'Amador' es la peor película de Aranoa, pero mejor que muchas de las que están ahora mismo en cartelera. Vaya esta entrada en descargo de un tipo que me ha hecho pasar gandes ratos en el cine. Estoy de acuerdo con casi todo lo chungo que he leído, escuchado y conversado acerca de la peli. Le falta pellizco, hondura poética y le sobra condescendencia con los personajes y un ensimismamiento que la hace pelín indigesta.
Y ... vale, de acuerdo, la puta graciosa es sainetera a más no poder, busca, y encuentra, risas sin lata de telecomedia medianera. Pero, al menos, Aranoa dirige el foco donde debe, con diligencia y ganas de protesta. 'Amador' no conmueve, ni deja poso, sólo algunas frases con chicha y un acento casi olvidado, el de humanistas con panfleto en peligro de extinción.
Posiblemente, si no se la midiera con el resto de la filmografía de Aranoa, la crítica sería más benigna. Aunque bien pensado, sin ese tarjeta de visita Roures se habría guardado sus euros para futuras guerras catódico-futboleras y Marcela ni tan siquiera habría salido de Perú.

Película coral sobre una familia de inmigrantes en la Francia actual, que apuesta por la pausa y la sobriedad narrativa. Irregular y con excesivo metraje, ‘Cuscús’ flojea especialmente en su fase intermedia pero se redime con un tercio final, áspero y sin ambages.
Amarga por momentos, Kechiche ofrece un retrato naturalista de las visicitudes de un hombre que, pasados los sesenta, pierde su empleo pero mantiene, con diginidad pétrea, las ganas de seguir haciendo camino.
El protagonista decide reconvertir un viejo barco en un restaurante cuyo plato estrella presta su nombre al film. La odisea burocrática y personal que requiere este proyecto sirve para dibujar con certero realismo el universo de esta familia, donde no se cuecen habas pero sí la sémola del cuscús.
Interesante, con momentos de buen cine, pero fallida en su conjunto, pese a lo cual merece la pena acercárse al cine y degustarla con detenimiento.

Sam Mendes golpea de nuevo. Sin concesiones y en pleno estómago, con una película dura, excelente e impecablemente ambientada, sin atisbo del sarcasmo de la venerada 'American Beauty'. Con unos excelsos DiCaprio y Winslet, 'Revolutionary Road' levanta las alfombras bajo las cuales se sepultan los proyectos adolescentes, las ansias de vida, las ilusiones en color.
Mendes nos mete el dedo en el ojo de los sueños rotos, de las renuncias más íntimas, de las verdades olvidadas. Retrata con supina crudeza esa clase media que lleva décadas buscando su lugar en el mundo, esa clase media a la que se adhiere la mayoría de la platea y que dormita instalada en el tedio y el bromuro, mientras se entretiene jugando a las casitas, esperando la llegada del hombre del traje gris.
Se trata de una película certera que nos golpea donde más duele, al revelar la abismal diferencia que hay entre lo que somos y lo que una vez soñamos que seríamos. Una rareza de gran estudio que puede confundir por su romántica y titánica pareja protagonista. Cine desnudo y descarnado que nos deja en pelotas delante de un espejo que muestra una vida irremediablemente vacía y mediocre, la nuestra. Una gran película.