Este tipo de cine funciona a un vivel emocional-estético. No es para analizarlo intelectualmente, aunque tiene sus razones probables. Es para disfrutarlo y sufrirlo con los sentidos.
El ritmo lento permite la fijación de las escenas y su fructificación en el ánimo del espectador. La música abre y cierra el drama humano.
La trama lógica es sencilla y la base sentimental es profunda. Cualquier hombre o mujer puede identificarse con algún momento del film, porque aquí las cosas están llevadas al extremo, pero, en un grado menor, no son ajenas a ningún mortal. El que esté libre de pecado y sufrimiento…

El filme no aburre en ningún momento gracias a sus personajes extravagantes y a la tensión creciente que los hace converger a todos en un punto. Pero desde el comienzo la mayoría de los espectadores se planteará una hipótesis, y la confirmación de la misma le restará muchísimo a la película. Lo que emociona no es el desenlace sino la anticipación de la violencia y el clímax de brutalidad (que pudo ser más intenso).
Si David Lynch hace filmes incomprensibles, esta es la otra cara de la moneda.

El principal inconveniente de este híbrido es que el director se haya tomado tan en serio un tema tan descabellado. Uno esperaría encontrar elementos humorísticos al tratar una idea bizarra como esta, pero no hay ni uno solo.
Sí resulta risible el estereotipo de vaquero del personaje de Craig, tan duro y recio que ni el mismísimo Steven Seagal en el papel de cowboy lo hubiera superado (basta verlo pedir y beber whisky).
Lo rescatable es el tema musical de apertura y cierre. Lo desechable está en el medio.

Debajo de la lujuria, la perversión y la crueldad, hay una buena historia con buenos personajes.
Uno de los puntos más fuertes es la fotografía, con los escenarios magníficos de los siete reinos. Otro es el vestuario y los decorados (la sala principal del castillo de Desembarcadero del Rey es bellísima). Todo esto logra que el espectador se sumerja profundamente en la ficción (no poca cosa).
Los villanos son verdaderamente malvados e inescrupulosos, consiguiendo que uno se indigne ante sus despropósitos y degeneraciones.
Tyrion Lannister o Gnomo es tal vez el mejor personaje, con una gran actuación del pequeño gran Peter Dinklage. Es subestimado por casi todos, pero no es un pusilánime ni mucho menos, como ciertos autodenominados "dragones".
La lucha por el poder y todas las intrigas y acciones que de ella resultan son el motor de la serie y lo que más fascina (salvando las distancias, recuerda a la serie Fundación de Asimov). Los turbios personajes de la corte real son muy seductores por su solapamiento y sofisticación.
Afortunadamente, en la primera temporada los elementos sobrenaturales y mágicos están muy medidos, apareciendo más bien como leyendas y rumores, que como hechos tangibles. En temporadas posteriores sería deseable que el desarrollo del lado fantástico de la saga no fuera a costa de la historia en sí.
Uno de los puntos más flojos son las escenas de sexo, con movimientos corporales poco convincentes, así como dedos muy alejados de los supuestos orificios que pretenden estimular, o miembros viriles que pasan instantáneamente de la erección a la más completa flacidez. Nota al margen: se ven más penes que montes de Venus, aunque abundan los senos.
Pero esto último, en fin, esto es sólo una carnada, como la sangre, para atrapar televidentes.