Para empezar, la historia es una tontería. Los guionistas lo saben y nosotros lo sabemos. Parece que decir esto es sólo remarcar lo obvio, pero gracias a esta simple premisa logra salir a flote una cinta cuya materia prima da para lo que da.

Así, a través de la autoconsciencia nos hacemos cómplices. Ya no nos encontramos con una bobada solemne y seria, sino con una bobada que sabe lo que es y con ello hace lo que puede.
Se acabaron los dos enamorados lechosos y tristes compitiendo por ver quién es más cargante. Ahora hay un tono desenfadado, en el que las bromas abundan, más dirigido a entretenernos que a contarnos una historia que realmente nunca debió ser escrita, ni leída. De hecho, en cierto modo, es una comedia épica.
Es como si se nos mandara el siguiente mensaje: “Con estos mimbres sólo se podía hacer esta silla, espero que nos entendáis, disfrutéis la peli y os echéis unas risas”.

Yo al menos los entendí, y me eché unas risas.

Cuando pienso en James Bond, o mejor dicho en lo que para mí debería ser, suele venirme a la cabeza la imagen de un tigre: un ser distinguido, elegante y refinado; pero a la vez implacable, propenso a la violencia y la pérdida del autocontrol.
Por lo demás, lo que todos sabemos: coches y parajes de lujo, aparatejos de ciencia-ficción, mujeres guapas, antagonistas insustanciales sólo al servicio del lucimiento del héroe, y persecuciones y peleas espectaculares e imposibles.

Tras la nefasta etapa de los 90, en la que Pierce Brosnan encarnaba a un 007 de cartón piedra, lleno de amaneramiento y afectación, y que resultaría más convincente empuñando una pala de pádel en el club de campo y no un arma, llega Daniel Craig a arreglarlo todo.

A este Bond los trajes le siguen quedando como un guante y gustando el Martini, eso no cambia ni debe cambiar; pero también es capaz de desenvolverse con violencia y rudeza, despeinarse y sangrar. Deja atrás el cliché de hombre pluscuamperfecto e imperturbable y adquiere alma. Ya no es sólo irónico, sino además oscuro y cínico.

Por último, añadir que todo lo que enumerábamos en el primer párrafo está en esta película, y en las dosis adecuadas. Y la de Judi Dench es una presencia que siempre se agradece.

Todos damos por hecho que una película, en el sentido de que intenta que sigamos una idea, llevarnos por un determinado camino, siempre es un ejercicio de manipulación. Lo damos por hecho y lo aceptamos de buen grado, siempre que se haga bien.

El problema surge cuando no hay sutileza, cuando el objetivo de la cinta es tan evidente que logra precisamente su contrario.
Es el caso de “Lo Imposible”. Cada diálogo de cada secuencia, cada nota musical de la banda sonora, están concebidos con el único propósito de estremecernos, de hacernos entregar al llanto. Sin rubor.
Y hay quien lo nota y hay quien no. A los primeros puede distinguírseles por su media sonrisa; a los segundos por su rostro constreñido y sus más que probables sollozos.

Pero pese a todo, la volvería a ver. Porque las escenas del tsunami son sencillamente espectaculares. Porque Naomi Watts es grande y porque quién no quiere a Ewan McGregor. Porque está cuidado hasta el más mínimo detalle de producción.
Y porque aunque no me emocionó, sí me impresionó.

Aunque no es una película mala, y sí interesante, no puedes dejar de tener la sensación de que George Clooney quiere explicarte cómo funcionan las cosas, porque él lo sabe y tú no.

Ese aire de superioridad, de ‘I know better’, se respira a lo largo de toda la película. A esto hay que añadirle un manto de solemnidad que no da lugar ni a una tenue sonrisa. Todo es intenso y serio.

Con todo, si lo que quieres es un thriller político, ésta podría ser tu cinta, pues la trama es plausible, es relativamente cómodo seguirla y realmente llega a interesarte qué y cómo pasará.

Eso sí, no dejes de recordar que Clooney va a estar continuamente recordándote lo mucho que sabe de la suciedad de la política entra bambalinas, lo bien que hace películas y lo sumamente solemne que puede llegar a ponerse. Porque él es él, y tú no.

Ya sé que muchos dirán que es una película sin mensaje ni contenido, un filme con el único fin de ensalzar la vida y milagros de Michael Jordan, y vaciar los bolsillos de padres de niños que juegan con la lengua fuera en los parques por el camino.

Y ahora digo yo: Y qué? Es una película amable, que se deja ver, técnicamente bien realizada, con un buen puñado de estrellas de la NBA y dibujos animados, y un Michael Jordan que se limita a estar ahí y ser fotogénico, lo cual a sus fans nos parece bastante.

En resumen, una peliculita que aunque suena a caja registradora a leguas es igualmente disfrutable, sobretodo si eres fan del 23 de los Bulls.