Resulta difícil referirse al cine de Wes Anderson en la individualidad de un film, porque al igual que lo que ocurre con los grandes directores, todas sus películas conforman un corpus, una telaraña que se despliega y que las hace vincularse entre sí, en una suerte de todo orgánico que a medida que crece y alcanza nuevos espacios, nuevos personajes, nuevas temáticas, nuevas historias, quedan tamizadas bajo una misma y única estética. Por eso, cualquier historia por sencilla que pudiera parecer, vista a través del ojo de este realizador, invariablemente se vuelve atractivo, mágico, único.
Desde ya, como en toda su obra, habrá elementos que se repetirán: la construcción simétrica, planos frontales, marcados movimientos de cámara, relato dentro del relato, la adultez de los niños y los adultos infantiles, diálogos geniales recitados como por autómatas, un elenco (en este caso en las voces) extraordinario, al igual que lo es su banda sonora, y un humor exquisito. Todo esto y mucho más da color y vida a esta historia que transcurre en una ciudad japonesa del futuro donde Atari, un niño samurai decide ir en busca de su mascota, exiliada en la Isla de los Perros por orden del Alcalde Kobayashi, su tío.
Una joya de la animación que a cada revisión, como cualquiera de los films de Wes Anderson, sale igual de triunfal porque iluminan el alma.

Con motivo de su galantería, Richard Hannay ayuda involuntariamente a huir a una agente de inteligencia que está participando en una investigación para evitar que unos espías roben secretos militares del Reino Unido. Antes de morir apuñalada logra transmitirle que debe huir porque él también corre peligro, y dicho y hecho: ahora no solo lo persiguen los asesinos de la mujer sino que lo acusan también de su muerte y la policía busca capturarlo. Se torna así el film en una vertiginosa huida que exige al mismo tiempo resolver el enigma que permita demostrar que lo que dice es cierto y que por lo tanto es inocente. En definitiva, un delicioso film cuyo visionado marida con otra gran película con una estructura muy similar filmada por Hitchcock ya en su período norteamericano, Con la muerte en los talones (North by northwest).
En este genial film de su etapa inglesa, no faltan los elementos visuales que caracterizaron su cine: un sujeto reconocible por la ausencia de la falange del meñique, inquisidoras miradas a cámara como para ponerse en la piel del fugitivo, un grito de horror de una mujer que se funde con un silbido de un tren, y las esposas que lo encadenan en su huida a otra mujer, que puede convertirse en su ruina o su salvación.

En el año 1998 el cineasta checo Milos Forman filma la biografía de Andy Kaufman, un artista y comediante norteamericano conocido por su irreverencia y por llevar el humor al límite donde no se sabe si reír o empezar a preocuparse, y que falleciera a la edad de 35 años. Para el papel elige a un admirador de éste, Jim Carrey, que decide transformarse durante el tiempo que dure el rodaje en el mismísimo Kaufman, al punto de usar una bolsa de papel en la cabeza al llegar al set y hasta estar peinado y maquillado. El resultado final es maravilloso, una película hermosa como es "El mundo de Andy" ("Man on the moon" en su idioma original).
La insistencia de Spike Jonze, quien produce este documental, consiguió sacar a la luz el material guardado durante veinte años y que sirve de base a esta joya que resulta mucho más que un making off, ya que muestra esa metamorfosis, entrevistando no solo a los que vivieron/padecieron ese rodaje sino también a un barbudo y avejentado Jim Carrey dispuesto a contarlo todo.

Una serie de asesinatos con referencias bíblicas reúne a un detective en ascenso (Brad Pitt) con uno a punto de retirarse (Morgan Freeman). Son siete los pecados capitales, se espera que sean siete los asesinatos si no dan con el asesino a tiempo.
Toda la investigación se da en el marco de una ciudad oscura, lluviosa y fría que contrastará con el color ocre del memorable climax. En este film construido en los bordes donde se tocan el policial negro, el thriller y el terror, Fincher toma el guante dejado por Jonathan Demme tras El silencio de los inocentes, y elabora un film igual de oscuro y tétrico pero con un asesino serial que justifica su actuar ya no en el deseo fetichista sino en la justicia divina, un astuto e inasible ángel negro que con sus actos quiere ser espejo y mártir de una sociedad totalmente corrompida y pecaminosa.
Sin lugar a dudas, una de las mejores películas de Fincher.

Un accidente con múltiples víctimas fatales da inicio a esta narración que busca explicar y ejemplificar a través de diversas situaciones dramáticas el mundo de las sociedades fantasmas que operan principalmente en Centroamérica, que permiten el blanqueo de dinero sucio, y que adquirieron popularidad con la filtración que dio origen al escándalo Panamá Papers.
En tono de comedia satírica (al estilo de films como The big short y El vicepresidente), Soderbergh explica su funcionamiento de manera didáctica y critica este sistema económico financiero exportado desde las mismísimas entrañas de los EEUU y que a través de leyes con agujeros enormes, títulos, papeles y abogados, consigue vulnerar los derechos de los que menos tienen, para permitir la opulencia, el despilfarro y la impunidad de los que sólo piensan en su propio beneficio a costa del resto.