No somos más que un cúmulo de experiencias rumbo a ninguna parte y el amor no es como lo presentan en las grandes producciones de Hollywood. Nunca aparecerá ningún Charles Boyer, un Bogart, dice Minnie, borracha hasta las trancas, el cine nos condiciona y no podemos escapar de su influjo. Nos miente. La vida no es así.

Nunca aparecerá una Rowlands en mi vida.

Esta es la historia de dos personas opuestas que terminan por complementarse tras múltiples colisiones, cuando se dan cuenta de que el amor no aparece en los lugares comunes, sino que se esconde tras el esfuerzo que supone asimilar las diferencias del otro. Al fin y al cabo, en palabras de Cassavetes, esta película es un cuento de hadas dedicado a todas las personas que se casaron con quien no debieron hacerlo.

Una comedia romántica. En las manos del director de Faces. Imagínense. Pura forma cassavetiana fusionada con el espíritu del slapstick delineando un conjunto de personajes únicos, a base de incisivos ataques, desgarradoras conversaciones y delirantes situaciones. Así, la ligereza inicial de una cita a ciegas acaba convirtiéndose en un crudo y grotesco monólogo que desvela al espectador las mismas entrañas de un personaje (curiosamente secundario) que, en su patetismo, acaba cobrando una entidad impropia de un personaje de tan poca importancia. Y así con todos. Cassavetes puebla su obra de pequeños personajes que terminan siendo enormes, por poco que sea el metraje que se les dedique. Esto no sólo se debe a su mano para retratarlos, sino también a las tablas que demuestra el elenco elegido, encabezado por su mujer Gena Rowlands y Seymour Cassel.

Uno de los mitos a derribar ligados al cine independiente es el de la supuesta improvisación perpetua que se le asocia, bien sea a nivel de guion o de trabajo de actores. Cassavetes, actor además de director, entiende todos los dilemas y neuras que pueblan la mente de un actor a la hora de abordar un personaje, y les permite explotarlos con una libertad que en ocasiones puede llegar a hacer peligrar la integridad del film (un ejemplo sería Husbands), pero siempre con un guion sólido en el que respaldarse. No es un viva la virgen.

Esta confianza ciega en sus actores y, de un mismo modo, en los personajes que representan resulta a la vez virtud y lastra, convirtiendo a la película en una de esas grandes obras que destacan no a pesar de, sino gracias a su irregularidad.

Totó fue un heroe desde el momento en que escapó del fuego.

No pudo volar hasta después de viejo porque su madre siempre le dijo que era peligroso. Su papá, que compartía nombre con otros tantos, pero que era único, desaparecía todos los días detrás de la puerta, hasta que dejó de hacerlo. Su hermana era la luz, y amenazaba a la virgen si algo no salía como ella esperaba. Y Alfred, su archienemigo, no era más que una proyección de él mismo, con un coche más grande pero igual de reluciente.


Totó creció y los colores se mancharon. Ahora sólo queda Thomas. Cartógrafo. No soñador, ya no.

Evelyne sólo podía ser ella misma. Y Thomas comenzó a fumar.

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Ya viejo, Totó regresa con su gastada gabardina y pretende recuperar lo que es suyo por derecho propio. Vivir de verdad, de una vez por todas y para siempre.

Rusty James avanza por el agua, estancada y verde. Todo se ha perdido ya, el espíritu y él mismo. La heroína ayudó y acecha. Sus movimientos, [sus alargadas aletas que forman un velo], elegantes y distinguidos, deslumbran en cada una de las peleas. La cámara, serena y liviana, los imita. El tiempo, presente. Rusty James y su hermano le dan la espalda al gran reloj situado en la calle, junto al sheriff. Rusty James avanza. Avanza hacia la nada.



Él, el chico de la motocicleta, ya lo sabe, y ve todo de un mismo color [el único posible], y piensa, como su padre, que la única escapatoria está en el mar.

Dicen que cuando colocas un espejo frente a un pez luchador, éste ataca a su propio reflejo.