Una cámara inquieta desplazándose con rapidez y precisión, unos diálogos más ocurrentes que lógicos, unas buenas interpretaciones y el espacio endogámico de una todopoderosa empresa americana de comunicación dan el pego de modernidad a la primera temporada para describir aparentemente la crudeza del capitalismo. ¡Qué malos son los ricos!
Cuando el esquema de las terribles contradicciones familiares se reproduce en la segunda temporada, a los que tenemos menos luces que el jurado de los Emmy y los críticos cinematográficos nos parece todo un “dejà vu”. Los ricos siguen siendo muy malos.
Pero a la tercera temporada todo tiene un límite. Repetimos personajes y enfrentamientos endogámicos con algunas variaciones que prometen alargarse a la cuarta temporada. Observo estupefacto las valoraciones de críticos y aficionados. Me salto cuatro capítulos para situarme al final de la temporada…y allí encuentro a los cuatro hermanos y al padre dándole vueltas por enésima vez a su infierno brutal. ¡Qué malos son los ricos, mejor quedarse como uno está! Es imposible encontrar una serie tan conservadora, o tan reaccionaria, como esta! Alguien lo tenía que decir.

La serie empieza con una discusión familiar y casi acaba con una discusión entre policías compañeros alrededor de una mesa en plano secuencia. El primer Tarantino de "Reservoir dogs" no está lejos. En los dos casos la tensión es tan manifiesta que el desasosiego inunda el espectador y desde el primer momento queda hecho prisionero de un ritmo, unos personajes poliédricos interpretados por excelentes actores que aguantan perfectamente la distorsión del gran angular, unas secuencias de acción y una trama que nos acerca a la realidad de hoy (Villarejo incluido).
Qué más se le puede pedir a una serie.
Si la comparas a "La unidad" (Dani de la Torre y Alberto Marini), otra serie centrada en un grupo de policías españoles presentados como héroes con sus defectillos humanos para hacerlos más creíbles, te daràs cuenta de la distància que hay entre la realidad cruda i la realidad edulcorada. No hay color.

Con latido lento se va cociendo un retrato psicológico de cuatro mujeres y a mesura que las vamos conociendo nos alejamos del tópico de las amigas estupendas y vemos por el entresijo de su perfil como el mal y el bien anidan en sus cuerpos y en sus corazones. No en vano, ya que la película quiere ser una reflexión sobre las raíces del mal. motivo de estudio de alguna de sus protagonistas.
Con esa misma lentitud conducida con maestria por las cuatro actrices, encabezadas por la más conocida (Sidse Babett Knudsen: "Borgen")se nos lleva del conflicto psicológico al thriller con quiebros de guión quizás un poco precipitados.
Como me gustan las series y películas nórdicas, especialmente las danesas. Con poco presupuesto, guiones concisos y modestos, absolutamente certeros y nada superficiales, y muy buenos intérpretes bien fotografiados hacen, sinó maravillas, sí obras excelentes, para degustarlas también en lentitud.

Excelente serie belga que en su modestia acaba dando una lección de ritmo para mantener al espectador atento a la pantalla. No se trata solo de un caso judicial sobre una acusada de haber cometido dos asesinatos (uno de su amiga, otro de su hija), ni tan solo de la relación entre los doce jurados con el objetivo de dar un veredicto, al estilo de "Doce hombres sin piedad". La serie opta por presentarnos los personajes del jurado, los testimonios y, en general, a todos aquellos que han tenido alguna relación con los crímenes. Y así obtenemos una generosa galería de personajes enlazados por la trama de unos crímenes, pero también de los problemas de una sociedad europea que queda perfectamente reflejada en el conjunto de episodios.
Los autores de la serie saben dosificar la información de modo que el espectador se siente inclinado a dar un veredicto incluso antes que el jurado ya que se les han ofrecido algunos datos más de los que tienen muchos personajes. Pero el recurso al "macguffin" del maestro Hitchcock reportará más de una sorpresa.
Es una producción sin altos costes que demuestra como un guión bien tramado y un sólido trabajo de actores (desconocidos para nosotros) es más que suficiente para mantener al espectador atado a la pantalla.

No. El cine no es verdad, aunque a veces se acerca. Últimamente estamos viendo una corriente de films que tienen la apariencia de verdad. Tres ejemplos, entre otros: "Estiu del 93" (Carla Simon), "Entre dos aguas" (Isaki Lacuesta) y "Roma" (Alfonso Cuarón). Es curioso porque en el campo de la novela se está produciendo un fenómeno similar con la proliferación de esas obras que se ha dado en llamar de “no-ficción”, pero ficcionadas.
Rodadas con un aspecto formal aparentemente descuidado (o en blanco y negro), son producciones pequeñas, con algunos actores no profesionales entre sus protagonistas. Recogen retazos de vida, espontáneos, aparentemente naturales, siempre muy reconocibles por alejada que esté la realidad que presentan de nuestras propias percepciones. Sin embargo, de los tres ejemplos escogidos, las dos primeras rodadas en nuestro país te seducen poco a poco y cuando se abren las luces del cine quedas aplastado en la butaca, absorto en esa realidad a la que se te ha conducido suavemente. La luz desbarata la mentira, pero nos vamos a casa con sensación de verdad.
No me ha ocurrido lo mismo con la tercera, “Roma”. Francamente durante los dos tercios primeros de la película se me ha hecho tediosa. Solo hacia el final, cuando la narración se dramatiza perdiendo verdad, empieza a aumentar mi interés por ella. El aspecto formal de un blanco y negro muy cuidado, la realidad de un Méjico del cual se dan pocas referencias al espectador, la bruma que cubre a todos los personajes que deambulan por los espacios familiares, excepto la protagonista, me resultan artificiosos, lejanos. No acaban de interesarme. ¿O será que en lugar de ir a a verla en un cine, la he contemplado en el televisor de casa?