Creo que no voy a ser capaz de ver la séptima temporada de The Walking Dead. He de reconocer que es con la serie con la que más paciencia he tenido porque desde la temporada dos me ha ido disgustando a marchas forzadas pero a veces uno cree que las cosas pueden mejorar o equilibrarse y confías pero lo único que ve es un producto que resulta monótono y cuyas aventuras y desventuras rayan en la absurdez más absoluta.
En los inicios de la serie los personajes estaban cargados de realismo que abandonaron en detrimento de una simpleza obscena para cualquier guionista que se precie.
Los hilos argumentales se han reducido a:
1) Encontramos un asentamiento decente.
2) Los que viven aquí son malos malísimos/ no son de fiar.
3) Rick haz algo.
4) El sitio decente a tomar por culo.
5) Volvamos a los bosques de Georgia a comer ardillas y a atravesar con nuestros puñales cabezas de caminantes.
Y así la serie gira sobre sí misma supongo que para goce y disfrute de los amantes del tema zombi porque para los que creíamos que The Walking Dead iba a ser una serie distinta, innovadora, alejada de tópicos y chabacanadas ha sido una decepción exponencial.

Resumiendo que estoy muy harto de la supercatana, de la ballesta, de la sobredosis de paternalismo, de los personajes comparsa y del niño odioso que podía ya dejar de usar el dichoso sombrerito de policía.

El corredor del laberinto ya no es una saga, es una serie de televisión con capítulos de dos horas y de una calidad pésima. Esta entrega en concreto es deleznable, es una película en la que puedes ir adivinando cada paso, cada idiotez, cada metedura de mata, cada explosión, vaya, que es más predecible que Pocoyó.
Los diálogos son tan tópicos que casi los puedes cantar como las tablas de multiplicar, no dejan hueco a la sorpresa, la originalidad brilla por su ausencia, la trama y el guión son de espanto, hay farolas en mi barrio que expresan mejor las emociones que algunos de los actores.

Sinceramente creo que hay algún capítulo suelto de Falling Skies por ahí que entretiene más que esto.

Dejando aparte la interpretación que me pareció muy buena, la narración de "El Capital Humano" me supuso estar uniendo gotas de agua para conformar un charco. Lejos de ese mensaje obvio de que cada uno tenemos un precio, creo que Paolo Virzì teje con demasiados hilos a la vez para hacer lo que podría haber hecho con uno sólo.
El uso de personajes tan encontrados como Bernaschi y Dino resta un poco de credibilidad al propósito de la película, tampoco ayuda que el personaje de Roberta quede como un mero comodín que lo mismo sirve para un roto que para un descosido.
Son los personajes de Carla y Serena los que quizás aglutinen más coherencia en esta obra, los que le concedan cierto respiro tras algunos ligeros obstáculos que desparraman el discurso narrativo aunque no consiguen solidificar la historia que a fuerza de diversos personajes secundarios y ciertos diálogos inútiles acaba como un producto resquebrajado del que el espectador tendrá que ir tomado trozo a trozo para componer algo que al director se le fue deshaciendo durante la cocción.

"El hijo del otro" es una película que me ha reconfortado. He encontrado en ella una serenidad que hacía mucho tiempo que no hallaba cuando de fondo se trata el conflicto árabe-israelí.

Los personajes principales, aquellos hijos que fueron cambiados por culpa de la guerra, son los que forjan lazos de unión más sólidos y tienden puentes con el diálogo a pesar de que su juventud pudiera ponerlos en posiciones más obstinadas mientras los varones adultos desempeñan el rol que se espera de ellos no renunciando ni un ápice a sus posiciones enrocadas de víctima-agresor-agresor-víctima y las madres intentan resquebrajar ese status quo tratando de aceptar y de que acepten que fue el azar, un ataque, y no algo preconcebido el que sus hijos estén cambiados de cultura, de muro, de hogar.

Me ha gustado que la directora nos enseñe que no todos los israelíes son extremistas del Likud ni que todos los palestinos son terroristas de Hamas, que si bien hay un conflicto en esa zona hay gente que no aboga por la violencia y que el diálogo es el arma más poderosa y efectiva.

Hermosa película de Lorraine Levy.

Tenía muchas expectativas con esta película pero no se cumplieron. No me la creí. Vi una película donde un Comandante (Idris Elba) arenga a unos chavales cada 15 minutos y los lleva de la ceca para la meca pegando tiros. La historia para mí también pierde mucho al estar descontextualizada, no sabemos en qué guerra, qué año, cuánto tiempo pasa desde que el niño se escapa de su aldea hasta que se hace soldado. A veces vemos a los Cascos Azules de la ONU de Nigeria, vemos en las paredes de los pueblos mil siglas irreconocibles pero ningún signo reconocible poco más.
Me distancié muchos de los personajes, cada vez que avanzaban los minutos más inverosímiles se me hacían y más plomiza se me hacía la película y terminé por casi divorciarme del discurso narrativo del niño.
No veo nada extraordinario en esta película como para darle un 9 ni nada tan malo como para ponerle un 4.
Mi nota: 6,5