Propondría un título alternativo para esta película: Bichos. O como ha dicho un amigo mío “la conclusión es que los animales están en todo, que están en el meollo del asunto”.
Dejando de lado el chiste, lo peor que puede pasar es que una película te deje indiferente, que ni siquiera puedas odiarla. Y esto es lo que me ha pasado con La Papaya esta, que por mucho que me diera por romperme un poco la cabeza para intentar averiguar a cuento de qué viene tanto bicho (y seguramente sea a cuento de algo, yo no digo que no), finalmente acabé por concluir que realmente es todo una estética del insecto que trata de ser muy mística y poética, pero que sin más. Pieza bastante prescindible.

No me cabe duda que como un mero producto de entretenimiento, que además invita a una reflexión de cinco minutos (no más), Atrapado en el tiempo resulta una comedía romántica aceptable. Lo que me chirría de toda la película es que establecidas las reglas del mundo en el que se van a mover los personajes, luego, de cara al final se subvierten en cierto modo, para dar paso a un enlace más efectista. Me refiero principalmente a que si partimos de que todos los días son iguales y nadie conoce a Phil, ¿como es que logran que en la escena final todo el mundo parezca conocerlo y quererlo como si llevara meses y meses en el pueblo (que sí los lleva, pero según las reglas establecidas los habitantes del pueblo no lo saben)? No me creo que sea porque salvó a todas esas personas y todas esas explicaciones absurdas que intentan justificar esto. Entiendo que este detalle quizás no sea relevante, pero me irrita que se salten sus propias normas en beneficios de un final feliz y entrañable.

Mal, amigo, mal. Si pretendes dar a conocer en el mundo occidental el genocidio armenio, no montas una historia en la que el peso dramático de dicho genocidio se pierde casi por entero. Si quieres que la gente sienta un mínimo de todo aquello no recurres a un cine dentro del cine para contar la historia, que al final simplemente te deja frío cada vez que hay un corte temporal que nos devuelve al rodaje.
Para lo que se propone, a mi juicio, la película está terriblemente focalizada. Quiero decir, no te da tiempo de involucrarte en la historia del genocidio, porque al plano siguiente ya estás saltando a los dilemas psicológicos que tienen los diferentes personajes, que es que están metidos con calzador y sobran enteramente.
Está bien el intento, porque hay ciertamente pocas películas que traten el tema, pero es muy plana y no llega a emocionar, que al fin y al cabo es lo que pretenden este tipo de películas.

Cristal dice…que las cosas van a salir bien. Puede decirse que toda la película gira en torno a esta afirmación, de un modo u otro, aunque a los protagonistas las cosas no les salgan precisamente bien. Woody Allen nos plantea una historia sencilla y costumbrista, que a su vez se bifurca en los conflictos que cada individuo tiene en su propia vida. Gira en torno a los enredos, pasiones y demás absurdeces de una familia londinense. Nos encontramos, por supuesto, con personajes tipo en este pequeño mundo de hora y media. Está el eterno hombre, ya entrado en años, que un buen día se las quiere dar de solterón treintañero y deja a su excéntrica y mística esposa al borde del suicidio. Luego, tenemos a la paciente y servicial hija que se las traga todas, casada con el típico escritor frustrado en busca de su musa, que resulta ser la virginal mujer fatal de la vecina de frente.
Lo mejor de esta historia, que realmente poco tiene de especial en sí, es su título, cosa que me llamo muchísimo más para verla que la propia sinopsis. Y aunque la película se aleje del título que reza, deja en parte ese sabor a esperanza e incluso falsa ilusión y como muy bien apunta el narrador: “A veces la ilusión funciona mejor que la medicación”.
Y es que las tramas que nos narra Woody Allen son perfectamente intercambiables por cualesquiera otras y no habrían alterado mucho la esencia de la película que radica precisamente en esa frase y en el personaje de Cristal, una farsante adivina que simplemente se pasa toda la película diciéndole a Helena, aquella mujer a la que ha abandonado su marido, que todo va a salir bien y que le espera un gran porvenir. Y ese es el motor que la mueve. Y acaso, si alguien nos pudiera asegurar a diario que no hemos de tener miedo al futuro, porque el futuro va a ser todo lo que nosotros queramos que sea, ¿no sería eso reconfortante? Cristal es, por lo tanto, aquella vocecilla interior que todos y cada uno de nosotros tenemos. Aquella vocecilla que nos rescata del pozo negro en el que nos hundimos día sí y día también. Es aquella curiosidad que nos hace seguir, la curiosidad de que después de todo la vida tiene unas maneras bastante interesantes de desplegarse ante nosotros y que lo único que se nos pide que hagamos es vivirla, preferiblemente sin cuestionarnos a cada momento por qué las cosas no nos salen como queremos.
Eso es lo que en un momento deja de hacer Helena, simplemente llega a profesar una fe ciega en el mensaje de Cristal, una falsa ilusión que le aporta ese consuelo. Y al final de la película, es precisamente ella el único personaje estable. Y todos los demás que se burlaban de las “falacias de aquella charlatana” ven como su mundo se desmorona, probablemente porque no tienen una cuerda a la que agarrarse, y si la tienen es tan etérea y terrenal que se les rompe cada vez que intentan trepar por ella.

Realmente la película no me ha gustado nada y tan sólo estaba intentando sacarle algún tipo de fondo.

Elegancia es la palabra que define esta cinta. Se respira en cada plano, cada movimiento de los personajes y cada silencio y palabra. Es una elegancia meticulosamente calculada, en algunos momentos incluso forzada, actuando como pantalla del interior de los protagonistas. Es difícil hacer una película en la que con la simple sugestiva se entienda todo y sin embargo en esta, que se ciñe exclusivamente a sugerir, queda todo muy claro. En general, no me gusta cuando la forma predomina sobre el contenido, pero en este caso la forma determina el contenido, quizá más que el guión en sí mismo que se caracteriza por ser muy sobrio y en cualquier otro director que rodase sin tener un guión marcado podría incluso llegar a ser caótico. Excepcionalmente acertada la elección de nunca mostrar los rostros de los cónyuges de los protagonistas, de esas conversaciones rompiendo el PLANO-CONTRAPLANO y de mostrar constantemente la silueta del deseo encerrado en el cuerpo de Maggie Cheung.

Son 95 minutos de desgarradora tristeza, melancolía y anhelo.

La único que me resultó un poco cargante es la continua incursión del Yumeji’s theme casi a modo de leitmotiv. Sí, la composición musical es magistral, pero creo que abusa un poco de ella, pero en otras películas también hace lo mismo, así que deduzco que es una característica muy suya.