El documentalista Kevin MacDonald debuta en la ficción con esta irregular película basada en la vida del dictador ugandés Idi Amin, que gobernó el país con pulso cruel de 1971-79, dejando tras de sí un reguero de más de 500 mil muertos. La trama se centra en Nicholas -James McAvoy-, un joven médico escocés que, deslumbrado por su carisma, entra a formar parte del círculo personal del mandatario. Pero Nicholas no tardará en comprender su error: tras la accesible fachada de su amigo, se esconde un caprichoso y sanguinario genocida…

Forest Whitaker recrea a Amin de forma bastante efectista y muy del gusto de la Academia, empeñada últimamente en premiar ilustres secundarios tornados en principales. Otros puntos de interés del film son su cuidada ambientación y ese look granoso de 16 mm, cercano al género documental. Sin embargo, la cinta también resulta predecible y emplea recursos muy manidos, como los inevitables montajes sincopados de fiestas, locura y crímenes estilo Uno de los nuestros o Boggie Nights , producto sin duda de la inexperiencia de MacDonald.

Para amantes de los biopics.

Spanish Movie parte de una idea brillante: rodar una película estilo Aterriza como puedas con el punto de mira puesto en el cine español. Algo inaudito y que por fin ha llegado gracias al éxito internacional de -¡Péeeedro!- Almodóvar y Amenábar, nuestros dos tótems actuales y, no por casualidad, los pilares sobre los que se asienta la trama de este film.

Recordando ese juego cinéfilo de mezclar cintas y directores atípicos -cómo sería Annie Hall dirigida por Kubrick o Matrix por Fernando León de Aranoa-, Spanish Movie nos propone una película de Amenábar -o todas a la vez- con personajes típicamente almodovarianos y dirigido por un admirador de los ZAZ -los hermanos Zucker y Jim Abrahams, los inventores del spoof-. A priori, un batiburrillo difícil de digerir, pero que el guión de Paco Cabeza y Eneko Lizarraga resuelve con habilidad. En efecto, la película une con eficacia Los otros, Abre los ojos o Tesis con el costumbrismo del autor manchego, aderezándolo con guiños evidentes a El orfanato o El laberinto del fauno y otros más soterrados, como el que alude a La Soledad y su polivisión, o ese recuerdo a las comedias typical spanish de los `60, mediante la banda sonora de Fernando Velázquez. Sin embargo, aquí no estamos ante una cascada de gags absurdos estilo Scary Movie, sino de un humor más espaciado con golpes ocasionales, que resulta hilarante cuando acierta -la aparición del coche de rallys de Carlos Sainz y Luis Moya-, pero aburrido cuando alarga escenas sin gracia -la parodia de Volver en el patio-.

Destaca el trabajo de los actores, algo habitual si hablamos de cine cómico nacional, en especial de Silvia Abril -ninguna sorpresa para quien ya la descubriera en Homo Zapping-; Carlos Areces, que refunde en su personaje los de Javier Bardem en No es país para viejos, Los lunes al Sol y Mar adentro-; y Alexandra Jiménez, sosias de Penélope Cruz y la gran revelación.

Finalmente, el problema de Spanish Movie, más allá de que algunos gags no funcionen, tiene que ver con su publicidad previa. En efecto, el film no es tan salvaje como pretenden vendernos, sino que se trata de una parodia muy blanca, más bien un homenaje respetuoso a ese puñado de películas que cada año salvan la recaudación del cine patrio, pero sin el atisbo de autocrítica o mala leche que tan bien le habría venido. Es una pena, porque -aunque ya lo sea por su condición de pionero-, con mayores dosis de gamberrismo y atrevimiento habría sido un título referencia de la comedia española. Y lo del tráiler que juntaba a Leslie Nielsen y Chiquito resulta perfecto como operación de márketing, pero es para llamar a la oficina de atención al consumidor de todas-todas.

Si la semana pasada uno salía del cine desconfiando del prójimo tras ver Contagio, en ésta la sensación no varía demasiado gracias a La Cosa (The Thing), precuela del film de John Carpenter en el que un extraterrestre toma apariencia humana para asesinar a un grupo de científicos destinados en la Antártida.

Una película anunciada desde hacía años y que quien escribe se imaginaba de manera bastante similar a como finalmente se desarrolla; más un remake que otra cosa al repetir idéntico esquema argumental que la cinta de 1982. Aunque en realidad no podía ser de otra forma, al partir de una premisa tan cerrada como es la historia corta de John W. Campbell. A pesar de ese hándicap de recrear algo ya visto, al menos Matthijs van Heijningen Jr demuestra aquí su reverencia con el original y nos entrega una actualización que no pretende pasarse de lista ni enmendarle la plana a Carpenter, sino simplemente mantener vivo el espíritu de The Thing con la correspondiente ración de sustos, gore y suspense. Hasta con alguna escena conseguida de esas de taparse los ojos, como aquella en la que los científicos deben demostrar su condición humana abriendo la boca uno a uno y revelando sus empastes dentales; fabricados con un material que el alienígena es incapaz de clonar y que deja al espectador con la inquietud de ver quien será el impostor…

Del reparto destaca Mary Elizabeth Winstead como Kate, una heroína modelada en la figura icónica de Ripley -Alien- para evitar sabiamente comparaciones con el MacReady de Kurt Russell, si bien el Carter interpretado por Joel Edgerton lo recuerda bastante. Por decir algo que me chirrió un poco, apuntar el hecho de que en una estación noruega haya tantos personajes norteamericanos, o que unos seres tan toscos, feos y sanguinarios viajaran en una nave espacial de diseño tan estilizado. Pero a parte de eso, la película se deja ver y uno podría disfrutar de un apañado programa doble con este largo y La Cosa ochentera y no notar apenas los 29 años que las separan. Y es que cuando las precuelas / remakes se las encargan a gente a quienes les gusta el film de origen el resultado no suele ser tan desastroso, Tim Burton.

Resulta una coincidencia cuando menos macabra que la semana en que mueren Tony Curtis, Sally Menke, Arthur Penn o Gloria Stuart la película a criticar se titule precisamente Buried (Enterrado). Pero la serendipia realmente empieza cuando uno se pone a pensar un juego cinéfilo y encuentra que es muy fácil relacionar Buried con el trabajo de los cuatro artistas fallecidos. Veamos: como la protagonista de Kill Bill 2 -editada por Sally Menke-, Paul es enterrado vivo y necesitará unas habilidades dignas de El gran Houdini -interpretado por Tony Curtis- para lograr evadirse de su ataúd. A dos metros bajo tierra, para la humanidad es poco menos que El hombre invisible -aquí entra Gloria Stuart-, por lo que El zurdo Paul -no el Newman de Penn, sino Conroy- necesitará de todas sus fuerzas para obrar un milagro similar al de Ana Sullivan y conseguir escapar.
Bueno, algo cogido por lo pelos, pero como pasatiempo vale. Incluso se podría añadir que no le vendría nada mal la ayuda de El equipo A -creado por otro finado de esta semana, Stephen J Cannell- aprovechando que también paran ahora por Irak

Hablando ya de Buried en sí, hay que reconocer de entrada que resulta encomiable toparse con un film de sus características en la cinematografía española, tan simple de planteamiento como ambicioso; un exportable integrante del subgénero claustrofóbico, más habitual de lo que parece en el cine y la TV. Así, ahí tenemos la propia Kill Bill 2 o el célebre episodio de CSI Peligro Sepulcral -con cameo de Tony Curtis- también dirigido por Tarantino, La habitación del pánico de Fincher, Naúfragos de Hitchcock -que también retomó el tema en su serie de TV-, el Buried Alive de Frank Darabont, La cabina de Mercero, Saw, Cube…etc. todos ellos, agobiantes ejercicios de estilo en espacios cerrados y opresivos.

Sin embargo, Buried no acaba siendo tan redonda como pretende, ya que su guión resulta excesivamente mecánico, con golpes de efecto demasiado medidos, como calculados al milímetro. Por otro lado, era difícil y Cortés no siempre consigue mantener el ritmo y la angustia de lo que le sucede a Paul, por no decir que en algunos planos el ataúd parece una sauna dúplex de lo grande que lo pintan. Y es que, por qué no decirlo, uno acaba por cansarse un poco del dichoso móvil, o de Paul -y su excelente caligrafía- apuntando números en la pared como si estuviera en un váter público. Tampoco la tan cacareada escasez de elementos con los que cuenta nuestro héroe -el teléfono y el encendedor- al final lo son tanto, pues el hombre se las arregla para hacerse con todos estos accesorios sin pasar por un chino: una linterna, un lápiz, un papel, una petaca, una navaja, una lámpara de neón, una cámara de video, una serpiente, una…
(sigue en spoiler por falta de espacio)

“No estás preparado”. El lema publicitario de Sucker Punch parece ser la venda antes de la herida que se pone Zack Snyder ante aquellos que no sepan muy bien a qué atenerse tras ver esta película. Y es que su último y más personal film es una fantasía de acción épica con referentes como Death Proof, El mago de Oz, Franklyn, Nivel 13 o el Manga y el que igual caben jóvenes en lencería armadas hasta los dientes, grises psiquiátricos femeninos, Nazis Zombis, Robots-Samurais de más de cinco metros o Carla Gugino con acento polaco y en plan madame de burdel.

Un film excesivo que ciertamente no deja indiferente, Sucker Punch tiene el éxito asegurado entre la parroquia masculina más voyeur, ya que a ratos parece el sueño salidorro de un adolescente tras ver un desfile de Victoria`s Secret. Aunque hay que reconocer que, más allá de su vistosidad carnal e infográfica, Sucker Punch acaba resultando bastante gratuito y sin mucho atisbo de esa ironía distanciadora que Snyder afirma haberle imprimido al relato. Al menos, de su reparto destaca el sex-appeal nada inocente de Baby Doll-Emily Browning y sus muchachas, entre las que se encuentra la australiana Abbie Cornish, una actriz con madera de estrella que recuerda a la Nicole Kidman joven y sin duda destinada a cotas mayores.

En definitiva, un capricho de Zack Snyder antes de entregarse a su esperado Superman: Man of Steel y que será el centro de muchas discusiones entre aquellos que odian las películas que parecen prediseñadas en una sala de juntas, o los que tampoco abogan por la libertad creativa total a un director para que este desparrame su imaginación sin nadie que le frene o le diga cuando se pasa de la raya. Y es que Kubrick sólo ha habido uno.