Anoche, en 13TV pusieron una de Tornatore. Me parece extraño que no la conociera siendo de 1998 ya que por aquel año, el año del diluvio, no se me pasaba ninguna. Siempre que estés dispuesto a que Tornatore te engañe con sus trucos, ríes y lloras en menos de diez minutos. Eso es lo que pasa con “Cinema paradiso”. Echa mano de un recurso infalible: la nostalgia. Un recurso que sólo él sabe llevar a la práctica; en eso no hay quien le gane, sobre todo si trata de recuperar el mundo lejano de la infancia y la adolescencia (en eso le sigue de cerca Antonio Mercero; véase “La guerra de papá” o “Verano azul”). Nostalgia, infancia y cine: no puede fallar.
En “La leyenda del pianista en el océano” quiere hacer lo mismo que en “Cinema paradiso”. Mejor dicho, QUIERO que haga lo mismo pero no llega. No sé si es por lo inverosímil de la historia o porque los actores no dan la talla en sus actuaciones. Tim Roth no me convence como pianista. Yo sólo lo veo como un “Reservoig dogs”: se le ha quedado cara de “señor naranja”. La película tiene algunas escenas bastante brillantes. El duelo de pianistas es muy emocionante. Cuando el rey del Jazz entra en la sala de fiestas del barco se hace el mismo silencio que en el “saloon” del lejano oeste cuando entra el villano. No menos espectacular es el silencio que se produce cuando “Novecento” hace gala de su virtuosismo: nos deja a todos helados. Por supuesto, otra de las escenas entrañables de la película ocurre durante la grabación de una de las piezas musicales de “Novecento” que iba componiendo ad hoc mientras otra de las chicas guapas de Tornatore posa delante de una pequeña ventana circular. Ahora la cámara del adolescente Salvatore de “Cinema paradiso” se ha convertido en una ventana a través de la que Novecento conoce el amor.
Poco que decir de la música de Morricone. Al piano resulta deliciosa.

Color y más color, ruido y más ruido. Una auténtica locura de montaje. No me extraña que los niños se suban por las paredes cuando vean esta bazofia. Diez horas dejados de la mano de Dios en un colegio, en un sálvese quien pueda, y el fin de semana los llevan a ver esto. Menudas películas. Acorde con los tiempos: cuanto más deprisa, cuanto más ruido, cuanto más nada, mejor. Los niños consumen porque sí este tipo de cine y hay que darles otras posibilidades. Creo que hasta puede resultar insano. Cuando salimos, alterados, nos tuvimos que relajar pensando en las historias de aquellas hermanas que tenían un vecino llamado Totoro, a las que tanto echamos de menos. Pronto nos recogió el Gatobús y nos llevó de vuelta a casa.

El viernes 17 de diciembre por la mañana quería ver la programación de 13tv para saber qué película pondría Garci en Classics y me topé con la que pondrían en La2, "Tata mía". La conocía pero no la había visto y me pareció un tema interesante. Debía elegir entre ver "La Reina de África" y "Tata mía". Me decidí por la segunda ya que la primera la tengo por algún rincón de mi casa y la tertulia posterior la puedo ver otro día en diferido.

Vuelvo a aplaudir a la chica que acompañó a Elena Sánchez tratando de sacar de una chistera comentarios de altos vuelos sobre la película. La envidio, la verdad. A ella, y a todos los que disfrutan con esta y otras películas españolas y son capaces de extraer hasta la última gota de zumo cinematográfico porque yo ya soy incapaz (suponiendo que tengan algo que extraer). El único actor que ejerció como tal fue, cómo no, el gran Alfredo Landa Areta. Y el resto de actores, puro cartón piedra, sobre todo Imperio Argentina y Carmen Maura.

Le falta a esta película, como a tantas otras de nuestro cine, solidez. Toca algunos temas y no profundiza en ninguno. Carece de estructura, por eso se viene abajo continuamente. Trama aburrida. Espero no volver a equivocarme. Nunca, nunca, nunca, bajo ningún concepto elegiré una película española en contra de John Huston, pongamos por caso.

Anoche, domingo 7 de noviembre, vi esta película (¿por qué ahora casi todo el mundo se empeña en decir peli?). No solo la vi completa, también tuve los santa paciencia de ver a mi Cayetana en la tertulia con el director, el productor y el protagonista.

Es una película muy sosa, con poco que decir, con unas interpretaciones extremadamente planas y los chavales parecen todos hermanos, como sardinillas recién salidas del mar. Hubiera preferido verla en VO y no con esos doblajes que parecían que estaban comiendo gachas: no se les entendía nada.

No quito ningún mérito a las personas que intentan meterse en el cine ahora en el siglo XXI. Mucho me temo que el cine ha desaparecido hace mucho tiempo. De ahí que el mérito de esta gente me parezca superlativo. El productor se lo dejó bien claro al protagonista en la conversación posterior: el cine sube y baja y hay que tener un plan B. La tertulia... en la línea de mi Cayetana: con muy poco interés, con los lugares comunes de siempre de este cine que no pasará a la historia. Ya sé que las comparaciones son odiosas, pero en estas tertulias se aprende muy poco, como mucho algunas anécdotas de los chavales que hacen ahora cine, pero poco más. Nada que ver con las de "¡Qué grande es el cine!", verdadera escuela de cine.

Supongo que al equipo de la película les quedará un buen recuerdo y dentro de unos años se juntarán y recordarán los raticos agradables que pasaron en La Albufera rodando la cinta.

Me alegro por los amigos de filmaffinity que la ponen por las nubes, y le ponen un 10, y dicen lo contentos que salieron del cine, casi flotando, hablando maravillas de los actores, de los planos estupendos.....como si hubieran visto "Cantando bajo la lluvia". ¡Bravo!

He visto en este último mes un par de películas de JR. "El río" y "French cancan". Hay algo en las dos que es cautivador: por un lado el color y por otro el discurso fantástico que nos brindan al final de cada una de las películas. En "El río", sobre la infancia, la niñez. Y en "French cancan" sobre cómo conseguir lo bello: todas las circunstancias que pueden dar lugar a ello a pesar de los daños colaterales que puedan generar.
Es la película una sucesión de cuadros impresionistas con marca de la casa. Atavismo puro.

Billy Wilder hablaba del impacto carnal cuando hablaba de Marilyn Monroe, aquello de que su carne daba como carne en la pantalla. Bien. Pues de todas los billones y billones de combinaciones de moléculas, aminoácidos y ácidos desoxirribonucleicos que ha habido hasta ahora en el universo, solamente hay una combinación convertida en un cuerpo llamado María Félix que ha atravesado la pantalla. Alargaba mis dedos hacia ella y la podía tocar. Cuarenta años tenía cuando hizo esta película. Nada de actrices huesudas y sin personalidad como las actuales. Atentos a su espectacular belleza cuando Gabin le fija el corsé. Los brazos más bonitos de la historia del cine. Aún ahora, cuando la recuerdo, creo poder tocarlos.