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Críticas de Sabino (Diari Menorca)
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Críticas 38
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
3
25 de noviembre de 2014
5 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
(+) La (inocua pero emocionante) presencia de ese Phillip Seymour Hoffman casi fantasmal.
(-) El (hipotético) veneno antitotalitarista del inicio se ha diluido en un (todavía más) absurdo sirope mesiánico-juvenil.
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Primero fueron los hermanos Wachowski, quienes desdoblaron la secuela de ‘Matrix’ en un engorroso y confuso panfleto de revolución ‘new age’ a cámara lenta… Luego vinieron las sagas juveniles de ‘Harry Potter’ y ‘Crepúsculo’, incapaces tanto de abandonar la teta del dólar literario como de aventurarse a nuevos terrenos exclusivamente cinematográficos, y que acabaron dividiendo sus respectivos capítulos finales por la simple regla de tres de doblar beneficios… El colmo eterno será siempre para Peter Jackson, con tres películas de no poco metraje precisamente, para “sintetizar” las trescientas páginas de ‘El Hobbit’ y así hurgar con triple fruición en el bolsillo del pobre fan tolkieniano…El sacrificio absoluto de la narrativa cinematográfica en pos de un doble efecto monetario en taquilla llega también a la saga de ‘Los Juegos del Hambre’… Lo peor no es comprobar cómo los ejecutivos de las grandes productoras hollywoodienses tienen la medida tomada a la imbecilidad del público actual… Lo realmente insano es asistir a ello desde una saga cómplice con la actualidad y que, supuestamente, dinamita la globalización del entertainment y pretende ofrecer un metafórico prisma ‘orwelliano’ a las nuevas generaciones… Al final, esa chavala con trenzas que, a base de flechas y argucias amatorias, debía acabar con la sordidez del show business despiadado a escala mundial, el Gran Hermano del siglo XXI, también prefiere el suculento euro multiplicado por dos…
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Lo mejor de la saga literaria ‘Los Juegos del Hambre’ de Suzanne Collins es su pragmatismo espiritual, su seca y contundente advertencia sobre el absolutismo del poder, la enajenación de la voluntad individual y la clara sublevación contra la principal arma de la que dispone el régimen económico actual: la feroz competitividad del mindundi cualquiera por hacerse un hueco en la viralidad circense de Internet, en el nuevo capitalismo cultural, en el reality show más gigantesco, en el entertainment globalizado que nos rodea… Su posterior adaptación cinematográfica siempre ha jugado peligrosamente con un arma de doble filo; su propio ensamblaje interior genera, maquiavélicamente, un elaborado juego de espejos en su sistema argumental, diseñado como otro gigantesco plató en el que los personajes anónimos deben ser protagonistas absolutos o morir en el intento…Llevada al cine, la áspera caligrafía de Collins sufre una sobreexposición mediática paralela, pues se inocula en la masa pública merced al Gran Blockbuster, formato accesible, prefijado, fácilmente digerible, con jóvenes estrellas emergentes, secundarios contrastados y realizadores asépticos, sin apenas inquietud ni voz cinematográfica propia…
A pesar de ello, las dos primeras partes cinematográficas resistieron bastante bien la arriesgada puesta en escena a la que hacían frente y la embestida conceptual que conllevaba, con fuerte contraste entre la podredumbre de los doce distritos, herencia fotográfica del New Deal en la Norteamérica de los años 30, y ese estrambótico Capitolio de brillantina y tupés imposibles; los distintos escenarios naturales donde se desarrollaban las distintas fases eliminatorias entre los adolescentes elegidos para la gloria también estuvieron, gracias a un notable uso de la tecnología digital, a la altura del imaginario literario…Tanto Gary Ross en la primera ‘Los Juegos del Hambre’ (‘The Hunger Games’, 2012) como Francis Lawrence en la siguiente ‘Los Juegos del Hambre: En Llamas’ (‘The Hunger Games: Catching Fire’, 2013) aportaron pragmatismo al asunto, con una dirección consensual y banal que integraba con simpleza la ficción editorial a su dibujo cinematográfico, mucho más descafeinado y facilón que la embrutecida y cruda distopia futurista que quiso plasmar Collins en sus libros, eso sí, pero con eficacia suficiente… El mismo Lawrence se hace cargo de las dos terceras partes de ‘Los Juegos del Hambre: Sinsajo’, por lo que este cuento de nunca acabar parece abonarse a su soso y biempensante continuismo…
De hecho, ‘Los Juegos del Hambre: Sinsajo. Parte 1’ (‘The Hunger Games: Mochingjay-Part 1’, 2014) no es más que una retahíla de situaciones muy reconocibles en sagas de este tipo, tópicos más que resobados en mil y una secuelas, y caricaturas más o menos humillantes de lo que fueron los personajes protagonistas en sus inicios… ¿Podría ser peor? Pues sí…Al multiplicarse el minutaje para llevar a cabo una tercera entrega más rentable, la acción se ralentiza hasta la náusea, la narración se detiene constantemente, aparecen escenas de la nada, ridículas e inútiles (creadas para alargar el metraje, of course, como chicle mascado hasta el sinsabor) y el efecto dramático no es otro que el del aburrimiento y la desesperación… La supuesta revolución que protagoniza Katniss Everdeen (Jennifer Lawrence), a la que el actor Donald Sutherland, el presidente Snow, llega a comparar con Juana de Arco e, incluso, Jesucristo, acaba en un endiosamiento falaz, encharcado en la ciénaga de su propia autocomplacencia y los suculentos dividendos bancarios, que aún tienen pendiente estreno el año que viene… ¿Temíais una masa adolescente entregada al silbido del pajarillo, manifestada contra la mansedumbre y la opresión, con la mano levantada y los dedos índice y corazón en alto? Tranquilos, si los chavales abren la boca, será para bostezar…
Sabino (Diari Menorca)
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7
20 de noviembre de 2014
9 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
La verdad es que el nombre de Boris Ingster nos suena poco (o, por decirlo en plata, no nos suena para nada en absoluto) porque su papel en Hollywood fue, prácticamente, insignificante, y su aportación al cine en general apenas posee trascendencia o relevancia popular… Emigrante letón en la meca del cine, Ingster consiguió un desafectado rol en la industria norteamericana gracias a su labor de origen como asistente de director del mismísimo Sergei Eisenstein, pero casi siempre desde las tareas de producción o en la confección de guiones para cintas pequeñas, para la más insondable serie B cinematográfica o, en su última etapa, para la emergente televisión…Tan solo dirigió tres películas: el drama ‘The Judge Steps Out’ (1949), el thriller de espías ‘Línea Secreta’ (‘Southside 1-100’, 1950) y su ópera prima, también su obra más relevante, esta ‘El Extraño del Tercer Piso’ (‘Strangers on the Third Floor’, 1940) para la RKO, una película pequeña, sencilla y aparentemente convencional, pero que esconde muchas y variadas sorpresas en sus escasos 65 minutos de metraje…
Las presumibles pocas pretensiones de la cinta comienzan a tambalearse desde el mismo argumento inicial…La trama moldea la temática del falso culpable desde la perspectiva de un testigo clave en un asesinato, el periodista Michael Ward (John McGuire), que condena al joven Joe Briggs (Elisha Cook Jr., presencia icónica entre los secundarios de la serie B hollywoodiense) a la pena capital… Presa de la duda y los remordimientos, Ward conjuga sus impulsos piadosos con un infantil sentido del deber, pero la culpa le lleva a un estado casi histérico cuando cae en una espiral de falsas pruebas que le podrían inculpar a él mismo en un nuevo asesinato... ‘El Extraño del Tercer Piso’ se encuadra en una corriente del cine negro que juega con la ambigüedad de la (in)justicia y la incongruencia legal que planea alrededor de los precarios procesos policiales y los (todavía) muy primitivos sistemas para esclarecer el crimen… Debe recordarse que los Estados Unidos acaban de involucrarse en la II Guerra Mundial, las esperanzas regeneracionistas del New Deal quedan lejos y que la sociedad norteamericana no es insensible ante esta situación, of course… Boris Ingster refleja el escepticismo y el pesimismo de su país de acogida, a medida que la película va adquiriendo tonos cada vez más sombríos y lúgubres, desde la optimista escena inicial en la que Ward y su novia Jane (Margaret Tallichet) planean ir a vivir juntos y dejar sus respectivas pensiones cochambrosas, hasta la aparición de la sospecha en sus vidas, fruto de los caprichos del destino, azaroso y cruel, siempre pilar indiscutible del buen noir que se precie…
Todo está inmerso en la influencia del cine expresionista alemán reinante en la época, tanto por en la puesta en escena (sombras afiladas, claroscuros definidos, encuadres y la impresionante escena del sueño, una virguería casi surrealista hecha a medida del legendario director de fotografía Nick Musuraca) como por su ambición dramática, con unos personajes llevados a cabo con una sobreactuación exagerada, paralela al estado de paranoia que invade la historia… El film impresiona por su capacidad de aglutinar tantos aspectos ambiguos y oníricos sin caer en un esperpento ridículo; Ingster pervierte la felicidad futura de una pareja y el sentido del deber de sus protagonistas desintegrando el suelo que pisan, dislocando la realidad que les rodea y creando una kafkiana sensación de deformidad… Su esquizofrenia inocente rivalizará con la del culpable real, representado por el legendario Peter Lorre, un bizarro y alucinado demente, tan tierno y elegante con su bufanda blanca como terrorífico y cruel, reeditando un registro clavado al de la mítica ‘M, El Vampiro de Düsseldorf’ (‘M’, Fritz Lang, 1931)…
Boris Ingster y ‘El Extraño del tercer Piso’ acaban siendo más un descubrimiento que una reivindicación… Una pequeña joya que pervierte la supuesta salud e igualdad legislativa y jurídica en Estados Unidos, aunque sea saltándose las reglas de lo verosímil y flirteando con un mundo de pesadilla… Basta con ver los escenarios de los juicios casi en paralelo: el de Briggs visto desde una perspectiva convencional, fría y escalofriante; y la versión onírico/paranoica de Ward, repleta de sombras pronunciadas, amenazantes, distorsionadas, y una diosa de la justicia cuya balanza se cierne sobre los protagonistas, víctimas del miedo, como la versión más implacable del Mal absoluto…
Sabino (Diari Menorca)
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8
20 de noviembre de 2014
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuesta ver en la mítica cinta de Robert Siodmark ‘Forajidos’ (‘The Killers’, 1946), motivo o condición de algún tipo para considerarla “gran olvidada”, puesto que ni se trata de un film estrictamente pequeño (Siodmark ya era un realizador suficientemente contrastado y las noveles figuras de Burt Lancaster y Ava Gardner emergían con inusitada fuerza y poder), ni ha sido una película que haya perdido fuelle con el paso del tiempo… Por el contrario, ‘Forajidos’ es una de las más contrastadas y consensuadas cimas en la historia del cine negro a pesar de ser, eso sí, una película menor en el seno de los estudios Paramount Pictures, casi un feliz simulacro de serie B que, afortunadamente, gozó de suficiente repercusión popular…Su estimulante combinación de cine realista con las texturas expresionistas europeas logró seducir al público, convirtiéndose en uno de los estrenos más fructíferos en su momento, aunque ninguna de las cuatro nominaciones a los Premios de la Academia de ese año (Director, Montaje, Banda Sonora y Guión Adaptado) fuera justamente satisfecha… Ya se sabe que el Tio Oscar es caprichoso y ese año prefirió recompensar con estatuillas a los dólares en taquilla de ‘Los Mejores Años de Nuestra Vida’ (‘The Best Years of Our Lives’) de William Wyler…
No es una cuestión de olvido, no… El clásico de Siodmark no necesita recordarse en ningún caso, pero probablemente resulta muy preciso y acertado conjurar su enorme repercusión en el séptimo arte, más allá del género negro en particular, para reivindicarla como pilar básico e incontestable, no sólo en lo que a concepto de ‘film noir’ total y absoluto se refiere, sino como baluarte icónico del arte cinematográfico en general, más allá de etiquetas y categorías… ‘Forajidos’ supone la ejecución perfecta y virtuosa del concierto ‘noir’, de todos sus poliédricos elementos, perfectamente ensamblados entre sí, descubiertas y pulidas sus aristas más peliagudas e inverosímiles, a la vez que emerge la abrupta psicología de sus personajes de entre los pétreos claroscuros de la fotografía excepcional de Eldwood Bredell…
El libreto final de Anthony Veiller (basado en un relato de Ernest Hemingway y acariciado durante largo tiempo por John Huston) documenta perfectamente la corrupción del hombre honesto ante los encantos de la seductora vampiresa… Así Ole Anderson ‘El Sueco’ (Burt Lancaster), un exboxeador con ínfulas de delincuente, cae en las redes de la femme fatale por antonomasia, Kitty Collins (Ava Gardner), una peligrosa tigresa que poco tiene de gatita, concentrándose, en su trágica historia, toda la dureza, la turbiedad moral y el escepticismo inherentes al ‘noir’ que tan bien supo plasmar Siodmark en sus ejercicios del género… El perdido y obnubilado Lancaster fijando su triste mirada hacia la puerta de su cochambrosa habitación arranca un enrevesado relato en pretérito pluscuamperfecto, una espiral de ‘flashbacks’ que se retuercen ante las pesquisas del investigador de seguros Jim Reardon (Edmond O’Brien, again) y que sirve de devoradora plataforma argumental para una fatalidad a la inversa, un brillante ejercicio que incide todavía más en la dialéctica del perdedor traidor y traicionado, la redención de éste y la macabra duplicidad moral de los acontecimientos que a ella lleva el destino rebobinado…
Siodmark nos sirve un relato ciertamente perturbador, presentado con una absoluta lección maestra de dramaturgia y tensión narrativa, ayudado por la excelencia de su puesta en escena (brillante declinación de la nitidez hollywoodiense clásica hacia la rocambolesca reescritura expresionista), su infinito catálogo de luces y sombras, y la apabullante música, perfecta, de Miklos Rozsa…Evocar su espíritu no es un ejercicio de reivindicación, ni una categorización máxima del cine negro en sí misma, sino una forma de vertebrar y consensuar aquellos mecanismos que nos empujan a recordar ciertos títulos denostados del género negro… ‘Forajidos’ es una obra maestra casi totémica en su clase, un film imprescindible, una película absolutamente inolvidable y, por ello, debe ser recordada… Sea como motivo de celebración, homenaje, aniversario o simple restauración de una obra maestra, sea como faro redentor de un género a la deriva o sea por el simple y mundano placer de saborear, otra vez, un clásico infinito…
Sabino (Diari Menorca)
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9
20 de noviembre de 2014
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
(+) La puesta en escena de Fincher… Cada vez más simple, efectiva, madura y poderosa en detrimento de la sofisticación y el ‘viedoclipismo’ que le encumbró…
(-) El argumento (de Gillian Flynn, fiel a su propio libro) está abiertamente fracturada y tiende a la división narrativa, lo que puede causar cierta confusión..
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Nick y Amy Dunne (Ben Affleck y Rosamund Pike) son la pareja perfecta… En la misma mañana de su 5º aniversario de boda, Amy desaparece con evidentes rastros de violencia en su casa y, a medida que pasan los días y avanza la investigación, crecen las sospechas sobre la implicación del marido, mientras se va advirtiendo en éste un perfil mucho más complejo y perturbador de lo que aparentaba ser… El rompecabezas literario de Gillian Flynn le sirve al gran David Fincher para introducirse en el espinoso terreno de la superficialidad mediática y del acoso y derribo de la imagen pública, partiendo de la perspectiva cerrada de una pequeña comunidad de Missouri hasta llegar a un sobrecogedor ámbito nacional, y en cuya trama criminal se esconden unos muy trascendentes perfiles psicológicos y sociales… Un Fincher en su salsa, que vuelve a demostrar el enorme poder que sabe ejercer sobre la pantalla y que luce su asombroso músculo cinematográfico en ‘Perdida’ (‘Gone Girl’, 2014), este imprescindible, intersantísimo e intrigante thriller, que le empareja, como nunca antes, con el eterno enemigo de las rubias: Sir Alfred Hitchcock, of course…
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Es de sobras conocida la devoción servil y la frustración automutilante (satisfecha, en cierta forma, en sus posteriores maltratos cinematográficos a Kim Novak y, sobre todo, a Tippi Hedren) que Alfred Hitchcock profesaba por las diosas blancas y rubias…Su obsesión guardaba cierto parecido con la famosa patología que debe su nombre a Leopold von Sacher-Masoch; de hecho, Wanda von Dunajew, la fustigadora heroína de éste en su libro ‘La Venus de las Pieles’ (‘Venus im Pelz’, recientemente revisitado para el cine por Roman Polanski en ‘Venus in Furs’), le dice a Severin von Kusiemski, su rastrero acólito: “Tú miras el amor, y especialmente a las mujeres, como algo hostil… el poder que ejercen sobre ti te provoca una sensación de tortura placentera, incluso de hiriente crueldad. Un punto de vista genuinamente moderno”… Es más que probable que el David Fincher más deudor de Hitchcock hasta la fecha, haya sucumbido a las profusiones sadomasoquistas del maestro británico… O, al menos, es lo que parece, si atendemos a la desasosegante Rosamund Pike, la esposa perfecta, que antes fue la niña tras la Asombrosa Amy, estrella literaria infantil, y que luego devino novia cómplice, amante total y compañera amantísima, para acabar siendo la misteriosa rubia elíptica de Nick Dunne, a priori marido ejemplar, pero que esconde la poliédrica personalidad masculina de los nuevos tiempos, un Ben Affleck superlativo que juega a ser el yerno que todo suegro desea o el escritor frustrado por la crisis, reciclado a camarero y voraz consumidor de sueños sin cumplir…
Es más que evidente que al realizador de ‘Se7en’, ‘The Game’ o ‘Zodiac’ le gustan los juegos peligrosos y nada convencionales… Si Hitchcock hizo patente la vulnerabilidad de nuestras casas y atentó contra la idea misma del hogar, privando al espectador del apoyo moral que este ofrece, Fincher no sólo convierte los dormitorios y las cocinas en escenarios de un crimen (y a un gato robaescenas en testigo mudo de los hechos), sino que siembra duda, confusión y vulnerabilidad entre los falseados y manipulados lazos sociales de la pequeña población sureña donde viven los Dunne… Cuando la mente popular empiece a confundir y a manipular identidades, y el Gran Hermano censor provoque la morbosidad y el desconcierto que se requiere, emergerá la ‘hitchcockiana’ figura del falso culpable en Nick, esta vez llevado a un juego de espejos ciertamente esperpéntico (y en el que la imagen preconcebida del propio Affleck juega a su favor), cuya inocencia dista mucho, muchísimo, de ser advertida por el espectador… En un ejercicio de suspense asombrosamente posmoderno, Fincher se erige digno sucesor del mejor Alfred Hitchcock (y, de paso, en un genuino enemigo de las rubias)…
Gillian Flynn le sirve a Fincher un guión muy preciso de su propio libro, y éste responde con rigor y economía maestras, eligiendo las puestas en escena más apropiadas, independientemente de que éstas gusten más o menos, incluso absolutamente nada… Hace tiempo que la estética del primer Fincher dejó paso a una búsqueda interior de los recovecos más escabrosos del ser humano, poniendo en tela de juicio, sin sermones ni discursos, la velocidad de avance de la sociedad y la complicación del proceso informativo, merced a las nuevas tecnologías audiovisuales e informáticas…David Fincher evalúa la ambigüedad de los Dunne del mismo modo que el circo mediático distorsiona sus verdades ante la pusilánime audiencia… Nick Dunne no es un paria social como Lisbeth Salander, un psicópata ideológico como Tyler Durden o un gurú sociológico como Mark Zuckerberg, aunque quizá sí sea lo más parecido a un Severin von Kusiemski contemporáneo de la era de la televisión, el turbio y abnegado cónyuge llevado al límite de la servidumbre; una víctima más del matrimonio actual, moderno y enrollado, puro estereotipo, feroz sustituto de la fe religiosa e introducción inapelable a las inicuas formas de distribución del poder en la sociedad…
Sabino (Diari Menorca)
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4
20 de noviembre de 2014
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
(+) La acrobática persecución por la nieve, visualmente prodigiosa
(-) Si estos bichejos podían despertar algún tipo de ternura o melancolía en cierto sector del público, la película lo ha incluido en los descartes…
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Sumidas en una eterna reformulación mutante (que le es propia por autonomasia), las Tortugas Ninja llevaban siete años sin pisar las salas cinematográficas tras la terrible e insoportable propuesta animada dirigida por Kevin Monroe en 2007, hasta que el espabilado hocico ochentero de Michael Bay ha dado de nuevo con ellas… Con la salvaguarda tecnológica del CGI, regresa el “cowabunga” y la pizza a raudales con un aspecto bastante renovado y, supuestamente, repleto de humor, acción y transgresión… Bay reinicia a Michelangelo, Leonardo, Donatello y Raphael aspirando a una jugosa franquicia futura con otras dos bazas más que seguras: un director tan impersonal, protocolario, eficiente y pragmático como Jonathan Liebesman (‘Invasion a la Tierra’, ‘Ira de Titanes’) y su resucitada musa, Megan Fox, encargada de dar vida a la intrépida reportera April O’Neil… Lejos, muy lejos, estamos de aquellas inofensivas series animadas para la tele y de las tres películas de acción real llevadas a cabo a principios de los 90, cuyo humor, estética videoclipera (aparición del “rapero” Vanilla Ice incluida) y casposos trajes obra de la Jim Henson Creature Shop lograrían sonsacar más de una lagrimilla furtiva a cierta generación…
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¿Se te arrugó la nariz con polvos pica-pica mientras veías Tocata? ¿Escuchabas a un artista que sí se llamaba Prince? ¿Jugaaaaaaste con Joaquín Prats? ¿Bebías Casera Cola Sin Cafeína? ¿Rebobinaste cintas de cassette con un boli para no quedarte sin pilas? ¿Te hacían esperar dos horas después de comer para bañarte?... Si es así, es probable que tengas motivos para acudir al cine a ver cómo se las gastan hoy en día las Tortugas Ninja Mutantes de la mano del aquí productor Michael Bay, ese cineasta mainstream total, con especial fijación por los años 80, y cuyo mayor éxito (en su ya de por sí multimillonaria filmografía, of course) es la adaptación cinematográfica de los Transformers, los populares muñecos de Hasbro, otro icono juvenil ochentero… Si no aguantabas la tortura de esperar el chicle central del Kojak, si leíste ávidamente libros de la colección ‘Barco de Vapor’, si llevabas la paga semanal en una cartera acolchada Mistral, estás en territorio explorado y muy conocido…
En 1984, bajo el sello independiente Mirage Studios, Kevin Eastman y Peter Laird parieron un tebeo violento, barriobajero y bastante soez llamado ‘Teenage Mutant Ninja Turtles’, cuyo objetivo primigenio fue reírse un poco de aquella trascendencia oriental que impregnaba los legendarios comicbooks del maestro Frank Miller en aquellos años, especialmente su aportación ‘Ronin’ al personaje de Daredevil, muy influenciada por los grabados japoneses y las artes marciales… Rápidamente se convirtió en el título independiente de más éxito de la primera mitad de los ochenta y convirtió a los descacharrantes quelonios en figuras mediáticas de alcance universal, lo que desvirtuó bastante el sentido de homenaje paródico inicial… La evolución de las tortugas de marras siempre ha ido pareja a una búsqueda de popularidad exasperante, situándose por defecto a medio camino entre la animación catódica y la consagración cinematográfica que, al menos hasta ahora, nunca ha llegado…
Para ello Jonathan Liebesman, marioneta artística para los propósitos monetarios de Bay, propone un vehículo fílmico altisonante, de elevado tono pirotécnico y recargado gusto por el vértigo digital, la cámara en movimiento continuo y la estética de videojuego, como mandan los cánones actuales… Servido con similar recebo visual y sonoro al de la saga ‘Transformers’ y pensada en paralelo a ésta, ‘Ninja Turtles’ reitera la filosofía de Michael Bay por actualizar un merchandising de hace casi treinta años al gusto del dólar contemporáneo, pero poco más… Tampoco es que estos personajes le deban tanto al séptimo arte para que Mr. Bay deba respetar y/o homenajear su espíritu 80’s, pero es probable que las coreográficas peleas entre ratas, tortugas y robots samuráis o el mismísimo bótox de la Fox dejen bastante indiferente a los chavales de hoy en día y hasta puede que decepcione a los mayores generacionalmente implicados… Total, la herida cultural es básicamente la misma, solo que cambiamos mercromina por betadine… A Bay y a Liebesman, una Carta de Ajuste urgente, por favor…
Sabino (Diari Menorca)
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