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Críticas de Rubén Sánchez Díaz
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Críticas 51
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
9
3 de julio de 2023
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
«Cine: cinta de fotogramas estáticos interrumpidos por oscuridad entre cada uno de ellos, que, gracias al defecto del nervio óptico, si se mueve a 24 fotogramas por segundo, crea la ilusión del movimiento, la ilusión de la vida. Así no ves la oscuridad, si no un haz de luz, y nada sucede sin luz».

Con esta maravilla de diálogo que sucede en la cabina de proyección de un magnífico cine de un precioso pueblo costero de Inglaterra, se podría resumir la obra que Sam Mendes filma con una delicadeza poética de quien ha vivido con amor su profesión desde ser un espectador de este arte, compartiendo con otros la emoción de sentarse en una butaca a disfrutar de unos fotogramas en movimiento, hasta convertirse en todo un cineasta de gran reconocimiento que, en su madurez artística ha decidido escribir y dirigir una obra de metacine que, más allá de ser un homenaje, luce fantásticamente en la gran pantalla, con unos actores principales que bordan sus papeles, un argumento que, sin ser un gran historia dramática, aborda temas sociales de una manera muy realista y con una ambientación, música y fotografía que ponen el detalle de calidad que Mendes siempre nos aporta.

Una película sentida, cuidada y muy disfrutable, fiel reflejo de lo que quiere transmitir la historia que en ella se nos cuenta. Hay que disfrutar de esta vida y de los momentos de luz, para que los de oscuridad pasen desapercibidos.
Rubén Sánchez Díaz
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7
16 de abril de 2023
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Este filme de buena factura en lo técnico y narrativo, nos muestra las distintas fases de un episodio prolongado de una enfermedad mental y lo que ello conlleva en relación con el miedo, la ansiedad, el pánico, la desesperanza y la lucha interna contra uno mismo para a recuperarse, más tarde o más temprano de un episodio transitorio de cualquier enfermedad relacionada con la salud mental.

Sin llegar a resultar extremadamente desagradable ni densa, pues resultaría imposible retratar todo lo que conlleva a un individuo, aborda la curva de evolución desde los primeros síntomas hasta el más profundo aislamiento, utilizando el búnker como una metáfora perfecta para lo que cualquier afectado por una enfermedad mental puede llegar a creer, falsamente, necesitar. Asimismo se aborda cómo un trastorno mental puede afectar a las relaciones personales, sentimentales, familiares y sociales de quien sufra cualquier tipo de episodio como el que se relata en la película.

Un filme interesante en lo psicológico de los personajes, especialmente si te interesa el mundo de la mente y sus trastornos.
Rubén Sánchez Díaz
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10
8 de marzo de 2022
2 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Estos es una carta en forma de película de un genio llamado Paul Thomas Anderson. Un artista que comenzó muy joven su carrera y que desde Magnolia (1999) ya dejó clara la importancia que para él tiene la infancia en el devenir de un ser humano. En Licorice Pizza, se nos plantea una película muy americana, muy íntima (otra vez en su Valle de San Fernando), con dos contendientes en la batalla narrativa que van a tener un duro combate. Por un lado, la juventud, con su inherente emprendimiento, ganas de vivir y necesidad constante estímulo; y, por otro, la adultez, con su tedio por la inercia y el hastío por el síndrome de abstinencia de estímulos.

En forma de episodios, esta carta se nos plantea como un viaje de cuatro tramos hilados por el amor y la felicidad:
1. Exposición (del primer amor; con sus llamadas al silencio, envidias, roces, celos, conocimiento...]
2. Choque (de la juventud contra la vida adulta)
3. Divertimento (representando una gamberrada adolescente en medio de un conflicto tan adulto como el de la crisis del petróleo de 1973)
4. Realización (y asimilación de la vida adulta)

En este caso es claramente la adolescencia, concretamente esa última parte en la que te desprendes de infancia antes de pasar a la adultez, la protagonista y el destinatario de esta carta fílmica que es, a la par, elogio y advertencia. Elogio hacia esa época maravillosa en la que el tiempo es eterno y toda idea en la cabeza es una realidad alcanzable; la época del amor más libre, por todo y hacia todos. Advertencia de los problemas que esperan al final de esta etapa, del más que inminente mundo enfermo, rutinario y asfixiante de la vida adulta, que no es otro que el remitente de la misiva.

La adolescencia se nos plantea como una etapa flexible, asincrónica, no necesariamente fijada en una edad concreta y, por eso, los personajes que representan esta idea tienen 10 años de diferencia (si no entendieron, paren las «red flags», por favor, cansa mucho no entender un símbolo y utilizarlo una anécdota como excusa para criticar todo). Una etapa marcada por la necesidad de impresionar, de sentirse importante y demostrarlo, pero también de madurar y tratar de comprender el mundo en el que vives.

Para los protagonistas toda la trama va a ser un juego, una especie de competición por demostrarse mejores, incluso más «guays», conformando, con la unión de lo que se oculta, la contraposición que se complementa, como ese título que representa —además del «gag» de los cómicos Abbott y Costello que dio lugar a un sello discográfico— una buena mezcla, atrevida sí, pero una muy buena y muy adolescente mezcla.

Ya desde el momento en que conocemos el apellido del coprotagonista (Valentine) ya sabemos que el amor, concretamente el primer amor, va a ser el hilo conductor. Toda la película es un vaivén de búsqueda y pérdida de este amor no confesado pero palpable, reflejado en aquello que no se había llegado a decir a lo largo de toda la película, un simple «Hola». En la introducción, Nina Simone nos retrata (literalmente en la escena del retrato; cómo le gusta a Anderson ese cámara fotográfica antigua, quizás nos ha revelado el secreto de su enamoramiento) y esboza cómo es el amor que se va a desarrollar. Y Greenwood, con el único tema de su autoría, nos lo deja caer tras la exposición, y nos lo confirma en el desenlace, con esa pieza bellísima en la que un arpa interpreta dos líneas melódicas que se imitan, se chocan, se alejan y se reúnen en un crescendo continuo —este hombre sabe siempre lo que hacer con la música y su sinergia con Anderson está ya más que contrastada— para terminar por cerrar el círculo completando el retrato y concluyendo ese viaje que ha transformado a los protagonistas, que han mantenido una unión a lo largo de todo el recorrido, para desembocar en la vida adulta.


Poco que decir de la labor de dirección de P.T.A. Todo lo hace bien, todo está conseguido de manera orgánica, creíble y natural. Todas las decisiones están bien tomadas. Cada guiño o patada al cine americano se entiende (aunque se me escapen la mayoría de referencias cinéfilas y bromas internas, eso no quita que me haya podido echar unas tremendas carcajadas). Vuelve a demostrar ser el maestro del posicionamiento y movimiento de la cámara y, por supuesto, del primer plano. Tanto es así que hasta deja, literalmente, de lado los subtítulos para que no te pierdas ni una mueca.

Más allá de no haber apreciado muchas referencias al mundo del cine americano, sí que he de decir que esta película desprende un aroma de inspiración en una joya reciente de uno de los colegas de profesión más cercano de Anderson. No me refiero a otra que a Once Upon a Time in Hollywood (2019) —de la que Anderson le confesó a Tarantino, en un podcast de The Director's Cut de la DGA (Sindicato de Directores Estadounidenses), que era la película más feliz que había visto de toda la carrera de Quentin— por la forma de narración en episodios, el uso de la música y la radio como contextualizador sociocultural o por esos diálogos sublimes que compiten con los tarantinianos... Pero, aquí no hay un pulso, más bien un apretón de manos entre dos genios que se nutren. No es la primera vez que lo hacen el uno del otro. Probablemente Pulp Fiction (1994) originó Magnolia (1999) y, de igual manera, Inherent Vice (2014) originó Once Upon a Time in Hollywood (2019) y esta, a su vez, hizo lo propio con este último trabajo de P.T.A. Se como sea, qué lujo poder convivir en el mismo espacio temporal que estos dos maestros del séptimo arte.

Algún apunte de cierre en la «Zona spoiler». No me da con los caracteres que permite FA en esta sección. Qué película, qué felicidad.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Rubén Sánchez Díaz
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9
8 de marzo de 2022
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Muy a mi pesar, Netflix lo ha conseguido. De entre sus ingentes producciones en masa ha podido llegar a ver la luz una obra digna de reconocimiento. De hecho, para mí, va a ser la gran triunfadora de los Oscar de esta próxima edición. Mejor Película (el uso del marco western sigue tirando mucho), Mejor Dirección (más que excelente trabajo de Campion), Mejor Actor Principal (Cumberbatch está magistral), Mejor Actor Secundario (grandioso desarrollo del personaje en la actuación de Smit-McPhee), Mejor Banda Sonora (Jonny, este año sí) son algunos de los galardones que, presumiblemente, podría llevarse The Power of the Dog. Eso sin contar con otros como Fotografía, Maquillaje Peluquería o Diseño de Vestuario, entre otros, por los que también merece luchar fuertemente. No sin motivo se encuentra en la lista de películas con mayores nominaciones de la historia. Ya veremos cómo se queda en la lista histórica de las premiadas, pero todo apunta a que puede entrar en ese selecto grupo. Nos guste o no (a mí me horroriza) los nuevas dueñas de la producción han llegado para quedarse en la primera línea de la industria. Solo queda esperar que, de vez en cuando, no se nos pierda entre la maraña alguna joya digna de reconocimiento.

Esta es una película incómoda (como ese silbido), en el mejor de los sentidos. Muy diferente, muy arriesgada. Pese a su estilo western es ambigua, abstracta y abierta —la decisión de enmarcarla como un western está determinada por la novela, pero podría emplazarse en cualquier contexto— y eso la hace mejor y más relevante película, ya que ha cogido un género pero ha ampliado sus horizontes, poco a poco, como se alejan gradualmente del rancho en el filme. Sin duda, en lo que más atrevida es, es en su forma, por capítulos, y en su planitud narrativa, en el mejor de los sentidos.

La película transita, te muestra cosas y no juzga los acontecimientos, solo los refleja. Siendo un viaje lineal, la estructura narrativa no da esa sensación gracias a esa introducción tan larga (casi la mitad del film) que consigue posicionarte como un personaje más de la trama. No como un espectador de la película, sino como un habitante más del poblado que debe ir sacando sus propias conclusiones.

Esto, sumado a una fotografía apabullante y a una música que se amolda perfectamente, no solo a lo que vemos, sino también a la manera en la que lo hacemos, consigue que, coralmente, la película funcione a la perfección en su intención de mostrar lo que de manera sencilla pero terrible ha sucedido, sucede y sucederá...

Y el género western no es el único que se amplia y se transforma en esta película... La masculinidad tiene un papel fundamental en la película que Jane Campion ha sabido posicionar, entre el poder y el sufrimiento, a las mil maravillas.
Rubén Sánchez Díaz
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9
8 de marzo de 2022
8 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si te tomas esta película como un entretenimiento que consumir, como algo que tiene una duración y cuando se termine no piensas darle mayor relevancia. Entonces, probablemente te decepcione, te resulte monótona, pretenciosa y pesada e, incluso, te causa la sensación de no haber visto cine. Y estarías en lo cierto, esto no es cine al uso.

Para empezar, esto no es una película como tal, o al menos en el sentido comercial en el que la mayoría de los consumidores nos tomamos esta palabra. Esto es un ensayo estético —no estilístico— acerca del cine en específico y del arte en general. Es entonces cuando, en este plano más filosófico o crítico, se puede entablar una relación con esta obra en la que llegues a sacar algo más que interesante de su visionado.

La película, con un guión de 10, es un ensayo estético de principio a fin. Quizás nacido de las reflexiones escritas acerca del séptimo arte de la mente y mano de su autor, esto no incapacita para que funcione como ejercicio audiovisual. Parte de la contraposición de tres ideas muy cerradas acerca de como abordar una obra artística (ortodoxia, vanguardia y comercialismo) —en este caso la producción de una película— que se proyectan en los tres personajes centrales. Esto determina sus acciones y sus reacciones. Una de las cosas más interesantes es disfrutar de cómo los tres planos que tiene la película (película dentro de la película, ficción que como espectador vemos y reflexiones estéticas con interpelaciones al propio espectador) dialogan entre sí, entran y salen, se comunican y se interpelan para seguir avanzando, puro metacine en el más estricto significado (apoyado además por la trama de la película). A partir de esta premisa, se desarrollarán una serie de contradicciones, siguiendo la triada hegeliana —tésis, antítesis, síntesis— que no nos va a llevar a ninguna verdad, si no a diversas realidades sobre cómo acometer un proceso creativo. Pese a estos mecanismos, más intelectuales que pragmáticos, que podrían hacer causar la impresión de parecer una película muy pretenciosa, la comunicación interna de los tres «metaplanos» fluye de una manera armoniosa y los gags cómicos perfectamente colocados y desarrollados — esto es una cosa que el cine español rara vez hace bien, por tendencia abusar de ellos, utilizando el humor como elemento disruptivo en la trama, en vez de para construir un discurso coherente a lo largo de la película, independientemente de la sutileza o calidad de la comedia; esto es un punto muy a favor de este filme, sin duda, lo sabe explotar a la perfección— que sirven para distender todo es halo estético del guión.

En contraposición con todas estas ideas más o menos vanguardista y rupturistas, se produce un buen equilibrio gracias a la presencia de otros elementos mucho más clásicos y reconocibles del cine comercial. Por supuesto, la figura que ejerce el clásico número 3 (tres personajes, tres capas de profundidad, tres ideas a la hora de decidir cómo llevar a cabo un trabajo...). Después el uso de una música tan clásica (piezas del repertorio pianístico muy reconocibles por cualquier persona). Por último, el minimalismo en el decorado y en el uso de la cámara (planos fijos y largos, cámara más estática que en movimiento, etc.), que solo se rompe en el final de la película —en algunos planos me ha recordado al gesto de cámara del cine de Yorgos Lanthimos—.

Sin ser una grandiosa película, sí que es un gran ejercicio estético que te puede dejar un gran poso de pensamientos acerca de los que reflexionar. Y, a una mala, si te has colado en el cine sin saber lo que ibas a ver, al menos te llevarás unas muy buenas actuaciones de tres monstruos interpretativos (por mucho que les duele a algunos) en los tres diferentes planos —otra cosa espectacular de la película, cómo entran y salen de la «metainterpretación»; brillante—.
Rubén Sánchez Díaz
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