Dos actores hipermediáticos se ponen del disfraz de fracasados de la pequeña América para protagonizar una historia de (des)esperanzas de una clase media baja espoleada, sobre todo, por el hastío de una existencia insulsa y abocada a la frustración. Aniston y a Gyllenhaal comparten la tediosa rutina de su trabajo en un comercio de cosmética, hasta que un buen día descubren en el otro la posibilidad de darle un poco de intensidad a sus vidas. Muchos conocimos a Gyllenhaal participando en la excepcional Brokeback mountain, y The good girl sabe capitalizar bien su cliché de hombre poco inspirado envuelto en turbios amoríos. Sin embargo, con Aniston, el espectador va a tener que hacer un verdadero esfuerzo para asistir con naturalidad a su interpretación ceñuda y comedida, después de décadas disfrutando de sus explosiva payasadas en horario de máxima audiencia. La película es profunda para los cánones del cine de entretenimiento, pero va a saber a poco a los cinéfilos.

El empacho de Julianne Moore, solo en parte motivado por la naturaleza de su personaje, acaba por saturar una película rodada en gran parte para el lucimiento de una acriz dramática de Hollywood al comienzo del declive de su belleza. Una familia disfuncional se enreda en cruces de parejas, sexualidad y relaciones edípicas en los escenarios del lujo de la Europa de la década de los 60, siguiendo la biografía real de una familia de millonarios norteamericanos que resultará completamente desconocida para el espectador español. Como trabajo exclusivamente basado en los conflictos íntimos y relacionales de los personajes, la humanidad desplegada no se hayan a la altura de la riqueza y la profundidad que son necesarias para sostener esta clase de ficciones. También es posible que un espectador americano de cierta edad encuentre fascinantes a sus protagonistas, pues sin duda la peli satisface (y con creces) cualquier ansia de cotilleo morboso sobre esta familia tremebunda. A los demás no creo que llegue a interesarles.