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Críticas de Jose_Lopez_5
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Críticas 383
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6
5 de mayo de 2024
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si hablamos del repartidor de galletas oficial de Hollywood, Will Smith, tenemos que hablar de "Men in Black" (1997); la película que incrementó aún más su caché, su fama, y su lugar en el mundo como el nuevo negro favorito de América.

Tomando como base una de esas tontopolleces que tanto aman los estadounidenses, "Men in Black" contaba, con mucha guasa y buen ritmo, las aventuras de una organización ultrasecreta, ultrafinanciada y ultraexperta que controlaba a la población extraterrestre en nuestro planeta. Porque, sí, "Men in Black" iba de eso, de inmigrantes extraterrestres sacados de un cómic. Y como entre tanta lenteja siempre se cuela alguna piedrecita, pues también de cómo se le paraba los pies a los que no venían a pagar nuestras pensiones precisamente.

Smith, que acababa de reventar la taquilla con otra película de alienígenas broncos, no andaba muy convencido, pero la protocalva de su señora lo convenció de que aquello le permitiría dejar atrás a su personaje televisivo de una vez por todas. Me refiero, claro, a "El príncipe de Bel-Air" (en España lo titularon así de tontamente). Serie televisiva sobre unos negros forrados y sus cuitas del primer mundo. Honestamente, ahora pienso en cómo me reía y me siento raro. Cosas mías.

Total, que junto al tejano y sobrado de tablas Tommy Lee Jones, Smith se puso a las órdenes de Barry Sonnenfeld para proteger a nuestro planeta desde las sombras. Bueno, desde las sombras y con estilazo, que el traje chaqueta y la corbata eran tan indisociables como las gafas negras. Que antes muerta que sencilla, que diría una jovencísima María Isabel en Eurovisión Junior hace 20 años. Qué cosas, joder.

"Men in Black" lo petó en taquilla. Sus $90 millones de presupuesto pronto fueron recuperados gracias a sus $589 millones. Una jugada maravillosa en unos tiempos en donde todo lo marciano, alienígena o extraterrestre vendía bien. Era buena época para hablar de Raticulín.

A día de hoy, "Men in Black" ha envejecido, aunque no demasiado mal. Su historia sigue funcionando, y la frescura de ser la primera entrega le ha permitido mantenerse dignamente. Incluso su CGI, limitado en cantidad y calidad por los desarrollos de su época, no se convirtió en su talón de Aquiles. Su continuación, sin ir más lejos, no supo controlarse al respecto y, claro, pasó lo que pasó. Bueno, eso y que era directamente un bodrio.

En resumen, mucho antes de que los fracasos y la mala prensa de las hostias televisivas pusieran en su sitio a Smith, y bastante antes de que Lee Jones envejeciera de malísima manera (a este hombre el tiempo se lo ha comido sin compasión), el mundo fantaseó con poder borrarle la mente a los vecinos y lavarles el cerebro a voluntad.
Jose_Lopez_5
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5
5 de mayo de 2024
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Aunque en términos absolutos, y obviando el IPC, "Men in Black III" (2012) fue la más taquillera de las películas de la franquicia (la abominación del 2019 es tan horrorosa que parece ajena al canon), lo cierto es que fue la menos rentable, pues el presupuesto se desbocó. Pero... estoy corriendo demasiado. Rebobine, por favor.

En 1997 Barry Sonnenfeld, Will Smith y T. Lee Jones nos vinieron con "Men in Black", película sobre invasiones extraterrestres en donde Smith y Lee Jones formaban parte de una organización, secretísima a rabiar, que gestionaba las relaciones entre La Tierra e incontables razas extraterrestres. La misma que ponía orden cuando algo se desmadraba. Una idea, inspirada en las leyendas urbanas más conspiranoicas de la cultura yanqui, que supuso un soplo de frescor por su mezcla de acción y humor con un Smith en puñetero estado de gracia.

Al bombazo de aquélla le siguió su continuación, "Men in Black 2" (2002). Pelín tardía para lo esperable, la cinta incurrió con precisión suiza en los pecados de las continuaciones, incrementando su presupuesto y cagándola con ganas. Aunque no perdió pasta, su calidad mermó de forma cantosa, hasta el punto de parecer una mala parodia de la anterior. Incluso su CGI, en teoría más evolucionado, resultó horrible ya por entonces, haciendo de ella un horror con un guion nefasto.

Diez años después llegó esta otra, aunque ahora de la mano de un exgoonie. Uno que, a la chita callando, y tras décadas moviéndose en las sombras, acabó resultando el único de aquellos niñatos de Spielberg que supo convertirse en un buen actor. Josh Brolin, quién si no. Y, oye, nadie lo hubiera dicho viéndolo en aquel papel tan idiota cuarenta años atrás, mira tú.

"Men in Black 3" tardó lo suyo en aparecer y, aunque oficialmente el desastre cualitativo de la segunda no fue el motivo, convencido estoy de que tuvo mucho peso. Porque telita con aquella tontería de principios de siglo. Sea como fuere, ésta pretendió no pifiarla como su predecesora, algo que, si bien en parte logra, no acaba de funcionar del todo.

Para ello hay que tener presente que esta tercera entrega busca volver a los orígenes, pero le sigue faltando la frescura de la primera y, por qué no decirlo, vuelve a sufrir de ese mal endémico que es el CGI que envejece como el mal vino. Porque tiene narices que en el 2012 siguiera sin haber manera de lograr un "chroma" en condiciones o personajes digitales que no chirríen en algunas escenas. Aunque, claro, que se lo digan a "Aquaman y el reino perdido" (2023), con sus muñegotes de plastilina digital.

Otro problema, y no menos importante, es que hay dos personajes que le hacen mucho daño. Y no hablo de Smith y Brolin, sino de Jemaine Clement y de Michael Stuhlbarg. O, si lo prefiere, de Boris "El animal" y del bocazas de Griffin, el tío del gorro de invierno. El malvado y el insufrible secundario cómico metido para arreglarlo todo porque sí; porque él conserva la solución a todos los problemas.

He dicho, y no me cansaré de repetirlo por si alguien de la industria alguna vez me lee, que un malvado debe estar, al menos, tan trabajado como el héroe. Y Boris, para qué engañarnos, es un mal chiste sin gracia. Un macarra zarrapastroso que no tiene ni carisma, ni personalidad ni historia ni nada. Solo quiere matar.

Luego está el coñazo de Griffin, auténtico dolor de huevos que, desde que aparece en pantalla, cae gordo. Y no solo por su patética caracterización medio lela, que sí, sino porque no se calla ni bajo el agua, tan incómoda es su verborrea. Asumo que sobre el papel debió de parecer un personaje genial, pero creo que muchos coincidimos en que en pantalla es un petardo del que, además, no llegamos a saber casi nada.

Porque ese es otro problema: la cinta es una continua persecución que ya no ofrece nada de interés. Casi no se molesta en contarnos nada más sobre los hombres de negro, con la salvedad de un detalle personal que es lo único a destacar. Del resto nos quedamos más o menos igual. Otra invasión y otra vez corriendo de un lugar para otro, pero ahora jugando con el tiempo (véase spoiler 1). Poco interés queda para verla, salvo el nombre de la franquicia.

Decía al principio que, de la trilogía, fue la que más taquilla acumuló, aunque su presupuesto descontrolado, con $225 millones que no sé en qué narices se fue, la dejó muy tocada como inversión. Al menos le queda el consuelo de saber que no fue la peor, porque siete años después rodarían una aberración que ganas daban de sacarse los ojos.

En resumen, la franquicia de los tíos chaqueteados con mal carácter ha sido una cuesta abajo cualitativa en sus más de veinticinco años de existencia. Aunque esta remonta un poco tras el bache de la segunda, tampoco es para irse con la cabeza alta.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Jose_Lopez_5
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3
28 de abril de 2024
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"Men in Black" (1997) fue una película fresca que surgió durante la moda extraterrestre de la segunda mitad de los 90. Si Emmerich nos trajo una invasión propia del "Space Invaders", Burton marcianos con mucha guasa, y Verhoeven una crítica mordaz al militarismo, Sonnenfeld enganchó a Will Smith y Lee Jones para hablarnos sobre una de esas leyendas urbanas (estadounidenses, por supuesto), sobre conspiraciones del Gobierno con aliens de por medio. Los allí misteriosos hombres de negro (en España ni puta idea, oye). Lo tenía fácil, la verdad, pues Mulder y Scully le habían preparado el terreno, y Smith corría pletórico por su mansión con los bolsillos llenos de billetes tras "Independence Day" (1996).

"Men In Black" combinaba lo manido de las invasiones extraterrestres con la burocracia gubernamental y su tendencia a oficializarlo todo con formalismos absurdos. De esta manera, los hombres de negro de Sonnenfeld lucían un rictus serio, deambulaban chaqueteados, hablaban como funcionarios de Hacienda, y arrastraban un estilo metódico y unas formas empresariales yanquis de mediados de siglo que, por un lado imponían, y por otro provocaban risa contenida. Todo ello con unas dosis de humor bien medidas que permitiesen deglutir lo que no dejaba de ser terrible.

Porque la realidad es que el trasfondo de los MiB es espeluznante. A saber: la realidad es todo mentira; el Gobierno (yanqui, ejem) es en realidad una entidad fáctica que negocia y cobija a seres de otros mundos; una organización suya operando en la más oscura sombra, los "Men in Black", usa tecnologías avanzadísimas para lidiar con tales cuestiones extraterrestres; y mientras, a los ciudadanos se les borra y reecribe la mente, sin ningún límite ni ética, si por un casual llegan a sospechar algo. Al mismo tiempo, incontables alienígenas inmigrantes de variopintas razas residen ocultos entre nosotros, algunos con peores intenciones que otros. Ello deriva en un esfuerzo continuo por mantener el orden, cuando no evitar la destrucción del planeta.

La premisa anterior era tan absurda y exagerada que no se sostenía, por lo que la historia se escudaba en esa organización secreta, dotada de recursos casi infinitos, un personal ultracualificado, y unos medios fantasiosos, para mantener la gran farsa a escala mundial (es decir, EE.UU). A pesar de todo la mezcla funcionó, en gran medida gracias a que Smith y Jones hicieron buen uso de las reglas de las "buddy movies", haciéndonos olvidar que eran dos fascistas, encantados de su trabajo, que formaban un duo tan emblemático como el paranoico de Mulder y el culito prieto de la Scully. La prueba de los lereles, además, no dejó duda: $90 millones de presupuesto, $589 de taquilla. Ahí, en "to los piños". Por ello, cuando en el 2002 estrenaron la continuación, la reacción más obvia fue de asombro. No porque hicieran una, sino por lo mucho que tardaron.

"Men in Black II", sin embargo, fue distinta. Distinta para mal, porque hizo valer aquella máxima de "Segundas partes nunca...". Los productores, con Sonnenfeld de nuevo al mando, volvieron a repetir ese mal endémico de las continuaciones en el cine, remachando con más fuerza aquello que funcionó en la primera entrega; estrategia perfecta para joder una película o estropear un estofado. Porque las recetas, gente, están para respetarlas. Si te dicen una cucharadita de sal, no eches un puñado.

El resultado fue una nueva entrega que incrementó las dosis de humor sin control, tornó la historia aún más surrealista, y dio un mayor protagonismo a un CGI que aún no estaba pulido. Semejante mamarrachada culinaria no acabó bien, pues casi desde el primer minuto la película parecía empecinada en autodestruirse, parodiando casi todo lo que la caracterizó en la entrega anterior. Esto, claro, provocaba malestar (al menos a mí), pues continuamente sentía vergüenza ajena al ver aquello en lo que habían tornado a los personajes, las situaciones y la ambientación. A ello se sumaba un CGI que, año tras año, se veía cada vez peor (en el 2024 se ve fatal), provocando la ruptura de la suspensión de la incredulidad. Porque la MiB del 97, con sus infinitas chorradas, al menos te enganchaba con su propuesta. Esta otra, sin embargo, cada vez que te tiene cerca te arrea una colleja por ingenuo.

Nada de esto le impidió, sin embargo, hacer sus buenos mortadelos, aunque el ratio de rentabilidad cayó: $140 millones de presupuesto, $445 millones de taquilla. Ya quisieran otros trabajos brillar así aunque, ojito, no fueron las cantidades de la primera. Y eso, claro, tuvo consecuencias, como por ejemplo que tardaron una década en sacar la tercera. No obstante, y hasta donde yo sé, esa nunca fue la razón oficial del retraso.

En resumen, otro caso más de una franquicia que la lía parda en su segunda entrega. Es una maldición de la que pocos trabajos escapan. Me quedo con una escena de la anterior entrega (véase spoiler 1).
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Jose_Lopez_5
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6
30 de marzo de 2024
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Segunda entrega de la chiclosa adaptación de "El hobbit"; material desproporcionado fruto del amor de Jackson por el pecunio, a quien le cambió la vida tras trasladar "El señor de los anillos" a la pantalla una década atrás.

El neozelandés, pagadísimo de sí mismo a esas alturas, y convencido él de haber sido elegido por los hados como el único capaz de adaptar las obras de Tolkien (cosa que no podemos negar por ahora), se entregó a la codicia sin control. Primero atacando por la vía legal para que le pagasen aún más por su trabajo en la trilogía anterior y, después, deformando un libro infantil a base de relleno para así volver a hacer caja con otra trilogía. Por lo visto su amor por la obra de Tolkien discurría paralelo al cariño por su cuenta bancaria.

Así, en esta segunda entrega a los protagonistas les sucede de todo, convirtiendo cada pasaje de la novela casi en una pequeña película. Y eso cuando es material de la novela, porque Peter insertó personajes y subtramas nuevas a voluntad. Esto derivó en una extensa aventura con arañas, una circense pelea en barriles deslizándose por unos rápidos, un rollete romático interracial, cuitas políticas locales y, por supuesto, el allanamiento de la Montaña Solitaria. De hecho, para cuando sucede esto último el espectador ya anda bien saturado de aventuras, por lo que algunos nos preguntábamos cuánto faltaba para la próxima parada y fonda.

Sin embargo, lejos de dar un respiro la épica continúa, tocando ahora el despertar de Smaug, quien ya parecía dormir entre los mitos. Un peligro que, pronto, se transforma en uno de los mayores dolores de huevos de la película, no tanto por amenazar a los protagonistas, como por encarnar a uno de los personajes digitales más petulantes, insidiosos y coñazo. Tanto es así que, apenas despierta, ya está dando la murga con su cháchara pretenciosa.

No obstante, y siendo ya lícito entornar los ojos prestos a abandonar, la historia apuesta por otro salto mortal, ahora en forma de una alocada persecución en donde, no solo Smaug luce su insufrible verborrea, sino que también se revela medio lelo por cómo lo torean. Un hecho que domina un tercer acto difícil de soportar, con los protagonistas corriendo como pollos sin cabeza y luciéndose cual saltimbanquis, mientras ejercen toda clase de bricolajes con máquinas abandonadas sin que daño alguno les suceda, aun cuando fuese una triste rozadura.

Al parecer, a Jackson le debió de parecer gracioso que los personajes experimentasen retos físicos propios de superhéroes y capacidades de esquiva inverosímiles. Todo ello frente a peligros que amenazaban sus vidas a pocos centímetros y cada pocos segundos. Tanto es así que hay partes del metraje que orillan la comedia, tan exageradas son las habilidades de los protagonistas y tantas las casualidades que los salvan in extremis.

"La desolación de Smaug" (2013) es, por tanto, una película que ya anticipa el desvarío superlativo que se nos vendría encima con la siguiente entrega, pues en ella se vislumbran las bobadas y números de circo que Jackson quiso incrustar en estas entregas. Una montaña rusa en donde la acción descerebrada primó sobre los personajes y la historia, en una maniobra que algunos hemos interpretado como una borrachera de soberbia.

En resumen, ha pasado más de una década, y la cinta sigue luciendo como un peñazo empecinado en alargarlo todo para justificar más entregas. Prueba de que hay personas que, cuando triunfan, se creen los reyes del mambo.
Jose_Lopez_5
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4
28 de marzo de 2024
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Me encanta escribir críticas sobre Schwarzenegger. La mezcla de nostalgia, admiración personal y fascinación por sus contradicciones me resulta hipnótica. Lejos de parecerme un tipo despreciable o un ganador al que idolatrar, Arnold capta mi atención por su naturaleza humana. Una imperfecta pero amplificada gracias a unas cualidades tan virtuosas como condenatorias. Tanto es así que estoy convencido de que, cuando le falle el corazón y nos abandone (véase spoiler 1), será el candidato a las más grandes de las miniseries, películas y documentales. Porque lo suyo hay que llevarlo al cine, a la tele y adonde haga falta, tan llamativo es todo lo que rodea a su persona.

Ahora bien, si volvemos la vista atrás, comprobaremos que Arnie hace ya tiempo que no triunfa frente a las cámaras. A título personal considero que su etapa de gloria correspondió al periodo 1982-1994, enmarcado entre "Conan, el bárbaro" (1982) y "Mentiras arriesgadas" (1994). Una época a la que siguió una trayectoria decadente, en especial tras su primera operación de corazón. Tanto, que seis años después dejó el cine y abrazó la política activa durante ocho años. Un tiempo que, dada su situación profesional y personal, tuvo un grave impacto en su imagen.

No en vano, allá por el 2011, año de su salida de la política, sus pelotazos no solo se veían cada vez más lejos en el retrovisor, sino que el mundo andaba sumido en una crisis económica brutal, nuevos actores habían maniobrado para ocupar el vacío de poder que dejó (con Dwayne Johnson como principal usurpador), las redes sociales ya empezaban a borrar la inocencia de las masas a golpe de cinismo y crueldad, y su propia imagen como gestor andaba en paños menores, dado que gobernar California resultó más difícil de lo que él vaticinó.

Por ello, cuando Arnold regresó al cine se encontró con que el mundo ya no era como cuando él se fue, como tampoco él era la misma persona que lo abandonó. Los años pesaban, los gustos habían cambiado, y su otrora fama estelar, aunque aún reconocible, no resultaba tan interesante para el nuevo público. Porque la realidad era que Arnold ya andaba más cerca de ser un abuelo que del gran héroe incombustible de los 80 y 90. No extraña, por tanto, que sus intentos por volver al candelero fuesen discretos, aun cuando diversificó con el drama o incluso el terror. Arnold había enfilado el crepúsculo de los dioses.

Desde entonces Schwarzenegger ha estado dando bandazos. Desde dibujos animados hasta volver a intentarlo en dos ocasiones con la franquicia de "Terminator". Entre medias, vueltas al cine de acción, muchos documentales (muchísimos), apariciones fugaces en algún producto ajeno e, incluso, papeles de secundario a las órdenes de Stallone. Ojo a esto: Arnold trabajando de secundario, como si, de nuevo, fueran los años 70 y tuviera que abrirse paso. Ver para creer (véase spoiler 2).

Los resultados, a la vista saltan, distan de ser brillantes, algo de lo que el propio austríaco parece ser consciente, como tampoco sus intervenciones públicas atraen el mismo interés que antes. Época ya lejana en la que podía aparecer en cualquier programa de televisión, realizar declaraciones ingenuas y casi bobaliconas, y acabar en loor de multitudes. El mundo ya no funciona así.

Esto ha derivado en una toma de conciencia de su situación y en una explotación a trote cochinero de lo que resta de su imagen. En otras palabras, está vendiendo lo que aún queda de sí mismo consciente de que cada vez vale menos. Una estrategia que lo está llevando a protagonizar anuncios de lo que se tercie: videojuegos, cerveza, coches eléctricos, herramientas de bricolaje e, incluso, seguros. Porque, sí, ahora Arnold vende seguros.

Así, "State Farm Insurance" es el nombre del nuevo postor al que Arnold ha vendido su imagen y clichés vinculados a su persona. Para lograrlo, recurre, cómo no, al humor, tomándose a chufla sus problemas de pronunciación, sus frases míticas e, incluso, sus colaboraciones pasadas con Danny DeVito; otro al que también hace tiempo que no llaman para nada especial, y que tampoco se lo ha pensado mucho cuando le ha tocado amortizar lo que le queda (véase spoiler 3).

El resultado es un spot televisivo de seguros en donde Arnie, tirando del cine dentro del cine, nos cuenta la intrahistoria que rodea a sus intentos por rodar anuncios de esa aseguradora. Ya sabe, esas mafias de las que es ilegal lucrarse, pero que sí pueden hacerlo de los demás a base de estafas, abusos, mentiras y un potente cuerpo de abogados. Si alguna vez se las ha tenido que ver con una aseguradora entenderá bien de lo que hablo. Vamos, como la banca.

En resumen, poco que rascar tenemos aquí. Arnold se ríe de sí mismo mientras intenta convencer a la gente de que contrate un seguro del hogar, en lo que es un acto de tintes humillantes. Si no fuera porque en España está prohibido, capaz sería de vender enciclopedias puerta por puerta. Al Chuache no se le puede negar capacidad para reinventarse, pero lo mismo debiera fijar algún límite en nombre del amor propio. Por dinero no será, eso seguro.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Jose_Lopez_5
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