Logra reflejar bien el dolor de las víctimas, los testimonios de cada horror por el que fueron pasando a partir de la caída de la bomba, el estallido, la desolación, la pérdida, la enfermedad, el dolor de la curación, la exclusión. Así, las entrevistas llegan a ser conmovedoras, y las imágenes documentales impresionantes, testimonios del sin sentido total de la guerra nuclear y la forma en la que destruyó las vidas de las personas de Nagasaki e Hiroshima. Sin embargo, no reflexiona en nada sobre la persistencia de la regulación norteamericana luego de la segunda guerra, teniendo tramos casi propagandistas, basándose en la ridiculización del japón de pre guerra y en un enaltecimiento posterior de la ocupación norteamericana.

Cuando se renuncia a las palabras y al contexto se debe tener mucho cuidado. La articulación de las tomas que hace Loniztza construyen de forma hermosa el relato que él quiere hacer de la situación en Ucrania. Sin embargo, ese relato está construido de forma unidireccional y simplista. Nunca vemos más allá de la superficie de la imagen. Nunca vemos por qué esa gente se manifiesta ni tenemos referencias al resto del pueblo ucraniano. Luego se vería que buena parte de los partidos que organizaban el movimiento eran filonazis o ultraderechistas; que el derrocamiento fue impulsado desde sectores exteriores, que mucho del pueblo ucraniano no estaba de acuerdo con los manifestantes, que había francotiradores que disparaban a policías Y manifestantes, que esos francotiradores provenían de sectores pro europeos, que la destitución fue irregular y sin fundamento legal, etc.
En muchas de las consignas y discursos algunas de estas cosas se filtran: las referencias constantes a dios, la U.E. como sinónimo de libertad, la idea subrepticia del respeto a la ley y al “estado de derecho”, y otras marcas ideológicas. Tampoco se menciona que se trataba de un gobierno elegido democráticamente y al que apoyaba más de la mitad de la población del país. La postura simplista de Loznitza también se observa en los textos que elige introducir como separadores y contextualización del conflicto, los cuales intentan reforzar la lectura que el dispositivo construido impone.
Estas objeciones no invalidan el registro de la participación popular retratada, pero la dicotomía que se pretende presentar en la película no refleja la compleja situación del país, ni se hace un retrato completo del suceso del Maidan. Todas esas complejidades quedan ocultas bajo el registro de Loniztza, que en ningún momento elige profundizar. Sin dudas, se trata de una película con pasajes muy bellos, pero no aporta nada a la comprensión del problema al que hace referencia. No hay reflexión, ni problematización, ni comprensión. La película tiene grandes momentos en lo que es su forma, utiliza recursos que estéticamente son notables y que recuerdan a pinturas de Turner y que nos sumergen en el suceso, sin embargo, el hermoso registro termina siendo sólo una cáscara.

Ésta película no habla de la moral. No habla de la justicia. Eso es cierto, pero tampoco es que venga a ofrecernos nada más que el discurso de un loco, de un misógino, de un fascista. Con mucho de libro de Vian, poema de Bukowski o Rossetta de los Dardenne, le pone la desesperación en la cara al espectador, el sin salida, el sólo contra todos, que es absolutamente real y no tiene que ver con una excepción, con una locura, tiene que ver con la desesperación más básica y que está todo el tiempo presente para la mayoría del mundo.

Es que la película está tan cerca de eso que casi que impide aplicar la etiqueta, deshacernos del carnicero y decir que es un loco. Si hay algo difícil de digerir de la película me parece es eso y es excelente que así sea.

La voz en off está completamente direccionada a meter al espectador en esa desesperación y pocas veces sentí del sonido de una película una relevancia tan grande. La actuación de Nahon es increible, en especial la que no vemos, lo demás no lo necesita tanto porque también circula la idea de el movimiento interior del personaje que vive mucho a través de la narración que él mismo hace de sí en su pensamiento.

El final abre y vuelve, pero a la vez esa oscilación deja ver otra cosa que algo que saltee ese paso no hubiese podido lograr.

No hay dudas de que la película es difícil pero no porque el personaje cause náuseas, sino porque tiene un elemento de realidad muy fuerte, porque justamente no es que se tenga que decir que el personaje es inmoral, en la realidad del solo contra todos, ¿quién puede venir a decirle que está mal sin invocar, como se dice en la película, la moral de los ricos? Como se dijo por ahí el personaje avanza por sí mismo y escapa a los estereotipos, incluso a aquellos que por las cosas que hace el personaje se haría más fácil aplicar.

Todo esto es mérito de Noe, que rompiendo en muchos niveles genera una película muy buena y original, de la que cuesta salir limpito.

No puedo hablar con sabiondidad del cine japonés. No se qué tanto se puede hablar de una gratuidad de las escenas de El sabor del té. Por ahí en realidad, no funciona de esa manera, lo que digo es que la película no funciona tanto por referencia a una narrativa exacta, sino más bien en consonancia con la vida cotidiana, digamos, en ese tono. Las cosas suceden sin tanto dramatismo y así vienen también las muy buenas secuencias de la película de Ishii. No encuentro una conexión de sentido gruesa y subyacente más que el hecho de que estas personas viven juntas y les pasa la vida. En esta dirección, las diferentes cosas que van atravesándose en el camino de cada miembro de la familia, por el
tratamiento que les termina dando Ishii permitan poetizar espacios completamente inesperados. Y revelan cuotas de belleza, a falta de una palabra menos cargada de giladas,
porque esta poetización implica desde materializar la fantasía y el juego hasta un cambio de foco sobre los sucesos que genera que se supere el absurdo o el frikeo de algunas escenas y se entre en un terreno diferente, en el que lo bizarro deja paso a imágenes que se tornan mucho más cercanas y profundas que esa sensación de extrañeza freak, turística o exótica que pueden causar en nosotros occidentales algunas tradiciones o no tradiciones orientales. Lo que sucede casi en el final, me parece es clave, los cuatro libros son como una replicación de lo que pasa con la película, del cómo se puede aprehender lo que la película ofrece.

A mi me parece muy buena, es cierto que es blandita, por ahi hasta tiene algo de posmo, pero la cosa pasa por otro lado, no por nada la película se llama -El sabor del té-.

Un tema como este no puedo sino juzgarse en el terreno del sentido que el director termina dándole a lo que armó en su película. Y me parece que el mayor logro de la película es poner a girar alrededor del horror de los campos de concentración una premisa básica: todo esto no está tan lejos de nosotros.
La música por momentos es rutinaria, se va articulando a un proceso, en el sentido en que me hace recordar el funcionamiento fabril, a esas películas didácticas que se solían hacer acerca de la industria. Lo mismo para la narración que se hace del diseño, del aprovechamiento, de la replicación en miniatura de la sociedad en la que vivimos, y de todas las contradicciones que la misma sociedad porta. Esto es sumamente importante cuando se habla de lo que fue el genocidio nazi: una verdadera industria en un sentido mucho más fuerte que en otros casos de matanza y genocidio. Sistematicidad, burocracia y aprovechamiento.
Esa premisa guía toda la estética de la película me parece, y es notable que así haya sido en ese momento de la historia, con todo tan cerca y tan fresco. Me parece que en la película hay una gran profundidad sociológica en este sentido. No recurre a una demonización del nazismo, recurre a poner esa verdad tan difícil lo más cerca que se pueda del espectador porque la realidad es que está cerca de él. De realmente preguntarle al que mira: ¿quién es responsable?

Junto a Shoa y por diferentes caminos, me parece el mejor trabajo que se ha hecho alrededor de lo que fueron los campos de concentración y exterminio nazis.