de un humor descarnado y muy negro a situaciones complejas que les ha tocado vivir. Una historia de música perdida, de reconexión con uno mismo y también de hallar la amistad más sincera en el lugar más inesperado sin sospechar que eso será lo que los salve a ambos de sus demonios internos.
Todo esto unido a la gran fotografía de los paisajes australianos que deja sin aliento, la estupendísima banda sonora y el genial guion sirven para crear una miniserie profunda, visceral, intimista y tremendamente divertida. Una preciosa fábula sobre la verdad que todos llevamos dentro.

Lo digo siempre que veo una película de Terrence Malick: ver sus obras es lo más parecido que existe a leer poesía en cine. Incluso en medio de una guerra puede haber poesía. 'La delgada línea roja' es un claro ejemplo de esto. 1942, Segunda Guerra Mundial. La compañía americana C de Charlie debe adentrarse en una isla de ocupación japonesa para lograr terminar con su dominio y ganar una posición estratégica en la batalla. Este grupo, con Sean Penn y James Caviezel a la cabeza, se enfrenta a la muerte cara a cara. La desolación, la melancolía por la felicidad arrebatada, la soledad, el dolor, la muerte, la sangre, las bombas y los disparos forman parte de su día a día. Asistimos impertérritos a un desfile de sufrimiento humano de primera categoría, tanto de americanos como de japoneses. Al final todos son hombres obligados por las circunstancias y sus superiores a aniquilarse unos a otros. Durante este periplo colina arriba, los soldados descubrirán cosas de sí mismos que ni siquiera conocían, comprenderán hasta donde pueden llegar las personas y serán conscientes de su propia resiliencia ("¿Quién decide quien va a vivir?, ¿quién decide quien va a morir?"). No se trata de una película de buenos y malos, todos matan, todos mueren, todos viven. Una profunda reflexión sobre los límites humanos y sobre lo que nos identifica como personas y no como animales deshumanizados por los horrores de la guerra. Como es habitual en el cine de Malick, todo adquiere un tremendo tono filosófico y existencialista que exalta la belleza y trascendencia de la naturaleza al mismo tiempo que retrata la muerte más cruda.
Un reparto de lujo para una obra bélica diferente y tremendamente emotiva. Encima pone la música Hans Zimmer, yo no sé qué más se puede pedir.

Me obsesionan los true-crimes. Esto es así, ya lo he dicho. Me parecen el perfecto reflejo de nuestra decadencia como seres sociales, sobre todo a la hora de manipular ciertos hechos para que las grandes esferas o nosotros mismos, salgamos indemnes de nuestros crímenes. Este es el punto de partida de ‘The Keepers’, una serie documental que hiela la sangre en cada episodio. La monja Cathy Cesnik tenía tan solo 26 años cuando fue asesinada una noche en Baltimore en los años 60. Un hecho espantoso sí, ¿pero por qué hacer una serie entera sobre el asesinato sin resolver de una monja normal y corriente? Porque la hermana Cesnik estaba a punto de denunciar los abusos sexuales que cometían los curas que dirigían el instituto en el que ella y otras monjas trabajaban como profesoras. El problema de este caso es la implicación que tiene, puesto que las víctimas en su momento niñas y ahora valientes mujeres, han denunciado tanto a curas, como a policías y diversos hombres influyentes de la ciudad a los que eran ofrecidas como un mero objeto satisfactorio. Todo esto ocurría en un instituto prestigioso que los padres pagaban con mucho esfuerzo. Lo que debería ser un lugar seguro para estas niñas terminó siendo su infierno particular. La importancia de ‘The Keepers’ radica en conocer la historia de una mujer que decidió no mirar para otro lado ante el horror que se cometía delante de sus narices, aunque eso terminase por costarle la vida.
Miniserie altamente recomendable por mostrar un formato ampliamente documentado con la dosis justa de entretenimiento en tan macabra y repugnante historia, convirtiendo este true-crime en un sello de calidad innegable.

Potentísima serie de Michaela Coel (ella misma dirige, escribe e interpreta) en la que se nos cuenta la historia de Arabella, una conocida influencer y escritora millenial que una noche es drogada y violada. Arabella no es consciente de lo que le ha ocurrido hasta que la asaltan los flashes y comienza a replantearse toda su vida. Estamos ante una de las mejores series del año (y de los últimos años) por cómo se narra un trauma de estas magnitudes. Haciendo gala de un humor casi doloroso y con un tono de lo más actual, Bella se sumerge en una especie de catarsis en la que intenta comprender por qué le ha pasado eso y cómo hacer que eso no la identifique para siempre. La miniserie no se enfoca en la búsqueda y exposición del violador, no. El verdadero argumento es cómo volver a sentirte bien contigo misma después de una violación, en cómo volver a confiar en la gente, cómo volver a disfrutar del sexo o las relaciones amorosas, en cómo volver a sentir. 'I may destroy you' es el viaje a través del trauma, de sus secuelas evidentes y las que escondemos de todos, las que terminan quebrándonos por dentro cada día que pasa porque una agresión nunca es culpa de la víctima. Una agresión depende única y exclusivamente de un agresor. Y si todo esto no os ha convencido, os doy otros motivos para ver esta serie:
1. La normalización del síndrome post-traumático.
2. El fiel reflejo social de una generación que necesita ser escuchada.
3. La incorporación de tramas en las que se refleja el racismo, la transfobia, homofobia, el suicidio o la violencia sexual contra hombres y mujeres.
4. La exposición de la depresión a través de figuras de éxito.
5. La soledad.
6. La ansiedad por crearse un hueco o un nombre en un mundo cada vez más polarizado.
7. La maravillosa cinematografía y música que envuelve la miniserie.
8. Michaela Coel.
9. Michaela Coel.
10. Y Michaela Coel.

Imprescindible.