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España España · Madrid
Críticas de SyckBoy
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Críticas 39
Críticas ordenadas por utilidad
6
17 de octubre de 2018
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sitges, día 2.

Sin tiempo para asimilar la lluvia torrencial de hostias asiáticas de The night comes for us, me fui pitando a la sala Tramuntana (tenía escasos 15 minutos entre las dos sesiones) para ver Galveston. Dirigida por Melanie Laurent (la Shoshana de Malditos bastardos) y con un guión basado en la novela homónima de Nic Pizzolatto (creador de True detective), se trata de un road movie con más paralelismos argumentales con The night comes for us, de los que pudiera haber imaginado. Eso sí, con un tono en las antípodas de aquella, muy contenido y sobrio. Aquí el protagonista también pertenece a una banda criminal y, nada más comenzar la película, debe tomar una decisión que cambiará para siempre su vida. La escena que supone este punto de no retorno está contada con un plano secuencia de los que dejan boquiabierto. Desde ese momento y durante todo el primer y segundo acto del film, Laurent muestra tener mucho talento detrás de las cámaras. La relación entre ese tipo duro y misterioso y esa adolescente no menos enigmática, así como sus dudas y sus traumas, está contada con tanta sutileza y tanta honestidad que abruman. Que los dos intérpretes, Foster y Fanning, estén en estado de gracia ayuda mucho, están perfectos. El problema llega en el tercer acto. De repente todo se siente mucho más torpe, peor contado, como a trompicones. Y la cosa no mejora cuando llegamos a un epílogo que resulta demasiado extraño y artificial. Es como si la propia película no supiera muy bien dónde ni como terminar. Aún así da la sensación de que Laurent tiene mucho futuro como directora. Habrá que seguirle la pista.

(Extracto del artículo "5 días en Sitges", dentro del blog "Antes de parpadear" https://robergcuesta.wixsite.com/antesde)
SyckBoy
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8
6 de noviembre de 2018
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
La primera vez que Paul Schrader vio una película tenía 17 años. Sus padres eran fieles seguidores de la Iglesia Cristiana Reformada (como la First Reformed que da título a su última película), una especie de secta escindida de los calvinistas. Para la familia Schrader, residente en un pequeño pueblo de Michigan, la televisión, el cine y el rock eran obra del diablo. “Me enamoré del cine precisamente porque estaba prohibido” cuenta el propio Paul. Su padre le azotaba una media de 6 o 7 veces por semana por las razones más absurdas. "Yo me quitaba la camisa de los domingos, mi padre me hacía inclinar sobre la mesa de la cocina, sacaba el cable de su afeitadora eléctrica, y me daba en la espalda con el enchufe, a mí me quedaba todo el lomo salpicado de puntitos de sangre, un bonito estampado de motas rojas por toda la espalda". La idea del suicidio empezó a rodear la vida del joven Paul cuando su tío se quitó la vida, y poco tiempo después, dos de sus primos hicieron lo mismo. Rodeado de este ambiente lúgubre y opresivo, Paul pensó en hacerse cura con 16 años. Hasta que descubrió el cine.
Años después, ya asentado en California, Paul demostraba estar obsesionado con la idea del suicidio y dormía siempre con una pistola debajo de la almohada. En palabras de su amigo Penny Marshall: “Se pasaba el tiempo hablando del suicidio. Desde un punto de vista compulsivo-anal. Decía que iba a meterse el cañón en la boca y que apretaría el gatillo, pero que antes se envolvería la cabeza con una toalla, para no manchar”.

Todo esto lo cuenta Peter Biskind en “Moteros tranquilos, toros salvajes”. Y todo esto me vino a la memoria durante la proyección de El reverendo (First Reformed, 2017) porque Schrader ha vertido todas sus obsesiones en este extrañísimo film: el suicidio, la culpa, la pérdida de la fe, la violencia como forma de expiación, la soledad, la familia, el peso del pasado…
Lo primero que sorprende al adentrarse en la película es como Schrader se apropia de muchos elementos la puesta en escena que caracterizaba a su admirado Robert Bresson: formato 4/3, abundancia de tomas largas, muchos planos generales, un montaje muy sobrio, uso contundente de la profundidad de campo… Se produce una sensación de austeridad formal que sólo se rompe en momentos muy puntuales. Y digo momentos puntuales porque la película nos guarda un par de sorpresas para el tercer acto que son de puro genio. A este "estilo Bresson" Schrader añade un uso del color y las texturas fascinante que en muchas ocasiones ayuda a transmitir el estado de ánimo de este reverendo, un Ethan Hawke admirable que sostiene toda la película sobre sus hombros aportando una enorme gama de matices a su atormentado personaje.

Hurgando un poco en El reverendo podemos ver retazos de toda la obra de Schrader: los diarios del camello de Posibilidad de escape (Light sleeper, 1992), un momento clave ilustrado por un líquido que se diluye en un vaso como ocurría en Taxi Driver, un pasado familiar y afectivo tormentoso, un personaje masculino protagonista que según avanza la película está cada vez más perdido… Da la sensación que aquí Schrader lo ha puesto todo, y por eso la historia de este párroco resulta ser dan dolorosa y desoladora. Por eso y porque Schrader hace muchas preguntas pero da muy pocas respuestas. Es una obra totalmente fuera de su tiempo, hecha a tumba abierta, una anomalía absoluta en el panorama actual. Supone el regreso en plena forma de uno de los autores más importantes de la últimas décadas, alguien que siempre pone a sus personajes al límite para mostrarnos los abismos del ser humano. Y lo hace como pocos lo han hecho en la historia del séptimo arte.

“Schrader es un original. No tengo mucho respeto por los guionistas. La mayoría de ellos no podrían calzar mis zapatos. Pero respeto a Paul”. John Millius.

Artículo publicado en el blog "Antes de parpadear": https://robergcuesta.wixsite.com/antesde
SyckBoy
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5
16 de octubre de 2018
4 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Después de llegar al hostal y comprobar que estaba en la otra punta de la ciudad con respecto a la zona cero del festival, decidí alquilar una bici e ir pedaleando por el paseo marítimo hasta el el casco antiguo y una vez allí, localizar los cines donde iba a pasar muchas horas durante los siguientes días. Después me dirigí a mi primera proyección en el Auditorio Meliá Sitges, el gran epicentro del festival. Es un sala fabulosa, enorme, el sueño húmedo de cualquier cinéfilo. Y el film que había elegido para estrenarme era Summer 84. Aquél verano fue mi primer verano, por lo que ya antes de empezar la peli el chute de nostalgia estaba garantizado. El comienzo de la proyección fue una gozada porque empecé a atisbar el ambientazo de las proyecciones de Sitges. Lo malo es que la película no ayudaba mucho. Lo que prometía ser un cruce entre Goonies y Stand by me, se quedó en una fofa saturación de clichés sin gracia e interpretaciones sosainas. Nada de la mala leche que se le podía presuponer a una película independiente, ni el más mínimo riesgo, nada. Más bien parecía concebida por productores bienpensantes defensores de lo políticamente correcto. Para colmo, tras más de una hora de tono buenista y ligero, casi de película de sobremesa, Summer 84 se convertía en su cuarto de hora final en un sangriento slasher que trataba con absoluto desprecio a sus personajes y nada tenía que ver con el tono anterior de la película. Un desbarajuste vaya. Uno de los directores del film había prometido abrazos gratis al final de la proyección, por lo que huí lo más rápido que pude, me subí en mi bici y me alejé del lugar en busca del siguiente objetivo.

(Extracto del artículo "5 días en Sitges", dentro del blog "Antes de parpadear" https://robergcuesta.wixsite.com/antesde)
SyckBoy
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7
18 de octubre de 2018
3 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Creo que nadie en el Auditori esperaba algo tan extraño y desconcertante como Under the Silver Lake. Definir la segunda película del director de It Follows es harto complicado. Transita sin duda los senderos pynchonianos de Puro Vicio: antitrama neo-noir, tono de comedia surrealista, protagonista algo ido pero entrañable y acumulación de sucesos a cuál más absurdo e inexplicable, que parecen no llevar a ningún sitio. También hay algo de El largo adiós de Altman, de El gran Lebowski (la sombra de Chandler es alargada) y es imposible no pensar en la influencia estética de David Lynch y su Mulholland Drive. El torrente de referencias a la cultura pop es continúo y su historia sobre mensajes ocultos y asesinos de perros y dioses (dog o god, según de que lado del cristal se mire) está encaminada sobre todo a hablarnos de la influencia de esta cultura en nuestra sociedad. La propia peli es una endiablada amalgama pop que nos muestra un LA perverso en el que las actrices se prostituyen y las continuas fiestas ofrecen un panorama desolador de vacío y estupidez. El tono que consigue dar Andrew Garfield a su personaje es perfecto, entre lo atractivo y lo patético, lo idiota y lo ingenioso, a veces es desternillante y otras le deseas la muerte. Esto demuestra la versatilidad de este actor (piensen sino en su papelón en Silencio, tan lejos de este) y lo desaprovechado que ha estado hasta hace poco.
La respuesta del Audorori hacia esta película tan críptica y desconcertante fue un medio aplauso que duró escasos segundos. Under the Silver Lake da para varios visionados y tengo que reconocer que en el primero fascinó. A pesar de encontrarme bastante perdido durante la proyección, pasados los días la película seguía dando vueltas y más en mi cabeza.

(Extracto del artículo "5 días en Sitges", dentro del blog "Antes de parpadear" https://robergcuesta.wixsite.com/antesde)
SyckBoy
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