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Antigua y Barbuda Antigua y Barbuda · Fea
Críticas de Rodolfo Lasparri
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Críticas 61
Críticas ordenadas por utilidad
8
22 de octubre de 2010
9 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tic: yo soy responsable...
Tac: (…)
Tic: yo soy noble...
Tac: (…)
Tic: yo soy educado...
Tac: (…)
Tic: me gusta ayudar a los más necesitados...
Tac: (…)
Tic: no entiendo tu silencio.
Tac: (…)
Tic: no sirve de nada.
Tac: (…)
Tic: ¡Habla!
Tac: (…)
Tic: Tu silencio me asusta, ¿porque?
Tac: (…)
Tic: ¿porque soy como soy?
Tac: (…)
Tic: porque tengo miedo.
Tac: (…)
Tic: me doy asco, tendrían que matarme.
Tac: (…)
Tic: ya, pero no puedo vivir así siempre.
Tac: (…)
Tic: el tormento mejor que esté lejos de mi.
Tac: (…)
Tic: ¿Qué hay para cenar hoy?
Tac: (…)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Rodolfo Lasparri
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5
9 de septiembre de 2014
8 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Zach Braff, dirige, protagoniza y co-escribe (con su hermano Adam), esta película financiada a través del crowdfunding de sus fans. Conocido por protagonizar la exuberante serie Scrubs y luego aplaudido entre la escena independiente americana por “Algo en común” (Garden State, 2004), ahora se presenta con más de lo mismo.

Braff interpreta a Aidan Bloom, hombre juguetón y poco responsable, a quién la vida (o la de su padre) le invita a reflexionar sobre aquello que es lo más importante: el dinero. El dinero para pagar la escuela judía de sus dos en-can-ta-do-res hijos. Luego de la posterior y obligada charla con su mujer decide algo grande y responsable. Y responsable. Ocuparse de sus hijos. ¿Lo primero? Sacarlos del aburrido colegio y luego ¡a pasárselo en grande! Su hermano, por su parte, incapaz de despedirse de su padre en el lecho de muerte, le dará el toque dramático al film. ¡Que no juzgo inadecuado! si no que participa de una estética seriéfila que gustará a muchos y hará chirriar a unos pocos.

La simpatía del protagonista juega un papel fundamental a la hora de sumergirse en el proyecto. La ecuación es fácil. Si Zach te cae bien, la película te gustará. Si Zach te cae mal, vas a dormirte a ritmo de Bon Iver, con sus atardeceres en el desierto y planos a cámara lenta típica de spot publicitario to guapo guapo. Promete ser un sueño agradable. No lo niego.

Eso si, serieadictos del mundo, vais a gozar reconociendo caras de la pequeña pantalla. Empezando por Sheldon Cooper (Jim Parsons), genio interpretativo hecho para un solo papel, Mandy Patinkin quien interpreta un hombre sereno y lúcido muy cerca del Saul de Homeland, o Joey King, la hija de moda, de gruesos labios en Fargo y pelo corto en este film. Ashley Greene de la saga Crepúsculo, Kate Hudson y Josh Gad terminan con el reparto.

La trama se sustenta en la capacidad del espectador de no mirar de frente. Dicho de otra manera, no es ficción, es fantasía. Pero de la peor calaña. Fantasía americana. Esa que con un “por favor” sincero, puedes saltar los controles de cualquier aeropuerto para alcanzar a tu amor antes de que suba a “ese maldito avión”. Esa fantasía de musical. Esa de panaderías francesas y abuelos bailarines. Ese infierno de Truman donde el vecino te sonríe por las mañanas mientras termina de regar su jardincito y grita “¡buenos días!”. Esa donde un padre puede probar con su hijos “como ruge esa buga nuevo descapotable” por las carreteras con planos aéreos porque el vendedor de coches piensa “¡que carajo! ¡un día es un día! ¡vamos muchachos! ¡subid, aprisa!”…ese rollo, ¿si? Pues si uno entra en ese estado de embriaguez norteamericana guiñando el ojo y sin mirar atrás, pasará un muy buen rato. Porque, al fin y al cabo, no hay mucha diferencia entre esquivar y andar haciendo eses. Y si uno puede esquivar algunos gags desafortunados por aquí, cierta fijación judía por allá, y dichas licencias fantásticas, se encontrará con una historia sencilla que habla de la vida, la muerte, la relación con el otro, la familia, el trabajo, la salud, los hijos y un montón de elementos de lo más emotivos que consiguen dar con cierta diana. No nos engañemos.

En cierto momento del film, el protagonista en un alarde de madurez, decide llevarse a sus hijos al desierto donde, cuenta, que tuvo un momento de epifanía. Se preocupa para describirnos su significado y se lo agradecemos. Pero aquellos espectadores cazadores de epifanías cinematográficas o aquellos que busquen alguna forma de manifestación luminosa en el cine, solo van a encontrar sombras y algún que otro fugaz halo de luz.
Rodolfo Lasparri
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Pepe & Rubianes
Documental
España2011
6,4
257
Documental, Intervenciones de: Pepe Rubianes, Pep Molina, Joan Manuel Serrat, Joan Gràcia ...
3
1 de marzo de 2012
8 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
…y poco a poco a uno le empieza a dar urticaria cada vez que oye la palabra “homenaje”.

Lo primero es lo primero. Al habla un completo admirador de Pepe. La nota no va para el ausente protagonista.

Que nadie se engañe esto no es un documental. No. Aquí se trata de juntar a personas cercanas a Pepe y hacerlas charlar sobre él. Punto.

La idea de los bustos parlantes tiene buena pinta, pero el resultado roza el ridículo. Deviene en una especie de competición por haber quien era más amigo. Por suerte, Serrat (la mayor parte de sus intervenciones rozan el “chocheo”), pone algún elemento interesante como por ejemplo aceptar que nadie de los que está hablando (léase Bozzo, Toni Coll, Manel Pousa, Serrat y Joan Gràcia) lo conocía bien. Gracias a esta panda de “viudas” el retrato de Rubianes deviene en un tipo que no le gusta escuchar a sus amigos y solo le gusta hablar de él y nunca de cosas importantes. En fin. La miopía es enorme. A ver, como lo digo (…) ¡Sois su público! Eso sí, con palco permanente y entrada gratuita. Si Rubianes era el centro en todas las cenas con sus “viudas” era porque no eran sus amigos si no parte de su público. Veras, entre amigos lo que debe haber es aprecio y cariño. Entre vosotros había admiración y aplauso. (A Flavià y a Pepe Molina les dejo al margen de tales juicios).

No dudo que Rubianes fuera un hombre cerrado en su universo (tremendamente rico), pero tampoco dudo que hay por el mundo gente que se ha cruzado con él y lo conoce mucho mejor. Gente con la que se pueda construir un documental bien hecho, bien documentado y no este ejercicio de onanismo colectivo con grandes dosis de empeño para conseguir la vergüenza ajena. “¡…ño!” pregúntales a sus novias, vete a Etiopía, busca con quien trabajó, busca al camarero del bar que iba cada día, no sé, ¡Haz tu trabajo! (…) pero bueno amigo, ya conocemos las reglas, Roures habla y todos callan.

¿No huele todo a incienso? ¿…y del caro?

En fin.

(...)

Por cierto, ¿dónde está Buenafuente? Otro tanto para el de Reus.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Rodolfo Lasparri
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7
2 de agosto de 2013
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Situados en medio de una zona rural cargada de vegetación, los protagonistas actúan como símbolos andantes. El bosque, siempre como elemento universal y espacio de naturaleza humana, actúa de hogar para la familia pero también es donde nacen todos los miedos. Ir a dormir se presenta como una amenaza. Pero vamos por el principio, cuando sale el sol.

Con gusto por el detalle y con carácter sigiloso, se nos va presentando el amanecer de la familia, uno a uno, en su cotidianidad miserable. Una madre pluriempleada, una abuelo enfermo mental en el sofá, una hija responsable y fantasmal y, por último, un hijo algo gamberro. Cada uno, a su manera afrontan el día de la mejor manera posible. La madre intenta olvidar y pasar página, la niña se refugia en el colegio e intenta buscar información vía internet de lo ocurrido, y el niño, sin ir a clase mata el tiempo deambulando de un sitio a otro, recordando los paseos de ese Edmund de “Alemania, año cero” (Rossellini, 1948). Pero por mas que intenten conseguir un estado relajado, la tensión existe y por partida doble. Por una parte, en la esfera privada, es obvia la sensación de ser los protagonistas de una caza, de una persecución, de ser blanco perfecto, de acecho invisible constante. Y por otra parte, en la esfera pública, las escenas de rechazo social son varias. Es decir, la tensión latente en todo momento por evitar ataque ajeno suma con la tensión racial que existe en Hungría de forma creciente.

Son pocos los trabajos que se atrevan con la polémica racial gitana, con un enfoque sin estereotipos y sin duendes. Más allá de los retratos de brocha gorda de reportajes callejeros y del algún que otro documental, de vez en cuanto, se nos presentan proyectos donde las comunidades gitanas simplemente están y viven como buenamente pueden. El retrato húngaro que se nos presenta no pretende ennoblecer a la etnia gitana y está muy lejos de sentimentalismos. Con perfecto temple se nos afirma, simple y llanamente, que son humanos. Nada más. Los recursos del director para apartarse de clichés del folklore gitano son varios y se agradecen. Cierto contrapunto en sus actos (vamos, que no son santos) ayudan a tomar distancia y juzgar los hechos más fríamente.

Fliegauf usa el fuera de campo para mantener al margen los elementos más significativos o las escenas más indigeribles, dando así al espectador, ese espacio para la imaginación. Con este modus operandi baña la cinta de un tono serio, frio y respetuoso. Cosa que gusta mucho a los jurados y muy poco al público perezoso. Vamos, que prefiere filmar manos, brazos, pies y espaldas andantes antes que rostros pensativos, contentos o lacrimosos. Bien por él, mal para el actor que se quiera lucir.

Esta ausencia de recursos compasivos y de tinte carroñero delata compromiso y seriedad con el proyecto y hace que la cinta esté libre de cualquier emoción. Pero no significa que el golpe no sea duro. Tras un bofetón lo primero siempre son las estrellas. Así pues, tras 90 minutos, nos encontramos en ese estado de desubicación, momento de incomprensión, de sorpresa total ante la realidad, ese zum-zum en la mejilla, esa pausa temporal en medio del tic-tac, donde uno no sabe que pensar. Pues bien, Solo el viento pega y fuerte.

Al final te ves preguntándote con cierto aire de Dylan ¿Cuántos gitanos tienen que morir antes de que sean vistos como personas? Y ya lo sabemos, esto, amigos míos, sólo lo sabe...
Rodolfo Lasparri
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7
22 de enero de 2015
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
El director Juan Taratuto cambia de registro y empieza a ganarse la simpatía de una parte del público que andábamos un poco distantes con sus comedias hiperdialogadas, característica casi imprescindible del cine de éxito argentino. Hoy, el giro es, prácticamente, de 180 grados. Nos encontramos ante un drama de pocas palabras y de una profundidad emocional que se agradece. El caso, es de tal seriedad, que quien firma, prefiere no juzgar aquello que se le escapa de su universo particular; el contenido propio del film en relación a la muerte de un ser querido.

Es fácil encontrar la muerte en el cine. El proceso de banalización que la transforma en espectáculo, circo, entretenimiento o herramienta narrativa para dar giros en las historias que se nos cuentan forma parte del ADN de cualquier guionista. La muerte, siempre presente, funciona como arma para hacernos reír o para hacernos llorar, o para lo que quieran, pero siempre tiene un fin. Son pocas las veces que alguien trata con su convivencia sin buscar ese llanto o esa risa o ese fin. En fin. Sin ninguna pretensión dogmática la película de Juan Taratuto, narra una historia que no se la puede catalogar con conceptos al estilo de triste, reflexiva o contemplativa. Es, en todo caso, una historia vecina, amiga o conocida.

Tras la devastación emocional que supone la desaparición de un ser querido, ¿qué queda? Algo parecido a un desierto. Un desierto donde se aconseja construir un castillo tarde o temprano. La reconstrucción, que nos señalan ya desde el título, trata de este mismo proceso para juntar una pierda con otra. En este caso, el cartel es revelador. Un abrazo con otro.

El actor Diego Peretti se lleva el aplauso por doblete. Por protagonista y co-guionista. Es quien le da forma a ese Eduardo deambulador que come con las manos y ya no repara en las formas. Queda clara así, la total implicación del actor con este proyecto, al fin y al cabo, pequeño.
Rodolfo Lasparri
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