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España España · Cáceres
Críticas de Tiggy
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Críticas 329
Críticas ordenadas por utilidad
7
7 de julio de 2020
0 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Como decía Radiohead: soy un bicho raro. Así es como se sienten muchos homosexuales por el temor de no encajar en una sociedad adaptada a estereotipos de género y sexualidad, entre otras cosas, y que tan bien plasma esta teen movie que si es muy fría en formas, rodea con unos cálidos brazos al espectador por el bonito mensaje que quiere transmitir. Con amor, Simón trata sobre la salida del armario de un joven de 17 años avasallado por la duda de cuándo y cómo exponerse libremente de cara a la sociedad a raíz de chatear activamente con otro joven en sus mismas circunstancias. El miedo y el recelo lo embargarán en un viaje a través del despertar sexual, de las inquietudes amorosas y, por supuesto, de encontrarse a uno mismo dentro de un colectivo indirectamente arraigado a una concepción social arcaica.

Greg Berlanti plantea una dirección lineal y plana para que el mensaje no se vea rasguñado en su proceso de transmisión, manejando la comedia salpicada de romance como ya hizo en Como la vida misma (2010), haciendo una narración rápida y divertida teniendo en cuenta la clase de público a la que se dirige, cosa que Berlanti, como experimentado guionista, conoce bien, y sabe cómo llevar el guión de Elizabeth Berger e Isaac Aptaker por la ruta más cómoda, sin menudearse con elementos disuasorios.

El gran drama de salir del armario es algo que, de una forma u otra, llega a calar en el espectador independientemente de su orientación sexual, ya que sigue unas pautas básicas para que este simpatice con el personaje protagonista girando alrededor de una subtrama detectivesca que provoca interés por conocer la identidad del misterioso Blue, beneficiándose mucho del montaje para engañar al espectador colocando falsos razonamientos lógicos mediante secuencias abstractas fundamentadas en el subconsciente de Simón y su búsqueda del amor.

Un guión bien planificado, con relaciones entre los personajes y situaciones tan verídicas para el adolescente estadounidense ayudan muchísimo a involucrarse en un argumento que, si bien es tan simple como sus personajes, ayuda a ubicarse en un contexto idóneo para la realización de un mensaje trillado, pero creativo en las formas que se presentan. Uno de los grandes fallos que encuentro es la falta de saber manejar las situaciones melodramáticas, creando nudos forzados de nulo desasosiego o emotividad en el espectador, repercutiendo en una atmósfera fría que embadurna a sus actores a la hora de representar los sentimientos. No por ello es algo que empeore con el resultado, ya que, como he dicho, lo más importante es el mensaje y la necesidad de mostrar una realidad más habitual de lo que debiera, para llegar a comprenderla y subsanarla en un futuro ojalá próximo.

Los arcos, muy diferenciados entre presentación de personajes y vidas cotidianas, introducción del elemento externo que impele el nudo, el conflicto tanto interno como externo de un protagonista abatido por la naturalidad incomprendida de su ser, hasta la resolución que, para mi gusto, demasiado anodina. Los diálogos, la mayoría bobalicones acompañando, obviamente, las conversaciones típicas entre amigos de instituto, sirven a una recreación veraz que ayuda a la identificación con los personajes del público al que se dirige, pero que algunos abordan temas bastante interesantes, como la pregunta de por qué un heterosexual no se debe presentar ante la sociedad como tal, mientras que un homosexual sí.

Mediante la escenografía, muy apropiada tanto para situar a sus personajes como para conocer a Simón mediante su habitación baila un sereno tango con la fotografía casi urbanita de John Guleserian al son de una música pop muy familiar, perfectamente seleccionada por Rob Simonsen, que acerca al espectador a ese entorno escolar y al círculo de amistad del protagonista.

Las interpretaciones, simplemente correctas donde el lucimiento convive con un personaje secundario, Martin Addison, interpretado por un genial Logan Miller que traduce la personalidad insoportable y repelente de su personaje en odioso con el trascurso del desarrollo y su construcción de personaje, quizás, a veces, demasiado apresurado. Nick Robinson como Simón Spier podría haber dado mucho más de así, ya que los cambios de registro que pretende no convencen por la inexpresividad que maneja en situaciones de intenso drama.

Siempre son bien recibidas estas producciones para dar visibilidad y comprender a una parte de la sociedad en muchas ocasiones silenciada por su contraparte, así como ayudar a personas que, como Simón, se cohíben del amor por las lascivas miradas de el resto de las personas. (6.5).
Tiggy
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4
25 de octubre de 2020
2 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay personas empeñadas en revivir la peor cara de la historia, personas como Gerard Bush y Christopher Renz que, lejos de presentar una crítica sólida contra el machismo y el racismo, señalan con el dedo en todas direcciones usando su marioneta personal, la actriz Janelle Monáe, para sus vacuas intenciones. Antebellum, clasificada erróneamente como película de terror, traslada a sus personajes a una realidad donde el esclavismo asoma desde la Guerra de Secesión Americana, presentada desde la perspectiva de los perdedores, de los confederados, en el momento que una popular escritora y activista de los derechos humanos (específicamente, de las mujeres y los negros) desaparece sin dejar rastro. Una película sin fondo ni forma cuya única pretensión es aleccionar al espectador, algo imposible si el discurso es presentado exclusivamente mediante citas sin argumento ni contraste, limitándose a revivir tiempos extintos que, aunque dejaran poso en algunas partes de la sociedad actual, el dinosaurio confederado fue erradicado casi en su totalidad por el meteorito de los derechos civiles. Cosa que parece preocupar mucho a dos directores que no afrontan el fósil del pensamiento confederado, pretendiendo con lo que parecen buenas intenciones reanimarlo para que nosotros, como estúpidos espectadores, nos demos cuenta de que el machismo y el racismo todavía están presentes en la sociedad. Antebellum, un producto falseado que, en las adecuadas (y negras) manos de directores como Jordan Peele o incluso Spike Lee, habría sido capaz de tener mejor resultado y más importante, calar en el público como debiera.

Bush y Renz, dupla de hombre negro y hombre blanco (muy importante para ellos) y colaboradores habituales se embarcan, con ausencia total de estilo, en esta producción que duele por la buena propuesta que supone, una propuesta que el viento se llevó, esparciéndola en todas direcciones sin florecer en ninguna parte. Al contrario que Déjame salir (Jordan Peele, 2017), que sí reivindicaba la discriminación social con el tembloroso pulso del terror, Antebellum intenta ser su digna sucesora quedándose a medio camino entre la reivindicación y el terror, no siendo funcional ni como una ni como otra. Convirtiéndose en la hija apadrinada de Peele, hija que no aprendió nada de las enseñanzas de su padre.

Y es una película que, en parte, tiene razón en lo que simplemente menciona. Las injusticias sociales, el trato que padecen y sufren tanto mujeres como negros (entre otros grupos sociales), se deben a la evolución de la historia universal, desde la Prehistoria hasta día de hoy y pasando por el s. XX americano en el que se centra y que contamina el mundo contemporáneo con residuos machistas y racistas tan arraigados que es difícil cortar la dura y terca raíz que los nutren. El film funciona, simplemente, como recordatorio de los horrores de la discriminación contra los colectivos vulnerables históricamente. Pero es un recordatorio de 105 minutos que se podrían haber reducido en cinco por la vacía disertación que plantea, una disertación con la que se construye un guion pesado y redundante que tanto tú, lector, como yo, podríamos haber escrito replicando tuits de Leticia Dolera o similares. Una pena, ya que las intenciones son buenas, pero una buena película no se construye solo de intenciones.

El ritmo extremadamente lento no favorece el guion de los mismos directores, generando aburrimiento al observar la intrascendental vida de la protagonista entre tanta verborrea reivindicativa. De la misma forma, los mínimos puntos de tensión tardan mucho en llegar y, cuando llegan, son tan efectistas y simples que no son capaces de impactar en el espectador, al contrario, genera más aburrimiento. Cuando por fin parecen decantarse por la vertiente del terror, preparando cierta atmósfera lóbrega basada en la oscuridad de la escenografía, algo en preparación desde el planteamiento, se atascan en secuencias genéricas y anodinas que no funcionan más que como excusa para que el personaje de Janelle Monáe brille como mujer empoderada.

Las numerosas referencias históricas de la historia americana es lo más complaciente para el mensaje, pero no son suficientes para que cale hondo en el espectador y en la sociedad, como pretenden los realizadores. Por una parte, Veronica se aloja en una suite llamada ‘Jefferson’, haciendo alusión directa al tercer presidente de los Estados Unidos, Thomas Jefferson. Jefferson, al igual que Verónica, son de Virginia. El presidente fue, paradójicamente, constructor del denominado ‘imperio de la libertad’ mientras, a su vez, tuvo esclavos negros durante toda su vida aprovechando su poder para incluir la esclavitud en la Declaración de Independencia de Estados Unidos en 1776. Lo que pretenden los directores, de esta manera, es mostrar las dos caras de América, dando a entender que el pensamiento erróneo de Jefferson debería haber sido ocupado por Veronica, de ahí que habite la habitación del presidente, dejando caer cierta evolución con ánimo positivista sobre la historia americana. Por otro lado, tenemos al estratega de leyenda, el As de Picas, el general Robert E. Lee, también de Virginia, en una impresionante estatua ecuestre conmemorativa. Con un plano medio dorsal y completamente estático, los directores pausan la acción, dejándola en segundo plano para crear una conexión en un ambiente intimista entre la protagonista y la mayor representación de la Confederación y, por tanto, del racismo. Como si pararan el tiempo y en una escena que apenas ocupa unos segundos, carente de diálogos insulsos, Bush y Renz resumen el mensaje de la película con una mirada de tú a tú que pone en tela de juicio el motivo histórico tras la discriminación social. Sin duda, lo mejor de la cinta.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Tiggy
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7
1 de octubre de 2020
0 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una de las películas más polémicas de la franquicia de superhéroes lleva grandes dosis de diversión y entretenimiento, sellada por Stan Lee, y un debate que no se debería ni haber generado por la naturalidad con la que Anna Boden y Ryan Fleck lo trata. Capitana Marvel nos hace ver el mito súper heroico bajo una mirada femenina sin perder ni un grado de espectacularidad, y que invita al espectador a dejarse llevar por el fantástico ideario de Jack Kirby y el recientemente difunto Stan Lee (1922 - 2018). La capitana Vers (Brie Larson) es una noble heroína de Hala, planeta en guerra contra la amenaza Skrull. Estando de misión de rescate, los planes de su comando se truncan, llevándole forzosamente a la Tierra. Allí descubrirá que su vida, su mundo, no es tal y cómo su raza, los Kree, la enseñaron. Con esta premisa, los directores hacen la clásica película de orígenes del estudio de superhéroes, preludiando el gran evento que sería Vengadores: Endgame (hermanos Russo, 2019) y ensamblándola a la perfección.

Boden y Fleck, dúo de directores, realizan un sincronizado trabajo con la libertad y presupuesto otorgado por las grandes productoras, desarrollando cierta complicidad entrañable en esta historia siempre marcada por el estilo Marvel. Se adapta bien tanto a los años noventa en la que se desarrolla como a los tiempos actuales que, muy lejos de resultar fresca dentro de las 23 películas del Universo Cinematográfico de Marvel, consigue igualmente funcionar de maravilla como puro entretenimiento, que es, al fin y al cabo, lo que espero encontrarme en este tipo de producciones. Con un ojo puesto en la reivindicación política, los directores no se distraen del cometido principal de Capitana Marvel, mostrando la historia cronológica del universo, la importancia del personaje de Larson, grandes batallas y la presencia de la mujer.

Una película que exhala adrenalina a través del espectáculo visual de luces y fuego encumbrados por sus personajes, sabiendo alternar con una historia que no cae en embrollos, pero que solo rasca la superficie de lo que podría haber sido un muy interesante trasfondo y trabajo de introspección en la vida de la heroína, pudiendo plasmar mejor esa reivindicación de la mujer sin optar a situaciones fútiles como ese motero acosando a la capitana Vers, llamada Carol, que se queda en un simple tributo al personaje de Arnold Schwarzenegger en la saga de Terminator. El protagonismo que se le da al personaje de Nick Furia funciona como buen aliciente, siendo el recurso humorístico junto Goose (Reggie) que se compromete con la acción, ofreciendo grandes secuencias donde siempre es un placer ver el desparpajo de Samuel L. Jackson frente una cámara.

El guion recuerda inevitablemente al de Thor (Kenneth Branagh), incluso con una estética similar, en el que la construcción de personajes se antoja muy parecida pero mejor llevada por la curiosidad que entraña la misión de la Capitana Marvel. El interés por tratar de mantener la curiosidad cohíbe demasiado el desempeño de la acción, desaprovechando sustancialmente el juego que ofrecen los secundarios en acompañamiento de Larson, en secuencias que podrían haber sido invadidas de mayores dosis de heroísmo como el primer conflicto entre estos y los Skrull en la Tierra. Mediante analepsis condensadas en secuencias oníricas, los directores mantienen el interés en el espectador por desentrañar el verdadero origen de la protagonista, usando los tiempos narrativos para crear la tensión, generada en base al juego de identidad que plantean entre buenos y malos. A pesar de ello, la película no desvela nada en limpio acerca de qué clase de poderes posee Carol, entre muchas incógnitas que, supongo, se despejarán en la próxima entrega, aunque se hubiera agradecido una recompensa mayor que la dada por Boden y Fleck después de tanto hincapié en la memoria y el pasado.

Pinar Tropak escoge la música de manera espectacular, ayudando a la ambientación de esos noventa con Nirvana y apoyando la presencia de la mujer con canciones como Just A Girl de No Doubt, sin salirse en ningún momento de ese contexto histórico. Por otro lado, la forma de los directores de tratar a los antagonistas me parece pésima, mostrando desde un arco muy temprano la abismal diferencia de poder entre la protagonista y lo que debemos intuir como una amenaza. La única interpretación que me ha encantado es la del veterano L. Jackson, mientras que Brie Larson no ofrece la dote para la actuación que ya comprobamos, y por la que se llevó el Óscar, en La habitación (Lenny Abrahamson, 2015), delimitada como es obvio por el guion y el tono del filme. Ello sería más enmendable si la interpretación de Lashana Lynch como secundaria de apoyo moral para la protagonista, María Rambeau, no hubiera sido tan sobreactuada, restando bastante credibilidad a la importante subtrama que crea para alimentar esa búsqueda de identidad que mantiene Capitana Marvel. Jude Law como Yon-Rogg está, sin más. Incluso destaco por encima a Annette Bening como la doctora Lawless e inteligencia suprema.

Como era de esperar, los efectos especiales y, sobretodo, el diseño de todo el catálogo fantástico, es una delicia visual, cargando las imágenes en pos de la imaginación de Gene Colan y Roy Thomas, creadores de la mujer con y tras el traje de heroína. Capitana Marvel es todo lo que se puede esperar de una película del estudio estadounidense ofrecido a dar una aventura divertida que nos deleite a base de acción y épica. Jamás entenderé el temblor que provocó la salida a luz de una película del género como otra cualquiera. (6.5).
Tiggy
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6
21 de julio de 2020
0 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una sorpresa deliciosa de muy bajo presupuesto que recuerda inequívocamente a películas de John Carpenter tales como Asalto a la comisaría del distrito 13 (1976) por el carácter de home invasion, Golpe en la pequeña China (1986) por los elementos de acción o La noche de Halloween (1978) por las piezas musicales creadas por sintetizadores que aumentan la atmósfera de la película a base de repetición (a veces exhaustiva). La explicación de la naturaleza humana, mezclando lo esotérico, lo fantástico y lo religioso al estilo de H. P. Lovecaft más la estética retro y su desarrollo a lo shōnen hacen una muy entretenida película. En la misión del grupo Artemis por deportar a los dioses viejos que pueblan el mundo camuflados en cuerpos humanos es atrapado el quinto más antiguo: Érebos (Kris Johnson). La protagonista Ren Ackerman (Jessica-Jane Clement) tiene cuentas pendientes y una extraña conexión con el dios. Aprovechándose de su estatus de agente especial, se enfrenta al asedio de la asociación por los seguidores de Érebo y su culto, los cuales intentan liberarlo.

Tom Paton, director emergente en el terror serie B, nos brinda una película con un depurado estilo al que una mala planificación del guión y el montaje juega muy mala pasada a la hora de narrar un argumento tan rimbombante, pero termina funcionando conforme avanza, convenciéndome como un pleno ejercicio de mezcla de géneros ochentero.

Siendo la fantasía su punto de partida, Paton opta por un seguimiento de los personajes al estilo del shōnen japonés, donde la acción se reduce al avance lineal a través una gran escenografía perfectamente fragmentada por jerarquía de peligrosidad, llena de enemigos y con personajes que suponen un desafío en la escala de poder de la protagonista. Tomando mucho recursos del thriller y del terror, como esa clara referencia a El silencio de ls corderos (Jonathan Demme, 1991) en el interrogatorio de Érebo para introducir su personaje manteniendo la tensión y reproduciendo un clima incómodo y oscuro.

Es un gran error escribir algo en torno a una carencia, pero consigue suplir esa ausencia de presupuesto con un concepto interesante bien llevado a la pantalla, aunque algo desencantador teniendo en cuenta la temprana revelación con la sinopsis introductoria, a la que unas imágenes acompañadas por una voz en off explican el tema central de la película, sucediendo a una pequeña escaleta de intertítulos poniendo sobre la mesa el papel de los dioses ancianos. Ello desemboca en el móvil de la protagonista, comprendido también en la sinopsis, dando paso a una puesta en escena más que decente, situando en antecedentes al espectador sobre la historia de Artemis desde 1926 hasta 1997 (metafóricamente representando ese período de tiempo con la duración exacta de la sinopsis). Finaliza con un contraplano antónimo a las imágenes anteriores por gama de colores, luz y mensaje, haciendo una muy buena esquematización del argumento, enfrentando la causalidad con el móvil en el universo creado por Paton.

El ansia de poder por parte de los humanos, deseando enfrentarse y superar a los dioses e incluso a la naturaleza es algo que denota una crítica a la supremacía de cualquier raza, exhibiéndose mediante la arrogancia divina de Érebo que considera a las personas una raza inferior, y de los humanos por dictar el camino de los dioses, de los creadores de la naturaleza, deportándolos contra su voluntad hacia el vacío por beneficio egoísta. La asociación con la política de inmigración estadounidense es obvia, simulando a través de los dioses viejos la necesidad de cambiar de ubicación para sobrevivir a las circunstancias, tragedia que sufren miles de latinoamericanos a día de hoy, y su deportación por egoísmo institucional. Con ello, Nietzsche asoma la cabeza en el mensaje preguntándose 'where is God?', a lo que ya sabemos todos la respuesta del filósofo.

La tendencia por la simetría en los planos para dar sensación de estabilidad y orden en la trama dependiendo del personaje que tenga el control en ciertos puntos, componiendo el plano utilizándolos a ellos como punto central, de atención y, sobretodo, sensación de superioridad, como en la escena del interrogatorio. La acción se pierde por la utilización de planos demasiado largos para captarla, cosa que, sumada a un montaje abrupto compuesto de secos cortes, rompen la continuidad lógica en el espacio y tiempo de sus personajes, pasando de secuencia a secuencia sin tener una abstracción racional. Los planos bajos y estáticos acompañan la acción, creando unas coreografías muy estéticas sumándose a los colores vivaces en contraste con la oscuridad, presentando ornamentos muy comiqueros que se acoplan a ese aspecto de videojuego de recreativa que conlleva gracias a las incesables canciones que suenan a lo largo de todo el metraje, con piezas tecnológicas como Deadwave o Quasar donde los sintetizadores elevan esa visión animada del mundo que crea Paton.

Las interpretaciones son malas, pero eso crea aún más encanto en este tipo de producciones, tan cortas de presupuesto, que recuerdan a muchos clásicos de los ochenta. Por otro lado, Kris Johnson sí hace muy buen trabajo representando carnalmente al dios primordial Érebo, humanizándolo con ese bamboleo entre la cordura y la locura, escoltado por una arrogancia burlona y el conflicto interno amoroso que mantiene por otra diosa primordial: Nyx. Todo ello conforma un cóctel amargo que sirve a la perfección el mensaje sobre la superioridad moral de unos y otros, en una guerra radicada del individualismo.

Que amena y divertida se antoja una película tan desconocida como Black Site, con un imaginario muy atractivo que, a pesar de no saber sobrellevarse en muchas ocasiones, da el pego y entretiene. Un tributo muy visual a la serie B y derivados de décadas anteriores. No está nada mal.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Tiggy
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